Somáo

Textos:
-Mitos.
-Nuberos.
-Ventolines.
-Lavanderas.
-Ayalgas.
-Hueste.


Dibujo de la Ilustración Gallega y Asturiana.

Somáo: Lugar de la parroquia de Muros del Nalón, pero perteneciente al concejo de Pravia. Se encuentra a 11,5 km de la capital municipal. Su caserío es disperso y  alternan las viviendas tradicionales con las villas palaciegas. Es uno de los pueblos más emblemáticos del concejo. Muchos de sus habitantes emigraron a América, sobre todo a Cuba, y a su regreso construyeron fabulosas residencias. Entre las casas indianas  destaca la casa casa de la Torre o casa amarilla, de 1912, coronada por una esbelta torrecilla angular, a imitación  de otra perteneciente al marqués de Muros,  obra de Manuel del Busto. Resaltan también La Casona, con un espectacular mausoleo estilo modernista; la casa de Doña Basilica, con gran escalinata y capilla panteón en el interior  de la finca y la Villa Radis, antiguo edificio reformado. -

Mitos: Aquellos seres imaginarios que, residuos heterogéneos sin duda de antiguas y dispersas religiones, pues tal como hoy los conocemos, no forman un sistema, han ejercido durante  largos siglos sobre el espíritu del pueblo misteriosa influencia, debilitada paulatinamente por los progresos de la civilización. 
Nuberos: Enanos deformes de tostado rostro, de lacio  y luengo cabello y de larguísimos brazos, que viven en casas de tierra sobre las altas cordilleras entre Asturias y Castilla colocadas. Vestidos de toscas pieles, cubierta la cabeza con negro sombrero, cuyas alas se semejan á las del cuervo, descienden tronando hacia los valles de la costa, en las entrañas de  las tempestades, de quienes son como el alma y la vida, disparando los rayos serpenteadores, embraveciendo el Océano con sus violentos resoplidos y desatando sobre la tierra los grandes aguaceros, mientras recogen en el saco de lienzo oscuro, pendiente de su cuello, los reptiles dañinos de los campos de los buenos labradores, para ir á derramarlos en las posesiones de los malos, juntamente con el destructor granizo. Cuando la tormenta se acerca relampagueando, amenazadora y tenebrosa, los vecinos de los pueblos acuden presurosos á tocar las campanas de las ermitas é iglesias para atolondrar don su inmenso clamoreo á los Nuberos, que desvanecidos al escuchar sus lúgubres prolongados ecos, caen sin fuerza de las nubes,  las cuales, privadas de su gobierno, se disipan al punto, convirtiéndose en delgada neblina. 
Ventolines: Especie de Nuberos pacíficos y bienhechores, cuya hermosa faz, solo han podido verla los niños, á quienes aduermen blandamente haciéndoles soñar paraísos, con cantares de inexplicable dulzura. Se columpian risueños  sobre la reverberante superficie del mar, en los variados celajes que acompañan el oriente y  el ocaso del astro del día, refrescan con  mansa lluvia el aridecido suelo en los veranos, y por la noche suelen traer á nuestra ventana el flébil susurro el postrer ¡Adiós! de la persona querida que fallece lejos de nosotros.

Las Lavanderas: viejas de rosto enjuto y arrugado, de cabellera semejante a un randal de espuma, de voz sorda como el ruído de la cascada, y de mirar duro y esquivo, que habitan orillas de los ríos,  en cavidades de antiquísimos castaños, siempre respetadas por el rayo y torbellino de los Nuberos, ó entre la espuma de las grandes cascadas.
Cuando los ríos, saliendo de madre, inundan los valles, arrasan los campos y confunden en su irresistible corriente casas y ganados, árboles y puentes, ellas, con regocijo salvaje, se mecen envueltas en túnicas de color de lejía, sobre la superficie de las alborotadas olas, agitando sus blancos lienzos y haciéndolas resonar con sus cóncavas palas. En cambio, si algún bosque o solitario edificio es teatro de voraz incendio, acuden presurosos e invisibles, como ráfagas de viento, á apagar las llamas y salvar á los niños y á los ancianos próximos a perecer en ellas.
Son las Xanas bellísimas, aunque de proporciones muy diminutas, y, en su mirar, fascinadoras. Habitan bajo las fuentes, en amenas grutas, donde se ocupan todo el año en tejer madejas de oro, tendiendo allí encantados, como ellas lo están, niños, damas, caballeros, y sobre todo moros, objetos de sus celos ó de sus venganzas, pues su malignidad compite con su hermosura. A esto, aluden aquellos galanos versos del romance. Los enamorados de la aldea, 
Desque te vi aquella noche
A la lluz de la llumbrada, 
Embelesu de los mozos 
Y la flor de la esfoyaza, 
Co les sartes de corales, 
Co la melena rizada, 
Y la cintura ceñida
De la cotilla floriada, 
Tuviérate de la fuente 
Por la misteriosa Xana
Para guardar los tesoros
D´algún moru allí encantada.
En la hora del crepúsculo matutino, cuando se anuncia un día sereno, salen las Xanas de sus recónditas moradas y vagan ligeras como el céfiro, ya por las verdes arboledas del contorno, ya por los altísimos  picos de las vecinas montañas, tendidos al viento sus finos cadejos, ocultándose precipitadamente apenas las hieres el primer rayo del sol naciente. En las mañanas de San Juan, así que el lucero del alba raya en el Oriente, brotan en coro de su cristalino manantial, y coronadas de blancas rosas bailan la giraldilla, en torno a la Xana mayor, que, superior a todas en estatura y belleza, las contempla quieta y risueña, cantando á par  de ellas el nacimiento de la flor del agua, El logro de la tal flor que, blanca como la nieve, flota sobre la superficie del agua, es durante todo el año el sueño de las doncellas y mancebos de la aldea. Por ella enguirnaldan la fuente la víspera con vistosos ramos. 
Las Ayalgas. Mujeres encantadas que custodian fabulosas riquezas en sus incógnitos palacios, cuyo acceso impiden cuélebres, escondidos entre las zarzosas ruinas de vetusto solitario torreón ó en el fondo de simas cubiertas de matorrales y llenas de extraños ruídos. Allí suspiran de continuo por la libertad, perdida en castigo de sus faltas; allí tienen su purgatorio, poseídas de perenne tristeza, en medio del esplendor y magnificencia que en todo y por todas partes las rodea. Una cinta de flores azules ciñe su delgado talle, una corona de mustias violetas su pálida frente. 
La noche de San Juan es la noche de sus esperanzas, pues en ella se aletargan los misteriosos cuélebres, dejándolas recordar á los hombres que están cautivas, por medio de fosfóricas llamas que brotan á la entrada de sus grutas. ¡Dichoso el que logra divisar alguna de aquellas lucecitas, acercarse á ella y aplicarle una pequeña rama de verde sauce!
Brujas: En la noche de San Bartolomé, giran alrededor de los viejos castaños, golpeándolos con la acecinada espada; que, si el cura al concluir la misa, deja abierto el misal al lado del Evangelio, no pueden salir de la iglesia, quedando como pegadas al suelo, y que con solo su presencia hacen saltar, convertido en menudos fragmentos, al huevo que está asándose cabe el fuego de la cocina donde por ventura entran.
La Hueste, Huestia ó Huéstiga, Llámase así  una procesión de fantasmas blanquecinos, impalpables, aunque no invisibles, que salen del atrio de la iglesia á altas horas de la noche, llevando en sus manos velas verdes de trémulo fulgor y rezando con voz apagada las oraciones de los moribundos. Cuatro de ellos, colocados en el centro, conducen sobre sus hombros unas andas descubiertas que contienen informe bulto, el cual va tomando poco á poco aspecto humano, inerte y lívido, hasta llegar a ser fiel imagen del infeliz que espira, en torno de cuya casa dan tres vueltas pausada y silenciosamente. Al terminar la última, rompen en vago sollozar y las velas se apagan. ¡El enfermo ha dejado de existir! A esta procesión se refieren los siguientes versos de un poeta asturiano muerto en la flor de su edad. 
Vi mil sombras vagar en lontananza
Y vilas ocultarse de repente
No sé si fue verdad ó semejanza
De lúgubres ideas de mi mente:
Lo que puedo decir(¡dígalo yerto)!
Volvieron á cruzar salmos cantando, 
Cubiertas de espantosa cabellera;
Seguíanlas tambien otras rezando
En torno de sombra calavera;
Por fin iba un anciano meditando
De anchuroso ropaje y faz austera; 
En una iglesia abandonada entraron, 
Y tras de ellos las puertas se cerraron. 
Los címbalos, moviéndose impelidos
Por mano aérea, trémulos plañeron
Sus alas con fatídicos graznidos
Hórridos cuervos en redor batieron, 
Lanzó el perro dolientes aullidos,
Las fúnebres plegarias se extinguieron, 
Y quedé - alma y sentidos concentrando,-
Aquel terrible arcano meditando.
Gumersindo Laverde y Ruiz de Lamadrid.
La Ilustración Gallega y Asturiana. Tomo I. Año 1879.-

























































































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