Bermiego (Quirós)

Textos:
-La imperfecta casada.
-El mozu y el criáu.
-Pachu.


Bermiego, a 700 m de altitud en la falda de la Sierra del Aramo, es un museo vivo, con su primitiva distribución urbana, su rico patrimonio etnográfico (32 hórreos y paneras, fuentes molinos…)  Destaca la decoración de sus hórreos,  el tieso milenario y el Rebollo, impresionante roble junto a la capilla de la Virgen del Carmen.  El Tejo de Bermiego es un magnífico ejemplar de tejo, árbol sagrado de los satures,  situado a las afueras del pueblo , en un paraje desde el que se domina todo el valle de Quirós.  De gran envergadura, 15 m. Este ejemplar es considerado el más antiguo de Europa.  Los molinos de agua comenzaron a cubrir Asturias en los siglos XI y XII, con la extensión de los ingenios hidráulicos.  Pero la llegada del maiz a comienzos del siglo XVII convierte la industria molinera  en un recurso imprescindible. Los molinos  pequeños de un solo rodezno  son los más comunes en Asturias, y están ubicados  junto a riachuelos con cierto desnivel.  
La imperfecta casada
Mariquita Varela, casta esposa de Fernando Osorio, notaba que de algún tiempo a aquella parte se iba haciendo una sabia sin haber puesto en ello empeño, ni pensado en sacarle  jugo de ninguna especie a la sabiduría.  Era el caso que, desde que los chicos mayores, Fernando y Mariano,  se habían hecho  unos hombrecitos  y se acostaban solos y pasaban gran parte del día en el colegio, a ella le sobraba mucho tiempo, después de cumplir todos sus deberes, para aburrirse de lo lindo;  y por no estarse  mano sobre mano,  pensando mal de su marido ausente,  sólo ocupada en el prurito de leer y más leer, cosa en ella tan nueva, que al principio le hacía gracia por lo rara.  Leía cualquier cosa.  Primero la emprendió con la librería del oficio de su esposo,  que era médico; pero pronto se cansó del espanto,  de los horrores  que consiente el padecer  humano, y mucho más  de los escándalos técnicos, muchos de ellos pintados a lo vivo en grandes láminas  que a la biblioteca de Osorio  era rico museo. Tomó por otro lado,  y leyó literatura, moral, filosofía, y vino a comprender, como en resumen,  que del mucho leer se sacaba una vaga tristeza  entre voluptuosa  y resignada; pero algo que era menos horroroso que la contemplación de los dolores humanos,  materiales, de los libros médicos.  Llegó a encontrar repetidas muestras de literatura cristiana, edificante; y allí se detuvo  con ahínco  y empezó a tomar en serio la lectura,  porque comenzó a ver en ella algo útil y que servía para su estado; para su estado de mujer que fue hermosa, alegre, obsequiada, amada, feliz y que empieza a ver  en la lontananza la vejez  desgraciada,  las arrugas, las canas y la melancólica muerte del sexo en su eficacia.  Lejos todavía estaba este horror, pero mal síntoma era ir pensando tanto en aquello.  Pues sus lecturas morales, religiosas, la ayudaban no poco a conformarse.Pero le sucedió lo que siempre sucede en tales casos: que fue más dichosa  mientras fue neófita  y conservó la vanidad pueril de creerse buena,  nada más que porque tenía buenos pensamientos,  excelentes propósitos,  y porque prefería  aquellas lecturas  y meditaciones  honradas; y fué menos dichosa cuando empezó  a vislumbrar  en qué consistía  la perfección sin engaños, sin vanidades,  sin confianza  loca en el propio mérito. Entonces,  al ver tan lejos (¡oh, mucho más lejos que la vejez con sus miserias!), tan lejos la virtud verdadera, el mérito real sin ilusión, se sintió  el alma llena de amargura, en una soledad de hielo, sin mí, sin vos y sin Dios.  como decía Lope; sin mí,  es decir, sin ella misma, porque no se apreciaba, se desconocía, desconfiaba de su vanidad, de su egoísmo; sin vos, es decir, sin su marido,  porque ¡ay!,  el amor, el amor de amores, había volado tiempo hacía; y sin Dios; porque Dios está solo  donde está la virtud,  y la virtud real,  sondando aquel abismo de su alma,  en que al cabo de tanto esfuerzo de humildad, de perdón de las injurias, de amor  a la cruz del matrimonio, que llevaba ella sola, se encontraba  con que todo era presunción, romanticismo disfrazado de piedad,  histerismo, sugestión de sus soledades, paliativos para conllevar la ausencia del esposo, distraído allá en  el mundo….. El mérito real, la virtud cierta, estaban lejos,  mucho más lejos.  Y estas amarguras  de tener que despreciarse a sí misma, si no por mala, por poco buena, eran el único solaz que podía permitirse, al que apelaba  sin falta, cuando,  cumplidos  todos sus deberes ordinarios,  vulgares, fáciles,  como pensaba ahora, aunque sintiéndolos difíciles,  se quedaba sola,  velando junto al quinqué, esperando al buen Osorio, que, allá, muy tarde, volvía con los ojos  encendidos  y vagamente soñadores,  con las mejillas coloradas, amable, jovial,  pródigo  de besos en la nuca y en la frente de su eterna compañera, besos que, según las aprensiones, los instintos de ella, daban los labios allí  y el alma en otra parte, muy lejos.  Y una noche leía Mariquita La perfecta casada, del sublime  fray  Luis de León; y leía,  poniéndose roja  de vergüenza, mientras el corazón  se le quedaba frío:  …   Asi, por la misma razón, no trata aquí Dios con la casada que sea honesta y fiel, porque no quiere  que le pase aún por la imaginación que es posible ser mala. Porque, si va a decir la verdad, ramo de deshonestidad es en la mujer  casta el pensar que puede no serlo, o que en serlo hace algo que le debe ser agradecido. Y como si fray  Luis hubiera escrito para ella sola, y en aquel mismo instante, y no escribiendo, sino hablándola  al oído, Mariquita  se sintió tan avergonzada que hundió el rostro  en las manos,  y sintió en la nuca, no un beso in partibus  de su esposo, sino  el aliento del agustino que, con palabras del Espíritu Santo, le quemaba  el cerebro a través del cráneo. Quiso tener valor; en penitencia, y siguió leyendo, y hasta llegó  donde poco después dice: Y cierto,  como el que se pone en el camino de Santiago, aunque a Santiago no llegue,  ya le llaman romero,  así, sin duda, es principiada ramera la que se toma  licencia para tratar de estas cosas,  que son el camino.  Y , siempre con las manos apretadas a la cabeza, la de Osorio se quedó meditando: “¡Yo  ramera principiada  y por aquello mismoaue, si ahora siento  como dolor de la conciencia  que me remuerde,  siempre tomé  por prueba dura,  por mérito de mi martirio, por cáliz amargo!”.  Por el recuerdo de Mariquita pasó, en una serie de cuadros tristes, de ceniciento gris,  su historia,  la más cercana,  la de esposa respetada, querida sin ilusión, sola en suma, y apartada del mundo para siempre. Casi siempre,  porque  de tarde en tarde volvía a él, por días,  por horas.  Primero había sido completo alejamiento; la batalla maternal: el embarazo, el parto,  la lactancia, los cuidados, los temores y las vigilancias  junto a la cuna; y vuelta a empezar:  el embarazo, cada vez más temido,  con menos fuerzas y más presentimientos de terror; el parto,  la lucha con la nodriza que vence, porque la debilidad rinde a la madre; más vigilias, más cuidados,  más temores….. y el marido que empieza a desertar, en quien se disipa algo que parece nada, y era nada menos que el amor,  el amor de amores,  la ilusión de toda la vida  de la esposa, su único idilio, la sola voluptuosidad lícita, siempre moderada.  Como un rayo de sol de primavera, con el descanso de la maternidad viene el resucitar de la mujer, que sigue el imán de la admiración ajena; ráfagas de coquetería…… así como panteística, tan sutiles y universales, que son alegría, placer, sin parecer pecado.  Lo que desea  es ir a mirarse en los ojos del mundo como en un espejo.  La ocasión de volver al teatro, al baile, al banquete, al paseo, la ofrece el mismo esposo,  que siente remordimientos, que no quiere extremar las cosas, y se empeña-  se empeña vamos- en que su mujercita, ¡qué diablo!, vuelva a orease, vuelva al mundo,  se distraiga honestamente. Y volvía Mariquita al mundo;  pero …… el mundo era otro. Por de pronto, ella no sabía vestirse; lo que se llama vestirse.  Sin saber por qué,  como si fueran  escandalosas,  prescindía de sus alhajas: no se atrevía a ceñirse la ropa, ni tampoco a despojarse  de la mucha interior que ahora gasta, para librarse de achaques  que sus maternidades  trajeran con amenazas  de males mayores. Además comprende que ha perdido la brújula  en materia de modas. Un secreto  instinto le dice  que debe procurar  parecer modesta, pasar como una de tantas, de ésas  que llenan los teatros,  los bailes,  sin que en rigor  se las vea. Al llegar  cierta hora, en la alta noche,  sin pensar en remediarlo, bosteza; y si la fiesta es cosa de música o drama sentimental, al llegar a lo patético se acuerda de sus hijos, de aquellas cabezas rubias que descansarán sobre la almohada, a la tibia luz de una lamparilla, solos, sin la madre. ¡Mal pecado!¡ Qué remordimiento! Y todo ¿para qué? Para permitirse la poco simpática curiosidad de olfatear amores lejanos, de espiar miradas, de contemplar  los triunfos  de las hermosas que hoy brillan como ella brillaba en otro tiempo… ¡Qué bostezos! ¡Qué remordimiento! Con el recuerdo nada halagüeño  de las impresiones de noches tales, Mariquita  se resolvió a no volver al mundo, y por mucho tiempo cumplió  su palabra.  En vano, marrullero, quería su esposo  obligarla al sacrificio; no salía de casa.  Pero pasaban años, los chicos crecían,  el último parto ya estaba lejos,  la edad traía ciertas carnes, equilibrio fisiológico  que era salud, sangre buena y abundante; y la primavera de las entrañas retozaba, saliendo a la superficie  en reminiscencias de vaga coquetería, en saudades de antiguas ilusiones,  de inocentes devaneos y del amor serio, triunfador,  pero también muerto, de su marido. Mariquita recordaba ahora, leyendo a fray Luis, sus noches de teatro de tal época. Llagaba tarde al espectáculo , porque la prole la retenía, y porque el tocado  se hacía interminable por la falta de costumbre y por la ineficacia  de los ensayos para encontrar en el espejo, a fuerza de desmañados recursos cosméticos, a la Mariquita de otros días,  la que había tenido muchos adoradores.  ¡Sus adoradores de antaño! Aquí entraba  el remordimiento, que ahora lo era, y antes, al pasar por ello,  había sido desencanto glacial, amargura íntima, vergonzante… Acá  y allá, por butacas y palcos, estaban algunos de aquellos adoradores  pretéritos…. menos envejecidos  que ella, porque ellos no criaban chicos, ni se encerraban  en casa años y años.  ¡Por aquellos ilustres y elegantes gallos  no pasaba el tiempo! … Ahora….  adoraban también, por lo visto;  pero a otras,  a las jóvenes nuevas; constantes sólo, los muy pícaros, en admirar y amar la juventud.  Celos póstumos, lucha por la existencia  de la ilusión, por la existencia  del instinto sexual, la había hecho  intentar… locuras; ensayar en aquellos amantes platónicos  de otros días el influjo poderoso  que en ellos ejercieran sus miradas, su sonrisa…. Miró como antaño; no faltó`quien echara  de ver la provocación, quien participara  de la melancolía y dulce reminiscencia…. Entonces Mariquita  (esto no podrá verlo ella) se había reanimado,  había rejuvenecido; sus ojos amortiguados  por la vigilia el pie de la cuna,  había recobrado el brillo  de la pasión,  de la vanidad satisfecha,  de la coquetería inspirada…. ¡Ráfagas pasajeras! Pronto aquellos adoradores pretéritos  daban a entender, sin quererlo,  distraídos,  que no cabía  galvanizar el amor. Lo pasado,  pasado. Volvían  aa su adoración presente, a la contemplación  de la juventud,  siempre nueva; y allá, Mariquita, la antigua  reina de aquellos corazones,  recogía de tarde en tarde  miradas de sobra, casi compasivas,  tal vez falsas, en su expresión. ¡Qué horror,  qué vergüenza! ¡Por tan miserable limosna  de idealizad amorosa,  aquellos desengaños  bochornosos! Y, aturdida, helada,  había dejado de presumir, de sonsacar miradas,  ¡es claro!  por orgullo,  por dignidad. ¡Pero el dolor aquél, pensaba ahora,  leyendo a fray Luis el dolor de aquel desengaño…. era todo un adulterio! ¡Cuánto pecado,  y sin ningún placer! El desencanto  en forma de crimen. El amor propio humillado y el remordimiento por costas. ¡Y ella,  que había ofrecido a dios, en rescate de otras culpas  ordinarias, veniales, aquellas derrotas  de su vanidad, de algo mejor que la vanidad, del sentimiento puro e gozar con el holocausto del cariño! Sí;  había andado,  con mal oculta delicia, aquellos pocos pasos en el camino de Santiago…. luego romero…. ramera… ¡Oh,  no, ramera, no! Eso era algo fuerte, y que perdonara  el seráfico poeta… Pero, si criminal del todo no,  lo que es buena tampoco.  Ni buena, ni tan mala,  ¡y padeciendo  tanto! Sufría infinito, y no era perfecta. No podían amarla ni Dios, ni su marido.  El marido por cansado, Dios por ofendido.  Y pensaba la infeliz, mientras velaba  esperando al esposo  ausente, tal vez en una orgía: “¡Dios mío!¡Dios mío! La verdadera  virtud  está tan alta, el cielo tanarriba, que a veces  me parecen soñados, ilusorios por lo inasequibles.  Leopoldo Alas Clarín.  ¡Adiós cordera! y otros cuentos. 

El mozu y el criau
Una vez un mozu probe quixo  cortexar a una señorita rica.  Y pa ello  discurrió  en dir  a cortexála  acompañáu  d´un criáu,  como si fuere un gran señor. Y un día fúi a  caballu n ´una burra, y po ´l camín atopó  un  hombre,  y preguntó-y:  -¿Cómo atinaré más  a llegar a  casa de la mió moza,  corriendo pocu a pocu, o  corriendo munchu?- Corriendo  pocu, dixo-y 
l´hombre. - Pos yo creo que llegaré primero  corriendo munchu. Y pónxose arrear munchu  la burra.  Y ésta, por tantu correr, metió un pié nun  furacu y rompió la pata.  El mozu dió la güelta  y díxo-y  al hombre qu´había topau  denantes:   -Empréstame la to burra tuerta,  pa dir a ver  a la mió moza,  que la mió burra  rompió una pata.  -Agora non puedo ´mprestátela. Si hubieres  corríu pocu, a estes hores ya hubieres llegau
 a onde  vas. El mozu siguió ´l camín a pié,  y díxo-y al criáu:  -Yo paso por un hombre ricu.   Cuando lleguemos a la puerte casa de la  mió moza, yo vo dicite:  Titirigüeles, y entós  tú quítesme les madreñes de los pies,  y pónesles  a un llau de la puerte.  Y cuando  ´stemos al pié ´l llar,  si van regolvé  ´l jueu  y me salta  una chisp a la capa, dices tú:  -No importa  que se queme;  tiene otres en casa.  Y cuando vayemos a dimos,  yo dígote:  Tris, tras. Y entós tú cueyes  les mió  madreñes, y cálcesmeles. Y después vo dicir yo:  ¡Qué noche tan guapa,  y cuántes estrelles! -  Y tú vas dicir:  -Tantes de burres y cabres 
 tienes debaxu  les teyes…… Llegó ´l mozu   a casa la moza, y al entrar  dixo-y  al criau: 
 -Titirigüeles.  -Quítesles  tú si puedes, retrucó ´l 
criau. Sentóse  al par del jueu , y una chispa  quemó-y  la capa. Y díxo-y la moza - Tienes la capa quemada.  -Non yé d´él, que ye ´mprestada-  dixo ´l  criau.  Llegó la hora de marchar,  y el mozu después de despidíse dixo-y  al criau: -Titirigüeltes.  -Onde les  ponxisti 
les tienes. -¡ Qué noche tan guapa, y cuánto  estrelles! - Tantes pulgues  y pioyos  tienes  tres  les oreyes.  Y marcharen.  Cuentos populares asturianos. María Josefa  Canellada. 
Pachu
Pachón de la Bolgachina, sigún lu siguen llamando, 
per más de que fa ya munchu que vive p ´harcia ´l Narancu, (y fizo ya los setenta  nel añu cuarenta y cuatro), desfrutó   en so llarga vida d´una salú como un xatu sin qu´un mélicu lu viera nin pa güenu nin pa malu.  ¿Hebrá ´gora quián desplique  qu´esti cachu de mazcayu falara tan mal d´aquillos como ´l que va consoltalos? Pos, yera ansina la cosa: Llamábayos matasanos, furatripes, plastiqueros, comedores, sacacuartos……  y otros ñomes  tá más juertes que non trái el diccionáriu…… Pero, igual que a tó ´los gochos yos llega ´l tiempu  ´matálos, y perdonen el semeyu  si s´ofienden, los marranos,  llegói a Pachu la gora de tener que arrascar algo y foi ello po la mor de 
d ´un  demontres de bubaxu que se i ponxo po les güenes  a la vera de´un costazu, solmenándoi pe les nuiches  unos plizcos y unos baltos,  que non yera ´l  probetucu pa entamar un mal pigazu. Foi a ver al curanderu, que i mandó poner emplastos c´unes fueyes de  llantáina  fervollades con fozayu,  y dar friegues con ingüentu de culiebra,  y fiel de gatu; pero n´amiyoró nada con todisto, po lo cualu,  descurrió  de que lu viera don Xuaquín nel Orfanato. Fói, entós, a la consulta y, na más  que i vió ´l bubaxu, dixo qu´era cosa mala: Qu´era un cáncanu  per gafu y non hébia  más remediu  pa curase que operálu. Sentói a Pachu la groma  como patáa nel rigañu  pos, col  miéu a la cochiella qu´illi tien, más l´aguilandu de fungar iso que poñen pa que non haiga trabayos,  barruntaba  que d´aquilla chábenlu pal Camposantu; pero, dáu que d´otra forma  de xuru  diba dar ñabos, tremblando  de coruxía, dexó  que i metieren manu.  -Tumbánonlu so la mesa,  ponxénon-i  un aparatu derriba mesmu ´l focicu pa que tomara los vafos; llegó ´l mélicu, llavóse, vistióse  dempués de blancu,  pintói de mariellu ´l bultu, rodiólu  lluego de trapos, y, en menos que vo ´lo digo,  garra aquillo,  dai un tayo, raxa, fura, curtia, ciarra, y dexólu lo más guapu……
Desiguida  los mirones  entamaron  a ximelgálu pa fer que golviera ´n sigu y a dái gólpies e ´nos papos, que paréz que son muy güenos, y,….. total, qu´empués
d´un cachu, prencipió  ´l home  a espeurrise y a glayar en po la baxu,  y a facer  lo que é costume pa espiertar de tales suaños…..  Quixo ´l mélicu enformase de si diba espabilando y esberrellói  a la oreya:  -¿Cómo se llama paisano? Medio ´spiertó ´l endevidu co las voces de don Xuacu; pero entá el melicamento que sorniara pa privalu  taba dientro y, pe la cunta,  continuaba trabayando; l´illo yé  qu ´ente ´l amoriu del ñarcóticu del diañu  más lo qu´illi tarrecía zapicar pal utru barriu, debió de creyer el sociu que quian lu taba entrugando yera San Pedro ´n presona que diba  desaminalu, perque arremelló los güeyos , llancólos nel ceruxanu  y arrespuendiói  to ñerosu: - Siñor…. ¡Llamábame Pachu!
Cuentos populares asturianos.  María Josefa Canellada. 
































































































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