Una señora fiesta




Textos:
-Mujer hilando-dibujo de la Ilustracción Gallega y Asturiana. 
Un médico español del siglo XVI.
-Pachu é Pericu.







La capital piloñesa sirvió ayer de marco de presentación para 'Una señora fiesta'. Se trata de una celebración impulsada por el músico y agitador cultural Rodrigo Cuevas en la pequeña localidad de Vegarrionda, que con tan solo quince habitantes se puede convertir en una de las sensaciones de la época estival asturiana.
La presentación tuvo lugar en uno de los rincones con mayor tradición de la villa piloñesa: el lavadero de Los Caños. Allí estuvo presente el propio Rodrigo Cuevas, así como varios miembros de la corporación, con el alcalde en funciones, Iván Allende, a la cabeza, y un nutrido grupo de vecinos. Se mostraron unas tazas conmemorativas del evento, se degustó una enorme tarta en forma de pandereta y se disfrutó de la música. El primer edil reconoció estar «encantado» con el impulso a esta nueva celebración y agradeció a Rodrigo Cuevas, «toda la aportación que está realizando al concejo».
La fiesta tendrá lugar el próximo día 17 de agosto con importantes novedades, puesto que para esta segunda edición habrá dos ambientes diferenciados: una romería tradicional y un festival de música.
La iniciativa surgió hace un año cuando varios amigos, relacionados todos con Vegarrionda, se propusieron hacer una fiesta como las que suelen hacerse en los pueblos. Pero entonces comenzaron a soñar y se plantearon abrirla a toda la gente del concejo y traer a algún grupo de fuera, ofreciendo «una programación de calidad». También pensaron que la parte estética debía estar muy cuidada, tenía que ser «una fiesta preciosa» en la que además se cuidase el entorno, reduciendo al mínimo los residuos y siendo respetuosos con el medio ambiente.
El comercio. 10 de Junio de 2019.-


Un médico español del siglo XVI. 
Observaciones a la ciencia moderna, motivadas por un libro antiguo. Los fenómenos a que da lugar el instinto de los animales son para todo espíritu reflexivo de lo más considerable que la naturaleza ofrece. Fíjese  la atención en los hechos que vamos a presentar, porque ellos nos pondrán en camino de apreciar  por inducción  la verdadera  causa de la facultad adivinadora en el hombre, después de enseñarnos  cuan superior  es el instinto animal  a la razón humana y cómo se distingue la intuición profética del cálculo racional. Nuestros ejemplos son todos de sabios y distinguidos naturalistas; algunos, o los más, pertenecen al ilustre filósofo Burdach en su “Copu d´oeil sur la vie” de donde Hertmann supo sacar también  preciosas inducciones en su Filosofía de lo inconsciente.
Hay una oruga de la Saturnia pavonia minor que se alimenta de las hojas del arbusto sobre el cual ve la luz. Nada hace sospechar en ella la menor señal de inteligencia mientras permanece en tal estado; pero cuando llega la época de transformarse en crisálida sabe tejer y edificarse con la ayuda de fuertes pelusas  que se cruzan por la parte superior, una doble bóveda que es muy fácil de abrir por dentro, pero que presenta una resistencia suficiente a tentativas  de penetrar allí por fuera  De considerar esta construcción  como obra reflexiva  debiéramos prestar el siguiente razonamiento al insecto: “Yo llegaré á ser crisálida y en la inmovilidad a que me veré condenada, me encontraré  expuesta a todas las agresiones; es preciso, pues, envolverme en hilo. Pero cuando llegue a ser mariposa ¿cómo podré salir de esta envoltura si no me procuro una salida fácil? Yo no puedo como otras mariposas salir de aquí por medios mecánicos ni por procedimientos químicos. A fin de que mis enemigos no utilizan la abertura contra mí, la cerraré con pinchos que les arranquen las plumas. Por dentro, me será fácil separar estos pinchos doblándolos y abrir; pero según la teoría de la construcción de bóvedas, resistirán a una presión exterior”…. Sería pedir demasiado a la pobre oruga; y sin embargo, cada una de las partes de este razonamiento es indispensable, dice Hartmann, si la consecuencia se ha de sacar de un modo regular. Nadie, estamos seguros, querrá atribuir a la oruga tal discurso; ¿qué es, pues, lo que dispone todas esas medidas convenientes  para la seguridad, desarrollo y aparición de la mariposa? ¿Qué es eso  que salva y prevé todas las dificultades y que parece tener conciencia del fin que se propone?. No es la oruga de seguro, pero es algo, algo que reside en ella y que le es inconsciente, algo que tiene clara visión de las necesidades de ese cambio, de forma que va a sufrir la oruga y lo provée; intuición instintiva en el animal, que no puede ser otra cosa que manifestación de la sabiduría absoluta o de la inteligencia universal en acción, porque la única vía por la cual pudiera al animal adquirir  conocimientos suficientes  para obrar de aquel modo, es la vida de la percepción  sensible, y nosotros vamos a demostrar  que aquel admirable hecho instintivo no ha podido ser sugerido por tal percepción. En efecto, los hechos a los cuales se pudieran relacionar aquellos conocimientos son hechos futuros y el presente no proporciona al animal ninguna indicación que permita preverlos, y sólo  en el caso de una experiencia anterior pudiera la oruga tomar aquellas medidas de cálculo racional; pero la oruga no se convierte dos veces en mariposa, y no puede haber por lo tanto semejante experiencia para ella.  Con mayor claridad  se verá esto en otros dos ejemplos parecidos. La larva del escarabajo se mete en un agujero que abre ella misma para sufrir su transformación en crisálida. La hembra da al agujero la dimensión de su propio cuerpo, pero el macho abre uno doble de su tamaño; y es porque sus cuernos, desenvolviéndose, han de igualar casi la longitud de su cuerpo. ¿Qué sabe la larva si ha de tener cuernos con el tiempo, y la medida exacta de lo que han de crecer? Nada hay en el presente que le permita prever este acontecimiento futuro. Es, pues, la intuición adivinadora de la naturaleza o, mejor dicho, aquella suprema inteligencia, la que se manifiesta en su instinto. Para la larva no hay experiencia; para la naturaleza sí. La palabra adivinación no es propia para explicar aquella previsión, pero da una idea de la sabiduría que obra en el instinto. 
Los hurones y los pernopteros se precipitan sobre las culebras y serpientes no venenosas y las cogen sin cuidado alguno por cualquiera parte; pero a las víboras, aunque  no las hayan visto nunca, las cogen con las mayores precauciones y evitan lo primero de todo su mordisco rompiéndoles la cabeza. La víbora no tiene nada de extraordinario ni espantoso que explique este modo de obrar. Sólo la experiencia pudiera indicar al animal este comportamiento, pero animales cogidos de pequeños hacen lo mismo en presencia de la víbora; no puede por lo tanto ser invocada la experiencia. ¿De dónde viene al animal el sentimiento del peligro que puede causarle la mordedura de la víbora? En este saber absoluto, que se manifiesta en la humildad del instinto, está la intuición profética que no necesita ciertamente de la experiencia para descubrir  todo lo que su voluntad quiere conocer. 
El instinto sexual presenta fenómenos admirables de aquella intuición adivinadora. Cada macho sabe descubrir  la hembra de su especie con la cual debe emparejarse. Esto que no parece extraño en las especies superiores, lo es, y mucho, en ciertas otras como los crustáceos parásitos, por ejemplo, en que los sexos son tan diferentes de forma, que el macho, si atendiera al parecido, debiera unirse antes a las hembras de otras mil especies que a la suya propia. Las mariposas presentan un polimorfismo tal, que no sólo hace  diferir  el macho de la hembra, sino que además hace tomar a la hembra dos formas diferentes en un mismo día; una de ellas es un verdadero disfraz de una especie lejana. El macho, sin embargo, jamás confunde la hembra de su especie con las otras de la especie extraña que acaso se parecen más a él. En la clase de los strepsipteros, la hembra es un gusano informe que pasa  toda su vida en el abdomen de una avispa y deja ver solamente su escudo lenticular entre los dos anillos abdominales del insecto. El macho, que no vive mas que algunas horas y que se parece a la polilla, reconoce su hembra en aquel sitio y bajo aquella forma singular, y se empareja con ella. Las hembras ovíparas ponen sus huevos allí donde se encuentran las condiciones necesarias para su desenvolvimiento; las tortugas van a poner a tierra, los cangrejos de tierra van al mar, aunque sus habitaciones disten algunos kilómetros de la costa. Los sitios mas raros son escogidos con asombrosa previsión por algunas especies de insectos que ponen sobre los labios de los caballos o en las partes que tienen costumbre de lamerse. ¿Cómo sabe el insecto que las entrañas del caballo son el lugar más propio para la incubación de sus huevos? El animal lo traga, y una vez desenvueltos en el calor de su vientre, salen expulsados con los excrementos. Pero no sólo tienen que atender algunas especies a las condiciones de desarrollo del huevo o a preparar la cuna de su prole, sino a la alimentación de las larvas, y para esto hacen también prodigios.  
El que se encuentre un escarabajo sagrado haciendo su bola de estiércol, con sus patas traseras, y afanado rodándola al sol, no sospechará seguramente que el insecto apresura así el abrimiento del huevo que ha encerrado en la bola, rodeándole al mismo tiempo de inmundicia alimentosa para encerrarle después en agujero hecho a propósito, donde la pequeña larva blanca, en el seno de la abundancia, comienza a comer con voracidad. Si se tropieza por casualidad una necrofora o enterradora haciendo desaparecer debajo de tierra el cuerpo de un pájaro de un tamaño cincuenta veces mayor que el suyo, no pasará  por la imaginación siquiera que tanta fuerza y tal perseverancia en un ser tan pequeño no tienen otro fin que procurar alimento a las larvas que han de salir de los huevecillos puestos junto a aquella carne muerta y enterrada. Calcúlese el esfuerzo que tendría que hacer un hombre para enterrar  un ser que fuera treinta o cuarenta veces mayor que él. ¿Cómo saben que van a poner huevos, que van a salir larvas, y la necesidad apremiante que van a tener estas de comer?
Hay otras especies de insectos que abren las células donde están encerradas sus larvas justamente en el momento preciso en que estas han agotado su provisión de alimento, para echarles más volviendo a cerrar la célula enseguida.  Las hormigas  abren siempre con toda oportunidad el capullo de sus larvas cuando  están en disposición de salir, porque son estas incapaces de romperlo. ¿Quién indica a estos seres aquel momento y a los otros la calidad del alimento que conviene a las larvas? Toda esta previsión es tanto más extraña cuanto que la mayor parte de estas especies no ponen mas que una vez. Todo esto prueba que el animal tiene conocimiento del porvenir.  Sus actos, la pena que se toma, la importancia que da a esta clase de trabajos, confirman la residencia en él de una intuición clarividente, propia de la sabiduría absoluta.  ¿A que otra cosa podremos atribuir la conducta del cuclillo? Este pájaro, cuyos huevos necesitan de siete a once días para madurar en el ovario y no pueden ser incubados por él porque cuando fuesen puestos los últimos estarían podridos los primeros, los deposita en el nido de otros pájaros y coloca cada huevo en un nido diferente, sabiendo que uno solo podrá pasar desapercibido. Este huevo del cuclillo tiene que ser igual en tamaño, color y forma a los huevos de los pequeños pájaros que pueden servir únicamente a su designio. Son estos generalmente los de la sylvia phoenicurus cuyo nido está oculto en el hueco de los árboles, o los de la sylvia rufa, que hace el suyo a manera de horno, con una entrada muy estrecha. El cuclillo no puede ver estos huevos, porque no puede deslizarse allí ni registrar de ningún modo lo que hay dentro; lo que hace es poner su huevo a la entrada y empujarle en seguida con el pico. Nunca se equivoca; su huevo es siempre enteramente igual a los del nido. ¿Qué explicación tiene esto? Por los sentidos no puede saber cual es el aspecto de los otros huevos; solo una intuición inconsciente y adivinadora puede formar el huevo en el ovario y darle el color y el dibujo convenientes.
Estas reflexiones  a que dan lugar tales fenómenos de la naturaleza tienen una importancia grandísima. Ya no se explican las cosas con palabras vanas, capaces tan sólo de satisfacer a entendimientos frívolos. El Instinto no fue hasta ahora más que una palabra con la que se procuraba cohonestar la ignorancia de los fenómenos en ella comprendidos; hoy, mejor estudiados, no puede menos de verse en el instinto una manifestación de la sabiduría absoluta, una intuición clarividente, una virtud  adivinadora. La mayor parte de los animales conocen a sus enemigos naturales  antes que ninguna experiencia  les instruya de sus designios hostiles. Los bueyes y caballos pasan cerca de una casa de fieras tiemblan presintiendo  el peligro, sin haber visto nunca tigres ni leones. Una bandada de pichones se dispersa a la vista  de un ave de rapiña, aunque la encuentren por primera vez.  Los perros manifiestan  furor y antipatía  a ciertos salvajes que comen carne de perro, mientras que el olor de su grasa aplicada al calzado, por ejemplo les agrada. Los pastores de bueyes y carneros conocen  bien la mosca del rebaño, que no produce, sin embargo, daño ni dolor  al animal con su picadura, pero que les  espanta y les hace correr  como furiosos porque  introduciendo sus larvas en la carne llegarían a causarles dolorosos abscesos.  Esta mosca no tiene aguijón  ni les lastima. ¿Cómo saben  que va a poner sus huevos en su piel y adivinan los tormentos  que les harán pasar  las larvas que no existen aún?. Los espinosos  nadan sin miedo al rededor   de los voraces solos que no los cogen nunca.  ¿Sabe el solo que no puede tragar al espinoso a causa de las púas que tiene este sobre el dorso y que se le clavarían en la garganta? No hay animal a no ser que la educación haya apagado en el el instinto, que coma plantas venenosas. El mono mismo, aunque haya vivido largo tiempo entre los hombres, rechaza con gritos  cualquier fruto  venenoso que se le presente.  Todos los animales saben escoger aquellos alimentos  que más convienen a su aparato digestivo y a su naturaleza, sin necesidad  de aprendizaje ni de pruebas.  Conocen también los remedios que reclaman sus enfermedades. Los pájaros  viajeros parten para los países cálidos  en una época en que el frío y la falta de alimento no les molestan aun, pero cuya proximidad preven. Cuando el invierno va a ser precoz parten mas temprano que de costumbre, y si promete ser dulce algunas especies se quedan.  Centenares de leguas no son obstáculo para que las golondrinas  y las cigüeñas vuelvan a encontrar su patria. Es cierto que el pájaro puede tener la percepción presente del estado de la atmósfera; pero, ¿cómo esta conciencia de la temperatura actual puede despertar en él la idea de la temperatura próxima? El hombre, con ser hombre, no ha llegado a predecir todavía con la ayuda de la meteorología, más que para algunas semanas, el curso de la tempestad. Luego la previsión del tiempo en el animal es obra de algo que le es inconsciente y superior, de una sabiduría que reside en él y le dirige  y que no puede ser otra cosa  que la intuición clarividente de la naturaleza. Demostrada la existencia adivinadora en la naturaleza animada podemos entrar, desde ahora, en el examen de los testimonios serios que la acreditan como un hecho histórico en las sociedades humanas. Hemos hecho ver que no hay motivo alguno racional para despreciar esta clase de hechos. Es preciso pues, fijar en ellos la atención, distraída tanto tiempo por injustificadas prevenciones, y estudiarlas como se estudian otros fenómenos de la naturaleza y de la vida. Estanislao Sánchez Calvo. Revista de Asturias. Oviedo 25 de Junio de 1879.-


Un médico español del siglo XVI
Observaciones a la ciencia moderna, motivadas por un libro antiguo. “Existe una opinión antigua que se remonta a los tiempos heroicos y que el pueblo romano heredó, como todos los pueblos, de que hay una adivinación entre los hombres, dijo Cicerón. Los griegos la llamaban mantike, es decir, su presentimiento y un conocimiento del porvenir” “Noble y útil prerrogativa, añade, si ella fuese acordada a los mortales y que parecería aproximar la debilidad humana a la omnipotencia divina”. Cicerón afirma, la universalidad de la creencia aunque no participa de ella por completo. San Agustín combate esta falta de creencia del gran orador, demostrando que este había confundido la verdadera adivinación con la falsedad de ciertos oráculos y con las conjeturas de ciertos astrólogos. El padre de la Iglesia no se dejó engañar por el abuso, y pudo extraer el alma de verdad contenida en el fondo de todos los embustes que desacreditaban la adivinación. 
Los más grandes hombres de la antigüedad afirman todos la universalidad de esta creencia y participan de ella. Hipócrates, Aristóteles, Platón, Sócrates, Plutarco, Philon, Orígenes, Synesius, Eusebio, San Basilio, Teodoreto, Jamblico Plotino, Porfirio, creen en la adivinación y algunos de ellos poseen, por un privilegio de su naturaleza, esta preciosa facultad. ¿Pensais dice el conde de Maistre, que los antiguos se hayan puesto de acuerdo todos para creer sin motivo que la facultad adivinadora o profética fuera una herencia innata del hombre? Esto no es posible.” 
La etnología moderna confirma la universalidad de estas creencias y de los hechos que a ellas dan origen. El etnólogo inglés Edward B. Tylor, en su reciente obra “Primitive culture” presenta muchos ejemplos de aquella clase de fenóemnos. Según el Dr. Mason en el distrito habitado por los Karens, el Wee o profeta se excita ordinariamente hasta el punto de ver los espíritus de los muertos, visitar sus moradas lejanas, traerlos al cuerpo que han abandonado y resucitar de esta manera a las gentes; estos wee son hombres muy nerviosos, que harían admirables mediums, y en el momento en que pronuncian sus oráculos, caen en convulsiones. Los detalles que nos da el Dr. Callaway sobre los adivinos Zulos son particularmente instructivos. Se atribuyen los caracteres mórbidos que les distinguen de los otros hombres a que están poseídos por los amatongos ó espíritus de sus antepasados. Esta enfermedad es común allí; en unos desaparece sin hacer nada; otros tratan de apaciguar el espíritu de que creen estar poseídos por sacrificios, y otros, en fin, dejan a la enfermedad seguir su curso y llegan a ser adivino, que tienen el don de encontrar las cosas ocultas y pronunciar oráculos. Los indígenas le reconocen absolutamente esta facultad, aun admitiendo que suelen equivocarse. La descripción más perfecta del Dr. Calaway es la de uno de estos visionarios histéricos, afectado de la enfermedad que precede a la obtención de la facultad de adivinación. Este hombre describió, como sentidos por él mismo, todos los síntomas bien conocidos de la histeria: el peso considerable que le agobia, los sueños espantosos, las visiones que le asedian despierto y todo, y que le hacen ver objetos que no existen para los demás, los aires que sabe cantar sin haberlos jamás aprendido, y la sensación de ser transportado por el aire.” Este hombre pertenecía a una familia en la que todos eran muy nerviosos y acababan por ser hechiceros. 
Entre los patagones sucede casi lo mismo. 
Para que nadie extrañe la previsión profética del hombre, conviene demostrar la existencia de una intuición instintiva y adivinadora en la naturaleza. Estanislao Sanchez Calvo. 
Revista de Asturias. Oviedo 15 de Junio de 1879.-


Pachu é Pericu

Romance para la danza prima 

Pachu.- ¿Ves aquesa fumarea

Que s´alza nel domedal,

E tantu crestianu xuntu

A carreres p´acullá?

Pos yé qu´un  coche sin mules 

Dicen que va chár andar.

Pericu.- Será  que tien los diablicos 

O máxia ñegra será.

-Quita pa llá, non yé aqueso,

Yé máquina, mió rapaz, 

Yé descursu de los homes.

-E col coche ¿qué farán?

-Van á trér desde Llangreu

Carbunes xuntu la mar.

-E ¿p´acarretar carbon 

Tantu ruíu e tantu afan?

Yo apuestu que quince dís

En sin mules v´a tardar.

-Non, borricu,  en una hora 

Tou ´l camin  andarán; 

E per caa vez que córria 

Mil carros puée agarrar.

-¡Ay, pobrinos los de Sieru!

¿Comu ganerán el pan?

-Cudiandu d´esti camín,

Sacandu carbon allá,

Mirandu mas po les tierres,

Que mas cuenta yós v´á dar.

-E dempués d´esti carbon 

Dime, Pachu, ¿qué farán?

-Mandalu per tou ´l mundu, 

E vendelu allende ´l mar, 

Al francés, al  italianu,

A los que manda ´l Sultan, 

A los de tierra de griegos,

E qué sé yo cuantus más.

-E pa cargar tantu, tantu, 

¿Los barcos donde ´lntrarán?

Qu´esti puertu yé pequeñu, 

Muy pequeñin ¿ye verdá?

-Ya farán otru mayor, 

Dexa, dáxalos andar,

Ya vedrás carbon que marcha 

É que d´oru vien p´acá

Per esu si corries munchu

Á nel domedal vedrás 

Á la madre de la Reina, 

Que reina tamien fó yá;

Que dicen que fá estes coses 

Pa que ganemos el pan:

Pos bien é Rey ena España

Siempre xunto tien qu´andar.

-E ¿cuantu fará qu´un rey

Non asomó por acá? 

-Dende l´ Emperador Carlos 

Ya mas de tres siglos fai:

Yo vi so cuartu é so mesa,

En Villaviciosa estan 

D´entro de la casa d´Hevia 

Dende ´l quiso aloxar

-Vamos, corrie, vamos lluegu,

Vamos cancia l´dometal, 

Qu´está tou asturies xuntu,

Vamus á gritar allá:

“Viva la Reina Crestina

Qu´asturies vien a morar.”

Plácido de Jove y Hevia. Nápoles y Junio de 1852.

La Ilustración Gallega y Asturiana. Madrid 18 de Marzo de 1880. Nº 8. Tomo II.-
































































































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