Jergas y antiguos oficios en Asturias
El Aguador |
Los chalgueiros o buscadores de tesoros. Feijóo dice haber conocido a un hombre “que exploró más de siete, u ocho sitios”. Jove y Bravo afirma: “Hay quien cree a ojos cerrados en la existencia de estos tesoros y se pasa la vida haciendo zanjas y agujeros, según las indicaciones de una gaceta que cayó en sus manos”. Y Faustino Meléndez de Arvas, redactor del capítulo correspondiente al concejo de Cangas de Tineo (hoy Cangas de Narcea) para la obra Asturias de Bellmunt y Canella, al referirse al prototipo asturiano de pura raza” y le describe como:
Muy aficionado a leyendas fantásticas, creía en encantamientos y brujerías. Buscaba con fe las ayalgas (tesoros) de moros encantados, y en cuyos perdidos trabajos se ocupaban a veces pueblos enteros, sin que los fracasos de hoy sirviesen de desengaño para mañana. El tío Javielón, de Riomayor (Teverga) se pasó la vida entera, que fue larga, buscando los tesoros que se supone escondieron los moros cuando tuvieron que huir de tierras de Asturias…. Claro está que el tío Javielón, a pesar de remover enormes cantidades de tierra y cascote, de lo cual aún dan testimonio numerosos hoyos en los motes del Cabezo, Santa Cristina y Maravio, no encontró jamás tesoro alguno ni podría encontrarlo si continuara buscando hasta la consumación de los siglos. Conjuro para desencantar el tesoro: Glorioso San Juan, en el mar entrastes suertes echastes; mejor las sacastes. Por tu santidad, por tu virginidad, y por tu honestida |
En la costa extremo oriental de Asturias, dentro del área correspondiente al concejo de Ribadedeva, se haya situado el pueblo de Pimiango. Aquí se conjugan en perfecta armonía el mar y la montaña, la singular belleza del paisaje y la tranquilidad y pureza del ambiente. Cuenta en la actualidad con un censo de 250 habitantes, dedicados por entero a la ganadería, su exclusiva fuente de riquezas. Pero antaño se alternaba el trabajo del campo con la profesión de zapatero; e incluso, por parte de los varones, se le dedicaba a ésta mayores atenciones y cuidados que a cualquiera otra labor. El cultivo y la ganadería estaban fundamentalmente en manos femeninas. Los hombres, desde la primavera hasta bien avanzado el otoño, recorrían ambulantes con su oficio las provincias de Asturias, Santander, Vizcaya y el norte de León, Palencia y Burgos. En invierno regresaban al calor del hogar y continuaban fabricando calzado que venderían luego en sus correrías. Con todo, algunos había que tardaban años en retornar a sus lares. Estos artesanos salían, con sus jarpeos y arvíos, individual e independientemente, por lo general un maestro con uno o varios aprendices que le servían de ayudantes y recaderos y se ocupaban de recorrer los lugares visitados pregonando la fe- e. d. anunciando la llegada del mansolea. Unos eran errantes, se desplazaban continuamente de unos sitios a otros realizando composturas, y no era difícil encontrarlos trabajando juntos en los mercados y ferias de las ciudades y villas importantes, donde tenían reservado su puesto. Otros, eran sedentarios. Capaces eran de remendar o confeccionar por encargo cualquier tipo de calzado con la mayor perfección. Los chicorianos, con todo ello llegaron a adquirir notable renombre en el trabajo del cuero. La emigración, la escasa rentabilidad, el desapego hacia la profesión y, como causa fundamental las modernas industrias dieron al traste con la fabricación manual del calzado. Aquellos antiguos y acreditados zapateros de Pimiango, junto con la práctica de su oficio, llevaban en sus correrías una jerga particular que denominaban mansolea. La utilizaban para no ser entendidos por los ajenos al grupo (los gorres) cuando hablaban de sus negocios o de otros asuntos propios de su vida errante (la mayoría de las veces verdaderas pillerías que en nada desmerecen de las andanzas de los pícaros novelados) En el lugar de origen todos conocían la sirigoncia (o mascuencie mansolea) y, al parecer, eran las mujeres las que más la utilizaban en el habla corriente y familiar. Por supuesto, carece de toda manifestación escrita. En la barbería Los barberos de los arrabales (se refiere a los arrabales de Sevilla) que se llaman también barberillos, trabajan casi siempre al aire libre, y son mocho más pintorescos, pues no han abandonado aún el traje andaluz. Como los barbieri de Roma, que afeitan en los arrabales a los contadini de la Comarca, tienen la calle como tienda y por techo el cielo. Su mobiliario consta de una silla de paja, en la que se sientan los aguadores y los mozos de cordel, que forman el grueso de su clientela. En cuanto a los útiles son muy sencillos: una bacia de hojalata, un escalfador colocado sobre un hornillo de tierra y que se llena en la vecina fuente, un trozo de jabón, dos o tres navajas y algunas nueces de diferentes tamaños. No se comprende bien a primera vista para qué sirve este accesorio. Sin embargo, nada más sencillo. Cuando un gallego o un asturiano acuden a entregar su barbilla al barbero, éste introduce en la boca del paciente una nuez, las mejillas se hinchan alternativamente, y una mano hábil hace que se deslice la espuma sobre la parte saliente que pronto se pone en contacto con el filo de la navaja. Asturias vista por viajeros. Siglos del XV al XX . Volumen primero.-
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y de michigún uzquía /y a mediodía el calor
y de brota los plumosos /y por la tarde los mosquitos
y de racha la golía /y por la noche el sueño.
(Xíriga) (Castellano)
Gachu man, ¿ez llastirás/ Mal amo, ¿no marcharás
al zosquín de la guxara, /para el cementerio,
los manieres embricíaos/ desdentado
y la morúa abrecada? /y con la cabeza abierta?
(Xíriga) (Castellano)
La debrota para gacha /La tarde está muy mala
y la junia engachecida;/ y la moza enfadada;
estígate man de manes /jódete tirano
miaire también se estima / que yo también estoy jodido.
(Xíriga) (Castellano)
Párame una bringasúa /Dame una pistola
y un veraniegu embriciáu, /y un sombrero de copa
pa llastir balsiendo junias/ para andar conociendo mozas
de talangu en talangu./ de molino en molino.
(Xíriga) (Castellano)
Maniatina de miaire /Cariño mío
que asuabas la picoba, /que cocinaste el puchero,
para l´ álbara llaeza /deja la fabada allá lejos
balsiendo la xirigonza / y ven a hablar conmigo.
Lengua y vida de los artesanos asturianos ambulantes.-
Aguador asturiano
Perico Covadonga, natural de las montañas de ídem, tenía quince años cuando en compañía de un hermano de su padre, aguador de una de las fuentes de Madrid, salió de la tierra con un par de zapatos nuevos, un pantalón y chaqueta de paño pardo, y dieciséis cuartos en ochavos en una bolsa de cuero. Hizo el viaje a pie, y llegó a la Corte después de quince días, con cuatro pesetas en monedas de plata, y el mismo par de zapatos nuevos con que había salido de su país. Esto último no tiene nada de particular: en vez de poner los pies dentro de los zapatos, trajo éstos al hombro; y en cuanto al aumento de su capital, consistía en que en vez de venir dando limosna había venido pidiendo. Su tío empezó a presentarle a los paisanos y compañeros, y cargándole una cuba de las de tres arrobas, le llevaba en su compañía para surtir de agua a sus parroquianos. A los dos años de su estancia en Madrid, ya sabía perfectamente el oficio, y pretendió emanciparse de su tío. Pero ¿cómo hacerlo? Para tener derecho a llenar veinte o treinta cubas diarias en una de las fuentes de la Corte, se necesita haber obtenido una plaza de aguador de número, y éstas, entonces como ahora, no se dan por oposición. De otro modo, Perico habría alcanzado alguna pero las plazas se venden, bien por el Ayuntamiento, su propietario, o por el individuo que las sirve. La sola que a la sazón había de venta costaba quince onzas de oro, y Perico tuvo que valerse del crédito de su tío para comprarla. Esto le dio la suspirada independencia, y a los cuatro años hizo un viaje a la tierra, después de haber reintegrado a su tío, y llevando sobre sí, cosidas entre el forro de la chaqueta, tres onzas de oro, producto de sus economías.
Pero sólo se detuvo en su pueblo el tiempo necesario para comprar seis vacas, casarse y despedirse de su mujer, dejándola recomendada al Sr. cura. Volvió a servir la plaza, que en su ausencia había desempeñado un amigo, y aumentó considerablemente el número de sus parroquianos, siéndole preciso tomar un ayudante. Surtía de agua cuarenta casas, cobrando por su trabajo diez reales mensuales donde llevaba dos cubas cada día, y nueve donde sólo llevaba una. Sin aumento ninguno de precio se encargaba de las compras en la mitad de las casas, y admitía por vía de remuneración el sobrante de la comida de los señores, con el que se alimentaba sin tomarse en trabajo de calentar las viandas, y vendía el resto a otros paisanos y aun en los bodegones de la Corte. Por una habitación para dormir, pagaban él y quince compañeros más, un real diario, y chapeando los zapatos cada tres meses con medio real de clavos, conseguía ahorrar el producto íntegro de su trabajo, que ascendía a seiscientos reales; sin que ésta fuese su única ganancia, sino que encargado de las provisiones diarias de quince casas, se hallaba al fin de cada mes, sin que él supiera nunca cómo se hacía el milagro, con 300 ó 400 reales de sobresueldo.
Semejante maravilla, conocida con el nombre de sisa, y que se reduce a comprar barato y vender caro, es una cualidad instintiva de los asturianos, que no les ha privado nunca de la nota de honrados. Cuando a las primeras horas del día duermen la mayor parte de los habitantes de Madrid, las llaves de la mitad de las casas están en poder de los aguadores, y jamás ha ocurrido un robo, ni ejecutado, ni consentido por ellos. Abenámar (Antonio Flores) (1820-1866). Asturias vista por viajeros. Volumen primero. -
Los relojeros de Corao
Llegamos a Corao por la carretera de Panes a Cangas(….) Hacia 1870, don Basilio de Sobrecuerda y de la Miyar, hidalgo sin fortuna, pero con mucho ingenio y una fuerte voluntad, estableció en Gijón, entre la rechifla de sus amigos, un taller de construcción de relojes, que naufragó, como se esperaba. Repitió la experiencia en Covadonga, y la cosa no fue mejor. Un primo suyo, Roberto de la Miyar, hombre de empuje y, sobre todo, el genio de la familia, y otro primo, Ismael, se unieron al fundador y sumaron con unos pocos dineros, el propósito de emprender en serio la industria. Fueron a estudiar a Suiza. Construyeron en Corao, sobre un fondo de enormes castaños que parecen árboles encantados, una casita de madera, de una planta, con un piso central saledizo. La planta baja tenía un gran ventanal encristalado. Hoy, arruinado y casi en abertal, todavía tiene una gracia de casa de relojero en la selva. Una gracia de reloj de cuco. Uno pasaría por allí sin saber nada y uno pensaría: “Mira: la casa del relojero”
Los hermanos Miyar se hicieron famosos. Sus relojes de péndulo, sus maravillosas sonerías de chimenea ganaron primero la corte de España. Entraron en Palacio y los Reyes de España regalaban a sus “primos” del Gotha péndulos de la Miyar, hermosos ejemplares de Corao, como uno que todavía toca, a voluntad, la Marcha de Granaderos, de Haydn, o una marcha escocesa al dar las horas, y que tiene un pequeño planetario y un péndulo de compensación, por mercurio, cuyo disco es un escudo isabelino de España, con esmaltes. Aún va contando las horas melancólicas del taller de los Miyar. Los Miyar de hoy han restaurado el reloj de la catedral de Oviedo y cuidan aún los treinta o cuarenta relojes que fabricó el tío Ismael para los Económicos de Asturianos y que señalan cuidadosamente el retraso de los trenes. Sueñan con que el Instituto Laboral de Cangas monte una escuela de relojería, para que renazca la semilla de los viejos. Víctor de la Serna. (1866-1958) - Asturias vista por viajeros. Siglos XV al XX. Volumen tercero. |
Copla de Faro
Virxen de les escudielles,
abogada de los platos,
sácame d´ente los vieyos,
llévame colos rapazos
Nuestra Señora de Faro,
traime fuertes temporales,
que nos dan mui buen maíz
y tamién mui buenes fabes.
¡Válgame Dios quién me diera
una escudiella de fabes,
y un garitín de boroña
pa poder acompangales.
Oficiu noble y bizarru
ente toos, el primeru,
porque n´industria del barru
Dios foi ´l primer alfareru
y l´home ´l primer cacharru.
Vamos, neña, componte,
vamos pa Faro,
a ver les faruquines
mayar el barru.
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El Barbeo: La jerga de los don juanes de Peñamellera, “aquellos antiguos costeros de Peñamellera idearon una jerga particular, a la que llamaban barbeo o vascuence de los donjuanes, para no ser entendidos por los ajenos al grupo”. Los vendedores o alabadores frontiles, que usaban el burón; los caldereros de Miranda, hablantes del bron; los tejeros de Llanes, que utilizaban la xíriga; los “consuegros” del suroccidente asturiano, inventores de la tixileira; los fiadores o canteros de Orense, con el baralbete. Utilizaban estos lenguajes para establecer estrategias comerciales, incluso para engañar al cliente, o para hablar de la comida o bebida en las fondas, para hablar de sexo o de las bondades de la posadera….. sin que lo entendieran quienes no pertenecían al grupo. El marco natural de las jergas ha sido, el de las profesiones ambulantes, lo que suponía encontrarse en situaciones complicadas, en las que todo era necesario para sobrellevar la dureza de la existencia. El buró ha desaparecido desde la década de los ochenta del pasado siglo. Pero no se ha perdido aún la conciencia respecto a la jerga, que sigue en la memoria de todos aquellos que ahora ya mayores, “salían por el mundo a ganarse el pan”. El Burón la jerga de los vendedores y albarderos ambulantes de Forniella. Preseos. Academia de la Llingua Asturiana .
Los arrieros del Puerto En dos épocas del año tenía gran solemnidad esa llegada: una, la del viaje llamado de la cera, por el cual mandaban todos los del Concejo de Cangas residentes en Madrid los cirios que, con sendas inscripciones, habrían de ser consumidos en las iglesias de sus pueblecitos los señalados días de Jueves Santo y Viernes Santo y otra, la de diciembre, que llevaba los mazapanes, turrones y demás obsequios propios de la Nochebuena. Nueve días invertían en el recorrido, verificando una jornada diaria, que solía representar una distancia de nueve a diez leguas. Las empresas de transporte que en Cangas existían entonces estaban constituidas por las recuas de propiedad de los siguientes vecinos de El Puerto: el tío Basilio, el tío Provisor, el tío Xipín, el tío Juanillo y el tío Alonso. Cada arriero o empresario de aquel importantísimo servicio disponía de una recua, compuesta de diez machos, teniendo distribuidos por mitad los turnos Cangas a Madrid, y viceversa; encontrándose los que iban con los que venían en el pueblo de Ataquines, provincia de Valladolid, en cuyo lugar pernoctaban todos juntos en una venta llamada de la tía Francisca. Para los viajeros existían las mismas clases que hoy rigen en los trenes. La de primera, a burra completa; a media burra los de segunda, y los de tercera, en coche de San Fernando, medio camino a pie y el resto andando. Los viajeros de primera clase eran contadísimos. Algún estudiante de familia muy acomodada y pocos de los ricos que, habiendo hecho ya fortuna en Madrid, regresaban a pasar el veraneo en sus pueblos natales. Los de segunda, recorrían una legua a pie y otra sobre el macho, y los terceros solían aprovecharse de los buenos sentimientos de los arrieros, los cuales, cuando no habían colocado todo el billetaje, les permitían que en algún que otro trecho se pusieran sobre el macho. Los asturianos, en general, abastecen a Madrid de criados de servicio: otros, más toscos, hacen de compradores y mozos de servicio, y todos, por lo regular, no desmienten la antigua y conocida honradez de su provincia”. La Maniega. Cangas de Tineo, Junio de 1927. Nº 8.- |
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