Jovellanos a Floránes
Muy Señor mío y de mi mayor estimación: también empezaré esta carta disculpándome. Deseé contestar mas prontamente a la estimable de Vm. de 27 de Abril, y mis distracciones lo estorbaron. Háyome disponiendo un viajecito a la Capital, donde relaciones y negocios domésticos me llamaban. Di al punto orden para que se copiasen las eruditas notas de Vm. sobre mi Informe sobre L. A. Son largas, produjeron 84 pliegos de escritura, y la mano empleada en ella, tenía que llenar las demás atenciones ordinarias. Yo tengo también las mías, siempre multiplicadas por mi genio, y siempre prolongadas por mi falta de orden y previsión en el trabajo. Libre, al fin, de ellas, y renovando a Vm. mi gratitud por la continuación de su favor, tengo el gusto de devolverle su precioso original, franqueado por el correo. Si yo he deseado su copia, fue solo para mi privada instrucción, y no para corregir o mejorar su trabajo, que aunque perfuntorio y privado, lleva consigo, como todos los de Vm. el sello de la erudición y el talento. Mas como en materia de interés general, importe mucho concordar las opiniones de los que sinceramente le buscan, cual creo de entrambos, era también mi deseo añadir á las de Vm. algunas observaciones dirigidas solo á este fin: el único que pudiera disculparme de emparejar mi pluma con la de un literato de tanta nota. Haciéndolo ahora, usaré de la misma franqueza de que Vm. me da ejemplo: sin que por eso le tome de cierta acrimonia, con que , más de una vez exacerbó su estilo para corregirme. Ora naciese de humor momentáneo, ora del horror con que el hombre justo mira las doctrinas que aparecen nuevas y aventuradas, a mi me toca sólo respetar su principio: por mas que conozca que tanta delicadeza suele a veces precipitar el juicio, y a veces destemplar el tono de quien no se precave contra su influjo. Dígolo porque también yo imploraré la misma indulgencia para cuando Vm. vea manchado su original con algunas apostillas de mi mano. No pude resistir la tentación de ponerlas en su primera, rápida lectura: pero tardé tan poco en arrepentirme, como en conocer que la importancia y muchedumbre de los reparos, requería para su satisfacción, mas plaza y vagar, de los que el tiempo y los márgenes permitían. No importa: si Vm. para sí sólo, yo escribí sólo para Vm; y el público, ni nadie, se podrá meter entre los dos. En cuanto a mí, la amistad misma no ha tenido ni tendrá este derecho. Por otra parte, espero que Vm. no me negará esta indulgencia, cuando considere que el amor propio siempre mal sufrido, es sobremanera quisquilloso en todo lo que se roza con la moralidad. Mi genial moderación, bien cimentada en el conocimiento de lo poco que valgo, pudo hacerme muy tolerante acerca de mi reputación literaria; pero no pudo hacerme insensible a las tachas de inconsideración, precipitación y mala fé que se me achacan. Tachas, que si son muy ajenas de mi carácter, lo son mucho mas del de una obra que solo pudo ser escrita con la intención mas pura, y solo dictada por el mas ardiente celo del bien público. No haré yo de ella un objeto de discusión, porque en fin, este público nada ganaría en ello. Aun pasaré las de inconsideración y precipitación, que pueden muy bien ser inocentes, y compatibles con un buen celo. Mas ¿cómo lo sería la falta de buena fé en un escrito de tal importancia? ¿ Y cuánto se agravarían esta culpa el respeto del Cuerpo a cuyo nombre hablaba, y el decoro del tribunal a quien se dirigía? Diré, por tanto, alguna cosa acerca de esta nota, siquiera para lavarla con el concepto de Vm.; pues aunque no pretendo sus alabanzas, creo tener algun derecho a su estimación. Vm. manifestó tan injusta sospecha, desde que empezó a mover su pluma. ¿y por qué? porque califiqué de extravíos, algunas proposiciones contenidas en el expediente de L. A. En prueba de este cargo, observa: primero: que nada halló en mi papel que no estuviese propuesto en aquel expediente, y a veces, con ventaja. segundo: que hallándose demostrada en él, por el Procurador general del Reino, la injusticia de algunas de mis proposiciones, me desentiendo de ello; esto es, ni le cito ni le satisfago. Vamos á la calificación; y para que Vm. juzgue si pudo ser más justa o mas templada, sírvase de reflexionar que se trataba del más grave negocio que proponerse podía a la decisión del Consejo: que le había promovido el magistrado más sabio y celoso de nuestra edad: que en éste, se habían refundido una muchedumbre de expedientes suscitados por los gritos de varios propietarios, colonos y cuerpos de labradores del Reino, y por los clamores de sus provincias más agricultoras: que en él se habían informado diferentes tribunales, Intendentes, Ministros y Magistrados particulares, y se había oído repetidamente la voz del Procurador General del Reino, de los fiscales del Rey: en una palabra, que allí se habían recogido todos los hechos, y reunido todas las luces que la Nación poseía en tan grave materia. ¿Quién, pues, no esperaría hallar en este expediente un tesoro de doctrina legislativa y económica? ¿Quién por lo menos no esperaría hallar constancia en los principios, uniformidad en las máximas, unidad, consecuencia, congruencia, en los medios que debía presentar la nueva pretendida ley, reformadora de nuestro sistema agrónomo-político? ¿Y es esto lo que ofrece el expediente de la L. A.? ¿Es esto lo que nuestra pobre Nación presenta a la Europa, por muestra de sus conocimientos políticos a los fines del siglo XVIII? Decídalo Vm. Señor Floránes, mientras yo cotejo con sus mismos principios algunas de las proposiciones censuradas: por que para salvar la mía, no apelaré jamás a otro tribunal que al de su buena fe. Sin grave injusticia, no pudiera yo negar que en el expediente de L. A. se han propuesto pensamientos muy sabios, ni tampoco, que de ellos he recibido mucha instrucción. Pero ¿negará Vm. que con ellos andan envueltos otros muchos tales y tan….. (no lo diré) que bastaría adoptarlos para arruinar la pobre agricultura? Tasar la renta de la tierra; constituirla precisamente en granos, regularla establemente por partes alícuotas de frutos; fijar la extensión de las suertes laboreables, y su cultivo, y su destino: prolongar los arriendos, perpetuarlos, hacerlos transmisibles y hereditarios: recontar, empadronar y medir las tierras, y forzar a cultivar las rotas, y a romper las incultas, y todo esto por leyes fijas, o providencias locales, y bajo la dirección tutelar del Gobierno; en fin, conceder preferencias , tanteos, tasas, privilegios, mandar, prohibir, dirigir, encadenando a un mismo tiempo a todos los agentes de la agricultura para consumar su esclavitud y su ruina, he aquí lo que se propone, he aquí por lo que acaloradamente se clama en este desdichado expediente. Sin contar, pues, que no hay máxima perniciosa, error envejecido, preocupación absurda que no tenga en él algún patrono, y salvando siempre la buena fe y la pureza de intención de sus interlocutores; dígame Vm. por su vida, si puede calificar más honesta, más templadamente sus dictámenes que con el nombre de extravíos de la razón y el celo? Es verdad que no los cité, por que la Sociedad a cuyo nombre hablaba, se declaró desde luego, tan distante de censurar como de seguir estos dictámenes. Sin esta precaución, en vez de un Informe hubiera hecho un tratado de controversia económica. Por la misma razón, no se citó ni satisfizo al Procurador General del Reino. La Sociedad, estableciendo su doctrina, aprobaba y desaprobaba en el hecho, cuanto era conforme o contrario a ella. ¿No se refería a un expediente impreso, para el Consejo que debe juzgarle, y para el público que nos debe jugar a todos? ¿Qué superchería, pues, no que mala fé pudo haber en la supresión de estas citas? Acaso quiso Vm. defraudarme de un mérito a que ciertamente no aspiré, y que sin embargo, pudiera pretender sin nota de liviandad. Estén, enhorabuena, todas mis proposiciones contenidas en el expediente de L. A. Pero ¿ las halla Vm. allí, con la claridad, en el orden, y con el método raciocinado que presenta mi papel? ¿No es cierto que yo procuré establecer un principio, indagar por el la causa, y referir a el los síntomas del mal, y deducir de él sus remedios? ¿No es cierto que yo traté como médico una dolencia que todos pretendieron curar como empíricos? Pude, sin duda, haber errado, porque en la medicina económica, como en la física, los principios no son absolutamente infalibles: pero en ambas, se debe discurrir y resolver según ellos; y si la originalidad fuese un mérito, yo creo que tampoco debería Vm. negármele. Esta es mi respuesta: si presentada ante la razón imparcial de Vm. bastare á absolverme de la fea nota de mala fé, yo, en cambio, echaré un velo sobre todas las demás censuras, y amargas invectivas que andan salpicadas en sus largas observaciones, bien que mezcladas con muchas alabanzas, que fueran mas preciosas, si yo no las mereciese menos. Punto pues, sobre unas y otras, y vamos adelante. No es para una carta, concordar todas nuestras opiniones, pero hay un medio de acercarnos á este acuerdo, y es el de subir a su origen. Todas deben ser consecuencia de un principio. Veamos, pues, si podemos acordarnos acerca de él. Pero yo advierto que Vm. aprueba abiertamente el que yo establecí, y que confiesa repetidamente que es cierto, sencillo y luminoso: ¿porqué pues, no lo serán sus consecuencias? ¿He pecado por ventura de su inducción?¿ Y seremos lo dos tan desgraciados que nuestro desacuerdo se reduzca a una mera cuestión de Dialéctica?¿ Y cuáles son estas consecuencias? Puedo decir que una sola, bien que general y fecunda, y tan enlazada con el mismo principio, que es, por decirlo así, una ampliación de él. Asentando: primero, que el objeto de las LL. AA. no es otro que el que la Nación saque de su industria agrícola, la mayor utilidad posible: segundo, que no se puede sacarla, sin que cada agente de esta industria, saque de sus propiedad ( de tierra, o trabajo) la mayor utilidad posible; tercero: que estos agentes, cuando obran libremente, tienden constantemente, a sacar de aquella propiedad, la mayor utilidad posible; infiero, que las leyes favoreciendo esta tendencia, deben reducirse a remover todos los estorbos que de cualquiera manera, puedan detener el libre y justo ejercicio de su acción. Tal es la suma de mi doctrina. ¿Y no lo será también de la de Vm. cuando cediendo a la luz del mismo principio, profesa, tan altamente como yó, que el remedio de la agricultura, se cifra en su libertad? ¿No clama Vm. tan altamente como yo, porque se suelten a la Nación los andadores para que se fortalezca y recobre? ¿No ha anunciado tan altamente que dejada mano a mano con la Naturaleza, esta benigna madre que la sostuvo contra tantos insultos, le restituirá la salud, y la levantará a la mayor prosperidad? Y subiendo al origen del mal, ¿no se halla Vm. como yó, en tantas leyes tímidas, impertinentes, disparatadas como oprimieron la Agricultura? Y dictando su remedio ¿no echa Vm. como yó, sobre todas, su guadaña para derogarlas de un golpe? He aquí nuestro acuerdo. No no puedo advertirle sin gran consuelo; y diría sin vanidad, si mirase solo a mi amor propio, o si escribiendo para el público, pudiese animarme otro sentimiento que el de su bien, Si, Señor Floránes, mi único objeto ha sido ilustrar su opinión acerca de tan importante negocio; porque ¿qué otra mejora era de esperar en estos días? Mas si mi doctrina obtuviere en su favor votos tan distinguidos como el de Vm. si estos votos reuniéndose en torno de tan importante y redentor principio, le infundieren en la opinión pública, Vm. no dude que a su fuerza imperiosa, se deberá la restauración de la Agricultura. Por lo menos déjeme Vm. saborearme con esta esperanza. Mi Informe, se lee, se aprueba, se cita por todas partes, y este era mi deseo. Si la semilla es buena, tanto mejor que aguarde para fructificar el oportuno tiempo. Mas cuando me lisonjeo con nuestro acuerdo, no crea Vm. que olvido nuestra discordia. ¿En qué consiste? En que Vm, aprobando mi principio, reprueba su aplicación, o por lo menos la retarda. Dice, que pues señala al interés, por primero o mas principal móvil de los agentes de la Agricultura, es necesario ilustrar este móvil antes de ponerle en acción. En suma, Vm. quiere que primero se instruya a la Nación, y que después, se la deje obrar. Por tanto, he aquí el problema. ¿Suspenderemos la aplicación de nuestro principio, mientras no obtengamos la instrucción, o le aplicaremos, sin perjuicio de buscarla simultáneamente ? Mas claro: La instrucción ¿es un medio de previa, absoluta necesidad, para que obre el principio, o solo un medio necesario para que obre mas eficaz y plenamente? Cuanto mas medito sobre este problema, mas me admiro de que en la firme y bien organizada cabeza de Vm. cupiese la resolución que le da. Esta admiración pasa a ser pasmo, cuando recorro las inconsecuencias y contradicciones en que le hizo caer el empeño de impugnarme; las cuales no solo están en lucha con aquella parte de mi doctrina que Vm. aprueba, sino también con la doctrina misma que establece para contradecirme. De todo he sacado una consecuencia que no le callaré, y es, que si Vm, en vez de echar rápidamente sobre mi papel una lluvia de observaciones casuales y fugitivas para apostillarle, se hubiese detenido de propósito a reunir y ordenar las ideas que tenía, tiene, y no puede dejar de tener acerca de su objeto, Vm (salvo algunos puntos de historia y erudición, en que tal vez estoy justamente corregido) se hubiera hallado tan perfectamente de acuerdo conmigo como consigo mismo. ¿Es esta una ilusión del amor propio? Veámoslo. El objeto de ambos escritos, es buscar los medios de levantar la Agricultura a la mayor prosperidad. Ambos la suponemos atrasada, aunque no en el mismo grado, pues que Vm. la supone decadente, y aun espirante, y tanto, que ve a la Nación dar las boqueadas por consecuencia e su ruina. De ahí es, que ambos reconocemos la necesidad del remedio: pero si para mí, esta necesidad es urgente, para Vm. deberá ser extrema. Ahora bien; si este remedio está o se cifra en la aplicación de mi principio, ¿cómo es que Vm. la retarda?¿ Como hace pender esta aplicación de otro medio tan difícil , larga y dudosa adquisición? ¿Como quiere dejar la Nación expuesta a una súbita muerte? Vm. sabe, que la instrucción supone instituciones; las instituciones maestros; los maestros, fondos; y todo ello, luces, celo, actividad, sin lo cual ninguna institución se organiza y prospera. Vm. sabe en fin, que no se trata solo de infundir ideas especulativas, sino de comunicar conocimientos prácticos, dirigidos y perfeccionados por ellas; y esto, no a personas perspicaces y estudiosas, sino a hombres rudos y sencillos, a quienes no pueden descender las altas teorías, sino solamente sus resultados: a hombres que no teniendo otro órgano para alcanzarlos que sus sentidos, solo pueden recibir después de conducidos al último grado de simplicidad, y identificados con la experiencia. ¿Y es posible que Vm. haga pender el remedio de la Agricultura de un medio tan difícil, tan lento, tan dudoso? Pero demos un paso más. La aplicación de mi principio, o por mejor decir, del nuestro, se cifra en la remoción de los estorbos que se oponen a la acción del interés. Estos estorbos, vienen de la Naturaleza, de la política y de la opinión. ¿Cuál es el privilegio que hace respetar los primeros, mientras no se remueve el último?¿ O cuál es el inconveniente que puede haber en que mientras se abren con una mano las fuentes de la instrucción para esclarecer a todos los agentes de la prosperidad nacional, se remueven, con otra, los estorbos que la Naturaleza y la política embarazando su acción, oponen a la prosperidad? Mas: Vm. alguna vez deriva todo el mal de las leyes, y ve todo el remedio, en su derogación. Reconoce también como causa parcial, aunque poderosa, del atraso, la falta de riego, comunicaciones, etc. Ahora bien, el buen médico, para curar la dolencia, debe buscar su raíz, y sin tardanza, atacarla, aplicando a ella el remedio. ¿Como es, pues, que Vm reconociendo la causa del mal, y la eficacia del remedio, retarda su aplicación?¿ Y porqué extraño principio condenará esta pobre Nación a que sufra el influjo de tantas malas leyes, y a que carezca de canales, caminos, puertos, etc, por todo el tiempo que tardare en recibir instrucción?¡Oh! ¡Bien se yo cuanto vale esta deseada instrucción para la agricultura, y cual es la que necesita para subir a su prosperidad! Vm. sabe también cuanto he clamado por ella en mi papel ¡Qué digo! para mí , la instrucción, es la primera fuente de toda prosperidad social, y a la demostración y a la persuasión de esta verdad, están consagrados mi celo, mis luces, mi tiempo mi existencia. Sé cuán urgente es la necesidad de ella; sé que no hay que perder un instante en buscarla: sé que este debe ser nuestro grande nuestro primer cuidado, nuestro uno necesario. Ms en tanto que le obtenemos, ¿cruzaremos las manos? ¿dejaremos existir y arraigarse las demás semillas de nuestros males? Y cuando tantas otras causas, fuera de la ignorancia, influyen en el atraso de la agricultura, ¿nada haremos para removerlas? Y cuando alejadas, la agricultura ¿no sufrirá otro mal influjo que el de la ignorancia?¿ no acabaremos de reconocer que del mal , el menos?Y al cabo, ¿qué es lo que teme Vm. de la libertad no esclarecida? Que su tendencia estimulada por el interés ponga en contradicción a los mismos agentes del cultivo? Pero la esfera de su acción, y por consiguiente, de su libertad, está señalada. El nombre solo de propiedad, ya se aplique a la tierra, ya al trabajo, la circunscribe para cada uno. Dentro de ella, su movimiento puede ser libre, y seguir el impulso del interés, siempre con ventaja, y siempre sin inconveniente. Si alguno traspasase sus límites, hará ya nacer un estorbo: entonces nuestro principio le saldrá al aso, y invocará las leyes para que le repriman. Su solo oficio, es la protección, y si esta se cifra en la remoción de los estorbos, mal pudieran proteger la libertad de todos, sin reprimir la licencia de cada uno: mal proteger el libre uso de su acción, sin reprimir sus abusos. ¿Por ventura teme Vm. que el interés privado se ponga en lucha con el público? Líbrele Dios de semejante error. Esta herejía política, es la única fuente de todas las leyes injustas, todos los absurdos reglamentos, y todas las vejaciones autorizadas, contra que Vm. y yó hemos declamado.. No, mi Señor Floránes: la libre acción del ciudadano dentro de los límites de la justicia (porque yo no conozco libertad legítima fuera de ellos) no puede dejar de producir el bien público; porque bien público, no es, ni puede ser otra cosa que una suma de las porciones de bien individual. Gloria, riqueza, poder, prosperidad, cuanto se refiere a la felicidad social, debe componerse de estos elementos; y ¡mal y vergüenza y desolación para el pueblo que los derivare de otro principio! ¿No es la desviación de esta máxima la que ha producido tantas guerras sangrientas, tantos proyectos ambiciosos, tantas instituciones absurdas?¿No es la que inspiró a la política , y la que le hace abortar todavía estos monstruosos planes de poder y engrandecimiento que afligen al género humano, y que tal vez tientan al hombre filántropo a creer, con Bolingbroke que fuera mas feliz si no le atasen los vínculos sociales? Dominar, entre los antiguos; comerciar y enriquecerse, entre los modernos; he aquí el grande objeto de la política ¿Qué ha hecho, han logrado, por el bien de la humanidad? ¿Y cuál es la prosperidad que haya sabido combinar con la felicidad individual? Jovellanos. Manuscritos. Tomo IV.
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