Hayedo de Montegrande-Cascadas del Xiblu-Fociecha-Páramo.
-El apodo y las palizas.
-Apodos.
-Pachín de Melás, detención y muerte.
El cuento de los “Rabudos”
El apodo más atroz. Uno de trae y lleva y toma y daca, que se arrojan los unos a los otros los vaqueiros, los marnuetos, los xaldos y “los demás”
-Marmuetu rabudu
repegu de tsana
quien te mandou
repicar la campana?
-Mandoumelu you,
que soy rexidor,
de les llaves del cura mayor…!
Poniendo sólo “vaqueiru” donde este decia “marnuetu” y si no “marnuetu”, “xaldu” y si no “xaldu” “aldeanu”- con esta coplilla misma que el “marnuetu” canturriara ya echaba el dardo de sí. Por si acaso, no obstante, tenía esta otra.
-Vaqueiru, rabudu,
con tsana ´no culu,
aprieta a correr,
que te quiero you ver…!
Cuando la ciudad de Oviedo contaba entonces con población muy escasa, tenía un buen número de hornos. En Ordenanzas remotas, habíase prohibido tener hornos dentro en la “cerca”-que era la muralla- por miedo a la “ocasión” de algún incendio que pudiera suceder. Esto hizo prohibir que se “roxase” el horno de Gascona, en Ordenanzas siguientes: Pero so olvidó al cabo esta medida de precaución obligada, y llegó al fin la “ocasión”… En Cimadevilla, un horno… Y en la Navidad terrible de 1521, este horno sumió a Oviedo en la tragedia de un incendio colosal. En varios días de terror de llamas, la ciudad fue toda infierno, y detrás del infierno encontró sólo una inmensidad de ruinas y un número infinito de dolores… Esto arrojó los hornos a extramuros y hubo uno en Santa Clara, y un horno en la Puerta Nueva: y junto a la Noceda hubo otro horno, y otro en la calle del Sol… Los hornos de la Tahona tenían un privilegio extraordinario, no estaban fuera del muro, pero aún el horno mismo de la Plaza, el concejo propuso trasladarlo muy más allá de la “cerca” por miedo a incendios posibles. Este horno era muy antiguo: ya se le construyera con capilla en la que había una campana.
Y he aquí que los rapaces, los mendigos y los transeuntes pobres, convertían estos hornos en guaridas donde poderse albergar. En ellos topaban techo, frecuentemente rapiñaban bollos y siempre hallaban calor… La ciudad no tenía asilos en que la caridad los recogiera, y eran sus hospitales muy pequeños, y se hallaban muy faltos de recursos frente a esta necesidad. Y también, tras los mendigos, se fueron los enfermos a los hornos, y en ellos se encontraban con frecuencia sin asistencia ninguna, mientras que también, con ellos, se hallaba la ciudad expuesta a males de incalculable amplitud. De esto se ocupó el Concejo; para esto pidió el Concejo una “resolución caritativa” en ocasiones diversas. Los hornos que decían públicos, de este concejo eran propios y él debió de lograr con sacrificios que esta situación le impuso, el que disminuyeran las personas que los habían menester.
La caridad, si no entonces, logró al fin que acabara este problema. Pero los hornos continuaron siendo, aún por gran número de años, propiedad de la ciudad. Ella arrendaba los hornos a quien pujara más en las posturas para adquirir tal servicio y acaso el arrendatario pudiera defenderlos contra el mundo, pero no cabe duda, esto es patente, contra los pilluelos no. El horno, para el pilluelo ya era tierra conquistada, y cuando lo expulsaban por la puerta, entraba por el ventano. He aquí los “gatos del forno” … Quizás primero este nombre fue el de la gente toda que buscaba para su triste miseria, esta hospitalidad del horno público, en pueblo que tenía tantos.
Los pueblos de los contornos daban a los de Oviedo cualquier nombre que les saltaba al magín. Así, los de las Regueras-estos de las Regueras, verbigracia, que veían en Oviedo a las mujeres explotar los arenales que hay en los alrededores, a los ovetenses todos los llamaban “areneros”… Los “areneros” en cambio, que veían que en las Regueras mandaban a las mujeres a colocar escobas en la urbe, llamaban a sus veces “escoberos” a todos los del lugar… De esto hablaba un cantar que decía así:
-Al pasar por la Bolguina
me llamaron “escobera..”
Más vale vender escobas
que andar corriendo la arena…!
Y a poco de esto se olvidó el apodo de los hornos y los gatos, y todos los ovetenses, con verdadero orgullo de su parte, por el amor y el recuerdo fueron ya para siempre “carbayones”.-
Diccionario Folklórico de Asturias. Constantino Cabal.
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Pachín de Melás: detención y muerte. |
Detención y muerte. En enero de 1938 recibe una carta, muy significativa, de Buenos Aires, fechada en la capital el 29 de diciembre de 1937 y con las firmas de Ricardo Casielles y Alfredo Malleza en donde se solicitan colaboración para la efemérides del XXV aniversario de la revista Asturias, uno de los párrafos refleja la dura realidad por la que está pasando la sociedad actual:
En consideración a los dolorosos momentos por los que está pasando España, y a la circunstancia de la posición especial en que se encuentran las Sociedades españolas de América que, como el Centro Asturiano, no tiene carácter político, vería con agrado que en la colaboración que usted se digne enviar, se prescinda de toda alusión a la actual contienda que sufre nuestra patria.
En febrero del 38 van por él al trabajo y lo llevan a la Cárcel de El Coto. Desde allí envía una carta a Agapita, la última carta, fechada el 4 de marzo en la que todavía no sabe de qué lo acusan; ni lo sabrá nunca pues muere a los dos días dice así:
Querida esposa: Este corazón va muy mal. Os ponéis en situación de recibir un susto cualquier día. Cambio de alimentación, a las tortillas, chocolate, chocolate que debo varias onzas, a los churros, galletas, dulces, suspiros blandinos para el café, algo de azúcar y si puede ser manteca. Fiambre, carne empanada, algo de jamón, frutas, manzanas, plátanos, todo ello en variedad adecuada, para que no sobre mucho es fácil echar la cuenta pues no ceno y sólo es un taquín al mediodía. De la ropa no te digo nada, tú verás lo que mandas, pañuelos ya me encajaste ocho. Hasta que no me tomen declaración no me procesan y entonces sé del delito del que soy acusado. Entre tanto llegue eso no podéis hacer nada de nada pues nada sabemos.
Mándame todas las inyecciones de calcium que encuentres por casa, está en los cajones de mi mesa. Las gotas me las van a cambiar ya que éstas terminarían conmigo en ocho días dado el estado de nerviosismo de mi corazón.
El día 9 tienes visita. Pides segunda galería baja, enfermería.
No me dejes sin fumar, ya sabes que lo queremos más que comer. Otra vez seré más largo. No tengo gracia, pasé muy mala noche.
Quetina, me convenzo que no veo ese hermoso chavalín que esperamos y da guerra antes de nacer. Pilina, sé formalina como siempre. Cherines muy animosa. Tú, viejecita de lucha, un beso de Pachín.
Cuando Agapita llega a la cárcel el día 6 ya no lo pudo ver vivo. Sobre esto contaría su mujer:
El cadáver estaba en el depósito. Bajé a la funeraria y compré la única caja que existía, un féretro sin pintar, casi labrado en bruto. Del Ayuntamiento conseguí un carro para llevarla. Él murió de sábado y se enterró de lunes. A las 12 en punto. Recuerdo que sonaban los pitos y las sirenas de la fábrica de loza.
Marcelino me dijo que había fallecido de noche, que a la mañana le llamó y no le respondía. El vigilante vio que estaba muerto, encogido, agarrotadas las manos y un pie. Como si le hubiera dado un ataque cardiáco.
En un listado encontrado en la cárcel figura lo siguiente: Emilio Robles Muñiz, natural y vecino de Gijón, casado, con cinco hijos, maestro nacional (Aunque nunca llegó a ejercer), falleció en la cárcel el 6 de marzo de 1938.-
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