Pueblos abandonados (Grado)

Texto:
-El valle de Caranga a Teverga.



Sama de Grado-Collado de Bellón-Ortigal- La Condesa-Sama de Grado.


Longitud: 15 kms
Tipo de recorrido: Circular.-

El  Valle de Caranga a Teverga 
       El  Hellenthal es el famoso valle del Infierno de la Selva Negra y la principal vía de comunicación entre esta importante y, por mil títulos, curiosísima región  y el valle del Rhin.  Tiene siete leguas de largo, y la única singularidad que ofrece son dos peñas perpendiculares, y casi juntas, por medio de las cuales pasa el arroyo y el camino,  llamadas el  Salto del ciervo porque,  según una tradición o leyenda, un ciervo perseguido  saltó de una á otra peña, y de consiguiente  de un lado á otro del valle. Tradición ó leyenda, que no me cuesta trabajo  creer, porque he visto saltos de veinte pies,  dados por un caballo inglés. ¿Qué no saltaría un ciervo perseguido? Por lo demás,  fenómenos como los de las peñas del Salto del ciervo son muy comunes en Asturias; más á mi juicio, que en ninguna otra región del mundo que yo haya visitado. El Hellenthal, por otra parte, despojado del prestigio  que le da su  nombre, no es mas que una cañada muy regular y muy estrecha, sin  mas sitio  por el fondo que para un penosísimo camino y para el arroyo de aguas negras, como tinta,  por lo cual sin duda  ha merecido tan singular denominación que conserva desde los romanos. La vegetación es allí sumamente lozana,  y ni una sola pulgada  de terreno hay   desde el fondo del valle  hasta la cima de las altas montañas que lo forman,  que no esté cubierta de elevadísimos abetos y hayas, únicos árboles  que allí se crían. En los tiempos antiguos, y antes de estar  hecha esa carretera, habría sido  una empresa pavorosa  y temible, tratar de meterse  en el valle; por eso cuentan  el dicho de Gatinat, general de Luis  XIV, cuando las guerras del Palatinado, que oyendo criticar una operación suya  que hubiera podido llevar fácilmente á cabo operando por el Hellenthal, contestó: (No era bastante demonio para meterme allí). Posteriormente,  y casi en nuestros días,  cuando las guerras de la república francesa, adquirió  una gloria inmortal por haber dado  paso al ejército francés en la famosa retirada  desde el Danubio  al Rhin en 1747 al mando de Moreau, y que fue comparada  con razón en su época á la de los Diez Mil. Hoy  ha perdido completamente su prestigio antiguo, hoy queda reducido el Hellenthal al paso de las diligencias  entre Friburgo, en Brisgau, célebre por la torre de su catedral, que no tiene rival en el mundo,  y por ser la patria de Schwartz (Negro, aquí todo es negro, hasta los hombres se llaman así) el famoso  fraile, inventor de la pólvora y Schaf fouse, en Suiza, á donde el Rhin se precipita  en una magnífica catarata  en Laufen.  Casi todos los turistas  que en el verano suben ó bajan  el valle del Rhin, hacen esta excursión  que es una de las mas interesantes que he hecho en mi vida, y aconsejo a todo el que pueda que la haga.
       Ya conocen los lectores de Las dos Asturias por esta imperfecta descripción  lo que podrá ser el famoso Hellenthal  de tanta celebridad. Pues bien; ¿quieren conocer otro que me atrevo á llamar con el mismo nombre, y que desde la creación del mundo estaba ignorado (porque  estaba en España y en Asturias), y que se acaba   de descubrir  hace dos años? Pues bien; hoy que las vías  de comunicación  van siendo fáciles y cómodas en España, hoy que en treinta horas se sale de Madrid  y se llega á Oviedo, diez y ocho en camino de hierro á León  y doce á Oviedo, hagan por Dios este viaje en lugar de irse á Suiza ó al Pirineo como van tantos  españoles en verano, no tendrán  las comodidades  que allí, no tendrán ni los hoteles, ni los caminos, ni nada de lo que  la civilización moderna  tiene dispuesto para la comodidad, recreo y diversión de los viajeros. Es verdad, nada de esto hallarán, en cambio mucha suciedad, mucha porquería  y casi tanta miseria  y tanto harapo  como en Galicia.  Pero hallarán un país tan fresco como Suiza ó los Pirineos, tan primitivo  casi como en tiempo de los pastores de Arcadia, y costumbres parecidas; tan pintoresco ó mas que Escocia y las famosas orillas del Rhin, y tan fértil  en algunas partes como la Lombaría  ó el valle del Arno; tan agreste ó más que la Selva Negra, Suiza ó los Pirineos. La vida no es en Asturias tan cómoda y agradable como en estos sitios; pero en cambio  es tan barata como en Suiza y se gozan  placeres desconocidos á la vida civilizada. Vengan, ó mejor dicho vayan á Asturias; oigan los consejos de un pobre hijo del país; que lo había dejado  á los catorce  años y vuelve  á los cuarenta cumplidos, después de haberse paseado  y de conocer á casi toda Europa en las circunstancias tan ventajosas como puede haberlo hecho otro alguno, y dice sin temor de verse desmentido: Asturias es el país más hermoso de la tierra. Vedlo, y os convenceréis.
    Vuelvo a la descripción del Hellenthal asturiano,  ó sea el valle de Caranga á Teverga, que á mi juicio  ofrece la perspectiva mas agreste, mas salvaje, más horriblemente  hermosa que hay en el globo, al menos en lo que he visto  de Europa. Quizá en los Andes  haya habido algo igual, según nos  cuentan los historiadores  del descubrimiento y conquista del Perú en tiempo de los Incas; hoy  de seguro  no queda nada parecido á la senda de Teverga. Quisiera  tener el talento descriptivo de Marmontel, el historiador de los Incas; el colorido de Claude Lanrraine ó de Salvador Rosa; el pincel de Flaxman y de Gustavo Doré, que ilustraron el Dante, todo reunido para echarlo en la senda de Teverga, porque aun así sería  imperfecta la descripción  que voy á hacer.  Lo hago con el temor  mas grande que se puede tener en la vida, con el mismo que tuve  cuando hablé por primera vez en las Cortes. Esto lo comprenden los que son o hayan  sido diputados y hayan hablado. Lo hago como un reo que llevan al patíbulo, porque tiene que ir; lo hago porque lo considero  un deber sagrado  que me he impuesto cuando atravesé la senda, y desde niño  estoy acostumbrado  á cumplir  todos mis deberes por desagradables y penosos que sean.
     Voy, pues,  á entrar  en la descripción  del famoso valle y senda de Teverga. Para hacerla   un poco más soportable, para dar alguna  amenidad al relato,  intercalaré mis impresiones  al pasarle y las  extravagancias  a que se ha entregado  mi imaginación, esta folie du logis, loca de la casa, como con razón  la llaman los psicólogos franceses.
Por una tarde entre el 10 y 15 de noviembre de este año, (1866) llegué a Caranga, después  de haber recorrido  en coche casi todo el concejo de Quirós, uno de los mas montuosos  é inaccesibles hasta hace pocos días, gracias al Sr. D. Gabriel  Heim,  que ha construido  como por encanto, tal parece, el camino del primer órden de Trubia á Ventana: al señor Heim le ha pasado lo que pasa á todo hombre  que hace un gran sacrificio por sus semejantes. Comprometió  su fortuna y la de la sociedad que  representa  en la construcción  del camino; hizo cosas  que parecían imposibles con tan poco dinero; construyó un camino  hermoso en un terreno infernal; al principio ningún  elogio bastaba para el señor Heim: los ayuntamientos  daban á porfía  su nombre a la calle principal de sus pueblos, y el de Proaza  fijó una plancha  de hierro, por cierto bien mezquina con su nombre, en la Peña de Caranga.
      El franqueo de esta peña será siempre una obra  inmortal del señor Heim,  y que merece por cierto que se haga un viaje desde Oviedo sin  mas objeto  que verla, seguro  el viajero de ser suficientemente recompensado del trabajo de ir, y del dinero que le cueste. Y á los pocos meses de abierto, porque los ingenieros  del gobierno dijeron que le faltaban algunos perfiles,  ¿cómo no le  habían  de faltar si había costado á lo sumo el 10 por 100  de lo que ellos hubieran  gastado en el camino? ¿y había  de tener los mismos perfiles? Esto bastó para que la provincia no le pagase los intereses del empréstito, que á Heim  había hecho; que los ayuntamientos  no le pagaran  la prestación personal, que por veinte años le habían ofrecido; en una palabra,  para que todo el mundo le abandonase  hasta el punto de apedrearle por los pueblos, á él, que pocos meses antes habían casi divinizado.  Así son todos los pueblos. Yo le escribí sin conocerle, diciéndole  que estaba avergonzado de la conducta de mis paisanos con èl, que después de todo  había hecho un camino, que ni soñarlo se podía pocos meses antes, y que había  transitado cómodamente  en coche por sitios,  por donde ni las cabras pasaban.
   Dejé, como llevo dicho, mi coche en Caranga, y tomando  un caballo del país y otro para un amigo de la infancia, que me acompañaba, nos dirigimos  hacia la famosa senda.  Yo conocía  un poco el país; tenía de él la idea mas horrible que se puede tener; había oído muchas  historias de la senda; pero confieso que todo es inferior á la realidad. Creo que la imaginación mas calenturienta y fantástica  no ha podido inventar nada igual ni siquiera parecido. Principiamos por atravesar el río  de Quirós sobre un puente  de madera tan rústico, que ni barandilla tiene; entramos en un castañedo de muy bellos árboles, y á poco rato llegamos a un molino que mueve el agua que baja de Teverga, y  tan bonito que no he visto nada igual  por lo rústico, en ninguna decoración de la Sonámbula. Traía bastante agua el río, de lo cual resultaba que venía al molino mucha mas que la que necesitaba. Entraba en la canal, que era de madera y cerrada; la canal tenía  un agujero hacia el medio, y salía el agua  con tanta fuerza,  que formaba  un chorro como el de la Puerta del Sol. Al molino bajaba, sin embargo,  bastante para hacerle andar. Pasado el molino se entra realmente ó se sale de la senda, según se tome, y desde aquí se descubre  en toda su horrible majestad  el valle que se va á pasar. Figúrense mis lectores  un valle estrechísimo por cuyo  fondo solo hay  sitio para el río, que por el eterno y constante  murmullo  se conoce la impaciencia y la estrechez  con que se desliza, y á los dos lados dos murallas  naturales de peña llamada cuarcita, muy descompuesta y muy negra, á  100 piés por lo menos de altura del río una sendita abierta en la peña del Morimium, de tres piés de ancho, sin mas vegetación  que algún roble, haya, castaño o madroño de trecho en trecho, y entre  el detritus  de la cuarcita crecía la erica gigántea, brezo gigante, en asturiano llamado uces, que para agregar  al horror  de la escena padecía de la misma enfermedad  que he visto en Valencia y Murcia padecer á los naranjos y olivos, una especie de hollín, sarro o capa negra.  Nada hay en la naturaleza que iguale  al horrible silencio que allí reina. Antes de abrir  la senda era dominio exclusivo de osos, cuyos vestigios  se encuentran á cada paso en los madroños  desgajados que se ven en sitios inaccesibles á persona humana, y que ellos rompen para comerse la fruta. Siguiendo la senda hecha en  muchas partes con estacas  clavadas en la peña, subiendo unas veces, bajando  otras, pero siempre  sobre el abismo, tanto que a cada momento veíamos  las piedras  que lanzaban nuestros caballos con las patas  ir á caer directamente al río, suerte que nos esperaba á nosotros  si faltaba el terreno  á nuestros caballos ó daban un paso en falso; de esta manera se andan sobre tres kilómetros, y es preciso entonces pasar el río para tomar la senda, á la orilla derecha del valle, pues ya el otro lado desde aquí  es completamente inaccesible.  Como se va despacio  y no hay nada que le distraiga á uno,  la loca de la casa,  la imaginación se me echó á volar qué sé yo por dónde, por todas partes.  Yo no he visto nada igual ni que se le parezca, ni en los Pirineos, ni en los Alpes, y los he visto bien, pues casi los he andado todos á pié.  Ni los valles del Pirineo desde Louvie por Eux Chaudés á Gabas, ni á Aguas Buenas, ni de Cauterets al puente de España, ni de Pierrefite a Gavarnie en los Alpes, de Ginebra á Chamounix, ni en el valle del Sion, el famoso arroyo de la Tete Noire, ni por último, el famoso  Hellenthal de la Selva Negra, he visto nada  que se parezca á este; así es que mi imaginación me lleva á las escenas del Infierno de Dante, ilustradas por Flaxman y Doré, y sin darme  cuenta iba repitiendo versos del célebre autor de la Divina comedia,  habiendo empezado por estos del canto primero del Infierno.
   Seguí recitanto casi todo el canto I, y cuando  llegué el encuentro del poeta con las tres fieras, casi me creí en una situación parecida. También  á mi se me ha presentado en mi camino la sombra refulgente de un grande hombre, detrás de la sombra, y formando parte de ella, una alimaña, ratón hediondo, y detrás de él,  en la penumbra de la sombra, la loba del  Dante con su misma significación simbólica de la concupiscencia.
También estas alimañas, protegidas por la sombra del grande hombre, se me atravesaban en mi camino momentáneamente; á la sombra le dirigí las mismas palabras que el Dante dirigía á la de Virgilio:
Miserere di me gridai á lui
qualque tu sía ad ombro ad oumo cato.
Y me contestó la sombra:
Non, oumo, oumes giá fiú.
Despierto de mi sueño y siguió  la triste realidad sombría, como dice uno de nuestros mejores  poetas modernos. 
No los traduzco porque el italiano es bastante fácil de entender. Síguese con el alma en un hilo   hasta la salida del valle, que presenta una escena  a mi entender sin rival en la naturaleza. La coarcita se va volviendo mas compacta y se sale por entre dos peñas, que el ánimo  se sobrecoge al pasar, porque una, la más alta  de la izquierda, tiene por lo menos 200 pies de altura, y está completamente  inclinada  sobre el río y sobre la senda: se llama Peña negra.  ¡Poder omnipotente de Dios! no pude menos de exclamar: “si á esta masa le da la gana  de aplastarse, ¿qué fuerza  animal se necesitaría para levantarla? La contestación me la di bien pronto: ninguna; solo el que  la creó podría  volverla a poner  como está.  Se pasa el río, entre las dos peñas por un puente, que ni ideal se podría  hacer como es. Aconsejo á cualquier  pintor o fotógrafo  que vaya y lo saque en fotografía o dibujo, seguro que no hay nada que se le parezca. En el medio del río hay una peña, por debajo de la cual sale el agua con la fuerza que de una esclusa, que es lo que viene  á ser esta peña, pues el agua tiene por lo menos cinco pies mas de altura de la parte de arriba del puente.  El punte que es de madera, está fundado sobre esta peña, que le sirve de tramo, y forma  con las dos grandes peñas  y el río  un conjunto tan bello, que no es posible ni imaginarlo. No es mía solo esta opinión; es la misma que ha formado alguno de los ayudantes  del general Prim en la cacería de osos á que asistieron con él, el verano  en este mismo sitio.
      Antes de proseguir  con esta descripción, debo hacer mención de una cosa notable en todo el país, y que llamará  la de todo viajero; el famoso roble de Olid. Antes de llegar á la Peña Negra se vé salir del fondo del valle un magnífico roble que tendrá  por lo menos 100  piés, y descuella  entre los demás, como decía Virgilio que descollaba  el ciprés  entre arbustos, inter viburna eupressi. Unos leñadores le incendiaron  por la base, y se vé quemado parte del tronco. Sin embargo,  todavía  se puede sacar de él una viga de 80 pies  de vara en cuadro. Existe  hoy,  por la imposibilidad  material de sacarlo de donde está. Salgo al fin  de este valle de sublimes horrores, y salgo como pudo haber salido en Dante del infierno, después de haber  presenciado las horribles escenas  que nos describe,  recitando los dos últimos  versos del canto V,  y en la misma situación que él, solo que él era de lástima por los infortunios de Francesca de Rimini,  que siempre  que los leo me hacen derramar lágrimas de ternura, y hoy el miedo de los peligros que acabo de pasar me hace  oírlos  repitiendo  al atravesar el puente: 
Io venni meno come s´io morisse.
El caddi come corpo morto cade.
Al fin, he salido sano y salvo de este maldito valle, que así puede llamarse sin hipérbole; pero aun me queda, antes de llegar á Teverga que atravesar la capa caliza. Aquí “está lo bueno”, como  se suele decir.  Todo lo que he referido  es nada, comparado con lo que queda Esta senda es la realización del sueño del inmortal  poeta italiano. En sueños debe haber tenido origen la Divina Comedia. El plan es el mismo; no hay mas diferencia  que este es realidad; allí se empieza  describiendo horrores, y desde el Canto III que describe lo que se sufre  en las antesalas del infierno, y luego  el paso de las almas del Acheronte, y que dio lugar al famoso fresco de Miguel Angel en la capilla Sixtina en Roma, reputado  la primera pintura del mundo, cree el lector  que la naturaleza humana  no puede sufrir más, y va  leyendo 33 cantos y cada vez  nuevos y formidables horrores, tanto desde el año  1399  acá no ha habido nadie  que haya imaginado nada igual. Pues esto es lo que  pasa en la senda de Teverga; se principia en un valle horrible, va encrescendo todo el tiempo,  y se acaba  como nadie puede imaginar siquiera.  Pero ya que estoy en terreno mas apacible, voy a describir  la capa intermedia entre la cuarzita  y la caliza. Aquí se acaban  los precipicios; entra la senda de un pie de ancho, á lo sumo, en unos prados tan pendientes que creí  oportuno apearme  del caballo   que me acababa de pasar por sitios tan malos, é hice bien,  como he visto después porque  al pobre animal le costó  trabajo pasar la senda y de seguro hubiéramos  ido juntos al río; luego se baja á un castañedo, en el que vi con sorpresa  había dos tinglados ó barracas como para construir  casas. Mi primera impresión fue decir  al compañero: ¿Quién será el desgraciado que se venga á vivir aquí?
Desde allí percibimos  del otro lado del río y á una altura incomensurable, unas casitas arrimadas  a un peñasco, como para poderse sostener en pie.  Es el pueblo de Bandujo del que es oriundo  el señor Tames Hevia, senador del reino y consejero de Estado. Por aquí  ya se veía  algún vestigio  de la raza humana.  Hay un puente de madera para el servicio del pueblo y de un molino harinero que está situado á la cabeza del puente y al lado de un peñasco formidable de caliza.  Aquí principia  una enorme capa de caliza compacta, que tantas maravillas nos va á ofrecer. Al pasar por delante del peñasco vi una hermosa flor azul celeste de un color muy vivo y muy común en Asturias, que siempre me ha llamado  la atención, mucho mas después  de unas que cogí  hace cuatro años en lo alto de Elgoibar, yendo a San Ignacio con una familia amiga mía de Madrid, y las conservo, así como también  otras cogidas hace un año en lo mas alto de Pajares, y quería conservar  esta como recuerdo de un viaje  por la senda. Seguimos andando por una calleja entre prados, y era tal el barro que había  que me atasqué, y con dificultad pude sacar los zapatos, á pesar de las trabillas de las polainas. En los esfuerzos para salir de tan infernal  calleja,  perdí mi flor.  Fue tal el acceso de rabia que esto me causó,  que prorrumpi  en un sarcasmo horrible á lo que puede haber de mas sagrado en el mundo para el hombre y para mi: llega hasta la idolatría, la patria. No quiero poner en mis labios lo que dije:  lo dejo al que me han dicho, fue el verdadero autor.  Cuentan que un francés  que vivía hace muchos  años en Lisboa le cogió  en la calle uno de los pronunciamientos tan frecuentes allí y en España hace algunos años, y una oleada de gente le arrojó  á un foso de aguas sucias, que entonces también parece eran comunes en Lisboa. El foso era grande,  y el pobre  francés  no podía salir  de el sin ayuda; imploraba á todo el que pasaba  que le ayudase, pero los portugueses  estaban ocupados de la patria, y al pasar le gritaban  en vez de ayudarle ¡viva á patria! El pobre hombre iba  ya perdiendo la esperanza de salir de aquel sitio á donde debía estar, como dice el Dante en su Canto VIII  que están los orgullosos en el infierno
¡Come porci in brago
Di se lasciando, orribili dispregi!
y habiéndole contestado un grupo que pasaba lo mismo que los que habían pasado antes solo, exclamó el pobre francés.
(Grandes cerdos, á esto llamáis una patria) Esto mismo dije, Dios me perdone,  en un acceso de furia.  A todo esto iba,  llegando a la parte sublime  y horrorosa de la senda.  Figúrese  al lector una peña  cuatro ó seis veces mas alta que la torre de Santa Cruz o de otra torre que conozcan, partida por el medio, a la distancia  de lo ancho de la calle del Príncipe y aun menos uno de otro pedazo de peña, un río  por el medio, siempre mugiendo por lo estrecho y apretado  que va entre las dos peñas, tanto que algunas veces se esconde enteramente  debajo de lo que se camina, y á una distancia de 200 metros  clavadas en la peña  y sin petril ninguno, todo lo mas en los sitios mas pavorosos una pequeña barandilla y gente que se cree racional, pasando por esa cornisa. Pues esta es la senda al llegar á Teverga.
Yo, metido  ya en este terrible paso,  fanático por las grandes y fuertes impresiones, admirador entusiasta del Dante y de su infierno, a lo que tanto se parece, no podía quedar indiferente  a tanto horror, a tanta maravilla como se desplegaba en tan corto espacio. Mi primer movimiento fue pararme recostado sobre la peña y exclamar: “Dios omnipotente  que á un soplo  de tu voluntad  creaste tanta maravilla, haz que  podamos ver pronto esta desde un carruaje;” aquí, como se ve, me fui intelectualmente al fondo del  abismo. Pero mi situación especial  de candidato á diputado así lo exigía.  Además, esos eran realmente mis sentimientos, como  creo serán los de todos los que por allí pasen. Ahí! seguí mi exclamación; mis amigos Candau y Balmaseda y todos los diputados que creíais que en Asturias se gastaba demasiado, aquí, os quisiera ver yo, si después de pasar este espantoso desfiladero seguíais creyendo lo mismo!” Absorto  ante la imponente  majestad  y grandeza de aquellas moles calizas,  y aterrado por el abismo que tenia a mis pies, oigo la voz de mi compañero que me decía riéndose: “Mira como boga mi tapa-bocas.”  En efecto, un golpe de viento se lo había quitado y había ido á parar al fondo, es decir, al río, y flotaba majestuosamente.  Esto me sirvió  de aviso,  y abotonándome el gabán para que el viento no hiciese  fuerza y me echara  á mi a bogar, me agarré a la peña y agarrado  seguí mas de un kilómetro que dura el abismo, no mirando fijamente  sino al suelo y poniendo en práctica el precepto del Dante de no mover un pie hasta que el otro está seguro. Pero de cuando en cuando  me recostaba  sobre la peña y la fuerza  de la curiosidad se sobreponía al miedo,  y como hebeté (bestializado, traducicón libre)  yo estaba largo rato, contemplando las maravillas de la peña de enfrente y del abismo, hasta que sentía que mi compañero  me agarraba  por el gabán y me sacaba  de mi éxtasis, diciéndome:  “Anda, hombre, anda, que la noche  se echa encima y  el camino es largo y peligroso como esto”.  Volvía a andar unos cuantos pasos  y á repetirse  en todas sus partes  la escena anterior.  Durante este tiempo, la loca de mi casa había tomado otro giro, y la reacción  del sarcasmo a la patria había traído a mi mente el recuerdo de un buen elector mío,  que había visto  24 horas antes, soltero, con instrucción,  con 25.000 duros de renta,  que vivía, sin disputa, en el peor  pueblo de Quirós y de Asturias, pudiendo vivir en París. Madrid ó Londres, ó donde le diera la gana, y a quien yo había dicho:  “Cuando vuelva a encontrar  algún cosmopolita, aquí lo mando  para que con este ejemplo se convenza de lo que es el amor á la patria”. Estas reflexiones  me habían llevado á invocar todo cuanto mas tierno había oído y  leído sobre el  amor a la patria, y en primer término á recitar  los sublimes versos del Canto II de la Eneida, el poema mas bello de la humanidad, y  el que mejor expresa  todos los sentimientos  mas delicados del corazón humano.  
Almanaque de 1866, de Oviedo y Santander. 
J. G. Miranda. 


Aguantai cuanto podiais,
derechos como estandorios, 
sin que vos doblen los años, 
vieyos pegollos del horru.
Sin dexavos aflixir
por naide;  de dengún modo. 
Seguros de lo que sois, 
sabiendo de que lo poco 
que va quedando d´Asturies, 
s´afinca enriba vosotros.
“Vieyos pegoyos del horru” 


Morrió la leyenda, morrió ya “l´Arcadia”;
Matóla´l progresu qu´a Asturias arrasa!
Fendieron los montes, fendieron la braña;
Fumeru qu´afuega, cuerre per la campa;
El ruidu aturulla, ruxidu que plasma
Alborota´l valle que tranquilu taba.
El home avariosu la vega ´smigaya
Rincando del fondu tesoros que guarda
Nel senu escondíos la tierra ´sturiana;
Pensando dai vida, arrínquen-i´l alma!
















































































































































































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