Curvona de Sotres-Bulnes-Canal del Texu-Poncebos (Picos de Europa)
Los hombres y el paisaje
Cuando penetres en la primera calleja de una aldea, pronto verás que las cosas no son tal y como las ha cantado el poeta; ¡qué impresión de sobriedad grabarán en tu alma estas casucas bajas y oscuras, apretadas las unas a las otras para mejor protegerse del frío y los vendavales invernizos! Más sobrios te parecerán aún estos severos montaraces, cuya expresión de fatigados luchadores no suele desaparecer con frecuencia bajo el relámpago de una sonrisa. No te extrañe su hermetismo, que ellos llevan una existencia dura, de combate constante,como todo lo que vive y vegeta a estas alturas; que el destino de estos hombres no difiere en mucho del de estas hayas, aferradas con sólidas raigambres a la roqueda para alimentarse de esta tierra pobre y misérrima. Como ellas, viven unidos, fuertemente unidos; a veces, formando cada aldea con una sola familia; y viven también como ellas: con la robustez necesaria para soportar el peso de tanta nieve, y viven, viven….. hasta que una tempestad las tronza o una avalancha las sepulta. A veces, unos y otras mueren en la vejez, lentamente, cuando se apaga la débil llamarada de su vida.. y nadie se apercibe que hay un árbol menos en el bosque o una cruz más en el cementerio.
Aquí, en las alturas, el estío es breve; el resto del año es invierno. El montaraz que no ha emigrado, aguarda con resignación, encerrado entre los débiles muros de su vivienda, a que el padre Sol derrita en la estiada las nieves que le bloquearon, y en ese brevísimo tiempo habrá de hacer recolección de su cosecha, sin que entre ellos resplandezca la alegría que en la llanada produce el momento en que el hombre que en el campo trabaja recoge el fruto con que la madre Tierra le recompensa.
Viviendo en plena Naturaleza, en lo más arisco y salvaje del territorio español, bloqueado por la nieve durante seis o siete meses, y en plena montaña, cuidando de sus ganados o haciendo acopio de hierba en el resto del año, las gentes de los Picos de Europa encuentran en la caza, el deleite mayor para su espíritu aventurero y audaz. Las Comarcas de Caín y Cabrales tienen fama de contar entre sus hijos los mejores trepadores de rocas y los más decididos cazadores de rebecos. Los de Caín, sobre todo, gozan en todos los Picos de Europa de esta merecida reputación. D. Alejandro Pidal, gran conocedor que fué de estas montañas, entre cuyas rocas buscaba el descanso a que su formidable labor de político y escritor se hacía acreedora, refiere uno de estos episodios, que retratan el valor de los cainejos y su osadía y casi temeridad en la caza del rebeco.
-Ahí, sólo esos demonios de cainejos pueden cazar, que se pegan como moscas a las peñas. Son de Caín, de un pueblo colgado ahí abajo, adonde no se puede entrar ni salir, y donde todos viven de la caza…. Ahí los tenéis-añadió, señalándome las más tajadas aristas de un insondable precipicio. Seguí con los ojos el tosco cayado del pastor, y se me heló la sangre en las venas. Un ser, con figura humana, acababa de aparecer en medio de la arista de una encumbradísima peña cortada en pico, sin que se pudiera comprender cómo humanamente podía sostenerse allí, en aquella luciente y bruñida vertical, colgada sobre el abismo. Un grito salvaje, ronco, sonó en las concavidades del joo (hoyo). Un peñasco ciclópeo, sacado de su secular equilibrio por el brazo poderoso del cainejo, cayó, no rodó, por la pendiente, y chocando contra la punta de las peñas ensordeció el valle entero. Los rebecos, que se refrescaban, acostados, en las grandes masas de nieve, se pusieron en pie, irguieron sus cabezas, adornadas con los airosos cuernecillos, y el poderoso macho que los capitaneaba, lanzando un penetrante grito, se lanzó al galope, seguido de toda una manada,por las escabrosidades de las peñas.
No tardamos en oír una detonación, y entre el humo producido por el disparo, vimos levantarse de una peña, suspendida en el borde de un desfiladero, a otro cainejo, que, corriendo tras el rebeco despeñado, le alcanzó, le remató y le degolló, y aplicando sus labios a la herida, bebió largamente y con delicia la caliente sangre del gallardo habitante de los precipicios.
Desde entonces, en todas mis expediciones a la montaña, me he hecho acompañar por los cainejos. Al poderoso brazo de uno de ellos debo el poder contar lo que ahora escribo; no hubiese sido posible, sin su ayuda, aquella vertiginosa bajada desde el más alto de los Picos de Cornión emprendimos, huyendo de la tormenta que amenazaba envolvernos en lo más peligroso de las montañas, hasta vislumbrar a media noche la luz que arde perpetuamente en la sagrada cueva de Nuestra Señora de Covadonga.
Acompañábanme en aquella expedición el célebre canónigo de Covadonga y Roberto Frassinelli. Aun me estoy viendo, después de seis mortales horas de bajada a plomo, primero por las peñas y luego arrastrándonos por las nunca pacidas ni segadas hierbas de la Cabritera, y, por último, suspendidos de los árboles que brotan en aquellas paredes, paralelos al suelo, agotar el pequeño depósito de una fuente, alimentado por un tenue hilillo de agua.
¡Terrible momento! Uno de nuestros compañeros, el guía Ruperto, de Caín, suspendido a muchos cientos de metros de altura del cañón de su carabina, que había introducido en el agujero de una lisa e interminable pared de peña, para alcanzar con los pies una imperceptible cornisa, convencido de la inutilidad de sus esfuerzos, luchaba en vano por retroceder.
¡Qué instante de angustia!….. Mientras nosotros, más seguros sobre nuestros pies destrozados, contemplábamos, aterrados, aquella escena, oíamos a don Máximo pronunciar las sagradas palabras de la absolución in articulo mortis, mientras su mano, abandonando la escopeta, trazaba el signo redentor en los aires. Como si Dios hubiese reanimado sus fuerzas, Ruperto hizo un esfuerzo desesperado y supremo, y consiguió izarse nuevamente sobre los pies en la cornisa abandonada…. Momentos después corría como si tal cosa por las asperezas apenas salientes de la tajada peña, estimulado por nuestros aplausos y nuestras voces de alegría.”
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