Cartas de Jovellanos



Jovellanos a Cabarrus
Jadraque, septiembre 1808
Mi querido amigo: Yo no sé por qué Vm. admira tanto la fuga del rey intruso y sus partidarios. Ella pudo muy bien ser precipitada, pero no fue imprevista. ¿Quién es el que no veía el inminente peligro, que los amenazaba? Los frecuentes descalabros del ejército  de Lefebre, la retirada de Money con mengua y sin gloria, la completa rota del de Dupont, tenido por invencible, tanta gente perdida por la deserción, las enfermedades y en los choques parciales habían reducido a la mitad el ejército invasor, habían desalentado  la mitad restante y habían exaltado la mitad restante, y habían exaltado hasta el último punto aquel disgusto y repugnancia  con que todo entraron  en esta guerra no sólo injusta sino ignominiosa para la nación a cuyo nombre se lidiaba.  Por otra parte ¿qué haría en Madrid un rey recibido sin una sola demostración de aprecio,  proclamando sin un solo viva, sin más obsequio que el de la baja adulación, sin otro séquito que el del sórdido interés?  ¿Que haría, desobedecido por los tribunales, desdeñado por la nobleza y despreciado por el pueblo aun en medio  de las amenazas  y las bayonetas? ¿Que haría sino temer, avergonzarse y huir precipitadamente del teatro de su peligro y de su ignominia? Vm. alaba la tranquilidad del pueblo de Madrid, y yo también la alabo. Pero la nobleza de este buen pueblo  estaba bien conocida. En medio de su mayor efervescencia, ¿quién le vió airarse sino contra los escandalosos objetos del odio nacional? Este pueblo no quiere ser esclavo, pero tampoco aspira a una libertad perniciosa, y si tal vez se irrita contra la dureza del freno, nunca resiste la blandura del cabezal. Reconózcase bien gobernado  y él vivirá tranquilo.  Pero Vm. me dice que con esta fuga vive  todo el mundo contento; pero yo no lo estoy. El enemigo  no la hizo para dejarnos en paz, sino para hacernos una guerra más cruel  y más bien meditada. El vela y nosotros nos dormimos. ¿Y querrá Vm. que estemos contentos?  ¡Ojalá que Vm…. y iluso; ojalá no me hubiese escrito la última carta que recibí suya y que, aunque sin fecha, supongo ser del 29 ó 30 del pasado! Hubiérame Vm.  ahorrado mucha confusión y mucha pena, y hubiéramos dado de sus sentimientos idea menos triste y más favorable a su opinión y a mis deseos.  Que Vm. haya abrazado  el partido menos justo puede hallar disculpa  en la fuerza de las circunstancias, siendo llamado a él, sin  solicitarle, y peligrando  su familia en Bayona, si pagase aquella  distinción con una  repulsa. Que Vm. le siguiese después y mientras  creyó que la flaqueza de la Nación y los artificios  de su opresor podían hacerla doblar la cerviz y sufrir  el nuevo yugo, era ya una consecuencia  del primer paso; y en el la compañía  de algunos hombres de mérito  pudo también cohonestar su conducta. Pero que en medio de la ruina de este partido, cuando ve que disipados  aquellos artificios, deshecha la fuerza que los sostenía, desengañada y vigorosamente pronunciada la Nación y repelido con el silencio más profundo y con las demostraciones  mas claras,  el nuevo jefe por su pueblo, por su nobleza, por sus magistrados. Vm. no sólo le siga, sino que pretenda  justificarle  con todos sus horribles designios y a pesar de las tristes consecuencias que nos anuncian; que Vm. le siga cuando ya no queda  al opresor  otro recurso  que conquistarnos; cuando reconoce  la necesidad de esta conquista; cuando prevee y afecta llorar los horrendos  males que serán consecuencia de ella… esto es lo que ni el honor ni la razón podrán disculpar jamás. ¿Por ventura  no tiene Vm.  una patria? ¿ Y cuál será  ésta sino la que le acogió en el desamparo de sus primeros años, la que le dió una familia, un estado, una fortuna,  unos amigos y una reputación distinguidos ? ¿Y no reconocerá Vm.  ninguna obligación hacia  esta patria tan generosa? ¿ Ninguna prenda que le haga  interesarse en su libertad y en su gloria?  Vm. pretende hacerse, o más bien hacernos, ilusión  cuando dice que en el partido que sigue ve la única tabla en que esta Patria puede salvarse pero ¿qué es lo que Vm.  entiende por Nación  en esta horrible frase? ¿Puede entender otra que los españoles, que son sus … conciudadanos?¿Y puede Vm.  dudar de sus sentimientos? ¿No ve que quieren morir  antes que ser esclavos  de un tirano  que los ha engañado  y escarnecido? ¿Y no tendrán otra salvación  que sufrir sus cadenas? Lo que diría  Grecia al ateniense  que con igual razón se disculpase de seguir a Jerjes, esto es lo que España y lo que el más débil de los españoles responderá eternamente a Cabarrús.  Vm.  para cohonestar su ilusión y su partido, supone que España sólo trata de defender los derechos  de su rey cautivo. Pase  que fuera así. ¿Sería su causa menos honrada, menos justa? ¿Valdrá  tanto para ella el usurpador  de Nápoles, como el heredero legítimo  del trono de Castilla? ¿ Valdrá tanto un hermano de Napoleón  como el descendiente de Recaredo, de Pelayo y de Fernando el 3º.? Y cuando España sólo lidiase  por la dinastía de Borbón, ¿valdrán menos para ella los Borbones que los Bonapartes? Pero no;  España no lidia por los Borbones ni por los Fernando; lidia por sus propios derechos, derechos originales, sagrados, imprescriptibles, superiores e independientes  de toda familia o dinastía. España lidia por su religión, por su Constitución, por sus leyes,  sus costumbres, sus usos en una palabra, por su libertad, que es la hipoteca de todos y tan sagrados derechos. España juró  reconocer a Fernando de Borbón; España le reconoce  y reconocerá por su rey mientras respire;, pero si la fuerza le detiene,  o si la priva de su príncipe, ¿no sabrá buscar  otro que la gobierne? Y cuando tema que la ambición  o la flaqueza  de un rey la exponga a males tamaños como los que ahora sufre, ¿no sabrá vivir sin rey y gobernarse  por sí misma? Dirá Vm..,  pues, que esta es la cantinela de su partido, que Napoleón no quiere esclavizarla, sino regenerarla, mejorando  esta Constitución, y levantarla al grado de esplendor  que merece por su situación  y su fuerza entre las naciones.  Seamos sinceros, ¿Cree Vm.  que es  esto lo que quiere Napoleón,  o quiere sólo levantar  en ella un trono para su familia? Su intención no es equívoca y los pretextos  mismos tan ridículamente  inventados para disfrazarla  la ponen más en claro. Y bien: si sólo se trata de hacer feliz a España  ¿quién  es el que le llama  a tan sagrada y benéfica función? ¿quién le ha dado derecho para ingerirse en ella?  Y cuando pudiera desempeñarla  como neciamente  creímos, en calidad de buen aliado, ¿quién le autoriza para tomarla en la de usurpador  y enemigo?  Pues ¿qué?  ¿ España  no sabrá mejorar  su Constitución sin auxilio  extranjero?  Pues ¿qué?  ¿no hay en España  cabezas prudentes , espíritus ilustrados  capaces de restablecer  su excelente y propia constitución, de mejorar y acomodar sus leyes  al estado presente de la nación, de extirpar  sus abusos y oponer un dique a los males que la han casi entregado  en las garras del usurpador, y puesto  en la orilla de su ruina? Por último. Vm.  anuncia la necesidad en que está José de conquistarnos, a pesar de la humanidad de su corazón ¡Bella humanidad! ¿Pero, quién le fuerza a derramar  nuestra sangre? El se nos ha presentado  como redentor, pidiéndose  que le admitamos como rey. Hémosle rehusado  ambos títulos. Vuélvase, pues, a su trono, y habrá hecho  lo que exige la justicia y persuade la humanidad. Pero que esté forzado  a conquistarnos sólo porque no pudo eludirnos , es una consecuencia  tan atroz como absurda.  Pero demos  que el bárbaro pundonor  napoleónico  le fuerce a conquistar  la España.  ¿Qué? También Vm. será  forzado por la necesidad  a ayudarle  en la conquista. ¡Insensato! ¿adónde  está aquella razón  penetrante que veía a la mayor  distancia la luz de la justicia? ¿Dónde  aquella tierna sensibilidad que le  hacía suspirar  a los más ligeros males de la nación?  Pues, qué,  cuando vuelva José a talar nuestros campos, a incendiar nuestras villas y ciudades, y cuando con la espada  en una mano y las cadenas  en otra venga a hacer esclavos a los que no han querido ser sus súbditos, Vm. precederá al ejército  conquistador, que vendrá  robando a nuestros infelices  labradores  sus granos, sus bueyes, el fruto todo de su sudor para alimentar a los feroces vándalos que le compongan? Y mientras ellos hundan sus alfanges  en el corazón de los que Vm,  llamó amigos,  Vm.  estará al lado  de estos monstruos calculando el valor de sus fortunas  dilapidadas? Y entonces,  tendrá aún  la osadía de llamarse español?…. Y entonces, ¿dirá Vm. que viene  a presentarnos la única tabla de nuestra salvación?  Y entonces, ¿se atreverá todavía a invocar  el nombre de la amistad? ¡No!,  ¡no!; entonces será Vm. un hombre execrable y execrado de su patria, de sus conciudadanos, y más que de nadie, de sus amigos . Si lo será; ¡yo lo juro!; yo , que jamás  verá la amistad donde no vea la virtud, y que,  aborreciendo con todo el rencor de que es capaz el corazón humano  la injusticia y la iniquidad, no podré mirar a Vm. sino como un  vil y odioso  enemigo.  Pero ¡ay de Vm. si los atroces proyectos  del conquistador  son frustrados  por el valor de nuestros bizarros  defensores! ¿ Dónde  volverá Vm.  entonces sus ojos? ¿A Napoleón, a José?  ¡Oh! Ellos desecharán  a Vm.  desde que no le hayan menester. ¿A España?  Pero  España no querrá ni deberá recibir al hijo  espurio e ingrato  que pretendió devorar sus entrañas.  Sus amigos mismos le vomitarán  y llorarán  avergonzados de haber tenido  este nombre. Desconocido de la nación que vendió y abandonó, y de la que ya no  le querrá recibir, Vm. vagará  errante, sin familia, sin patria,  sin amigos, y en el fuego de su imaginación  y en la claridad misma de su razón hallará todos los estímulos que le  arrastren  a toda la rabia y furor del despecho. ¿Y acaso mira Vm. esta desgracia como imposible? ¡Qué poco conoce Vm.  a los españoles del día! La iniquidad de sus enemigos ha inflamado  sus almas y exaltado  su carácter hasta el punto  de hacerlos invencibles. ¿No han dado ya buena muestra de ello? Money, ¿no huyó  avergonzado  de ante los muros de Valencia? Lefébre, ¿no agota en vano su furor en continuos ataques, siempre quebrantados en los pechos de acero de los zaragozanos? Y Dupont, ¿no cayó ante le constancia de Castaños, con 17…combatientes, la flor de los ejércitos  del tirano, rindiendo 150 cañones, 60.000 fusiles y todos los carros y trenes y bagajes de su ejército? ¿Y no ve Vm. formarse por todas partes nuevos ejércitos de invencibles? Desde Gijón a Cádiz, desde Lisboa a Tarragona, no suena otro clamor  que el de la guerra. La justicia  de la causa da tanto valor a nuestras tropas como desaliento a los mercenarios  que vendrán a batirlas. El dolor de la injuria,  tan punzante para el honor castellano, aguijará continuamente el valor y la constancia de los nuestros; y  crea Vm.  que cuando el triunfo sea posible, el conquistador  verá a su trono  sobre ruinas y cadáveres, y ya no reinará  sino en un desierto. Y entonces Vm.  que habrá contribuido  con sus cálculos a esta desolación, gritará: ¡oh!, yo presentaba una tabla a la nación y ella perece  por no haberse asido a ella. Pero no; yo quiero pensar todavía que en el corazón de Vm.  se abrigan  más nobles sentimientos. Hasta hoy,  su conducta puede ser disculpable. Tiene sin embargo, dos graves cargos que le hace la opinión pública y de que debe justificarse: uno, de haber querido quitar los sueldos y reducir a mendigar las familias de los antiguos servidores del Estado, sólo por no haber querido ser perjuros; esto es, por haber sido virtuosos. Otro, de haber dictado  a los ladrones de nuestra fortuna  el robo de los últimos  restos de ella que había en Madrid. Si Vm., en uno y otro, fué un simple ejecutor  y si después de haber representado la injusticia y la inutilidad…(Interrumpido) Gaspar Melchor de Jovellanos.  Don Gaspar Melchor de Jovellanos. D. Miguel Artola. Tomo IV. Madrid 1956.





Muros de Noya 8 de marzo de 1810.

Como yo supongo, mi muy amado Milford, que Vm. y nuestra amable Milady estarán con alguna inquietud  acerca de mi suerte, no quiero perder  la ocasión de enterarles de ella; y menos ahora,  que parece haber tocado  al extremo de la adversidad. Sin duda  que yo había nacido  para pasar en ella el último trozo de mi vida; pues tal se han cambiado  los acontecimientos  que no han podido  ser para mí ni mas repetidos ni más desgraciados que en esta época. Supongo a Vm. enterado de los que se refieren de la disolución de nuestra Junta, por mi última carta escrita en la Isla de León, y dirigida por medio del señor Duff. A pocos días nos embarcamos  el amable Pachín y yo con nuestras familias en la fragata de S. M. Cornelia, que debía traer los pliegos al señor obispo  de Orense y  llevarle a su destino.  Entretanto que se le daban estos pliegos, pasamos allí tres semanas de grande amargura, no sólo por la impaciencia  de llegar a nuestro amado país, sino también porque sabíamos  de una parte que en Cádiz  corrían impunemente  las groseras calumnias  que los enemigos de la Junta Central  difundían  indistintamente  contra sus individuos; y de otra,  que la nueva Regencia o por debilidad, o por temporizar con la nueva Junta de Cádiz, o si por ingratitud a lo menos por una estúpida  indiferencia sobre nuestra suerte, nada hacía ni decía en favor de los que tan acreedores eran al desagravio. Faltaba en esto no solo a su deber, sino también a sus promesas, como Vm.  verá por las copias adjuntas. Cansados, pues, de tanto sufrir, determinamos Pachín y yo dar la cara y defender nuestra opinión, y dirigimos  al diarista de Cádiz  el cartel de desafío de que también envió copia, y de la respuesta  que se nos dió,  respuesta tan justa y decorosa de parte del Gobernador, como injusta y grosera de la Junta. Hubiéramos replicado a esta si cansados de la tardanza y sabiendo  que iba a dar la vela para el puerto de Gijón el Bergantín Covadonga no hubiésemos resuelto  trasbordarnos a él y recibido las contestaciones al punto mismo de zarpar. Era esto el 26 del pasado, al ponerse el sol. Navegamos  con viento favorable y calmas alternadas  hasta montar el cabo San Vicente; pero allí, entrada ya la luna  equinoccial y soplando  con furor  los vientos del tercer  cuadrante, hicieron nuestra navegación no solo molesta, sino en extremo peligrosa para un buque de 150  toneladas,  con solo ocho hombres  de tripulación. Fueron,  sobre todo, terribles las noches  del 3, 4  y 5 del corriente; pero en esta última, después de no poder aguantar ningún trapo, y  cuando por nuestro rumbo nos creíamos diez leguas a la mar de Finisterre, oímos la terrible voz tierra, tierra; nos perdemos; estamos sobre las Islas de Oms. Todos nos creíamos náufragos, y  a esta desgracia era inevitable, si ya entonces,  rayando el día, no nos hubiese advertido el peligro.  Duró sin embargo mucho tiempo la zozobra,  antes que pudiésemos  desembarazarnos de él, porque el viento, que soplaba con furor,  dejaba poco lugar  a la floja maniobra  de un buque pesado y pequeño. Pero al fin  pudimos orzar, librarnos y tomar felizmente la segura vía de este pequeño puerto, donde anclamos  a cosa de las ocho de la mañana del día 6. Mas no crea Vm.  que acabaron aquí nuestras desgracias. Mas apenas habíamos llegado, cuando conocido el buque  por unos amigos del capitán vinieron   a bordo, y la primera  noticia que nos dieron  fue la de estar Asturias ocupada por los franceses. Un rayo del cielo no hubiera herido  más fuertemente mi corazón.  No ciertamente por el entero naufragio  de mi pobre fortuna, sino porque siempre  me había consolado  en tantas desgracias como llovían  sobre mí la idea  de que si España perecía, Asturias sería la última  a recibir  el yugo. Todo, pues, pereció para mí; ya no tengo ni bienes, ni libros, ni hogar y ni siquiera  tengo patria, que tal nombre  no quiero dar a una pequeña  porción del país donde ni se defiende  con rabia ni furor  la libertad, ni con  justicia y gratitud  el honor y el decoro  de los que tanto han trabajado  por ella.  ¡Ojalá  pudiera yo abandonarla  en el día!  Mas ni para esto  tengo medios,  ni los podré tener sino volviendo  al lado de un Gobierno, a quien no quisiera  servir, ni serviré  por mucho tiempo,  pues que tan poco  se cura del buen  nombre de los que tan bien  y desinteresadamente  sirvieron a la Patria. Hemos, pues,  dado cuenta de nuestra situación  a la Regencia,  y esperaremos  su resolución. Si nos mandan  pagar las dos mesadas ya devengadas  de nuestros sueldos, con este auxilio me embarcaré  para Canarias o Mallorca, y si para esto no hubiere ocasión, me embarcaré a Londres, para pedir a Vm.  de rodillas  que me haga transportar  a Canarias,  que allí por ser tierra  de España y libre de franceses, es donde quiero  depositar mis huesos. No mire Vm.  esto como una injuria  hecha a la amistad. Yo viviría  al lado de Vm.  y me agregaría gustoso a su familia con cualquier  destino que quisiera darme en ella, si uno de mis firmes  propósitos  no fuese no abandonar la España,  mientras conservase un palmo  de tierra libre de franceses en que pudiese existir; y si estando en los sesenta y siete años de edad no sintiese  que ya no es tiempo  de pensar en vivir con gusto, sino de morir con tranquilidad.  Debiera aquí soltar la pluma; pero añadiré  que la ocupación de Asturias no es absoluta; pero el enemigo  no sólo está apoderado de Oviedo, Gijón y Avilés, sino también de las dos orillas del Nalón.  Dicen que se defendió   bien la izquierda en el puente de Peñaflor; pero que habiendo  pasado un  cuerpo de franceses  el barco de Udrión,  para envolver  a los nuestros, se hizo  forzosa su retirada; que nuestro ejército  estaba reunido  hacia el Poniente, con el cuartel general en Luarca  y preparándose  a expeler al enemigo.  Esto nos dicen aquí, mas yo, que conozco  el desamparo y pobreza  en que está aquel país, y la debilidad  en que cayó  su gobierno desde que el héroe Romana, suprimiendo su Junta General, le sepultó  en la anarquía, nada espero que no sea  desgraciado y funesto.  A decir verdad, aun temo por Galicia. Sin duda que este reino hace grandes esfuerzos y toma muy activas providencias; pero se halla sin  ejército  y sin armas para formarle, y aunque se halla tan cerca para socorrerle ingleses y portugueses, ¡qué sé yo!…. Basta mi buen amigo. Vm. tendrá  bastante que hacer en su parlamento parta no distraerse  a las cosas de extraños.  Yo celebro en el alma que el triste  accidente acaecido a Carlitos en su primera cacería  no tenga otra consecuencia  que la de hacerle más cauto, para que en otra ocasión  no se abandone tanto  al placer  de correr a caballo. Saludo muy tiernamente a nuestra amable Milady, y a los preciosos jóvenes Russell y Fox, y otro tanto  hace mi amado Pachín, y ambos somos de Vm.  muy fieles y firmes amigos.  Jovellanos. Obras de D Gaspar Melchor de Jovellanos - . D. Miguel Artola. Tomo IV.  Madrid 1956.- 



Era la intención del Sr. Ponz aprovechar las noticias sembradas en mis cartas y diarios, y formar con ellas uno o dos volúmenes, en continuación de su viaje general. La muerte, robándole al público antes que lo pudiese hacer, le privó de la perfección que con su estilo fácil y gracioso, con sus oportunas reflexiones y sus juicios magistrales, hubiera podido  añadir á mis pobres trabajos. Perdida con tan buen amigo tan preciosa esperanza, y persuadido  de que el público podría tener algún interés en restablecerla, empecé a pensar  si sería yo capaz de hacerle este bien, y sintiéndome con fuerzas para ello, me resolví y dispuse a corregir  y a publicar mis cartas. Los viajes, me decía yo, son provechosos  cuando se emprenden  con buena dirección, y si lo son ¿porqué no lo serán sus descripciones  hechas con fidelidad y discernimiento?¿Hay  por ventura un medio mas seguro de conocer bien los pueblos y provincias de un reino, que el de ir a los lugares mismos y aplicar la observación a los objetos mas notables que se presentan? ¡Pero a cuán  pocos de los que necesitan este conocimiento es dada la proporción de viajar  para tomarle por sí mismos! ¿Qué beneficio, pues,  no hará  a esta especie de gentes el que después de haber viajado por algún país y estudiado cuidadosamente su naturaleza, su estado y relaciones, les comunica con generosidad sus observaciones? ¡Ojalá, exclamaba yo entonces, que hubiera una docena de hombres de provecho, que corriendo con tan loable fin nuestras provincias, enriqueciesen al público  con el fruto de sus trabajos! He aquí lo que empezó a moverme a publicar mis cartas. No añadió  poca fuerza a este impulso otra consideración. El país que vi y observé no es ciertamente lo que se cree por acá,  y la idea que de él se tiene es harto equivocada y defectuosa. Por lo común  se mira a Asturias como una provincia pobre y miserable, y este error  necesita un desengaño.  Los hombres naturalmente inclinados a generalizar sus ideas, y mas acostumbrados  a referir los efectos a causas comunes y conocidas que a investigar derechamente sus verdaderas causas, equivocan  muy de ordinario sus juicios,  especialmente en materias políticas.  Se ven en la corte y capitales populosas algunos centenares de gallegos y asturianos  que vienen fugitivos y como arrojados  de su país en busca de una escasa  y dura subsistencia, y que trabajando con un afán continuo, apenas recogen un interés vivísimo, viviendo siempre mal alojados, peor vestidos y no bien alimentados; y se concluye de ahí  que los que quedan de la otra parte de los montes no son mas venturosos. Se ven al mismo tiempo muchos naturales de otras provincias cubiertos de todos los accidentes de la opulencia y el lujo, consumiendo en pocos meses grandes fortunas, y se creen que allá en sus países todo es riqueza, todo abundancia y prosperidad. ¿Quién de los que transmigran a América no se habrá figurado  antes que en cuanto llegue allá tropezará a cada paso  con tejos de oro? Por lo común  semejantes juicios  son muy errados, y solo una exacta descripción de estas provincias puede rectificar las ideas que conducen a ellos.  A esta reflexión que  recrecía el deseo de publicar mis cartas, añadía  yo la de las malas consecuencias que acarrean tales errores. Prescindiendo  de otras cuando  se trata de hacer leyes o reglamentos para una provincia ¿cuan perniciosa no puede ser la ignorancia de su estado político, o los errores acerca de él? Es pues conveniente hacer la guerra  a la ignorancia y al error, y arrebatar por este medio la gratitud del público.  Tales son las razones que me mueven a publicar estas cartas. Como la utilidad es el objeto de las descripciones que contiene, no hay que buscar en ellas ni aquellos hechos raros y portentosos que tanto  aprecian los que solo leen para matar el tiempo,  ni aquellos primores  y gracias de estilo sin los cuales es fastidioso y cansado todo el libro, a quien le juzga como humanista.  ¿Cómo era posible que mi pluma siguiendo libremente los objetos que habían ocupado mi atención, siempre llevada de la impresión que su vista hacia despertado en mi ánimo, y siempre divertida hacia algunos puntos  de utilidad y acompañada siempre  de la reflexión y la buena fe, produjese una obra digna del nauseoso  estómago de ciertos eruditos? Por otra parte el tono franco  y familiar que la amistad toma naturalmente cuando refiere sin ostentación y juzga sin aparato tan distante de la sátira como de la adulación, es poco  compatible con los aliños retóricos, mas propios a la verdad en otro género de escritos  para que fueron inventados.  Cuantos han honrado el estilo epistolar siguieron esta idea en sus correspondencias, no sujetándose a un solo modo de decir, si no elevando, abatiendo y variando su estilo según la materia de cada carta, notándose solamente en todas cierta llaneza y desenvoltura  de locución que señalan el verdadero carácter de este estilo. No lo digo por compararme a tan ilustres modelos, cosa que ni espero, ni a la verdad me propuse.  Dígolo solamente para que el público  no eche menos la elegancia que tendría derecho a esperar en otra especie de obras.  Esto no  es decir que pretendo  abusar de su condescendencia: siempre me ha parecido una grosería literaria  el suponerlo de tan mal gusto que pueda alimentar su curiosidad con viandas insípidas y mal aliñadas, o creerlo obligado a recibir de nosotros mal que le pese, cuanto le presentaremos, aunque no sea mas que sandeces y  fruslerías. Puede ser que mis cartas le hagan ver que he procurado huir de uno y otro extremo: por lo menos tal fue mi propósito. Razones que hallará  el lector  en la carta primera le enterarán del motivo que me obligó a reducir mis relaciones al principado de Madrid a Oviedo. Verá también  porque aquella carta y la segunda se exceptuaron de esta regla; y esto es cuanto debo prevenirle, pues por lo que toca a la materia del libro si me detuviese a resumirla o recomendarla, haría ciertamente un extracto o una apología de ella; pero este por la misericordia de Dios ya no es oficio de los prólogos, como en los tiempos de antaño.  Cartas del Señor Don Gaspar de Jovellanos,  sobre el principado de Asturias Dirigidas a Don Antonio Ponz.  Habana 1848.-


Carta primera
Amigo y señor: hemos hecho con gran felicidad la primera parte de nuestro viaje, y ya nos tiene V. descansando en León. No sabré  yo explicar bastante bien cuanto  nos hemos divertido en el camino.  Nuestro comendador contribuye  a ello cual ninguno, y vale un Perú para semejantes partidas.  En medio de aquel aire circunspecto y aquella severidad de máximas que V.  tanto celebra, tiene el mejor humor del mundo y el trato mas franco y agradable que puede  imaginarse. Así que sus conversaciones nos han entretenido  continuamente y sus ocurrencias  sobre el carácter grosero  y remolón de los  carruajeros, la estrechez  y desaliño  de las posadas, la aridez y monotonía del país que atravesamos y otros objetos semejantes, fueron sobremanera  oportunas y chistosas. Nadie  mejor que él sabe sostener  en la conversación aquel tono tumbón y ligero que tanto la sazona, y hace tan dulces y agradables las compañías. ¿Pero qué dirá V. cuando sepa que el caro y dulcísimo Batilo tuvo la buena humorada de venirnos a sorprender al camino, saliéndonos al paso entre Rapariegos y Montejo de la Vega, y al fin la de seguir con nosotros hasta Valladolid? V.  podrá figurarse cuanto su venida  habrá aumentado  nuestro gusto y animado nuestras conversaciones, pues conoce como yo la reunión de prendas estimables que adornan su carácter, y sobre todo aquella índole dulce y suavísima que le hace ser amado de cuantos le conocen.  Después de la llegada de tan amable huésped, nuestro mayor placer fue oírle recitar  algunos poemas compuestos  después de nuestra última  vista en esa corte. Su gusto actual está declarado por la poesía didascálica.  Cansado del género erótico que tanto y tan bien cultivó en sus primeros años, y que era tan propio de ellos como de su carácter tierno y sensible, ha creído  que envilecería  las musas si las tuviese por mas tiempo entregadas  a materias de amor, y sin dejarlas remontarse a objetos mas grandes y sublimes. En consecuencia  emprendió varias composiciones morales llenas de profunda y  escogida filosofía y adornadas al mismo tiempo  con todos los encantos poéticos. Aseguro a V.  que si las oímos recitar no sin sorpresa, porque a pesar de la inmensa  distancia que hay entre  esta especie de poesía  y aquella  en que antes se ejercitara, es increíble cuantos progresos ha hecho en ella  y cuanto promete para en lo sucesivo. El ensayo  que incluyo hará ver a V.  que no me engaño; que el autor de la Palomita,  tan feliz imitador de Anacreonte y Villegas podrá imitar algún día a Lucrecio  y al amigo de Bolnibroke con igual gloria.  Esta conversión de nuestro amigo a las musas graves, nos dio lugar a reflexionar  cuanto era reprensible el celo de aquellos ceñudos literatos, que deseosos de ennoblecer  la poesía, reprenden como indigna de ella toda composición  en que tenga alguna parte el amor. Yo sin aprobar los abusos a que conduce este género, que así como los demás tienen sus extravíos, creo que una nación no tendrá jamás poetas épicos ni didascálicos, si antes no los tuviese eróticos y líricos. El hombre  siente en su primera juventud; proyecta y ambiciona en la edad robusta; y madura ya su razón en la declinación de la vida,  se entra a la jurisdicción  de la filosofía, busca con preferencia los conocimientos útiles y se alimenta con las altas verdades que pueden conducirle a la verdadera felicidad.  Esta misma graduación se nota en el gusto de la lectura. Anacreonte y Cátulo son la delicia de un joven: Homero y Virgilio de un hombre hecho; y Euripides y Horacio  de un anciano.  Es pues consiguiente que los amigos de las musas sigan este orden establecido por la naturaleza misma: que escriban de amores cuando la razón enmudece, y el corazón solo siente las arrebatadas impresiones de esta pasión halagüeña.  Es natural que traten de guerras y conquistas, de grandes y estupendas revoluciones, cuando el deseo de mando y gloria enciende su imaginación, arrebata su espíritu y le encarama á una esfera ideal llena de encantos y peligros.  Y en fin es natural  que se entreguen del todo a la investigación  de su origen y obligaciones, y al conocimiento de las verdades universales y profundas de la metafísica  y la moral, cuando sosegado el tumulto de las pasiones solo habla en su interior el conato de su existencia, substituyendo al gusto de sentir y gozar  los placeres el de conocerlos y juzgarlos.  Ahora bien; el talento poético, así como todos los demás, se debe desenvolver y cultivar desde la juventud, y aun este con mayor razón no solo porque  pide gran fuerza de imaginación, sino  porque la poesía  es un arte y solo se puede perfeccionar  con el hábito.  Con que si V. vedase a los jóvenes  la poesía erótica los inhabilitaría sin remedio para los demás géneros; y si les prohibiese la lectura de Tíbulo y Villegas, jamás logrará  igualen a Persio ni a Leon.  Fuera de que siendo el amor una pasión universal, no hay quien  no sea capa  de juzgar  los poemas  que le pertenecen.  Acaso las mujeres  podrían aspirar  mejor a esta judicatura, por lo mismo  que es mayor  y mas delicada su sensibilidad. Sea como fuere de aquí nace la facilidad de censurar los poemas eróticos; de aquí  la necesidad de corregirlos; y de aquí finalmente todos los estímulos que allanan la senda de la perfección y conducen a la fama, fuerte y poderoso cebo  de las almas bien templadas.  Como quiera que sea, Batilo está ya en la encrucijada, y la copia adjunta podrá hacer conocer a V. hasta donde podrá llegar echando  por esta gloriosa  cuanto difícil senda.  Disculpe V. amigo mío, esta digresión en favor del cariño que, profesamos a nuestro poeta, y vamos a otra cosa. Veo que V.  estará aguardando  la descripción del país y los pueblos que hemos corrido en esta travesía; pero amigo, la espera en vano, porque no me atrevo a emprenderla. Oigame V.  antes de condenarme.  Caminar en coche es ciertamente cosa muy regalada; pero no muy a propósito para conocer un país. Además  de que la celeridad de las marchas  ofrece  los objetos a la vista en una sucesión  demasiado rápida  para poderlos examinar.  El horizonte que se descubre es muy ceñido,  muy  indeterminado, variado de momento  en momento, y nunca bien expuesto a la observación analítica.  Por otra parte la conversación de cuatro personas embanastadas en un forlón, y jamás  bien unidas en la idea de observar, ni en el modo  y objetos de la observación; el ruido fastidioso  de las campanillas y el continuo  clamoreo de mayorales y zagales  con bandolera, su capitana y su tordilla son otras tantas distracciones que disipan  el ánimo  y no le permiten aplicar su atención a los objetos  que se le presentan.  Agregue V.  a esto la naturaleza del país que acabamos de atravesar, compuesto de inmensas llanuras, de horizontes interminables, sin montes ni colinas, sin pueblos  ni alquerías, sin árboles ni matas, sin un objeto  siquiera que señale y dividida sus espacios y fije los aledaños  de la observación, y verá que es incapaz de ser observado  de carrera y que se resiste sin arbitrio al estudio  y meditación del caminante. Ni aun la forma del cultivo puede subir como en otras partes este  inconveniente.V.  no ve por esta línea de Madrid,  particularmente pasada la falda de Guadarrama, otra cosa que tierras y mas tierras, de sembradío de viñedo, pero sin casas, cercas, vallados ni arbolado, y que solo presentan a la vista o un yermo espantoso cuando alzado el fruto, o cuando pendiente una escena inmensa de mieses y viñas, rica  y magnífica a la verdad, pero tambien cansada por su uniformidad, que apenas puede sostenerse aun en la agradable estación del año.  Como no hay edificios rústicos  ni linderos visibles, que señalen la división de las propiedades, V.  tampoco puede distinguir fácilmente  lo bien de lo mal cultivado, ni saber a quien pertenece la aplicación o el abandono. Es, pues imposible  hacer una buena  descripción de este pais,  y yo después de recorrer los ayuntamientos de mi diario, solo pude sacar de ellos estas melancólicas reflexiones y el triste convencimiento que producen.  Esto es por lo que toca al suelo, pero otro tanto se puede decir de los pueblos y mansiones.  Quien llega a comer a una posada  lleno de cansancio y fastidio, y solo tiene tiempo para dar una mirada muy de paso a tal o cual objeto digno de ser visto, ¿que es lo que podrá decir acaso de ellos?  Mucho menos si llega al pueblo con el crepúsculo de la tarde y sale con el de la aurora, como sucede de ordinario. Para conocer los objetos  es preciso observarlos  muy detenidamente, preguntar, inquirir, apuntar sus mas notables circunstancias.  De otro modo el observador se expone  a grandes errores y equivocaciones,  y tengo para mi que la falta de este detenimiento es la que ha puesto en tanto descrédito las relaciones de los viajeros.  Sin embargo, una observación general salta a los ojos al atravesar  tantos lugares sucios y derrotados como hay en esta línea, y es la pequeñez, la fealdad y el estado miserable  y ruinoso de sus edificios.  Hechos por la mayor parte de tapias o de adobes,  si se levantaban con facilidad, con la misma se desmoronan á la simple acción del sol  y de las lluvias.  ¿Sabe V. que el origen  de este mal está en la falta de combustibles?  Es verdad que escasean la piedra, la cal,  la madera; ¿pero el ladrillo  no remediaría esta falta si hubiese  con que cocerle? Bien fácil  seria el remedio  o por lo menos seguro y posible. Cómo? dirá V.  Paciencia  y después me explicaré.  Ahora,  y para que no vaya esta carta enteramente vacía hablaré a V. de lo que me ha parecido mas notable en la línea que hemos corrido, esto es, de los silos, las nuevas y las glorias de Castilla y Cameros.  Los silos son unos graneros subterráneos  destinados a conservar el trigo por largos años. La feracidad de este suelo, su poca población y la falta  de proporciones para buscar un consumo exterior al sobrante de frutos, obligó naturalmente a los Castellanos a preferir  esta especie de graneros baratos y donde el trigo puede conservarse, 20, 30  y aun 100 años sin perderse. La calidad del terreno  que sugirió este recurso,  concurrió  sin duda a generalizarle a arraigarle. Por todo él se halla un fondo de arcilla de tan enorme espesura, que sería increíble si no le expusiese  a los ojos el interior de los silos y bodegas, que da tanto que  pensar a los profesores  de Historia natural como a los economistas. Basta pues,  abrir un hueco proporcionado a la calidad que se quiere dar al silo, y sin otra precaución el grano metido en él se  mantiene  seco y se preserva de la corrupción. Sin embargo, el fondo del silo está por lo común  enladrillado y tal vez  todas sus paredes, por temor de que se resuma alguna humedad. Su forma interior es de ordinario cónica,  y de la figura de una pera, y su capacidad  proporcionada  a dos mil cargas de trigo esto es,   a ocho mil fanegas, bien que hay  en esto su mas y su menos.  Cuando los silos están contiguos a las casas, su boca comunica a lo interior de ella, a cuyo fin  la puerta está dividida  en dos hojas una sobre otra para facilitar  la salida; mas cuando se hallan fuera de los pueblos, tienen solo una boca en la parte superior, cúbrela su losa, atravesada  con una barra de hierro  y cerrada con llave y candado. Así es como los moradores  de este pais tienen su principal riqueza abandonada en los mismos campos que la producen, librando  su seguridad mas que en los hierros  y cerraduras  en la fidelidad de sus vecinos.  No obstante, habiendo yo visto algunas paneras construidas de poco acá en Castilla, y oyendo  a los naturales  que empezaba a abandonarse el uso de los silos, quise indagar  con cuidado  la causa de esta novedad, y todos me dijeron  que era el haberse hecho en tiempos recientes varios robos  del trigo encerrado en ellos. La causa a la verdad me pareció insuficiente para alterar  una costumbre tan vieja y tan general; y pensando  y repensando  en ella, he discurrido  otras que creo más verosímiles. Veamos si a V. se lo parecen.  Los silos son conocidos  muy de antiguo en España, porque se halla ya memoria de ellos en Columelar, y no hay  duda de que su introducción en Castilla se debe atribuir aun mas que a su utilidad a su necesidad absoluta.  Mas arriba hemos indicado  la causa de esta necesidad. Pero el consumo de los trigos  de esta provincia  ya no es tan difícil  como dos siglos ha:primero  porque habiéndose fijado la corte en Madrid  a principios del pasado, aumentándose enormemente su población y disminuyéndose  las cosechas  de su contorno  por los grandes acontecimientos hechos ya desde el tiempo de Felipe II, el gran consumo  de ese poblachón , abastecido  por la mayor parte de Castilla, facilitó el despacho de sus trigos. Segundo, porque la abertura del puerto de Guadarrama  facilitando los transportes, extendió naturalmente la esfera de los consumos.  Tercero, porque construido el camino de Santander, aunque muy trasmano respecto del reino de Leon, como puede todavía dar salida al trigo de Palencia y Burgos, hace menos funesta la superabundancia de Castilla, pues al fin los granos de cada provincia, supuesto su libre comercio, se equilibran  poco mas o menos como los líquidos  echados sobre el plano.  Cuarto, porque se ha abolido  la tasa de los granos, porque ha sido mas libre su circulación interior, porque aunque no muy constantemente se ha permitido  muchas veces su exportación al extranjero y muchas más a nuestras provincias litorales.  Síguese de aquí que ya no puede haber tantos sobrantes  que conservar en Castilla, y por lo mismo  tener necesidad de silos.  Por otra parte en ellos se desperdicia  todo el trigo que toca su fondo y paredes. En empezando  a vaciarlos queda  el grano muy expuesto al gorgojo. El trigo sin tener mas harina crece en volumen en las paneras, por medio del apaleo, y esto da una ventaja  en las ventas  que comúnmente se hacen por medida y no al peso; y en fin siempre la riqueza está mejor en casa que en el campo.  Infiera V. pues  que no el miedo, sino estas causas de utilidad y conveniencia  debieron alterar la antigua costumbre y dar la preferencia a las paneras sobre los silos.  Las cuevas o bodegas fueron también inventadas en Castilla  por la necesidad para guardar y conservar por largo tiempo los vinos de sus abundantes cosechas. Son unas grandes minas abiertas a pico en las entrañas de la tierra, que en este pais como he dicho, es arcillosa  y de una dureza extraordinaria.  Comprendes de varias naves o galerías, pues suelen tener cuatro o cinco con comunicación entre sí y sostenidas  sobre pilares del mismo barro, dejados de trecho en trecho para apoyo  de la bóveda superior.  Cada cueva  puede contener cuatro a seis mil cántaros de vino  y aun creo  que en la vega del Toral las hay que admiten hasta catorce mil.  Tal es la forma de estos templos de Baco, cuya arquitectura puede compararse  a la de los antiguos  y grandes subterráneos de Egipto inventados  también por la necesidad mucho antes que las portentosas pirámides lo fueron por la superstición y el orgullo.  En Villacañas, Consuegra  y otros términos de la Mancha  hay también muchas cuevas semejantes, destinadas a la habitación de los naturales. ¡Qué buena especie para un anticuario  que quisiera apoyar en ella la venida de los gitanos á poblar aquellas regiones! Bájase a estos edificios  por unas rampas suaves  y  tendidas, y aunque  muy hondos, son por lo común bastante claros, porque  de trecho en trecho y a lo largo  de las naves tienen sus troneras  que penetran hasta la superficie a recibir la luz del cielo,  tomada siempre del Norte. Llaman a estas claraboyas Zarceras, sin duda  por la corrupción de la palabra Ziarceras, pues todas tienen sus ventanas al cierzo.  Sin embargo es muy poca su ventilación y su interior  está siempre lleno de aire espeso y mal sano, que se purifica  haciendo  de tiempo en tiempo grandes lumbradas. Por lo mismo es necesario entrar en ellas con precaución, y la que mas de ordinario se toma es llevar una luz encendida; y cuando  la llama se disminuye  o apaga, indicio de la espesura del aire, se vuelve inmediatamente a la puerta  a huir del riesgo buscando la respiración mas libre cerca o fuera de ella. A  estas fuentes  subterráneas  vienen los arrieros  de Asturias a llenar sus cántaros  o por mejor decir sus pellejos, comprando  el vino al pie mismo de los toneles, y como algunas bebedores prefieren el mas fuerte al mas ligero, vería V.  varias piqueras colocadas perpendicularmente  unas sobre otras  desde lo mas bajo a lo mas alto del tonel, y cada arriero pidiendo de la suya  seguía el gusto de sus consumidores. Si por este medio se logra, o no, graduar la fortaleza de un mismo licor encerrado  en un mismo tonel, díganlo  los prácticos, que yo ni lo soy ni lo entiendo.   Vamos ahora a las glorias de Campos, otro invento  de la necesidad no menos útil  y oportuno que los antecedentes. Si V.  no ha oído hablar  de ellas otra vez, esperará con impaciencia  la explicación de una cosa a que se da un nombre tan magnífico.  Pero amigo mío,  no hay que engañarse. Las glorias de Campos no son otra cosa que las cocinas, y no hay que extrañarlo, siendo ya tan comun poner la bienaventuranza en la mesa. Yo haré  su descripción como Dios me ayudare, y veremos después si atino con la razón suficiente de su nombre.  La falta absoluta de los combustibles  que abundan  y son de uso común en  otras partes, ha obligado  a los moradores de tierras de Campos a servirse en sus cocinas de sarmientos, cardos, boñigas secas y paja, y por una consecuencia  muy natural, a proporcionar la forma  de sus hogares  al uso de estas fáciles y leves sustancias. No ha influido  poco en ella  la frialdad del clima, y la larga duración del invierno, pues aumentando la necesidad de los fuegos en este desamparado país, han hecho  mas sensible la escasez  de leñas, y perfeccionado iluso económico de los pocos y malos combustibles que en él se encuentran.  De uno y otro ha nacido  el singular método de construir las cocinas de campos, que no son otra cosa que unas grandes estufas hechas en la forma siguiente: A lo largo de la sala mas capaz y cómoda de la casa se construye  un poyal  hueco,  de buena bóveda  de ladrillo y de cuatro a cinco palmos de altura, que corre arrimado a la pared. En medio de este pozal  y al frente se abre una boca en arco de tres  cuartas de alto y casi la misma anchura, cuyo centro forma una especie de hornilla,  que en la parte superior tiene su respiradero, esto es,  un cañon  embebido  en la pared o tapia de la espalda, y que penetrando por ella, sube hasta buscar el aire libre. El hogar está en el suelo de esta hornilla, y el modo de hacer fuego  se reduce a encender  en el unos sarmientos, e ir echando encima varias capas de paja trillada,  ni tan lentamente que se consuman del todo, ni tan de prisa  que se sofoquen  y apaguen las lumbres.  De tiempo en tiempo se aprieta la paja y se continúan  las capas hasta llenar enteramente la hornilla, que suele tragarse hasta medio carro de paja, medida proporcionada a la duración y consumo de un día. Este monto se roca por encima con agua y se cubre y aprieta  con piedras, para que el fuego  se concentre mas y mas,  y todo lo que hubiere  de ser cocido o guisado, y se cierra  la boca de la hornilla con su puerta de madera  forrada de hierro; y sin otra diligencia, se sazonan maravillosamente las ollas y guisados,  usándose  de hornos comunes  para los asados y pastas, si tal vez se tratar de hacerlos en un pais donde no ha entrado todavía el lujo de las mesas. Pero no crea V. que estén destinadas las glorias a este solo uso. Al entrar en alguna de ellas, V.  creerá  ver el salón novile  o sea el estrado de la casa,  por ser no dolo la pieza mas capaz, sino  también mas limpia  y adornada  y aun la mas habitada de todas.  En ella asisten de continuo los dueños; se reciben visitas; se tienen las tertulias y veladas  por la noche, y en ella las comidas, los bailes y todas las funciones de sociedad y regocijo.  A este fin cuando se quiere llamar el calor adentro, se tapa la garganta  de la gloria con una paleta de hierro que la atraviesa, y como los poyos  son huecos, el calor se reparte con igualdad por toda la sala: los concurrentes sentados a la larga sobre ellos,  le disfrutan  sin necesidad de apiñarse, de tostarse las piernas, ni de helarse las espaldas, como suele suceder en nuestras ponderadas chimeneas; y vea V. aquí como el país mas frío de España, y mas falto de combustibles ha llegado a perfeccionar  el abrigo  de sus habitaciones  hasta donde no lo han conseguido los mas abundantes y delicados de Europa.  Basta:  No espere V. noticias de León, si ya no es la descripción del edificio que habito  y me tiene encargada. Le estoy reconociendo y juntando  las que tocan a su origen  y autores,  y a lo que contiene mas digno  de memoria: y creo que habrá para llenar una carta. El deseo de arrancar de aquí  cuanto antes para doblar mis Alpes, me aguija continuamente y me obligará a no retardársela. Cuente V. con ella y con el buen afecto de ….Jovellanos. 



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