Ríofabar (Piloña)










Textos:
-El Naranjo de Bulnes. Fontán de Negrín.
-Los hombres y el paisaje. Pedro Pidal.
-Leyenda de Fabio Orduño.
-Boda en Porcello.
-Sueñu que ye vida.







Riofabar es una aldea del concejo de Piloña, situada a 325 m de altitud. Conserva algún ejemplo de arquitectura tradicional, y una capilla dedicada a San Tirso. Desde esta aldea se accede al área recreativa de La Pesanca, siendo punto de partida de diversas rutas: foz de Moñacos, pico Vízcares, peña Castiellu………-

El Naranjo de Bulnes 

De vuelta a Asturias, llamé a Gregorio el Cainejo (habitante de Caín, que es el Bulnes de los Picos de Europa por el lado de Castilla), para hablarle de mi persistencia en estudiar de cerca el Naranjo. 
Gregorio es el hombre fornido, cazador eterno de robeznos, que vive en la peña mientras las nieves no le arrojan al valle; sus pies descalzos  agarran como ventosas en las cornisas  inclinadas de los acantilados infinitos que cuelgan sobre los precipicios de los Picos de Europa: desaloja al robezo de sus más inexpugnables torres, y lo mismo duerme al pie de un ventisquero que corre a cobrar  un animal al fondo del abismo. Gregorio era el hombre que me convenía.
El 4 de agosto de 1904 dormimos Gregorio  y yo al par de unas cabras, al acabar la canal de Camburero. Salimos al amanecer en dirección al Naranjo, y a las ocho de la mañana habíamos almorzado ya junto a una fuente que nace en las estribaciones mismas del  coloso. Habíamos llegado al Pico de Orriellos, como también por otro nombre le llaman. Por el Norte,  y conforme nos íbamos acercando, lo fuimos estudiando, con la perfecta claridad que lo permitían nuestros Zeiss prismáticos.
Esa vertiente Norte, única sobre las que nos cabían dudas en cuanto a su inaccesibilidad, es muy sencilla: un descanso o saliente de la peña en el primer tercio inferior de la misma, y dos grietas verticales hasta la cúspide.  Examinadas  bien estas grietas con los anteojos, comprendimos, desde luego que una de ellas, la de la derecha, era absolutamente  impracticable.  ¿Lo sería también la otra?. He aquí un juicio que no podíamos emitir desde luego; la teníamos demasiado lejos, dada su altura, y tan sólo podríamos formarnos uno aproximado desde su arranque, es decir, desde el descanso o saliente del primer tercio  inferior de la torre. Pero, ¿podríamos llegar a él?. Había que intentarlo. De este modo  la ascensión, sí era posible, se componía de dos partes: primera, a la grieta y segunda por la grieta.  


El Naranjo de Bulnes 
Fortalecidos por el almuerzo, nos pusimos de nuevo en marcha, no sin haber  observado antes la imposibilidad en que nos encontrábamos de alcanzar directamente el saliente, descanso o casi comienzo de la grieta por el Oeste,dado que lo teníamos  todo completamente cortado a pico. Atravesamos entonces la base del Norte del Naranjo para alcanzar  el principio de las grietas por el Este, y una hora, aproximadamente,  llegamos a un punto en que tuvimos que dejar los morrales, los anteojos y los palos, todo menos la cuerda, para marchar por el mayor desembarazo posible. Gregorio se descalzó  y yo ajusté de nuevo mis sólidas alpargatas.
¿Qué teníamos delante de nosotros? La serie de llambrias y la llambrialina.
Llambría -dice el Diccionario de La Lengua- es “parte de una peña que forma un plano muy inclinado y difícil de pasar……”- Llambralina, llaman los montañeses a una llambria muy estrecha, muy lisa,  muy inclinada y sin agarradero  alguno vertiendo sobre el precipicio. Excuso decir  que a mí, a pesar de tener alguna experiencia de la roca, todo me parecían llambrialinas, y que ordené a Gregorio formalmente no pasar adelante en cuanto llegásemos al verdadero  peligro, a la temeridad, pues yo guardaba cierto interés por mi pellejo, y no lo tenía menor por el de mi amigo, noble, leal, y además, padre, como yo, de familia.
Partió Gregorio solo a explorar  el terreno, mientras yo permanecía  sentado contemplándolo, y lo vi agarrarse con los dedos crispados, deslizarse,  alejarse poco a poco, y por último, perderse de vista detrás  de las llambrias. Un cuarto de hora,  que me pareció un siglo, tardó en aparecer de nuevo y gritar que lo que veía  (aún no era la grieta) no le parecía “tan malo”.

El Naranjo de Bulnes

Saltó mi corazón de gusto, y echándome la cuerda a la espalda, la emprendí  con todo el seso del mundo a lo largo de las llambrias. Mis alpargatas ajustadas agarraban como pez en aquella roca, y donde enganchaban mis dedos parecía estar completamente seguro.Gregorio  presenciaba  mis operaciones desde el otro lado y me indicaba sus pasos. En esto llegué a la llambralina,  y allí me detuve un poco a  considerarla de cerca y familiarizarme  con lo que hasta entonces no había  visto parecido; pues ni la cornisa  ni el precipicio me proporcionaron  nunca ese recelo particular que me ocasionaba el pulimento absoluto de la roca, que no parecía sino que le habían  dado con papel de esmeril y lustre encima. ¡Tal es el poder constante de las aguas! El Cainejo  que gritaba que me descalzase, pero yo tenía  más confianza en mis alpargatas  especiales de la calle de la Salud.
Avanzando un pie para ver cómo cogía la alpargata, hasta afianzarme,  y luego el otro, con exquisito cuidado, y ambas manos hacia la derecha para  disminuir el peso, logré pasar los tres o cuatro metros de llambrialina. Cuando llegué a Gregorio le di una palmada en el hombro, significándole  mi contento y mi seguridad, y después  de tres o cuatro malos pasos,  llegamos al descanso.
¡Qué mirada de contento nos echamos   en este primer triunfo de nuestro empeño! Cuando mirando hacia abajo veíamos el  sitio donde habíamos almorzado, nos sorprendió   sobremanera lo alto que nos encontrábamos en relación a lo bajo  que nos parecía  estar el descanso en comparación con lo que faltaba todavía para llegar  a la cumbre. Echamos  la vista al cielo  y sólo vimos una parte de la grieta; la otra, la tapaban las nubes.  Retroceder  en aquel caso hubiera sido cobardía manifiesta. “¡Arriba, hasta donde podamos, Gregorio -le dije, y no  piense en mí, que yo llevo seguridad completa! ¡Adelante!...........
 Ludovic Fontán de Negrín.  (s. XIX). Asturias vista por viajeros. Tomo II.-

Roberto Frassinelli
Vino a España en la época feliz para anticuarios y bibliófilos  en que los tesoros de la desamortización se malbarataban en las ferias y baratillos; y en la pintoresca aldea de Corao, cerca de Santa Eulalia de Abania, donde estuvo el sepulcro del Rey Pelayo, a corta distancia de Covadonga, sentó sus reales, creando una casa modesta, con gran jardín primorosamente cultivado. Pero su verdadero teatro eran los Picos de Europa: Peña Santa, la Canal de Trea, los gigantescos Urrieles asturianos. En las montañas se perdía  meses enteros,  llevando por todo ajuar un zurrón con harina de maíz y una lata para tostarlo al fuego de la hierba seca, su carabina y sus cartuchos. Bebía el agua en la palma de la mano; carne, sólo la de rebeco,  que abatía al certero disparo de su escopeta,  y cuya asadura tostaba sobre la misma lata al fuego. 



Roberto Frassinelli
Dormía entre las últimas matas de enebro que avecinan  la región de las peñas y las nieves; se bañaba al amanecer en los solitarios lagos de la montaña, y, al recogerse, después de una penosa ascensión a los altos picos, se refrescaba volcándose desnudo sobre la nieve.  En las noches de luna, trasladaba a su cartapacio los fantásticos picachos de caliza; los jirones desgarrados de la niebla; los ventisqueros  perdidos entre las rocas; el águila erguida sobre un colosal peñasco; el rebeco  en prodigioso equilibrio sobre la cortante arista de la cumbre.


Roberto Frassinelli
“Yo cacé con él -dice don Alejandro Pidal- en aquella agreste y salvaje comarca. Con él subí a las enriscadas majadas de Ario, a la difícil ascensión de Torre Santa; juntos descendimos por los peligrosos abismos  por donde corre el espumoso Cares; yo le vi atravesar impávido los ventisqueros, arrastrándose tranquilo por las verticales pendientes de las simas, agarrándose a las rugosidades de las peñas, a la endurecida nieve petrificada de las umbrías.  De noche nos guarecíamos en una miserable cabaña, sin más abrigo y poco más espacio  que el de una hoguera, a cuyo alrededor nos agrupábamos; sin víveres apenas, pues no consentía mucha carga el género de nuestra expedición investigadora.”


Roberto Frassinelli
Era, en efecto, un hombre muy original el “alemán de Corao”, como le llamaban los montañeses; un extranjero enamorado de las grandiosa naturaleza asturiana; amigo íntimo de aquellos torreones de piedra; de aquellos bosques impenetrables; de aquellos lagos solitarios; de aquella región inaccesible a todo ánimo temeroso, a toda planta insegura, a todo espíritu no tocado del amor irresistible a lo infinito que embargaba al gran compañero Roberto Frassinelli. Picos de Europa. Contribución al estudio de las montañas españolas. Pedro Pidal (Marqués de Villaviciosa de Asturias) y José F. Zabala.-

Los hombres y el paisaje
Cuando penetres en la primera calleja de una aldea, pronto verás que las cosas no son tal y como las ha contado el poeta; ¡qué impresión de sobriedad grabarán en tu alma estas casucas bajas y oscuras, apretadas las unas a las otras para mejor protegerse del frío y de los vendavales invernizos! Más sobrios te parecerán  aún estos severos montaraces, cuya expresión de fatigados luchadores no suele desaparecer  con frecuencia bajo el relámpago de una sonrisa. No te extrañe su hermetismo, que ellos llevan  una existencia dura, de combate constante, como todo el que vive y vegeta a estas alturas; que el destino de estos hombres no difiere en mucho del de estas hayas, aferradas  con sólidas raigambres a la roqueda para alimentarse de esta tierra pobre  y misérrima. Como ellas, viven unidos, fuertemente unidos; a veces, formando cada aldea con una sola familia; y viven también como ellas;  con la robustez necesaria  para soportar el peso de tanta nieve, y viven, viven….. hasta que una tempestad las tronza o una avalancha las sepulta. A veces, unos y otras mueren en la vejez, lentamente, cuando se apaga la débil llamarada de su vida….. y nadie se apercibe que hay un árbol menos en el bosque  o una cruz más en el cementerio.


Los hombres y el paisaje

Aquí, en las alturas, el estío es breve; el resto del año es invierno. El montaraz que no ha emigrado, guarda con resignación, encerrado entre los débiles muros de su vivienda, a que el padre Sol  derrita en la estiada las nieves que le bloquearon, y en ese brevísimo tiempo habrá de hacer la recolección de su cosecha, sin  que entre ellos  resplandezca la alegría que en la llanada produce el momento en que el hombre  que en el campo trabaja recoge el fruto  con que la madre Tierra le recompensa.
Entre las misérrimas viviendas se alza la iglesia. Poco difiere de aquéllas en humildad y en pobreza la casa de Dios; sólo las supera  en altura,  la del mezquino campanario, que pregona las tristezas  o las alegrías de estos seres olvidados del resto de la Humanidad. Si entras en la reducida iglesia, verás  a hombres y mujeres escuchar con el fervor de una fe bien arraigada  ls palabras con que un ministro del Señor anatemiza a los humanos, amenazándoles  con el castigo implacable de los Cielos en pago de sus pecados. ….. Y tal vez,  en el entretanto,  llegará desde afuera el horrísono estampido de la avalancha o la bárbara música de la tormenta….. y el anciano sacerdote exhortará  a estos resignados  al menosprecio de las riquezas  de la tierra  y de las pompas mundanales…… ¡a los míseros que jamás lograron  gustar de una gran alegría y que sólo poseen  un palmo de pradera o un menguado rebaño de ovejas  o de cabras!….


Los hombres y el paisaje 
Forzoso es recordar el menosprecio con que algunos viajeros han hablado en sus escritos de estos humildes montaraces. Uno hay, sobre todo,,  que merecía una enérgica réplica, si no creyéramos que basta el desprecio de ni aun mencionar su nombre en las páginas de este libro. Sabe, lector, para tu orgullo, que no nació al amparo de nuestro cielo. Tierra de brumas  y de fríos  la suya, no es de extrañar  que el corazón se petrifique y no sea la serenidad de juicio, ya que no la indulgencia por estos seres  abandonados, lo que resplandezca en sus presuntuosos  recuerdos de viaje. La fatiga de su labor les prepara un sueño libre de pesadillas y visiones extrañas. Una religión adaptada a la simplicidad de sus costumbres, les permite esperar y resignarse.  Poca cosa basta para hacer feliz a quien no tiene ambiciones. Su pobreza no es deshonrosa, no es la miseria del mendigo, ni aun la de muchos obreros de las grandes ciudades. Viven de un cambio de productos, como los pueblos antiguos, sin que la moneda  sea precisa para sus transacciones. La más absoluta sobriedad guía todos sus actos, porque un cielo riguroso y un sol mezquino les aseguran lo necesario, pero no lo superfluo.


Los hombres y el paisaje 
Y, a pesar de lo ingrata que es la Naturaleza con ellos,  aman de todo corazón este pedazo de tierra que los vio nacer y el estrecho horizonte  que circunscriben  las altas cumbres, y, bajo el breve trozo de cielo y en la entrada de aquella tierra, ellos quieren que su carne se pudra cuando él último sueño cierre sus párpados…. Y si el ansia de otra vida más amplia les arrastra a la emigración, ni un sólo instante dejan de añorar sus montañas queridas, y la nostalgia, la morriña,  muerde en su corazón con los acerados  dientes del recuerdo.
Viviendo en plena Naturaleza, en lo más arisco y salvaje del territorio español, bloqueado por la nieve durante seis o siete meses, y en plena montaña, cuidando sus ganados o haciendo acopio de hierba en el resto del año, las gentes de los Picos de Europa encuentran en la caza, en esta caza heroica del rebeco, el deleite mayor para su espíritu aventurero y audaz. En cualquiera de vuestros viajes por estas aldeas perdidas en la montaña, encontraréis fornidos montañeses, a quienes la admiración popular ha rodeado de una aureola de héroes por sus proezas en la caza del oso o algún episodio  de su vida montaraz, que en revelaron su valentía y su serenidad ante el peligro. Todos los años y en todos los bosques de la comarca, verifícanse emocionantes cacerías, y muchos son los que pueden enseñar  con varonil orgullo la huella que en su cuerpo  dejó el bárbaro zarpazo de las fieras de estas selvas.


Los hombres y el paisaje 
Si en los valles que rodean a los Picos de Europa, por su abundancia de bosques, la caza de los rebecos, en cambio, ha de realizarse en el mismo corazón de la montaña; por eso las comarcas de Caín y Cabrales tienen fama de contar entre sus hijos los mejores trepadores  de rocas y los más decididos cazadores de rebecos. Los de Caín, sobre todo, gozan en todos los Picos de Europa de esta merecida reputación. Don Alejandro Pidal, gran conocedor que fue de estas montañas, entre cuyas rocas buscaba el descanso a que su labor de político y escritor se hacía acreedora, refiere de estos episodios, que retratan el valor de los cainejos  y su osadía y casi temeridad en la caza del rebeco.
-Ahí, sólo esos demonios de cainejos  pueden cazar, que se pegan como moscas a las peñas- nos contestó el pastor- . Son de Caín,  de un pueblo colgado ahí abajo, adonde no se puede entrar ni salir, y donde todos viven de la caza…. Ahí los tenéis -añadió, señalándome las más tajadas aristas  de un insondable precipicio. Seguí con los ojos el tosco cayado del pastor, y se me heló la sangre en las venas. Un ser, una figura humana, acababa de aparecer en medio de la arista  de una encumbradísima peña cortada a pico, sin que se pudiera comprender cómo humanamente podía sostenerse allí, en aquella luciente y bruñida vertical, colgada sobre un abismo. Un grito salvaje, ronco, resonó de las concavidades del hoyo. Un peñasco ciclópeo, sacado de su secular equilibrio por el brazo poderoso del cainejo, cayó, no rodó, por la pendiente, y chocando contra la punta de las peñas ensordeció el valle entero. Los rebecos, que se refrescaban, acostados, en las grandes manchas de nieve, se pusieron en pie,  irguieron las cabezas, adornadas con los airosos cuernecillos, y el poderoso macho que los capitaneaba,  lanzando un penetrante grito, se lanzó al galope, seguido de toda  la manada, por las escabrosidades de las peñas.



Los hombres y el paisaje 
No tardamos en oír una detonación, y entre el humo producido por el disparo, vimos levantarse de una peña, suspendida en el borde del desfiladero, a otro cainejo, que, corriendo tras del rebeco despeñado le alcanzó, le remató y le degolló, y aplicando sus labios a la herida, bebió largamente y con delicia la caliente sangre del gallardo habitante de los precipicios.
Desde entonces, en todas mis expediciones a la montaña, me he hecho acompañar por los cainejos. Al poderoso brazo de uno de ellos debo el poder contar lo que ahora escribo; no hubiese sido posible, sin su ayuda, aquella vertiginosa  bajada que  desde el más alto de los Picos de Cornión emprendimos, huyendo de la tormenta que amenazaba envolvernos  en lo más peligroso de las montañas, hasta vislumbrar  a media noche la luz que arde  perpetuamente en la sagrada cueva de Nuestra Señora de Covadonga.
Acompañábanme  en aquella expedición el célebre canónigo de Covadonga don Máximo y Roberto Frassinelli. Aun me estoy viendo, después de seis mortales horas de bajada a plomo, primero  por las peñas y luego arrastrándonos  por las nunca pacidas ni segadas hierbas de la Cabritera, y, por último, suspendidos de los árboles que brotan en aquellas paredes, paralelos al suelo, agotar el pequeño depósito de una fuente, alimentado por un tenue hilillo de agua.


Los hombres y el paisaje 
¡Terrible momento! Uno de nuestros compañeros, el guía Ruperto, de Caín, suspendido a muchos cientos de metros de altura del cañón de su carabina, que había introducido en el agujero de una lisa e interminable pared de peña, para alcanzar con los pies una imperceptible cornisa, convencido de la inutilidad de sus esfuerzos, luchaba en vano por retroceder.
¡Qué instante de angustia! ….. Mientras nosotros, más seguros sobre nuestros pies destrozados, contemplábamos, aterrados,  aquella escena, oíamos a don Máximo pronunciar las sagradas palabras de la absolución in articulo mortis, mientras su mano, abandonando la escopeta, trazaba el signo redentor en los aires. Como si Dios hubiese reanimado sus fuerzas, Ruperto hizo un esfuerzo desesperado y supremo, y consiguió izarse nuevamente sobre los pies  en la cornisa abandonada… Momentos después corría como si tal cosa por las asperezas apenas salientes de la tajada peña, estimulado por nuestros aplausos y nuestras voces de alegría.”
Picos de Europa. Contribución al estudio de las montañas españolas.  Pedro Pidal (Marqués de Villaviciosa de Asturias ) y José F. Zabala.-

Leyenda de Fabio Orduño
I
Fabio Orduño era brioso,
e valiente capataz; 
osos et zorros cazaba 
jabalíes e aínda mas.
II
Pero facer devotiones 
eso non fizo jamás, 
nin rezar as litanías,
nin los santos adorar.
III
Nin reliquias nin medallas 
nunca as quiso  allevar.
Antaño vivió en Galicia
e en Asturias aínda más.
IV
Galán era, el rozagante, 
bien fornido, assaz capaz.
Queríanle las marusas
mas él, mentido e falaz,
a todas prometió amor
por mas bien as engañar!
V
Nunca fincó en Cova Donga
os inojos  al altar
nin quiso a la virgen santa 
sus cazas  encomendar.
VI
A la muy santa medalla,
que pudiera le librar 
faz á faz contra as garras
del oso que ha de cazar,
non quiso dalla credenzia 
nin sabió non la burlar!
VII
Ma, por fin allegó el día 
en que, por o castigar,
fízose o  diablo oso pardo
e metióse a montañear
en tanto que Fabio Orduño
metíase á le buscar!
VIII
Ambos vienen  en os brazos!
Fabio Orduño, o fier rapaz,
acométele atrevido;
ma o diablo, con grand disfraz,
fínjese cuasi en a morte,
por le mas bien  engañar.
IX
Pobre Fabio! Pobre Orduño!
¿Por qué non sabes rezar?
¿Por qué sin a santa imágen 
aventúraste á luchar
contra o demonio fecho oso
que te quier descabezar?
X
Ya se ruedau  en a terra!
Ya se facen rebolcar!
Ay! Que Orduño é corpo morto,
sin cabeza  e calcañar!
XI
Comióse entrambos o diablo
que ningun pudo matar!
E quando aquesto ovo fecho
Despareció do logar!….
XII
E bajose á os infernos
para volver á bramar 
quando cazadores de osos 
sin medalle osen cazar.
XIII
Que quier Dios  que á sua madre
de Cova Donga á pregar
vagan os buenos cristianos
antes de andarse á folgar.-

Boda ´n Porceyo
En´a Ilesia de Porceyo
que repiquen les campanes;
el cueteru de Xixón
que arrestalle les xiraldes;
el tambor de l´Abadía 
y de Llantones les gaites,
que toquen la nupcial  marcha 
co los punteros y el parche.
Alegraivos, mociquines
solteres, pos hoy se casen
dos chavalinos muy curros 
que ha tiempu se cortexaben:
ella, Sunción de Miguel 
y Telva, que son sos padres,
con un  mozu gallasperu,
Lucianín el de Pinzales,
fíu del Jefe la Estación.
¡Qué bona parexa facen,
Suncia y Luciano!…. ¡Miráilos!
La envidia de les chavales
casaderes son los novios,
cuando de la Ilesia salen 
de cha-ios  les bendiciones,
bien xuncidos pe les manes.
Quien a bon árbol s´arrima,
güena sombra, ya se sabe,
lu  acobija; pos Luciano
char supo ´l güeyo, ¡carape!
El ye pa todo amañosu:
desde Xixón a Pinzales,
non atopó ´ntuavía 
quien i ponga ´l pie delantre;
lo mesmo desguarnia ´n coche 
si empapiellen les rodaxes,
hasta topar con ´el quiz,
como ´ndereza les llantes
de una moto o de una bici 
cuando i fallen los pedales;
sabe arreglar un llaviegu
y cabruñar les gadañes,
igual siega ´n prao de yerba,
com´ inxerta los pomares.
O sea qu´isti Lucianín,
fíu del Jefe de Pinzales, 
y´ un combién pa quien lu lleve;
¡recorcio ´n diela, mecachis!…..
Telva y Miguel, con tal xenro,
ye pa descuajarindase.
Los suegros tienen cebera
pa todu el añu bastante;
¿non los véis que tan llocíos, 
gordos y  tienros que plasmen?
Non falta maiz ´n el horriu,
nin ´na  panera patates,
fabes de la granja  y pintes,
güevos de pita  y moscancies;
na masera pan de trigo,
la boroña  y les castañes,
mantega, cuayada y quesu,
y miel d´abeya nes xarres.
¡Qué xatos y qué nuvielles
n´el corral! ¡Qué hermoses vaques
con tetos como chorizos
pa dar lleche por ferrades!
¡Qué gochos tan bien cebaos!
Tierres de llabranza y güertos,
bosques, praderes, figares; 
cases propies e´na villa
que guapes rentes i os valen; 
bien fornida la corexa
tienenla ya y  tan tirante,
Telva y Miguel, que ´l pelleyu
de la saca ´n que lo guarden,
cualsiquier día arrevienta 
pe la carretera alantre.
……..¡Ixuxú!…. grita i conmigo:
¡Vivan los novios, carape!….
Antología del Bable. Tomo II.-

Sueñu que ye vida.
Pa ´l que non tien sosiegu
Y avalla  en ´es llabores
Desque Dios  unvia el día
Fasta que vien la noche,
Paéz el xergón, de fueya,
De plumes de palombes.
Pero entavía más blandu
Pa mozos ye y pa moces
Qu´, al chase ´l alma alcuentren 
Enllena de perdones
De romeríes sin cuhetes,
Sin gaites nin tambores.
¿Qé reina habrá  endayuri
Qu´el catre d´ella atope,
Anque lu encurrumpine
Con llana ó con pilote,
Más blandu, más mullíu
Qu´aquel xergón en onde
Espurri ´l cuerpu Pina
Dempués de ver  dos hores 
Al mozu galantiante
Con el que ta en sos glories?
Sallando ´l maizucu
Qu´á dar panoyes roxes,
Quiciás porqu´al so pelu
Semeyen les panoyes,
Enteru coló ´l día,
Y, ansina que foi noche
Pintó Llope en so casa
Y al pie del llar sentóse.
El gozu de la neña
Al velu non se esconde,
Qu´lluz  sal pe los güeyos
Y pe la cara en roses.
Los vieyos,  n´utru escaño,
Esclúquenlos y emboben, 
Falen algo, empapiellen……..
Callen, pigazen, ronquen…….
Entrambos, Llope y Pina,
A cuentu traen cien coples,
Marmullen polo baxo,
Riyendo faen que roñen,
Embúrriense, y con plizcos
Aforren  les razones.
El mozu co ´l so palu
Fai mil ribilicoques
En ´a ceniza; y ella
Pa non tener ucioses 
Les manes, un tarucu
Esbilla, menia ´l pote,
Inflando los papinos
Asopla, los tizones
Compón, y si ye el casu,
Faltando-y otres coses,
Co ´l  mandilucu enrieda
Que va encoyendo en llórcies.
Dacuando blinca ´l gatu
Llambión, enriba pónsei;
Y si ella lu afalaga,
También el mozu  entóncenes 
Fai esbarriar  pel llombu
Sos manes pecaores.
El gatu entiesa el rabu,
Miaga les gracies, dóblase,
Fasta que diz la neña
(Al gatu  non, al home
Que ta mirando en tientes)…..
-¡”Cudiao non t´enquivoques!”
El tiempu cuerre; el mozu
Andando á trompicones,
Pos pa marchar les pates 
Alcuentra perezoses, 
Camín va de la puerte
Y aspera qu´allí emboque
Co ´l so candil la neña
Que ye sol de los soles.
Acasu ella lu ameche, 
Acasu saín i sobre, 
Acasu co´ les manes
Tamién ella lu arrodie;
Pero ´l candil acasu
Al viento i diz que asople,
O él solu acasu apágase 
O apágalu  el demontres.
Lo cierto ye qu´á escures,
Sin lluz y hasta sin mosques,
-“Adiós, diz Llope á Pina,
Y, adiós, diz Pina á Llope.

Sueñu que ye vida.
………..
La neña va pa ´l cuartu
Y al ventanucu asómase…..
¡Qu´azuliquín  el cielu,
Qué guapu ´l valle,  ´l monte!
La lluna enriba  atendi,
Abaxo ´l ruidu óyese
Que sobre los guixarros
De Llope faen les broques….
La neña  zarramica 
Anque ´n mirar s´enfote,
Y, en sin querer, de sueñu


La cabecina dóblasei….
Ya entorna la ventana,
Ya queda Pina á soles,
Ya con entrambes manes
Que lleva ´l cocorote,
(Miéntres el senu alzáu
Más fachendosu ponse),
Desata los corales, 
Qu´al piscuecín  s´enrosquen;
Ya…. pero abasta, abasta,
Pos tantes relaciones
Son pa naguar la cuenta 
Y al más pintau amorien.
Direvos  qu´en un verbo
La neña desvistióse
Y, mientras marmullaba
Dalgunos paternostres, 
Con ixuxús  el mozu
Arroxidando lloñe,
La devoción acasu
Quitábai á la probe.
Direvos qu´al echase 
La neña sonriyóse;
Que ´n  menos d´un menutu
El sueñu entroi de golpe; 
Y aquella sonrisina,
Sin esnalar com´otres,
Quedóse enriba  ´l ñeru
De perles y amapoles.
Félix de Aramburu y Zuloaga.-
 











































































































































































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