Cartas de Jovellanos
Jadraque, septiembre 1808
Mi querido amigo: Yo no sé por qué Vm. admira tanto la fuga del rey intruso y sus partidarios. Ella pudo muy bien ser precipitada, pero no fue imprevista. ¿Quién es el que no veía el inminente peligro, que los amenazaba? Los frecuentes descalabros del ejército de Lefebre, la retirada de Money con mengua y sin gloria, la completa rota del de Dupont, tenido por invencible, tanta gente perdida por la deserción, las enfermedades y en los choques parciales habían reducido a la mitad el ejército invasor, habían desalentado la mitad restante y habían exaltado la mitad restante, y habían exaltado hasta el último punto aquel disgusto y repugnancia con que todo entraron en esta guerra no sólo injusta sino ignominiosa para la nación a cuyo nombre se lidiaba. Por otra parte ¿qué haría en Madrid un rey recibido sin una sola demostración de aprecio, proclamando sin un solo viva, sin más obsequio que el de la baja adulación, sin otro séquito que el del sórdido interés? ¿Que haría, desobedecido por los tribunales, desdeñado por la nobleza y despreciado por el pueblo aun en medio de las amenazas y las bayonetas? ¿Que haría sino temer, avergonzarse y huir precipitadamente del teatro de su peligro y de su ignominia? Vm. alaba la tranquilidad del pueblo de Madrid, y yo también la alabo. Pero la nobleza de este buen pueblo estaba bien conocida. En medio de su mayor efervescencia, ¿quién le vió airarse sino contra los escandalosos objetos del odio nacional? Este pueblo no quiere ser esclavo, pero tampoco aspira a una libertad perniciosa, y si tal vez se irrita contra la dureza del freno, nunca resiste la blandura del cabezal. Reconózcase bien gobernado y él vivirá tranquilo. Pero Vm. me dice que con esta fuga vive todo el mundo contento; pero yo no lo estoy. El enemigo no la hizo para dejarnos en paz, sino para hacernos una guerra más cruel y más bien meditada. El vela y nosotros nos dormimos. ¿Y querrá Vm. que estemos contentos? ¡Ojalá que Vm…. y iluso; ojalá no me hubiese escrito la última carta que recibí suya y que, aunque sin fecha, supongo ser del 29 ó 30 del pasado! Hubiérame Vm. ahorrado mucha confusión y mucha pena, y hubiéramos dado de sus sentimientos idea menos triste y más favorable a su opinión y a mis deseos. Que Vm. haya abrazado el partido menos justo puede hallar disculpa en la fuerza de las circunstancias, siendo llamado a él, sin solicitarle, y peligrando su familia en Bayona, si pagase aquella distinción con una repulsa. Que Vm. le siguiese después y mientras creyó que la flaqueza de la Nación y los artificios de su opresor podían hacerla doblar la cerviz y sufrir el nuevo yugo, era ya una consecuencia del primer paso; y en el la compañía de algunos hombres de mérito pudo también cohonestar su conducta. Pero que en medio de la ruina de este partido, cuando ve que disipados aquellos artificios, deshecha la fuerza que los sostenía, desengañada y vigorosamente pronunciada la Nación y repelido con el silencio más profundo y con las demostraciones mas claras, el nuevo jefe por su pueblo, por su nobleza, por sus magistrados. Vm. no sólo le siga, sino que pretenda justificarle con todos sus horribles designios y a pesar de las tristes consecuencias que nos anuncian; que Vm. le siga cuando ya no queda al opresor otro recurso que conquistarnos; cuando reconoce la necesidad de esta conquista; cuando prevee y afecta llorar los horrendos males que serán consecuencia de ella… esto es lo que ni el honor ni la razón podrán disculpar jamás. ¿Por ventura no tiene Vm. una patria? ¿ Y cuál será ésta sino la que le acogió en el desamparo de sus primeros años, la que le dió una familia, un estado, una fortuna, unos amigos y una reputación distinguidos ? ¿Y no reconocerá Vm. ninguna obligación hacia esta patria tan generosa? ¿ Ninguna prenda que le haga interesarse en su libertad y en su gloria? Vm. pretende hacerse, o más bien hacernos, ilusión cuando dice que en el partido que sigue ve la única tabla en que esta Patria puede salvarse pero ¿qué es lo que Vm. entiende por Nación en esta horrible frase? ¿Puede entender otra que los españoles, que son sus … conciudadanos?¿Y puede Vm. dudar de sus sentimientos? ¿No ve que quieren morir antes que ser esclavos de un tirano que los ha engañado y escarnecido? ¿Y no tendrán otra salvación que sufrir sus cadenas? Lo que diría Grecia al ateniense que con igual razón se disculpase de seguir a Jerjes, esto es lo que España y lo que el más débil de los españoles responderá eternamente a Cabarrús. Vm. para cohonestar su ilusión y su partido, supone que España sólo trata de defender los derechos de su rey cautivo. Pase que fuera así. ¿Sería su causa menos honrada, menos justa? ¿Valdrá tanto para ella el usurpador de Nápoles, como el heredero legítimo del trono de Castilla? ¿ Valdrá tanto un hermano de Napoleón como el descendiente de Recaredo, de Pelayo y de Fernando el 3º.? Y cuando España sólo lidiase por la dinastía de Borbón, ¿valdrán menos para ella los Borbones que los Bonapartes? Pero no; España no lidia por los Borbones ni por los Fernando; lidia por sus propios derechos, derechos originales, sagrados, imprescriptibles, superiores e independientes de toda familia o dinastía. España lidia por su religión, por su Constitución, por sus leyes, sus costumbres, sus usos en una palabra, por su libertad, que es la hipoteca de todos y tan sagrados derechos. España juró reconocer a Fernando de Borbón; España le reconoce y reconocerá por su rey mientras respire;, pero si la fuerza le detiene, o si la priva de su príncipe, ¿no sabrá buscar otro que la gobierne? Y cuando tema que la ambición o la flaqueza de un rey la exponga a males tamaños como los que ahora sufre, ¿no sabrá vivir sin rey y gobernarse por sí misma? Dirá Vm.., pues, que esta es la cantinela de su partido, que Napoleón no quiere esclavizarla, sino regenerarla, mejorando esta Constitución, y levantarla al grado de esplendor que merece por su situación y su fuerza entre las naciones. Seamos sinceros, ¿Cree Vm. que es esto lo que quiere Napoleón, o quiere sólo levantar en ella un trono para su familia? Su intención no es equívoca y los pretextos mismos tan ridículamente inventados para disfrazarla la ponen más en claro. Y bien: si sólo se trata de hacer feliz a España ¿quién es el que le llama a tan sagrada y benéfica función? ¿quién le ha dado derecho para ingerirse en ella? Y cuando pudiera desempeñarla como neciamente creímos, en calidad de buen aliado, ¿quién le autoriza para tomarla en la de usurpador y enemigo? Pues ¿qué? ¿ España no sabrá mejorar su Constitución sin auxilio extranjero? Pues ¿qué? ¿no hay en España cabezas prudentes , espíritus ilustrados capaces de restablecer su excelente y propia constitución, de mejorar y acomodar sus leyes al estado presente de la nación, de extirpar sus abusos y oponer un dique a los males que la han casi entregado en las garras del usurpador, y puesto en la orilla de su ruina? Por último. Vm. anuncia la necesidad en que está José de conquistarnos, a pesar de la humanidad de su corazón ¡Bella humanidad! ¿Pero, quién le fuerza a derramar nuestra sangre? El se nos ha presentado como redentor, pidiéndose que le admitamos como rey. Hémosle rehusado ambos títulos. Vuélvase, pues, a su trono, y habrá hecho lo que exige la justicia y persuade la humanidad. Pero que esté forzado a conquistarnos sólo porque no pudo eludirnos , es una consecuencia tan atroz como absurda. Pero demos que el bárbaro pundonor napoleónico le fuerce a conquistar la España. ¿Qué? También Vm. será forzado por la necesidad a ayudarle en la conquista. ¡Insensato! ¿adónde está aquella razón penetrante que veía a la mayor distancia la luz de la justicia? ¿Dónde aquella tierna sensibilidad que le hacía suspirar a los más ligeros males de la nación? Pues, qué, cuando vuelva José a talar nuestros campos, a incendiar nuestras villas y ciudades, y cuando con la espada en una mano y las cadenas en otra venga a hacer esclavos a los que no han querido ser sus súbditos, Vm. precederá al ejército conquistador, que vendrá robando a nuestros infelices labradores sus granos, sus bueyes, el fruto todo de su sudor para alimentar a los feroces vándalos que le compongan? Y mientras ellos hundan sus alfanges en el corazón de los que Vm, llamó amigos, Vm. estará al lado de estos monstruos calculando el valor de sus fortunas dilapidadas? Y entonces, tendrá aún la osadía de llamarse español?…. Y entonces, ¿dirá Vm. que viene a presentarnos la única tabla de nuestra salvación? Y entonces, ¿se atreverá todavía a invocar el nombre de la amistad? ¡No!, ¡no!; entonces será Vm. un hombre execrable y execrado de su patria, de sus conciudadanos, y más que de nadie, de sus amigos . Si lo será; ¡yo lo juro!; yo , que jamás verá la amistad donde no vea la virtud, y que, aborreciendo con todo el rencor de que es capaz el corazón humano la injusticia y la iniquidad, no podré mirar a Vm. sino como un vil y odioso enemigo. Pero ¡ay de Vm. si los atroces proyectos del conquistador son frustrados por el valor de nuestros bizarros defensores! ¿ Dónde volverá Vm. entonces sus ojos? ¿A Napoleón, a José? ¡Oh! Ellos desecharán a Vm. desde que no le hayan menester. ¿A España? Pero España no querrá ni deberá recibir al hijo espurio e ingrato que pretendió devorar sus entrañas. Sus amigos mismos le vomitarán y llorarán avergonzados de haber tenido este nombre. Desconocido de la nación que vendió y abandonó, y de la que ya no le querrá recibir, Vm. vagará errante, sin familia, sin patria, sin amigos, y en el fuego de su imaginación y en la claridad misma de su razón hallará todos los estímulos que le arrastren a toda la rabia y furor del despecho. ¿Y acaso mira Vm. esta desgracia como imposible? ¡Qué poco conoce Vm. a los españoles del día! La iniquidad de sus enemigos ha inflamado sus almas y exaltado su carácter hasta el punto de hacerlos invencibles. ¿No han dado ya buena muestra de ello? Money, ¿no huyó avergonzado de ante los muros de Valencia? Lefébre, ¿no agota en vano su furor en continuos ataques, siempre quebrantados en los pechos de acero de los zaragozanos? Y Dupont, ¿no cayó ante le constancia de Castaños, con 17…combatientes, la flor de los ejércitos del tirano, rindiendo 150 cañones, 60.000 fusiles y todos los carros y trenes y bagajes de su ejército? ¿Y no ve Vm. formarse por todas partes nuevos ejércitos de invencibles? Desde Gijón a Cádiz, desde Lisboa a Tarragona, no suena otro clamor que el de la guerra. La justicia de la causa da tanto valor a nuestras tropas como desaliento a los mercenarios que vendrán a batirlas. El dolor de la injuria, tan punzante para el honor castellano, aguijará continuamente el valor y la constancia de los nuestros; y crea Vm. que cuando el triunfo sea posible, el conquistador verá a su trono sobre ruinas y cadáveres, y ya no reinará sino en un desierto. Y entonces Vm. que habrá contribuido con sus cálculos a esta desolación, gritará: ¡oh!, yo presentaba una tabla a la nación y ella perece por no haberse asido a ella. Pero no; yo quiero pensar todavía que en el corazón de Vm. se abrigan más nobles sentimientos. Hasta hoy, su conducta puede ser disculpable. Tiene sin embargo, dos graves cargos que le hace la opinión pública y de que debe justificarse: uno, de haber querido quitar los sueldos y reducir a mendigar las familias de los antiguos servidores del Estado, sólo por no haber querido ser perjuros; esto es, por haber sido virtuosos. Otro, de haber dictado a los ladrones de nuestra fortuna el robo de los últimos restos de ella que había en Madrid. Si Vm., en uno y otro, fué un simple ejecutor y si después de haber representado la injusticia y la inutilidad…(Interrumpido) Gaspar Melchor de Jovellanos. Don Gaspar Melchor de Jovellanos. D. Miguel Artola. Tomo IV. Madrid 1956.
Muros de Noya 8 de marzo de 1810.
Como yo supongo, mi muy amado Milford, que Vm. y nuestra amable Milady estarán con alguna inquietud acerca de mi suerte, no quiero perder la ocasión de enterarles de ella; y menos ahora, que parece haber tocado al extremo de la adversidad. Sin duda que yo había nacido para pasar en ella el último trozo de mi vida; pues tal se han cambiado los acontecimientos que no han podido ser para mí ni mas repetidos ni más desgraciados que en esta época. Supongo a Vm. enterado de los que se refieren de la disolución de nuestra Junta, por mi última carta escrita en la Isla de León, y dirigida por medio del señor Duff. A pocos días nos embarcamos el amable Pachín y yo con nuestras familias en la fragata de S. M. Cornelia, que debía traer los pliegos al señor obispo de Orense y llevarle a su destino. Entretanto que se le daban estos pliegos, pasamos allí tres semanas de grande amargura, no sólo por la impaciencia de llegar a nuestro amado país, sino también porque sabíamos de una parte que en Cádiz corrían impunemente las groseras calumnias que los enemigos de la Junta Central difundían indistintamente contra sus individuos; y de otra, que la nueva Regencia o por debilidad, o por temporizar con la nueva Junta de Cádiz, o si por ingratitud a lo menos por una estúpida indiferencia sobre nuestra suerte, nada hacía ni decía en favor de los que tan acreedores eran al desagravio. Faltaba en esto no solo a su deber, sino también a sus promesas, como Vm. verá por las copias adjuntas. Cansados, pues, de tanto sufrir, determinamos Pachín y yo dar la cara y defender nuestra opinión, y dirigimos al diarista de Cádiz el cartel de desafío de que también envió copia, y de la respuesta que se nos dió, respuesta tan justa y decorosa de parte del Gobernador, como injusta y grosera de la Junta. Hubiéramos replicado a esta si cansados de la tardanza y sabiendo que iba a dar la vela para el puerto de Gijón el Bergantín Covadonga no hubiésemos resuelto trasbordarnos a él y recibido las contestaciones al punto mismo de zarpar. Era esto el 26 del pasado, al ponerse el sol. Navegamos con viento favorable y calmas alternadas hasta montar el cabo San Vicente; pero allí, entrada ya la luna equinoccial y soplando con furor los vientos del tercer cuadrante, hicieron nuestra navegación no solo molesta, sino en extremo peligrosa para un buque de 150 toneladas, con solo ocho hombres de tripulación. Fueron, sobre todo, terribles las noches del 3, 4 y 5 del corriente; pero en esta última, después de no poder aguantar ningún trapo, y cuando por nuestro rumbo nos creíamos diez leguas a la mar de Finisterre, oímos la terrible voz tierra, tierra; nos perdemos; estamos sobre las Islas de Oms. Todos nos creíamos náufragos, y a esta desgracia era inevitable, si ya entonces, rayando el día, no nos hubiese advertido el peligro. Duró sin embargo mucho tiempo la zozobra, antes que pudiésemos desembarazarnos de él, porque el viento, que soplaba con furor, dejaba poco lugar a la floja maniobra de un buque pesado y pequeño. Pero al fin pudimos orzar, librarnos y tomar felizmente la segura vía de este pequeño puerto, donde anclamos a cosa de las ocho de la mañana del día 6. Mas no crea Vm. que acabaron aquí nuestras desgracias. Mas apenas habíamos llegado, cuando conocido el buque por unos amigos del capitán vinieron a bordo, y la primera noticia que nos dieron fue la de estar Asturias ocupada por los franceses. Un rayo del cielo no hubiera herido más fuertemente mi corazón. No ciertamente por el entero naufragio de mi pobre fortuna, sino porque siempre me había consolado en tantas desgracias como llovían sobre mí la idea de que si España perecía, Asturias sería la última a recibir el yugo. Todo, pues, pereció para mí; ya no tengo ni bienes, ni libros, ni hogar y ni siquiera tengo patria, que tal nombre no quiero dar a una pequeña porción del país donde ni se defiende con rabia ni furor la libertad, ni con justicia y gratitud el honor y el decoro de los que tanto han trabajado por ella. ¡Ojalá pudiera yo abandonarla en el día! Mas ni para esto tengo medios, ni los podré tener sino volviendo al lado de un Gobierno, a quien no quisiera servir, ni serviré por mucho tiempo, pues que tan poco se cura del buen nombre de los que tan bien y desinteresadamente sirvieron a la Patria. Hemos, pues, dado cuenta de nuestra situación a la Regencia, y esperaremos su resolución. Si nos mandan pagar las dos mesadas ya devengadas de nuestros sueldos, con este auxilio me embarcaré para Canarias o Mallorca, y si para esto no hubiere ocasión, me embarcaré a Londres, para pedir a Vm. de rodillas que me haga transportar a Canarias, que allí por ser tierra de España y libre de franceses, es donde quiero depositar mis huesos. No mire Vm. esto como una injuria hecha a la amistad. Yo viviría al lado de Vm. y me agregaría gustoso a su familia con cualquier destino que quisiera darme en ella, si uno de mis firmes propósitos no fuese no abandonar la España, mientras conservase un palmo de tierra libre de franceses en que pudiese existir; y si estando en los sesenta y siete años de edad no sintiese que ya no es tiempo de pensar en vivir con gusto, sino de morir con tranquilidad. Debiera aquí soltar la pluma; pero añadiré que la ocupación de Asturias no es absoluta; pero el enemigo no sólo está apoderado de Oviedo, Gijón y Avilés, sino también de las dos orillas del Nalón. Dicen que se defendió bien la izquierda en el puente de Peñaflor; pero que habiendo pasado un cuerpo de franceses el barco de Udrión, para envolver a los nuestros, se hizo forzosa su retirada; que nuestro ejército estaba reunido hacia el Poniente, con el cuartel general en Luarca y preparándose a expeler al enemigo. Esto nos dicen aquí, mas yo, que conozco el desamparo y pobreza en que está aquel país, y la debilidad en que cayó su gobierno desde que el héroe Romana, suprimiendo su Junta General, le sepultó en la anarquía, nada espero que no sea desgraciado y funesto. A decir verdad, aun temo por Galicia. Sin duda que este reino hace grandes esfuerzos y toma muy activas providencias; pero se halla sin ejército y sin armas para formarle, y aunque se halla tan cerca para socorrerle ingleses y portugueses, ¡qué sé yo!…. Basta mi buen amigo. Vm. tendrá bastante que hacer en su parlamento parta no distraerse a las cosas de extraños. Yo celebro en el alma que el triste accidente acaecido a Carlitos en su primera cacería no tenga otra consecuencia que la de hacerle más cauto, para que en otra ocasión no se abandone tanto al placer de correr a caballo. Saludo muy tiernamente a nuestra amable Milady, y a los preciosos jóvenes Russell y Fox, y otro tanto hace mi amado Pachín, y ambos somos de Vm. muy fieles y firmes amigos. Jovellanos. Obras de D Gaspar Melchor de Jovellanos - . D. Miguel Artola. Tomo IV. Madrid 1956.-
Era la intención del Sr. Ponz aprovechar las noticias sembradas en mis cartas y diarios, y formar con ellas uno o dos volúmenes, en continuación de su viaje general. La muerte, robándole al público antes que lo pudiese hacer, le privó de la perfección que con su estilo fácil y gracioso, con sus oportunas reflexiones y sus juicios magistrales, hubiera podido añadir á mis pobres trabajos. Perdida con tan buen amigo tan preciosa esperanza, y persuadido de que el público podría tener algún interés en restablecerla, empecé a pensar si sería yo capaz de hacerle este bien, y sintiéndome con fuerzas para ello, me resolví y dispuse a corregir y a publicar mis cartas. Los viajes, me decía yo, son provechosos cuando se emprenden con buena dirección, y si lo son ¿porqué no lo serán sus descripciones hechas con fidelidad y discernimiento?¿Hay por ventura un medio mas seguro de conocer bien los pueblos y provincias de un reino, que el de ir a los lugares mismos y aplicar la observación a los objetos mas notables que se presentan? ¡Pero a cuán pocos de los que necesitan este conocimiento es dada la proporción de viajar para tomarle por sí mismos! ¿Qué beneficio, pues, no hará a esta especie de gentes el que después de haber viajado por algún país y estudiado cuidadosamente su naturaleza, su estado y relaciones, les comunica con generosidad sus observaciones? ¡Ojalá, exclamaba yo entonces, que hubiera una docena de hombres de provecho, que corriendo con tan loable fin nuestras provincias, enriqueciesen al público con el fruto de sus trabajos! He aquí lo que empezó a moverme a publicar mis cartas. No añadió poca fuerza a este impulso otra consideración. El país que vi y observé no es ciertamente lo que se cree por acá, y la idea que de él se tiene es harto equivocada y defectuosa. Por lo común se mira a Asturias como una provincia pobre y miserable, y este error necesita un desengaño. Los hombres naturalmente inclinados a generalizar sus ideas, y mas acostumbrados a referir los efectos a causas comunes y conocidas que a investigar derechamente sus verdaderas causas, equivocan muy de ordinario sus juicios, especialmente en materias políticas. Se ven en la corte y capitales populosas algunos centenares de gallegos y asturianos que vienen fugitivos y como arrojados de su país en busca de una escasa y dura subsistencia, y que trabajando con un afán continuo, apenas recogen un interés vivísimo, viviendo siempre mal alojados, peor vestidos y no bien alimentados; y se concluye de ahí que los que quedan de la otra parte de los montes no son mas venturosos. Se ven al mismo tiempo muchos naturales de otras provincias cubiertos de todos los accidentes de la opulencia y el lujo, consumiendo en pocos meses grandes fortunas, y se creen que allá en sus países todo es riqueza, todo abundancia y prosperidad. ¿Quién de los que transmigran a América no se habrá figurado antes que en cuanto llegue allá tropezará a cada paso con tejos de oro? Por lo común semejantes juicios son muy errados, y solo una exacta descripción de estas provincias puede rectificar las ideas que conducen a ellos. A esta reflexión que recrecía el deseo de publicar mis cartas, añadía yo la de las malas consecuencias que acarrean tales errores. Prescindiendo de otras cuando se trata de hacer leyes o reglamentos para una provincia ¿cuan perniciosa no puede ser la ignorancia de su estado político, o los errores acerca de él? Es pues conveniente hacer la guerra a la ignorancia y al error, y arrebatar por este medio la gratitud del público. Tales son las razones que me mueven a publicar estas cartas. Como la utilidad es el objeto de las descripciones que contiene, no hay que buscar en ellas ni aquellos hechos raros y portentosos que tanto aprecian los que solo leen para matar el tiempo, ni aquellos primores y gracias de estilo sin los cuales es fastidioso y cansado todo el libro, a quien le juzga como humanista. ¿Cómo era posible que mi pluma siguiendo libremente los objetos que habían ocupado mi atención, siempre llevada de la impresión que su vista hacia despertado en mi ánimo, y siempre divertida hacia algunos puntos de utilidad y acompañada siempre de la reflexión y la buena fe, produjese una obra digna del nauseoso estómago de ciertos eruditos? Por otra parte el tono franco y familiar que la amistad toma naturalmente cuando refiere sin ostentación y juzga sin aparato tan distante de la sátira como de la adulación, es poco compatible con los aliños retóricos, mas propios a la verdad en otro género de escritos para que fueron inventados. Cuantos han honrado el estilo epistolar siguieron esta idea en sus correspondencias, no sujetándose a un solo modo de decir, si no elevando, abatiendo y variando su estilo según la materia de cada carta, notándose solamente en todas cierta llaneza y desenvoltura de locución que señalan el verdadero carácter de este estilo. No lo digo por compararme a tan ilustres modelos, cosa que ni espero, ni a la verdad me propuse. Dígolo solamente para que el público no eche menos la elegancia que tendría derecho a esperar en otra especie de obras. Esto no es decir que pretendo abusar de su condescendencia: siempre me ha parecido una grosería literaria el suponerlo de tan mal gusto que pueda alimentar su curiosidad con viandas insípidas y mal aliñadas, o creerlo obligado a recibir de nosotros mal que le pese, cuanto le presentaremos, aunque no sea mas que sandeces y fruslerías. Puede ser que mis cartas le hagan ver que he procurado huir de uno y otro extremo: por lo menos tal fue mi propósito. Razones que hallará el lector en la carta primera le enterarán del motivo que me obligó a reducir mis relaciones al principado de Madrid a Oviedo. Verá también porque aquella carta y la segunda se exceptuaron de esta regla; y esto es cuanto debo prevenirle, pues por lo que toca a la materia del libro si me detuviese a resumirla o recomendarla, haría ciertamente un extracto o una apología de ella; pero este por la misericordia de Dios ya no es oficio de los prólogos, como en los tiempos de antaño. Cartas del Señor Don Gaspar de Jovellanos, sobre el principado de Asturias Dirigidas a Don Antonio Ponz. Habana 1848.-
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