Luanco-Bañugues- Cabo Peñas
El valle de Caranga a Teverga
El Hellenthal es el famoso valle del Infierno de la Selva negra y la principal vía de comunicación entre esta importante y, por mil títulos, curiosísima región y el valle del Rhin. Tiene siete leguas de largo, y la única singularidad que ofrece son dos peñas perpendiculares, y casi juntas, por medio de las cuales pasa el arroyo y el camino, llamadas el Salto del ciervo porque, según la tradición o leyenda, un ciervo perseguido saltó de una a otra peña, y de consiguiente de un lado a otro del valle. Tradición o leyenda que no me cuesta trabajo creer, porque he visto saltos de veinte pies, dados por un caballo inglés. ¿Qué no saltaría un ciervo perseguido? Por lo demás, fenómenos como los de las peñas del Salto del ciervo son muy comunes en Asturias; más a mi juicio, que en ninguna otra región del mundo que yo haya visitado. El Hellenthal, por otra parte, despojado del prestigio que le da su nombre, no es más que una cañada muy regular y muy estrecha, sin mas sitio por el fondo que para un penosísimo camino y para el arroyo de aguas negras, como tinta, como son todos los arroyos que nacen en la selva de este nombre, por lo cual sin duda ha merecido tan singular denominación que conserva desde los romanos. La vegetación es allí sumamente lozana, y ni una sola pulgada de terreno hay desde el fondo del valle hasta la cima de las altas montañas que lo forman, que no esté cubierta de elevadísimos abetos y hayas, únicos árboles que allí se crían. En los tiempos antiguos, y antes de estar hecha la carretera, habrá sido una empresa pavorosa y temible, tratar de meterse en el valle; por eso cuentan el dicho de Catinat, general de Luis XIV, cuando las guerras del Palatinado, que oyendo criticar una operación suya que hubiera podido llevar fácilmente a cabo operando por el Hellenthal, contestó: (No era bastante demonio para meterme allí). Posteriormente, y casi en nuestros días, cuando las guerras de la república francesa, adquirió una gloria inmortal por haber dado paso al ejército francés en la famosa retirada desde el Danubio al Rhin en 1797 al mando de Moreau, y que fue comparada con razón en su época a la de los Diez mil. Hoy ha perdido completamente su prestigio antiguo, hoy queda reducido el Hellenthal al paso de las diligencias entre Friburgo, en Brisgau, célebre por la torre de su catedral, que no tiene rival en el mundo, y por ser la patria de Schwartz (Negro, aquí todo es negro, hasta los hombres se llaman así) el famoso fraile, inventor de la pólvora.
|
Excursión por el Principado de Asturias
Subí a los Picos de Europa, habitación del gamo corredor y del corpulento oso; y a cada cerro, a cada monte que iba ganando, asomábame a un nuevo precipicio, a uno de esos sombríos y medrosos abismos donde el más leve rumor despierta los gigantes ecos que duermen en las concavidades de las rocas y huyen, al despertar de improviso, con estruendo semejante al de un ejército en alarma;y ascendí adonde los vértigos giran tenaces en derredor de uno hasta que consiguen rendirle en el mareo; donde el principio, siempre abierto, le fascina y atrae como la boa al colibrí pintado, y donde las ventiscas invisibles danzan sobre la nieve cual desordenadas bacantes, levantando revuelta polvareda.
Llegué a las más apartadas montañas del occidente; y, entre largas y tajadas cordilleras de negras rocas en que las eternas nieblas rastrean, vi alzarse las adustas brañas del vaqueiro de alzada, ostentando en cada portal, como trofeo de todas sus empresas, el repuesto zurrón, el rústico colador de asta de buey y el amarillo odre puesto al sereno para cuajar la leche.
Atravesé el umbral de la mezquina puerta donde reposa tranquilo y despeluznado mastín que, armado el cuello con la carlanca erizada de férreas puntas, vela por el bien de las familias como el dios tutelar de aquellos lares; y hablé con el vaqueiro, tipo celta, de cabeza abultada, ancha frente, ojos azules y largos brazos; estudié sus costumbres singulares, sus raras tradiciones, y en la época para él de emigración vile apresar los ganados introduciendo en sus orejas gotas de cera con la vela tenebraria para librarlos de los maleficios; y precedido de los perros, acompañado de las tribus, llevando el tierno hijo en las astas del manso buey, que con monótono balanceo le presta en ellas blanda cuna, contempléle dirigirse a sus caseríos, envuelto en la manta de tosca jerga, cabalgando sobre el pequeño y andador caballo que recuerda al panchates, célebre entre los célebres asturcones, y distrayendo las horas del camino con agrestes cantares que acompaña al bronco esquilón de la res que guía la manada………..
Descansé al lado de la octogenaria anciana que, encorvada como una grulla, sombreada su arrugada faz por la blanca toca de lienzo y agitando en la descarnada mano un ramo de laurel para ahuyentar las moscas, iba deslizando en mi oído, con voz temblorosa y apagada, cuentos de las reinas moras y hadadas infantinas; de nobles damas y princesas que en las fuentes del bosque tocaban con peine de oro sus cabellos o al dintel del palacio hilaban el albo copo de lino, torcían rica seda o labraban finos paños………
Aislada Asturias del resto de la Península por dilatadas cordilleras de montañas, guardo incólume su independencia en otros sitios, como hasta hoy rasgos característicos de pasadas civilizaciones y usos de otras edades.
El que visite una de nuestras aldeas más apartadas, creerá hallarse aún en plena Edad Media. Todavía verá la casa del fidalgo con sus blasonados escudos; mujeres que visten blanca toca, y ancianos que aun peinan coleta, protestando no haber sido no haber sido rasurados en señal de servidumbre: oirá hablar la ruda e incipiente habla de Berceo y Lorenzo de Segura; verá los vecinos congregados a campana tañida reunirse en concejo para tratar del procomún; y oirá resonar en las cañadas y en los valles canciones romancescas, al moverse la tradicional danza en redor de la bizantina iglesia el día del santo patrono.
Juan Menéndez Pidal. (1885-1915). Asturias vista por viajeros. Tomo II.-
|
Cabo Peñas
Presentóse por fin a nuestra vista la inmensa mole del Cabo de Peñas, cual un corpulento gigante que avanza con osadía en el mar Océano, desafiando impávido su terrible cólera. Este cabo era conocido en la antigüedad con el nombre de Promontorio Scítico, como nos dice Pomponio Mela, lo que también es un argumento para probar la antigua opinión de que este país fue poblado en remotísimos tiempos por los escitas, como dijimos en otro lugar. Es también muy nombrado el cabo del que hablamos por ser el punto más septentrional de España, y por donde se mide la longitud (desde aquí a la punta de Tarifa). Su aspecto es magnífico. A la derecha se ven lontananza los altísimos y siempre nevados Picos de Europa, que separan a Asturias de la Liébana. Por la izquierda se descubren las riberas de Galicia, y el cabo Ortegal, y al frente el inmenso piélago en que marchando en línea recta no se encuentra tierra hasta Inglaterra. El Cabo Peñas, que tiene a su lado el islote de Gabiera, presenta al Norte un frontón de casi una milla, escarpado, blanquizco y de terreno horizontal. Su altura sobre el nivel del mar es de trescientos treinta pies. Hasta ahora con mengua de la civilización del siglo, este importantísimo punto de la costa cantábrica estaba de todo punto abandonado, sin un faro que sirviese de guía a los nevagantes, siendo causa esta incuria de numerosos neufragios; por fin el Gobierno decretó la construcción de una torre que sustente un fanal, y en el momento que trazamos estas líneas están llevándose a cabo las obras necesarias con recomendable actividad.
Francisco de Paula Mellado. Asturias (hacia 1848). Asturias vista por viajeros. Tomo I.-
|
Comentarios
Publicar un comentario