Caranga
Textos:
-La regenta.
-Vejeces.
-Tigre Juan.
Caranga - Pueblo del concejo de Proaza. Presenta un rico patrimonio rural tradicional, como casas abaldonadas, hórreos y paneras, muchos de ellos están en ruinas. Destaca la ermita de San Mamías, construida en 1763.
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En la provincia de Burgos hay un pueblo que se llama Espinoso de los Montes nombrado por toda España.
Muy cerca de esta ciudad y en una aldea cercana habitaba un matrimonio de familia muy honrada. El se llamaba Francisco y su esposa doña Sara, La cual falleció de parto al quinto año de casada, quedando solo Francisco con tres hijitos pequeños, trabajando escasamente para darles alimento, y a cabo de algunos meses Francisco empezó a pensar que él solo con los chicos no se podía arreglar y para bien de sus hijos al momento se casó con una mujer villana, la cual fue su perdición.
Al casarse, el pobre hombre a su esposa le dijo: Desde hoy serás la madre de mis desgraciados hijos. Como madre les darás educación y cariño, pues ya sabes que los pobres se encuentran huerfainitos. Yo, si Dios me da salud, con afán trabajaré para que en nuestra casa no nos falte de comer.- Poco tiempo se pasó de amor y tranquilidad, pronto empezaron las guerras, los celos y la maldad.Cuando aquel honrado padre de su trabajo venía, aquella mujer ingrata a su esposo le decía: Son tan traviesos tus hijos que no les puedo aguantar. Aunque me duela en el alma les tengo que castigar. Me hacen mil travesuras, no me quieren respetar; hoy me han roto un plato y una jarra de cristal. Pero entonces el marido, creyendo que era verdad, a sus inocentes hijos empezó a castigar. Un día el niño mayor de rodillas se postraba ante su padre llorando, diciendo estas palabras: Padre de mi corazón, no crea usted en nuestra tía, que todo cuanto le dice es una pura mentira. Desque usted se va al trabajo más que pan seco y agua, con una vara que tiene siempre nos está pegando y dice que poco a poco así nos irá matando. Si no mira por nosotros yo me voy con mis hermanos a pedir una limosna donde los buenos cristianos. Pero entonces el marido, lleno de ira y furor, a la ingrata de su esposa seriamente reprendió. Pero la gran criminal no le contesta palabra, guardando en su corazón la más terrible venganza. Y al otro día siguiente, cuando el marido marchaba, se levanta la traidora para cometer su infamia. Se dirige al aposento donde los niños estaban, cogiéndoles por el pelo los arrastra hasta la cuadra, y una vez allí encerrados, sin piedad ni compasión, como si fueran corderos el pescuezo les cortó, dejando sus cuerpecitos que al verlos daba dolor. Pero aquel día Francisco, en lugar de ir a trabajar, dio la vuelta del camino y se volvió a su hogar: Quiero saber lo que pasa con mis desgraciados hijos, Y cuando entra en su casa y en un rincón de la cuadra los encuentra hechos pedazos los hijos de sus entrañas, sin amor y sin sentido aquel hombre se quedó. Pero mas cuando aquel hombre el sentido recobró se lanza sobre su esposa lleno de ira y furor y con el mismo cuchillo que a los tres hijos mató hasta nueve puñaladas sin vacilar le pegó. Viendo su cuerpo cadáver a la autoridad se entrega, dando cuenta a la justicia de esta desgraciada tragedia. Y aquí termina la historia de esta terrible desgracia que tanto dolor causó en toda aquella comarca.
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Vejeces
Al llegar a mi edad, la primavera se parece al otoño a su manera. Pensando en el amor, que ya no siento, aprendo a despreciar el pensamiento. Cursa la ciencia del vivir y admite que el grado de doctor lo da la muerte. Fueron, en otra edad, los ruiseñores, para mí los teólogos mejores. Por mujer, bella y joven, te deseo que creas al leerme que chocheo.
Era en el obscuro; sobre mi pecho sentí una mano; en las tristezas del pobre lecho me visitaba Dios soberano. Era la mano de luz; caricia de lo Infinito, callado premio, misterio - madre- Lloro en espíritu por la delicia que al miserable dulce bohemio le otorga el Padre.
Nunca oirás de mis labios que mi vida no tiene para mí más atractivo que atizar esta llama que, escondida, es el solo alimento de que vivo.
Leopoldo Alas Clarín.-
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Tigre Juan.
La Plaza del Mercado, en Pilares, está formado por un ruedo de caducas corcovadas, caducas, seniles. Vencidas ya de la edad, buscan una apoyatura sobre las columnas de los porches. La Plaza es como una tertulia de viejas tullidas que se apuntalan en sus muletas y muletillas y hacen corrillo de la maledicencia. En este corrillo de viejas chismosas se vierten todas las murmuraciones y cuentos de la ciudad. La Plaza del Mercado es el archivo histórico de Pilares. La historia íntima de las familias se conoce allí al pormenor; así los sucesos del día, apenas consumados, y aun en vías de gestación, como la suma innúmera de hechos que pertenecen al antaño. El caudal histórico, embalsado en este pequeño recinto, es historia viva, narración oral, que va circulando de boca en boca y de una en otra generación. No hay, en la ciudad, hogar tan arcano cuyas interioridades no sean averiguadas, referidas y glosadas en este corrillo de viejas fisgonas. El secreto, aun el más púdico, de cada hogar se escapa por la cocina en derechura al mercado. Una caduca con dos ventanas, tuerta de una de ellas, que se la cubre, como parche de tafetán, una persiana verde, y la otra chispeando la malicia alegre, a causa de un rayo de sol crepuscular, y con la boca del único balcón torcida en mueca cazurra, parece que acaba de dar alguna nueva noticia sabrosa. Todo en redor de la Plaza del Mercado al fondo de los soportales, hay tiendecillas angostas y profundas: la mayor parte, establecimientos de tejidos catalanes; luego, abacerías, carnicerías, talabarterías, alguna cerería, comercios de paquetería al detalle. Lo más del tiempo, estas tiendecillas permanecen sumergidas en reposo y mudez, huecas, negras, como nichos, vacíos aún, en un muro de cementerio, salvo jueves y domingos, días de mercado, que desde la hora prima de la mañana la Plaza comienza a borbollar con espumosa muchedumbre de puestos del aire, con toldos de lona agarbanzada, al modo de un campamento o una flota de galeones a toda vela. El puesto de Tigre Juan se distinguía de los demás por varias particularidades. No estaba situado en el hueco central de la Plaza, sino en un ángulo, entre dos columnas cuadradas de granito; mitad bajo los porches, mitad en abertal. Era un puesto permanente: todas las horas del día y todos los días del año. En vez de toldillo de lona, como los demás, poseía a manera de un caparazón, acoplado con tres enormes paraguas e varillas de ballena, regatón de bronce y puño de asta; uno morado, color del estandarte de Castilla; otros dos, rojo y gualda, los tonos del pabellón nacional. No se sabe si la selección de colores era obra del acaso o alar de patriotismo. Por fuera del paraguas se alineaban, con zigzag de baluarte, unos cestos formidables o maconas, abarrotados con diversidad de leguminosas y granos; garbanzos de Fuentesaúco, lentejas y titos mejicanos, judías del Barco, maíz argentino y de la tierra, guisantes, castañas pilongas, avellanas. Algún barril, además, con sardinas arenques prensadas, que se desplegaban adherida unas a otras. Había también unos cajones, convertidos en estantería, con libros usados; y un comodín de muchos bajoncillos, rematado en pupitre, donde campeaban dos plumas verdes de ganso, espetadas en un tintero fraulino de loza azul. Por último, de uno de los paraguas colgaba un cartelón, con este anuncio: Tigre Juan Memoralista, Amanuense y Sangrador. Tigre Juan- Ramón Pérez de Ayala. |
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