En el Agua Papio, en la izquierda del Nalón, cerca de los límites de los concejos de San Martín y Laviana, en el lugar que ahora ocupan las escombreras de las minas de Rimoria, existían, hasta que fueron cubiertas por aquéllas, unas cuantas charcas o pequeñas lagunas sin comunicación con el río, salvo en alguna que otra riada, rodeadas de “llamarías” y plantas acuáticas propias de esos terrenos, como las espadañas. Los pozos, en los tiempos inmediatamente anteriores en los que fueron cegados, llevaban el nombre del dueño de la finca más inmediata, y así se sabe que uno era llamado el “pozo de Mero” y otro el “pozo Quilino”, y que éste el de mayor extensión de todos y que tendría unos 20 mts. de longitud y su anchura estaría entre los 10 y 5 mts; en cuanto a su profundidad, se decía que “cubría dos pértigues puestas una entiba de otra”. Aunque el agua de estas lagunas era limpia clara y buena, nadie se bañaba en ellas porque era creencia general que a cuatro de ellas, una era completamente redonda, “ que por la noche venín a bañase a elles judíos que habíen sido despachaos de per aquí y que esos judíos tenín rabo”.- Tal era el miedo que había, que hasta en pleno día, si se pasaba por el lugar por la caleya colindante, se hacía con temor y recelo, y nada digamos por la noche. Al llegar a El Agua Papio, al lado de los pozos donde se bañaban los judíos, en la caleta encontró unas madreñas y una luz y un poco más adelante a un hombre en el suelo, que a pesar de ser valiente, el temor a los judíos lo puso en tal estado.
- ¿Qué te pasa?, le preguntó Andrés.
- Ay, qué sustu llevé, contestó el otro, pos al salir de la mina vi una lluz que me vien persiguiendo i cuanto más apriesa afuxia yo, más corría ella i creyí que yera dalgún judíu que quería coyeme, i al pasar xunto a los pozos del Agua Papio, por poco muerro de mieu, pos sintí a los judíos chaflotar en el agua mientres se bañaben.
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