Láneo (Salas)
Emilio Pendás Trelles,
Nació en Priero (Salas), en 1877, que emigra a América a los quince años, se estableció como escogedor de tabacos en Tampa (EE.UU), enviudó tres veces, fue condenado a muerte al final de la Guerra Civil y encarcelado en el penal del Puerto de Santa María, donde permaneció cuatro largos años. Tras ser liberado regresó al pueblo de Linares (Salas) donde vivió distintos avatares hasta su muerte en 1966, a la edad de 89 años. Emilio Pendás, viejo y enfermo, sobrevive gracias a la generosidad de Lico y del joven Ramón, que se ocupan de traerle el escaso rancho del mediodía y comparten con él los escasos productos que consiguen por su cuenta. De su estancia e en el Penal de Santa María conservamos algunas cuartetas que expresan el padecimiento y los sentimientos de nuestro hombre en tan difícil situación: incertidumbre, nostalgia, hambre, frío, desengaño…. ¿Como yo voy a llamarte Noche-Buena, noche buena, cuando tengo que acostarme con tanto frío y sin cena? De los que oigo en el penal sólo me agradan tres toques “Panaderos” y “Fajina” y el “Silencio” por las noches. ........... En el penal del Puerto de Santa María Llamad al imaginaria, si duerme que se despierte, y que me dé un poco de agua, que me acomete la muerte. Mi vida se va a acabar sin que me quepa el consuelo de saber quien va a llorar al saber que yo me muero. Palomita del penal, ven pronto y dile a mi madre que aquí me tratan muy mal y a ver si viene a sacarme. ......... A pesar de su avanzada edad-tenía 63 años cuando fue encarcelado-, nuestro hombre soporta con estoicismo las duras condiciones de la vida en el penal y conserva ante todo la dignidad, la conciencia tranquila e, incluso, un ápice de esperanza: Porque yo esté en el penal, hijo mío, no te asombres, que no estoy por criminal y estoy donde están los hombres. ¿Qué le importa al presidiario quedar sin nombre de pila si queda por el contrario con la conciencia tranquila? Si me encuentro en la prisión pagando lo que no debo, tengo la satisfacción que pronto vendrá el relevo. Puerto de Santa María, con tu funesto penal, ¡ay, qué feliz seré el día que yo te pueda dejar! Liberado finalmente en 1944, Emilio Pendás regresa a Linares. En el macuto, un puñado de cuadernos raídos y amarillentos que milagrosamente pudo salvar del registro. Y en su memoria, la huella indeleble de una dantesca visión que habría de acompañarle el resto de su vida y que relató muchas veces a sus hijos. Había visto morir de hambre a varios compañeros en el penal, lo cual no era un suceso extraordinario en sí mismo; lo extraordinario era que estaban agonizando y se reían, se reían continuamente con una especie de risa nerviosa, sin parar. Entre tanto, su añorada casa, que había servido de cuartel a la guardia civil y la falange, había quedado prácticamente destruida. El negocio saqueado, los muebles y enseres de la casa quemados, los libros reducidos a ceniza. Al marchar, los falangistas se habían llevado los xatos, los cerdos y las gallinas. De un próspero negocio y casa de labranza no quedaba más que el suelo, las paredes y los quicios de las puertas. María, su mujer, no había tenido otra opción de coger un saco y echarse a pedir por los caminos para mantener a sus ocho hijos, de los que cuatro habían quedado baldados, con los huesos “retorcidos” a consecuencia de la desnutrición, la humedad, y las insalubres condiciones en las que vivieron cuando fueron expulsados de su casa y tuvieron que refugiarse en el molino. Aunque María era una mujer joven y fuerte, acostumbrada a las faenas de la casa y a la dura vida del campo, aguantó poco tiempo más y murió al año siguiente del regreso de su marido. Al fin de mi juventud han sido mis penas tales, que he perdido la salud para colmo de mis males. Y tal fue la adversidad que conmigo se ha ensañado, que diez hijos que he logrado, inútiles la mitad. Vencido por el peso de los años, la atroz experiencia de la cárcel y la amarga constatación de la mezquindad humana, nuestro hombre se retira de la vida pública y se dedica a las faenas menores de la casa, como llindiar el ganado y esbardar calmosamente prados y caminos. En su larga vejez fue perdiendo la vista hasta quedar ciego. A consecuencia de la ceguera sufrió una grave caída por la escalera de su casa, quedando postrado en la cama hasta su muerte, en 1966, a la edad de 89 año. Hoy descansa en el cementerio de Linares, en su anónima sepultura de cemento. Emilio Pendás Trelles. Cuentos Populares recogidos en el penal del Puerto de Santa María (1939).-
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