Hayedo y pueblo de Lindes (Quirós)-Salida con grupo de montaña El Civilu




Lindes: Lugar y parroquia del concejo de Quirós. La parroquia abarca los pueblos y lugares de El Corral, Cortes, Fresneo y Fontescalientes, además del propio Lindes, y una amplia extensión de terreno montañoso poblado de bosque autóctono.  Dominando toda la parroquia  y buena parte del concejo se alza hasta 2.155 m la aislada mole  caliza de Peña Rueda.  Tras ella se abren  las vegas de Agüeria, que aún conservan importantes masas de acebos y que están rodeadas por impresionantes picos, bien conocidos de los amantes de la montaña, pertenecientes al macizo de Ubiña y que superan los 2.000 m. En la zona hay numerosas cabañas de pastores y se pueden apreciar  en el paisaje las huellas  de la erosión glacial.
El pueblo de Lindes, con 8 habitantes (ninguno en la actualidad ), se halla en la cabecera de uno de los valles que forman la parte alta del concejo, a 900 m de altitud.  El poblamiento está formado por un conjunto de casas y cuadras tradicionales de piedra. La iglesia parroquial de Santo Tomás es de 1930. En Lindes se halló una jarrita y una patena litúrgica de origen visigodo, fechadas hacia el siglo VII ú VII. Son objetos que aparecen escasamente en Asturias y que se relacionan con la cristanización del territorio. Se custodian en el Tabularium Artis Asturiensis. El coto de Lindes perteneció al monasterio de Santa María de Arbás, que enajenó a un particular en 1581,  aunque la venta fue posteriormente  anulada tras largo pleito, aún pasó por varios propietarios hasta que se incorporó al concejo de Quirós en 1827. La tradición popular recoge la existencia de un monasterio en los términos de la parroquia.-


Creencias populares de Asturias
Cuando en la noche callada la silenciosa la luna alumbra con sus fugaces resplandores la superficie del mar, pudiéndose a lo lejos distinguir entre la densa bruma la blanca lona de algún ligero vagel; nuestra vista logra quizá divisar entre la plateada cinta que en pos de sí va dejando blancos copos de nevada espuma formados por los Espumeros al columpiarse juguetones sobre las ondas en derredor del buque…Pequeños y hermosos, las algas del mar coronan su frente, y su débil pero armoniosa voz se une al rudo canto del marino,  cuando sentado sobre la cortante proa, elevando su vista al cielo, magnífico pabellón tachonado de relucientes estrellas; murmura recordando la playa de su hermosa patria, el amor tierno y puro de su esposa, y las inocentes caricias de los pequeños frutos de su amor. Los Espumeros, rodando por cima de las olas, lleva  su  dulce canción, y acaso entre el estruendo de las olas, conducen sus sentidas querellas, hasta la anhelada ribera de su patria.
También acompañan la solitaria barca del pobre pescador; juguetean en torno  de ella ligeros se libran de los pesados remos, que cortando la tersa superficie impelen la barca haciéndola resbalar dulcemente dejando en torno pequeños y fosfóricos círculos,  que se van agrandando cada vez mas hasta extinguirse.
Los Espumeros, mil veces,  cuando el astro del día se ha hundido en el horizonte, remedan en derredor  del buque los bramidos del huracán en lontananza.
Suelen posarse en los huecos de las picudas rocas que coronan el mar, y cuando  la ola cayendo sobre ellas, produce un ronco y prolongado sonido, se agitan presurosos dejando en la ribera un blanco surco de hirviente espuma.
Son en extremo pequeños y hermosos; su luenga cabellera cae sobre su espalda, y su frente coronada de algas parece de nácar….llevan una trompeta de una magnífica concha y con ella mienten ora ayes de dolor y de amargura, ora cantos de dicha y de placer, ya el suspiro de la dulce brisa, ya el solemne rugir del aquilon. ¡Cuántas veces el marino arruga su calva frente, tendiendo su mirada al horizonte, creyendo haber escuchado á lo lejos  el retumbar del trueno, y luego  de contemplar el cielo limpio y sin nubes, desapareciendo de su frente las arrugas posa sus ojos sobre la superficie del mar risueño, contemplando un Espumero en derredor del vagel, con la trompa en los labios cerniéndose blandamente sobre las azuladas y salubres ondas.
No solamente los Espumeros habitan en el mar, también algunas veces suben á lo largo de los ríos y en aquellos sitios en cuyos bordes crecen hermosos árboles que entrelazando cariñosamente sus frondosas copas, dan sombra a la cristalina corriente, es en donde por lo regular se les suele ver.  Sin embargo, pocos lo han conseguido, pues que medrosos en extremo corren en cuanto divisan alguna persona, á ocultarse en las cuevas que tienen en las cuevas horadadas.  Suelen habitar por largo tiempo en el fondo de las cascadas, y entre la densa bruma que de ellas se alza, van los sonidos de sus trompas, atemorizando muchas veces al atemorizado pastor, que arrullado  por el ronco murmurar de las aguas se duerme sobre el mullido césped, á la sombra del haya cimbradora ó de la robusta encina. Cuando una borrasca conmueve las aguas del férvido océano, cuando las ondas irritadas vienen con furia á estrellarse en la arenosa ribera, cuando sus prolongados rugidos se confunden  con el ronco retumbar del trueno, y el agitado soplo del huracán, los Espumeros se mueven más que nunca y en torno de ellos hacen saltar copos de espuma mas blanca que la nieve; y otras veces, merced á una fuerza sobrenatural, se convierten en densos vapores elevándose en esta forma hasta el nebuloso cortinaje que cubre el firmamento, ocultando el pálido fulgor de la luna y el brillo de las oscilantes estrellas……..
Album de la juventud. 
Oviedo 20 de Noviembre de 1853. Nº 25.-

La Hueste.  Si en el lecho del dolor y la amargura, algún infeliz tiende sus descarnados  bazos á la triste familia que le rodea, pronto á  exhalar su último suspiro, en el atrio de la iglesia se juntan como por encanto infinidad de fantasmas cubiertos con negras vestiduras…… en su mano derecha  luce misteriosamente una vela verde; reina en derredor un profundo silencio y en los hombros de cuatro de estos fantasmas, mírase un ataúd abierto que contiene un bulto informe. Esta fantástica procesión  rodea la casa del infeliz moribundo, el bulto  del ataúd va tomando cuerpo hasta que al fin se le contempla claramente, inerte y amarillo  como la misma muerte. Entonces el enfermo ha dejado de existir! Los fantasmas entonan un canto vago y misterioso, las velas se apagan, las campanas doblan por sí solas y todo, cual un fantasma de niebla desaparece algunos instantes después.  
La Hueste suele aparecerse también como una pequeña llama, y esto se ha notado que por lo general sucede en parajes cenagosos.
El Moro.  Cuando los Moros talaron nuestra desgraciada España, vino entre ellos un joven guerrero. La noche antes  de ausentarse de su amada  la juró, por sus creencias, por la memoria de su madre, por el río y los bosques de su patria, no olvidarla jamás. El joven no cumplió su juramento; bien pronto dejó de sentir su pecho el amor que creyera vehemente e inextinguible.  Ella le amaba mas que nunca, y no pudiendo soportar una ausencia tan dura, se aleja de su patria tan solo por hallarle; llega á España y encuentra á su amante en brazos de otra mujer…. Los celos desgarran su corazón, y furiosa abrazándose á  él,  le precipita con ella en un profundo abismo que se abre bajo sus pies…. Desde entonces se ven en el silencio de la noche dos bultos blancos vagar por los montes y colinas asidos de las manos. Defienden  á los amantes y derraman en su corazón el bálsamo de la esperanza. 
Otra creencia bastante conocida, tan antigua ó más que las anteriores, no por eso menos poética, ni menos fantástica. Sus personajes son las ninfas hechiceras que ocultan inmensos tesoros, habitan cual las xanas en palacios de cristales, por donde se deslizan culebreando límpidos y transparentes arroyuelos, y cual los ñuveros  guardan también un misterioso fuego que hacen aparecer  á la entrada de sus palacios, ocultos en el seno de alguna montaña ó bajo las ruinas de algún  antiquísimo torreón.
Las Ayalgas son jóvenes y hermosas, un manto tan blanco como la espuma del mar cubre sus mórbidas formas.  Una cinta de flores, á cual más bellas, que de sus pintadas corolas exhalan un perfume embriagador, ciñe su delgado talle, y su rubia cabellera trenzada caprichosamente cual luciente corona de oro, rodea su alabastrina frente.
Habitan hermosos  palacios de cristal, en donde un mágico sol tiende sus bellos resplandores; por medio de él corren ligeros arroyuelos murmurando dulcemente y en sus riberas los agrestes ruiseñores gorjean tiernos y melodiosos cantares.
La entrada de estos palacios encantados donde habitan las Ayalgas, está siempre oculta, ya en el horadado tronco de algún  árbol añejo, ya bajo las ruinas de algún caído torreón ó en el fondo de una sima cubierta de espesos matorrales.
Las Ayalgas guardan en sus palacios, tesoros inmensos: en la noche de San Juan  brota una llama rojiza y misteriosa en la boca de sus grutas, si alguno logra divisarla y tiene valor para acercarse á ella, arrojando en el juego una pequeña rama de sauce; la llama tomando de repente un color azulado, se extinguirá, pocos momentos despuér; entre sus cenizas aparece una ninfa  hermosísima, es una Ayalga, la ninfa soltará la cinta de flores que ciñe su talle, y asiendo un extremo de ella ofrece  el otro al afortunado descubridor, la Ayalga se interna en la gruta y aquel la sigue y por fin llenándole de oro le vuelve á conducir al mismo sitio desapareciendo en seguida. No cesa aquí su fortuna, si es casado la hermosa hechicera, hará nacer en el corazón  de su esposa un amor dulce y eterno,  que  colme su risueña  existencia de goces y de encantos. Si es soltero pronto hallará  una joven que llena de inocencia y de hermosura,  le ame con todo el fuego de su virgen corazón. Las Ayalgas velarán por este amor tierno y puro y en la noche callada le arrullarán con los cantos de la Paz y la esperanza. 
Estas ninfas  hechiceras reunidas casi todas las noches en la ribera de algún  caudaloso río, danzan sobre su corriente  envueltas en el resplandor de la luna,  elevan fantásticas canciones que se van á perder entre el murmullo del placido y cristalino raudal; otras veces cuando en el invierno la nieve, cual blanca alfombra tapiza la campiña, ellas ligeras como el aura de la mañana, ascienden  á las colinas sin dejar huella alguna de su delicada planta, y allí en giros caprichosos danzan ligeras elevando sus fantásticas canciones….. El astro del día al aparecer con sus resplandores iluminándolas de lleno, deja notar su cansancio, pudiéndose distinguir las violentas ondulaciones de su agitado pecho. 
T.C. Agüero. 
Album de la juventud. Oviedo 20 de Noviembre de 1853. Nº 25.-


Las Lavanderas.
Es una noche borrascosa; el trueno retumbando por el espacio va á perderse en lontananza; el huracán troncha las delicadas flores y abate la verde y copuda frente de los robustos álamos. Negras y espesas nubes cubren la plateada faz de la luna; la densa  oscuridad reina por el orbe.
A la cárdena luz de los relámpagos se divisa á lo lejos, como el genio de la tempestad, un caballero montado sobre un brioso alazán. Sus largas crines azotan el rostro del caballero  y sus cascos menudean los golpes con tal ligereza que parece un solo sonido prolongado. Y en su vertiginosa carrera traspasa los montes y los ríos, y corre,  corre tan veloz, que las casas, los árboles, los valles le parecen al agitado caballero  pequeños puntos negros en medio de la inmensidad. El caballo arroja de su boca hirviente y blanca espuma, y sus ojos centelleantes parecen  despedir espesas llamaradas.
Y nada puede acortar tan veloz carrera; y tan pronto se le mira en medio de la llanura, como se le ve en la cima de una montaña, y en tanto el huracán brama con tal ira que pugna al parecer por alcanzarle.
Y el caballero aferrándose á las crines de su caballo tiende en derredor de si una mirada de espanto.
De repente un hondo precipicio se abre bajo sus pies, y todos los esfuerzos humanos nos bastarán para contener  el ímpetu de esta carrera; el caballero lleno de terror clava los acicales en el vientre del animal; este hace un esfuerzo, y con las narices abiertas y humeantes y su cuello extendido se arroja en el precipicio… Relincha dolorosamente y los bramidos del viento apagan su último quejido.  El jinete se estrella contra las picudas rocas y los dos ruedan al fondo del abismo. Un lago cuyas aguas corrompidas exhalan fétidos olores, les presta su negro fondo por sepultura. El eco repite hasta  extinguirse el ruido de su caída. 
¿Qué genio animaría  al fogoso bruto que sin reparar en nada en vez de caer rendido por el cansancio, acrece mas y mas la fuerza de su carrera?
-¡Las Lavanderas!
¿Y quiénes, preguntarán  nuestros lectores, son esos seres misteriosos  y crueles que tal influencia ejercen?
-Son unas viejas vestidas con amarillo ropaje de rostros enjutos y arrugados y cabellera  mas blanca que la nieve. Su voz es lúgubre, semejante al canto  del fatídico búho, y sus ojos despiden  con sus miradas un brillo sombrío y aterrador.
No sólo existen en nuestra Asturias, sino que también  se las encuentra en los verdes y poblados bosques de la Bretaña; y tanto en una parte como en otra habitan en los huecos de las corpulentas encinas.
Cuando los ríos se desbordan, anegando los deliciosos valles y arrastrando en su rápida corriente los puentes, los árboles y las casas, se las mira columpiarse muellemente encima de las olas espumosas, ondeando al aire sus blanquecinos  lienzos y chocando sus resonantes palas contra los árboles ó rocas inmediatas.
Las lavanderas aunque tienen  algunos rasgos de ferocidad, no por eso dejan de ser benéficas y humanas; miradlas sino cuando los incendios  suceden en algún desmantelado castillo, ó  en alguna pobre aldehuela, sofocando sus horrores con sus palas cóncavas y llenas de agua, y penetrando por las llamas arrancar al voraz elemento los débiles niños indefensos  y los pobres ancianos paralíticos.
Sin embargo cuando alguno las llega a ver, excitado por la curiosidad, las lavanderas en pago de ella le dan la muerte mas horrorosa, sirva de ejemplo el jinete cuyo fin trágico acabamos de describir.
En una noche oscura y lluviosa, este caballero joven y elegante llegó a un pequeño pueblo de Asturias situado en la falda de una hermosa colina. Entró en una de las mejores casas de aquel  pueblo, y en ella alrededor de una rojiza fogata se hallaban conversando algunos habitantes de él.  Amables y hospitalarios le ofrecieron un asiento que con grande placer aceptó el caballero. Un anciano de blanca cabellera contaba mil casos que habían sucedido  con las lavanderas en distintos sitios y en diferentes lugares. Los aldeanos escuchaban atemorizados en tanto que el fuerte  vendaval batía  la orgullosa frente de los altos pinos que crecían al pie de la cabaña.
El caballero escuchaba también con atención; pero en lugar del terror, una desdeñosa sonrisa se dibujaba en sus labios.  Cuando el anciano calló, todos guardaron un profundo silencio; el forastero le interrumpió diciendo. -¿Y vos creéis eso? -Y por qué no! si es la pura verdad. -La pura verdad! vaya mañana os sacaré  de vuestro engaño. -Imposible! cómo? replicó uno de ellos. -En qué parte, repuso el caballero, se esconden  vuestras lavanderas?-Las buscaréis acaso  con el solo objeto de desengañaros de lo que os he contado? le dijo el venerable anciano. ¡Oh! no hagáis tal cosa repuso después de unos instantes, creedme, os lo suplico; no lo hagáis. Por mas que trataron de disuadirle  de su intento,  les fue imposible; á la noche siguiente sobre su brioso alazán, solo,  se dirigió a un monte  espeso en donde le dijeron habitaban estos seres.
Pronto escuchó el ruido extraño que producen las palas al azotar los largos lienzos que lavan; cada vez le oía mas cercano, y su caballo se negaba a continuar su marcha; caminaba a la orilla de un riachuelo  cuando a la vuelta de un recodo  se encontró frente a frente  con las lavanderas, que al verle suspendieron  su trabajo. Todas le rodearon.  El color de su amarillo ropaje, su lúgubre voz, el brillo  aterrador de sus ojos, todo ello  fascinó al atrevido caballero…. Las lavanderas alzaron sus palas cóncavas hacia el cielo, y luego señalaron  con ellas los cascos  del caballo.  El animal  como impelido por una fuerza irresistible se lanzó a la carrera, y avanzaba, avanzaba al escape con una velocidad  inexplicable  como ya han visto al principio de este artículo.
Todo por el contrario sucede a los que encuentran  por casualidad a estos misteriosos seres; ningún daño reciben de ellas, antes bien algunos han hecho su suerte con estos encuentros.
Las lavanderas pasan todo el día encerradas en los gruesos árboles que el tiempo ha corroído; por la noche salen armadas de sus palas á lavar sus hermosos lienzos. Las lavanderas, como hemos visto, son terribles y benéficas a la par.
Su poder es muy grande, y sin embargo las xanas  jóvenes hermosas  y débiles al parecer, tienen cierto dominio sobre ellas.
A las orillas del Sella hay una anchurosa gruta, por medio de ella pasa un límpido arroyuelo y en ella  se dice que había varias xanas. Vense allí cuatro mujeres de piedra en aptitud de lavar, y se cuenta  que entrando cuatro lavanderas á quitar sus madejas á las xanas, estas las convirtieron en piedras. 
Nadie hasta ahora sabe el objeto con que se ocupan las lavanderas todas las noches, en blanquear mas y mas sus delgados lienzos; y se ignora asimismo de donde forman su amarillo ropaje. No falta quien diga que aquellos con el tiempo toman este color, mas esta explicación es muy aventurada y nada se sabe de cierto, como se ignora también  de dónde las xanas sacan la transparente gasa que cubre sus delicadas formas. 
T. C. Agüero. 
Album de la juventud.
Oviedo 9 de Octubre de 1853. Nº 19.-

Los Ñuveros.
Figuraos una extensa campiña tapizada de nieve y cuyos arbustos  por el peso de esta inclinan hasta el suelo su ramaje, y de las canosas cumbres de las montañas desprendiéndose en inmensa catarata multitud de plateados riachuelos. Y si á esto añadís altos montes cubiertos de cenizas, brotando volcánicas llamaradas de su seno, y sobre la calva frente de estas montañas  apilados en montones disformes y desiguales, negros y espesos nubarrones, entonces tendréis una idea mas verdadera aun del sitio donde habitan los Ñuveros….. Esos seres que en las noches silenciosas, cuando el aura murmura débilmente en la enramada y cuando  la luna se aduerme tranquila en el fondo de algún lago, de repente ocultan  con sus nieblas  su disco pálido y hermoso, robando claridad y cubriendo también con su nebuloso cortinaje el fulgor de las oscilantes estrellas.
Los ñuveros son muy pequeños y de facciones enteramente desproporcionadas; su mirar  es vago é indiferente  sus luengos cabellos caen por su espalda, y sus brazos tan desmesuradamente largos llegan hasta sus grandes pies forrados igualmente que su cabeza con ricas y vistosas pieles.
Aman á los buenos, así como aborrecen á los malos.  Bajan montados  en las nubes mas rojas que aparecen en las tempestades; ellos son los que mueven la guerra entre los elementos; ellos son los que hacen irritarse y embravecerse  el mar, de modo que sus ondas espumosas azoten las descarnadas rocas que se elevan en su orilla; ellos en fin cargan las nubes de granizo y las conducen rugiendo por el espacio hasta el punto  que quieren asolar.
Los ñuveros llevan por vestido un largo ropaje de color de la niebla, y colgado del cuello un grande saco, a veces igual que el vestido, mas lo general es que sean de pieles.
Estos seres bajan, á los campos envueltos en las nubes, y corren tanto por las campiñas, que su velocidad  impide distinguirlos; con sus largos brazos  limpian los campos de los buenos labradores, de los insectos y reptiles  que los dañan, y los meten en sus sacos; mas si en aquel pueblo hay alguno que niegue hospitalidad  al peregrino,  que sin compasión  despide de su puerta al infeliz mendigo ó que tiene costumbre de embriagarse, entonces los ñuveros hacen parar sus nubes encima de sus campos, y sacudiéndose fuertemente hacen saltar de ellos todo lo que recogieron.
Aman á las Lavanderas y nunca su rayo penetra el añejo árbol en que alguna de estas acostumbre á guarecerse. Los ñuveros, tal como hasta aquí los hemos visto, son vengativos y solo causan daños y males, pero debemos tener también en cuenta  que ellos son los que envían en el caluroso estío la lluvia que refresca y vivifica, ellos son también los que en el ardiente verano, cuando los rayos del  sol abrasan  las recamadas corolas de las flores, en una nube blanca, cual flotante gasa traspasan el firmamento ocultando por algunos instantes el abrasado disco del sol. -T. C. Agüero. 
Album de la juventud.
Oviedo 9 de Octubre de 1853. Nº 19.-




























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