Un médico español del siglo XVI.
Observaciones a la ciencia moderna, motivadas por un libro antiguo. Los fenómenos a que da lugar el instinto de los animales son para todo espíritu reflexivo de lo más considerable que la naturaleza ofrece. Fíjese la atención en los hechos que vamos a presentar, porque ellos nos pondrán en camino de apreciar por inducción la verdadera causa de la facultad adivinadora en el hombre, después de enseñarnos cuan superior es el instinto animal a la razón humana y cómo se distingue la intuición profética del cálculo racional. Nuestros ejemplos son todos de sabios y distinguidos naturalistas; algunos, o los más, pertenecen al ilustre filósofo Burdach en su “Copu d´oeil sur la vie” de donde Hertmann supo sacar también preciosas inducciones en su Filosofía de lo inconsciente.
Hay una oruga de la Saturnia pavonia minor que se alimenta de las hojas del arbusto sobre el cual ve la luz. Nada hace sospechar en ella la menor señal de inteligencia mientras permanece en tal estado; pero cuando llega la época de transformarse en crisálida sabe tejer y edificarse con la ayuda de fuertes pelusas que se cruzan por la parte superior, una doble bóveda que es muy fácil de abrir por dentro, pero que presenta una resistencia suficiente a tentativas de penetrar allí por fuera De considerar esta construcción como obra reflexiva debiéramos prestar el siguiente razonamiento al insecto: “Yo llegaré á ser crisálida y en la inmovilidad a que me veré condenada, me encontraré expuesta a todas las agresiones; es preciso, pues, envolverme en hilo. Pero cuando llegue a ser mariposa ¿cómo podré salir de esta envoltura si no me procuro una salida fácil? Yo no puedo como otras mariposas salir de aquí por medios mecánicos ni por procedimientos químicos. A fin de que mis enemigos no utilizan la abertura contra mí, la cerraré con pinchos que les arranquen las plumas. Por dentro, me será fácil separar estos pinchos doblándolos y abrir; pero según la teoría de la construcción de bóvedas, resistirán a una presión exterior”…. Sería pedir demasiado a la pobre oruga; y sin embargo, cada una de las partes de este razonamiento es indispensable, dice Hartmann, si la consecuencia se ha de sacar de un modo regular. Nadie, estamos seguros, querrá atribuir a la oruga tal discurso; ¿qué es, pues, lo que dispone todas esas medidas convenientes para la seguridad, desarrollo y aparición de la mariposa? ¿Qué es eso que salva y prevé todas las dificultades y que parece tener conciencia del fin que se propone?. No es la oruga de seguro, pero es algo, algo que reside en ella y que le es inconsciente, algo que tiene clara visión de las necesidades de ese cambio, de forma que va a sufrir la oruga y lo provée; intuición instintiva en el animal, que no puede ser otra cosa que manifestación de la sabiduría absoluta o de la inteligencia universal en acción, porque la única vía por la cual pudiera al animal adquirir conocimientos suficientes para obrar de aquel modo, es la vida de la percepción sensible, y nosotros vamos a demostrar que aquel admirable hecho instintivo no ha podido ser sugerido por tal percepción. En efecto, los hechos a los cuales se pudieran relacionar aquellos conocimientos son hechos futuros y el presente no proporciona al animal ninguna indicación que permita preverlos, y sólo en el caso de una experiencia anterior pudiera la oruga tomar aquellas medidas de cálculo racional; pero la oruga no se convierte dos veces en mariposa, y no puede haber por lo tanto semejante experiencia para ella. Con mayor claridad se verá esto en otros dos ejemplos parecidos. La larva del escarabajo se mete en un agujero que abre ella misma para sufrir su transformación en crisálida. La hembra da al agujero la dimensión de su propio cuerpo, pero el macho abre uno doble de su tamaño; y es porque sus cuernos, desenvolviéndose, han de igualar casi la longitud de su cuerpo. ¿Qué sabe la larva si ha de tener cuernos con el tiempo, y la medida exacta de lo que han de crecer? Nada hay en el presente que le permita prever este acontecimiento futuro. Es, pues, la intuición adivinadora de la naturaleza o, mejor dicho, aquella suprema inteligencia, la que se manifiesta en su instinto. Para la larva no hay experiencia; para la naturaleza sí. La palabra adivinación no es propia para explicar aquella previsión, pero da una idea de la sabiduría que obra en el instinto.
Los hurones y los pernopteros se precipitan sobre las culebras y serpientes no venenosas y las cogen sin cuidado alguno por cualquiera parte; pero a las víboras, aunque no las hayan visto nunca, las cogen con las mayores precauciones y evitan lo primero de todo su mordisco rompiéndoles la cabeza. La víbora no tiene nada de extraordinario ni espantoso que explique este modo de obrar. Sólo la experiencia pudiera indicar al animal este comportamiento, pero animales cogidos de pequeños hacen lo mismo en presencia de la víbora; no puede por lo tanto ser invocada la experiencia. ¿De dónde viene al animal el sentimiento del peligro que puede causarle la mordedura de la víbora? En este saber absoluto, que se manifiesta en la humildad del instinto, está la intuición profética que no necesita ciertamente de la experiencia para descubrir todo lo que su voluntad quiere conocer.
El instinto sexual presenta fenómenos admirables de aquella intuición adivinadora. Cada macho sabe descubrir la hembra de su especie con la cual debe emparejarse. Esto que no parece extraño en las especies superiores, lo es, y mucho, en ciertas otras como los crustáceos parásitos, por ejemplo, en que los sexos son tan diferentes de forma, que el macho, si atendiera al parecido, debiera unirse antes a las hembras de otras mil especies que a la suya propia. Las mariposas presentan un polimorfismo tal, que no sólo hace diferir el macho de la hembra, sino que además hace tomar a la hembra dos formas diferentes en un mismo día; una de ellas es un verdadero disfraz de una especie lejana. El macho, sin embargo, jamás confunde la hembra de su especie con las otras de la especie extraña que acaso se parecen más a él. En la clase de los strepsipteros, la hembra es un gusano informe que pasa toda su vida en el abdomen de una avispa y deja ver solamente su escudo lenticular entre los dos anillos abdominales del insecto. El macho, que no vive mas que algunas horas y que se parece a la polilla, reconoce su hembra en aquel sitio y bajo aquella forma singular, y se empareja con ella. Las hembras ovíparas ponen sus huevos allí donde se encuentran las condiciones necesarias para su desenvolvimiento; las tortugas van a poner a tierra, los cangrejos de tierra van al mar, aunque sus habitaciones disten algunos kilómetros de la costa. Los sitios mas raros son escogidos con asombrosa previsión por algunas especies de insectos que ponen sobre los labios de los caballos o en las partes que tienen costumbre de lamerse. ¿Cómo sabe el insecto que las entrañas del caballo son el lugar más propio para la incubación de sus huevos? El animal lo traga, y una vez desenvueltos en el calor de su vientre, salen expulsados con los excrementos. Pero no sólo tienen que atender algunas especies a las condiciones de desarrollo del huevo o a preparar la cuna de su prole, sino a la alimentación de las larvas, y para esto hacen también prodigios.
El que se encuentre un escarabajo sagrado haciendo su bola de estiércol, con sus patas traseras, y afanado rodándola al sol, no sospechará seguramente que el insecto apresura así el abrimiento del huevo que ha encerrado en la bola, rodeándole al mismo tiempo de inmundicia alimentosa para encerrarle después en agujero hecho a propósito, donde la pequeña larva blanca, en el seno de la abundancia, comienza a comer con voracidad. Si se tropieza por casualidad una necrofora o enterradora haciendo desaparecer debajo de tierra el cuerpo de un pájaro de un tamaño cincuenta veces mayor que el suyo, no pasará por la imaginación siquiera que tanta fuerza y tal perseverancia en un ser tan pequeño no tienen otro fin que procurar alimento a las larvas que han de salir de los huevecillos puestos junto a aquella carne muerta y enterrada. Calcúlese el esfuerzo que tendría que hacer un hombre para enterrar un ser que fuera treinta o cuarenta veces mayor que él. ¿Cómo saben que van a poner huevos, que van a salir larvas, y la necesidad apremiante que van a tener estas de comer?
Hay otras especies de insectos que abren las células donde están encerradas sus larvas justamente en el momento preciso en que estas han agotado su provisión de alimento, para echarles más volviendo a cerrar la célula enseguida. Las hormigas abren siempre con toda oportunidad el capullo de sus larvas cuando están en disposición de salir, porque son estas incapaces de romperlo. ¿Quién indica a estos seres aquel momento y a los otros la calidad del alimento que conviene a las larvas? Toda esta previsión es tanto más extraña cuanto que la mayor parte de estas especies no ponen mas que una vez. Todo esto prueba que el animal tiene conocimiento del porvenir. Sus actos, la pena que se toma, la importancia que da a esta clase de trabajos, confirman la residencia en él de una intuición clarividente, propia de la sabiduría absoluta. ¿A que otra cosa podremos atribuir la conducta del cuclillo? Este pájaro, cuyos huevos necesitan de siete a once días para madurar en el ovario y no pueden ser incubados por él porque cuando fuesen puestos los últimos estarían podridos los primeros, los deposita en el nido de otros pájaros y coloca cada huevo en un nido diferente, sabiendo que uno solo podrá pasar desapercibido. Este huevo del cuclillo tiene que ser igual en tamaño, color y forma a los huevos de los pequeños pájaros que pueden servir únicamente a su designio. Son estos generalmente los de la sylvia phoenicurus cuyo nido está oculto en el hueco de los árboles, o los de la sylvia rufa, que hace el suyo a manera de horno, con una entrada muy estrecha. El cuclillo no puede ver estos huevos, porque no puede deslizarse allí ni registrar de ningún modo lo que hay dentro; lo que hace es poner su huevo a la entrada y empujarle en seguida con el pico. Nunca se equivoca; su huevo es siempre enteramente igual a los del nido. ¿Qué explicación tiene esto? Por los sentidos no puede saber cual es el aspecto de los otros huevos; solo una intuición inconsciente y adivinadora puede formar el huevo en el ovario y darle el color y el dibujo convenientes.
Estas reflexiones a que dan lugar tales fenómenos de la naturaleza tienen una importancia grandísima. Ya no se explican las cosas con palabras vanas, capaces tan sólo de satisfacer a entendimientos frívolos. El Instinto no fue hasta ahora más que una palabra con la que se procuraba cohonestar la ignorancia de los fenómenos en ella comprendidos; hoy, mejor estudiados, no puede menos de verse en el instinto una manifestación de la sabiduría absoluta, una intuición clarividente, una virtud adivinadora. La mayor parte de los animales conocen a sus enemigos naturales antes que ninguna experiencia les instruya de sus designios hostiles. Los bueyes y caballos pasan cerca de una casa de fieras tiemblan presintiendo el peligro, sin haber visto nunca tigres ni leones. Una bandada de pichones se dispersa a la vista de un ave de rapiña, aunque la encuentren por primera vez. Los perros manifiestan furor y antipatía a ciertos salvajes que comen carne de perro, mientras que el olor de su grasa aplicada al calzado, por ejemplo les agrada. Los pastores de bueyes y carneros conocen bien la mosca del rebaño, que no produce, sin embargo, daño ni dolor al animal con su picadura, pero que les espanta y les hace correr como furiosos porque introduciendo sus larvas en la carne llegarían a causarles dolorosos abscesos. Esta mosca no tiene aguijón ni les lastima. ¿Cómo saben que va a poner sus huevos en su piel y adivinan los tormentos que les harán pasar las larvas que no existen aún?. Los espinosos nadan sin miedo al rededor de los voraces solos que no los cogen nunca. ¿Sabe el solo que no puede tragar al espinoso a causa de las púas que tiene este sobre el dorso y que se le clavarían en la garganta? No hay animal a no ser que la educación haya apagado en el el instinto, que coma plantas venenosas. El mono mismo, aunque haya vivido largo tiempo entre los hombres, rechaza con gritos cualquier fruto venenoso que se le presente. Todos los animales saben escoger aquellos alimentos que más convienen a su aparato digestivo y a su naturaleza, sin necesidad de aprendizaje ni de pruebas. Conocen también los remedios que reclaman sus enfermedades. Los pájaros viajeros parten para los países cálidos en una época en que el frío y la falta de alimento no les molestan aun, pero cuya proximidad preven. Cuando el invierno va a ser precoz parten mas temprano que de costumbre, y si promete ser dulce algunas especies se quedan. Centenares de leguas no son obstáculo para que las golondrinas y las cigüeñas vuelvan a encontrar su patria. Es cierto que el pájaro puede tener la percepción presente del estado de la atmósfera; pero, ¿cómo esta conciencia de la temperatura actual puede despertar en él la idea de la temperatura próxima? El hombre, con ser hombre, no ha llegado a predecir todavía con la ayuda de la meteorología, más que para algunas semanas, el curso de la tempestad. Luego la previsión del tiempo en el animal es obra de algo que le es inconsciente y superior, de una sabiduría que reside en él y le dirige y que no puede ser otra cosa que la intuición clarividente de la naturaleza. Demostrada la existencia adivinadora en la naturaleza animada podemos entrar, desde ahora, en el examen de los testimonios serios que la acreditan como un hecho histórico en las sociedades humanas. Hemos hecho ver que no hay motivo alguno racional para despreciar esta clase de hechos. Es preciso pues, fijar en ellos la atención, distraída tanto tiempo por injustificadas prevenciones, y estudiarlas como se estudian otros fenómenos de la naturaleza y de la vida. Estanislao Sánchez Calvo. Revista de Asturias. Oviedo 25 de Junio de 1879.-
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