Berrea. Proaza- Bandujo 2014

Bandujo (Banduxu en asturiano), es una parroquia del concejo asturiano de ProazaEspaña. En ella habitan 43 personas, repartidas en 66 viviendas. Ocupa una extensión de 10,78 km² y se encuentra a una distancia de 11 km de Proaza, la capital del concejo. Consta de los siguientes barrios: La Molina, el Palacio, Entelaiglesia, la Reguera, el Campal y el Toral. Wikipedia enciclopedia libre.

La heróica ciudad dormía la siesta. El viento Sur, caliente y perezoso, empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el Norte. En las calles no  había más ruido que el rumor estridente de los remolinos de polvo, trapos, pajas y papeles que iban de arroyo en arroyo, de acera en acera, de esquina en esquina rebotando y persiguiéndose, como mariposas que se buscan y huyen y que el aire envuelve en sus pliegues invisibles. Cual turbas de pilluelos, aquellas migajas de la basura, aquellas sobras de todo se juntaban en un montón, parábanse como dormidas un momento y brincaban de nuevo sobresaltadas, dispersándose, trepando unas por las paredes hasta los cristales temblorosos de los faroles, otras hasta los carteles de papel mal pegado a las esquinas, y había pluma que llegaba a un tercer piso, y arenilla que se incrustaba para días, o para años, en la vidriera de un escaparate, agarrada a un plomo.Vetusta, la muy noble y leal ciudad, corte en lejano siglo, hacía la digestión del cocido y de la olla podrida, y descansaba oyendo  entre sueños el monótono y familiar zumbido de la campana de coro, que retumbaba allá en lo alto de la esbelta torre en la Santa Basílica. La Regenta.

Sábado, sábado, morena,
cayó el pajarillo, en trena
con grillos y con cadenas.......
Estaba la pájara pinta
a la sombra de un verde limón....
Estos cantares los oía en una plaza grande a las mujeres del pueblo que arrullaban a sus hijuelos... Y así se dormía ella también, figurándose que era la almohada el seno de su madre soñada y que realmente oía  aquellas canciones que sonaban dentro de su cerebro. Poco a poco se había acostumbrado a esto, a no tener mas placeres puros y tiernos que los de su imaginación. - ( La Regenta)

El Magistral conocía una especie de Vetusta subterránea: era la ciudad oculta de las conciencias. Conocía el interior de todas las casas importantes y de todas las almas que podían servirle para algo. Sagaz como ningún vetusteces, clérigo, o seglar, había sabido ir poco a poco atrayendo a su confesionario a los principales creyentes de la piadosa ciudad. Las damas de ciertas pretensiones habían llegado a considerar en el Magistral el único confesor de buen tono. Pero el escogía hijos e hijas de confesión. Tenía habilidad singular para desechar a los importunos sin desairarlos. Hasta de los morosos, que tardaban seis meses o un año en acudir al tribunal de la penitencia, recordaba la vida y flaquezas. Relacionaba las confesiones de unos con las de otros, y poco a poco había ido haciendo el plano espiritual de Vetusta, de Vetusta la noble; la desdeñaba a los plebeyos, si no eran ricos, poderosos, es decir, nobles a su manera. La Encimada era toda suya; la Colonia la iba conquistando poco a poco. Como los observatorios meteorológicos anuncian los ciclones, el Magistral hubiera podido anunciar muchas tempestades en Vetusta, dramas de familia, escándalos y aventuras de todo género. Sabía que la mujer devota, cuando no es muy discreta, al confesarse delata flaquezas de todos los suyos. Así el Magistral conocía los deslices, las manías, los vicios y hasta los crímenes a veces, de muchos señores vetustenses que no confesaban con él o no confesaban con nadie. (La Regenta) Clarín. 

En casa el Magistral era el señorito. Así le nombraba el ama delante de los criados y era el tratamiento que ellos le daban y tenían que darle. El era el Magistral de Vetusta, un cura del siglo diez y nueve, un carca, un oscurantista, un zángano de la colmena social, como decía Foja el usurero....Y al pensar esto, mirándose al espejo mientras se lavaba y peinaba. De Pas sonreía con amargura mitigada por el dejó de optimismo que le quedaba de sus reflexiones de poco antes. Estaba desnudo de medio cuerpo para arriba. El cuello robusto parecía más fuerte ahora por la tensión a que le obligaba la violencia  de la postura, al inclinarse sobre el lavabo de mármol blanco. Los brazos cubiertos de vello negro ensortijado, lo mismo que l pecho alto y fuerte, parecían de un atleta. El Magistral miraba con tristeza sus músculos de acero, de una fuerza inútil. Era muy blanco y fino de cutis, que una emoción cualquiera teñía de color rosa. Por consejo de don Robustiano, el médico, De Pas hacía gimnasia  con pesos de muchas libras, era un Hércules. ( La Regenta)

El café de la Paz era grande, frío; el gas amarillento y escaso parecía llenar de humo la atmósfera cargada con el de los cigarros y las cocinas, a la hora en que los dos amigos conferenciaban estaba desierto el salón, los mozos, de chaqueta negra y mandil blanco, dormitaban por los rincones. Un gato pardo iba y venía del mostrador a la mesa de don Santos, se le quedaba mirando  largo rato, pero convencido de que no decía más que disparates, bostezaba, y daba media vuelta. ( La Regenta)

El Magistral estaba pensando  que el cristal helado que oprimía su frente parecía un cuchillo que le iba cercenando los sesos; y pensaba además que su madre al meterle por la cabeza una sotana le había hecho tan desgraciado, tan miserable, que él era en el mundo lo único digno de lástima. La idea vulgar, falsa y grosera de comparar al clérigo con el eunuco se le fue metiendo también por el cerebro con la humedad del cristal helado. "Sí, él era como un eunuco enamorado un objeto  digno de risa, una cosa repugnante de puro ridícula. Su mujer, la Regenta, que era su mujer, su legítima mujer, no ante Dios, no ante los hombres, ante ellos dos, ante el sobre todo, ante su amor, ante su voluntad de hierro, ante todas las ternuras de su alma, La Regenta su hermana del alma, su mujer, su esposa, su humilde esposa.... le  había engañado, le había deshonrado, como otra mujer cualquiera; y él, que tenía sed de sangre, ansias de apretar el cuello al infame, de ahogarle entre sus brazos, seguro de poder hacerlo, seguro de vencerle, de pisarle, de patearle, de reducirle a cachos, a polvo, a viento, el atado por los pies con un trapo ignominioso, como un presidiario, como un cabra como un rocín libre en los prados, el, misérrimo cura, ludibrio de hombre disfrazado de anafrodisia, el tenía que callar, morderse la lengua, las manos, el alma, todo lo suyo. ( La Regenta)

Llegó a la capilla del Magistral y cerró con estrépito. Después de cerrar tuvo aprensión de haber oído algo allí dentro, pego el rostro a la verja y miró hacia el fondo de la capilla, escudriñando en la oscuridad. Debajo de la lámpara se le figuro ver una sombra mayor que otras veces..... Y entonces redobló la atención y oyó un rumor como un quejido débil como un suspiro. Abrió, entró y reconoció a la Regenta desmayada. Celedonio sintió un deseo miserable, una perversión de la perversión de su lascivia; y por gozar un placer extraño, o por probar si lo gozaba, inclinó el rostro asqueroso  sobre el de la Regenta y le besó los labios. Ana volvió a la vida rasgando las nieblas de un delirio que le causaba nauseas. Había creído sentir sobre la boca el vientre viscoso y frío de un sapo. La Regenta. 

En el Agua Papio, en la izquierda del Nalón, cerca de los límites de los concejos de San Martín y Laviana, en el lugar que ahora ocupan las escombreras de las minas de Rimoria, existían, hasta que fueron cubiertas por aquéllas, unas cuantas charcas o pequeñas lagunas sin comunicación con el río, salvo en alguna que otra riada, rodeadas de “llamarías” y plantas acuáticas propias de esos terrenos, como las espadañas. Los pozos, en los tiempos inmediatamente anteriores en los que fueron cegados, llevaban el nombre del dueño de la finca más inmediata, y así se sabe que uno era llamado el “pozo de Mero” y otro el “pozo Quilino”, y que éste el de mayor extensión de todos y que tendría unos 20 mts. de longitud y su anchura estaría entre los 10 y 5 mts; en cuanto a su profundidad, se decía que “cubría dos pértigues puestas una entiba de otra”.  Aunque el  agua de estas lagunas era limpia clara y buena, nadie se bañaba en ellas porque era creencia general que a cuatro de ellas, una era completamente redonda, “ que por la noche venín a bañase a elles judíos que habíen sido despachaos de per aquí y que esos judíos tenín rabo”.- Tal era el miedo que había, que hasta en pleno día, si se pasaba por el lugar por la caleya colindante, se hacía con temor y recelo, y nada digamos por la noche. Al llegar a El Agua Papio, al lado de los pozos donde se bañaban los judíos, en la caleta encontró unas madreñas y una luz y un poco más adelante a un hombre en el suelo, que a pesar de ser valiente, el temor a los judíos lo puso en tal estado.

  • ¿Qué te pasa?, le preguntó Andrés.
  • Ay, qué sustu llevé, contestó el otro, pos al salir de la mina vi una lluz que me vien persiguiendo i cuanto más apriesa afuxia yo, más corría ella i creyí que yera dalgún judíu que quería coyeme, i al pasar xunto a los pozos del Agua Papio, por poco muerro de mieu, pos sintí a los judíos chaflotar en el agua mientres se bañaben. 

Los pastores del conde de Tiraña 
El conde de Tiraña, aquel que cuando lo llevaban a sepultar a Oviedo al llegar a Peñacorbera una bandada de cuervos lo arrebató por los aires y lo precipitó al pozu Funeres, en Peña Mayor, aunque hay quien dice que lo que pasó en realidad fué que cansados sus porteadores de llevarlo a hombros, lo tiraron a una llamara existente en ese mismo lugar, a la que acudieron los cuervos a comerse la carroña, pues ese conde tenía mucho ganado al que apacentaban algunos de sus servidores. Dos de éstos que lo pastoreaban por Peña Mayor, cierto día se juntaron al borde del pozu Funeres a recoger avellanas que por allí había abundancia. Cuando ya llevaban largo rato en esa faena y tenían abundante fruto recogido, los pastores, que eran un muchacho y una joven, se pusieron a discutir cuál de los dos tenía más avellanas en sus zurrones de piel de cabra. - 
  • Yo tengo muches más, dijo la chavala.
  • - Al revés, soi yo el que más tién, le contestó la joven.
  • Pos el que menos tenga, que caiga al pozu,  exclamó la pastora, y en el mismo instante ésta se precipitó al fondo del abismo, ante los aterrados  ojos de su compañero. 












































































































































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