Ruta circular Tuña -La Silva- Tuña. (Salida con grupo de montaña las Xanas).

Textos:
-La Cuelma.
-Romance de la Danza Prima.



Dibujo de la Ilustración Gallega y Asturiana.


Tuña. Aldea y parroquia del concejo de Tineo. Se asienta en el valle del río Tuña, que descendiendo de las alturas de Genestaza es afluente del Narcea, en medio de uno de los paisajes más pintorescos y sugestivos del término municipal, y a distancia de 14 km desde Tineo. Es lugar de vieja historia; en Tuña estaba la heredad de Palacio, una de las permutadas al conde Piniolo por Gómez Diaz; y allí tuvo el monasterio de Corias otras posesiones. En sus viejos sillares guarda un rico patrimonio artístico heredado de pasados siglos, destacando entre sus palacios los de Cabo del Río, y del Barreiro, y las casas palaciegas de La Torre, Flórez Valdés, y la Chamborra. La de la Chamborra, es la natal del general Riego, del siglo XVIII, reparada en la época de los ochenta y también blasonada. Es hijo ilustre de Tuña el general Rafael del Riego y Flórez Valdés (1784-1823), que proclamó la Constitución de 1812 en Cabezas de San Juan, iniciado con su levantamiento el trienio liberal. Ejecutado por su absolutismo, Riego, se convirtió  en un permanente símbolo del espíritu liberal y su himno fue adoptado por la II República como himno nacional. Diccionario Geográfico de Asturias. -







La cuelma 
Quien non diga viva Sieru
ha de paga-y el portalgu: 
y d´un torollu, si non 
vien a besa-y los zapatos.
Vilu yo na romería,
fosqueru, arremolináu,
envolvía la moyera
en un pañuelu floriáu,
con calzones de Segovia 
y aguyetes de a dos cuartos, 
y la montera picona
entornada pa un llau,
que otru Roldán parecía 
o el sobrín  de Carlu Manu. 
Puestu el primeru na danza, 
patrás y palante andando, 
perezosu y galbaneru,
sollivia el cuerpu llivianu
como se mez al ñordeste
vara verde d´avellanu.
Ya s´arrebalga de piernes
y detién  diez aldeanos;
ya otros diez d´un emburrión
dexa nel suelu zampaos,
o ya  en mediu de la rueda, 
como na corrada el gallu, 
erguíu se pon, y un viva 
que saca de los calcaños
llancia de la boca fuera, 
con que a toos tiembla el cuayu. 
Naide gurguta; y él solu,
dueñu de tou el cotarru,
echa ixuxús y reblinca 
dando  vueltes al so palu,
- Los mozos de la ribera 
que na esfoyaza cantaron, 
los que lleven ena fiesta 
con relicarios el ramu,
los que diz que son valientes
porque non cansen en sallu, 
los que pela nueche ponen 
a les moces el carbayu
y galantien  pela aldea 
de sidre y castañes fartos,
¿ónde tan?, ¿qué se fixeron?
Vengan equí con mil diablos.
¿Ni a ver siquiera s´atreven 
los ñudos del mio verdascu?
Non se escondian y el que quiera 
medir lo que tien de llargu, 
que mire entientes mio cara 
y eche hacia mín un rebalgu; 
o si non,  que a la so moza 
más non siga los calcaños,
nin ñunca ablanes y ñueces
y-traiga de los mercaos.
Yo diré-y que yé un  enxencle
enos focicos metanos, 
buenu pa comer boroña,
pero non para dar palos.
Ansí dixo el farfantón 
mirando  pa tolos llaos, 
con una risa fisgona 
y una cara de los diablos. 
Diba char  un ixuxú
nel so coraxe enfotáu,
cuando Xuan de la Rabera,
rapaz de puños y cuayos, 
caliente y de bon calter
y probáu enos trabayos, 
fartu de tanta falancia
y por otros azuzáu, 
sin ser ya dueñu del fuelgu
y un pocu arremolináu,
da dos pasos  hacia alantre 
con el palancón terciáu,
y arregañándo-y el diente
míralu derriba a baxu,
y fala-y d´aquiste mou
como quien non tien cuidau:
-Non nos vendia tantes ronques 
nin ande  tan llevantáu,
Pericón de la Maruxa, 
el fíu del madrilanu.
Por más  que  llevante el gritu
y faga equí d´ espantayu, 
tantos tien comío crudos
como cocíos y asaos.
Ya vi yo medir el suelu
otrus un pocu más altos;
baxe el tonu y non s´ atufe
el demoniu del mazcayu;
que ha topar en mio concencia
la forma del so zapatu.
¿Non t´ alcuerdes que te dieron 
con llombardaes el pagu
la nueche de la foguera
ena fiesta del Rosariu?
¿Y  que allá na mio quintana 
unos mozos te torgaron
arrimándote la cesta 
y solmenándote el cuayu?
Pos lo que entonces pasó 
puede repetise hogañu.
Y ansí como equí me ves, 
delgaducu y pequeñacu, 
de les tos faladuríes 
fago yo tan pocu casu,
que non se me da por elles 
un ochavu segovianu:
muera Sieru,  muera el gochu
qu´equí  llevanta el verdascu.
Diba seguir el rapaz,
vinagrientu y afumau,
cuando encima  d´elli va,
más d´improviso que el rayu,
Pericón el de Maruxa
aventando espumaraxu.
Al topase los dos mozos
y cruciar los dos  verdascos,
al restallar en el aire
como cuando quema el tascu, 
la xente s´arremolina;
escuéndense los rapazos,
apelliden les muyeres 
ablucaes  per el campu; 
ponen el gritu nes ñubes 
los del ún y el otru bandu;
y emburriones  y carreres, 
y homes que anden amoriaos,
y  calcañaes  y cestes 
que van per el campu abaxu
colos prunos y los figos 
per acá y allá rodando. 
Caveda y Nava. Folklore de Asturias. María Josefa Canellada. -





Romance de la Danza Prima 
Hombres que andáis por el mundo
por cumplir vuestros deseos, 
por ver tierras y saber
lo que hay de un reino a otro reino.
Ninguno niega a su patria
sin tener impedimento,
porque es mucha desventura
la de un pobre forastero.
Y si no lo queréis creer 
de mi tomaréis ejemplo:
Yo nací en Andalucía
la que corona  los reinos 
y en Arcos de la Frontera
pasé mis años primeros.
Salí dejando mi patria, 
llevado del pensamiento
de ver a la gran Sevilla
que es madre de forasteros,
y se me ofreció una parte 
por holgar el pensamiento,
dejando imaginaciones 
y por alegrar mi pecho;
salime a mirar las aguas
del Guadalquivir soberbio
deleitándome en sus olas 
como corrían sin freno, 
hechas montañas de espuma
de aquel baldragón soberbio.
Vi venir una carroza
con seis nobles caballeros,
los mejores de Sevilla,
que en sus católicos pechos 
llevaban las encomiendas 
de Guzmanes y Carreros.
Cada cual lleva a su esposa 
al deleite y al paseo
y para mayor grandeza 
y mayor merecimiento, 
la hija del asistente,
doña Juana de Acevedo, 
que en su gala y gentileza
era una garza a lo menos, 
en una carroza dorada
cubierta de terciopelo.
Llegando a orilla del agua
se apean los caballeros;
todos de la mano sacan 
este reluciente espejo.
Sucedió  en la ocasión 
que venía un toro huyendo,
y unos hombres a caballo, 
muy mal herido y sangriento.
Al aire  lleva los piés
y corre a la par del viento
con un rayo en cada punta, 
en un disparado trueno.
Entretanto las señoras
entre unas hojas  de un fresno
de su tronco se ampararon
dejándose a doña Juana
sola en mitad del desierto.
Llega el toro embravecido
y la levantó entre los cuernos.
De mil lástimas movido
lo llamé con el sombrero;
tan diestramente jugó 
mi brazo el brillante acero
que a la primera estocada 
a mis plantas cayó muerto.
Volvamos a doña Juana 
que está tendida en el suelo,
toda la ropa  arrollada, 
cubierta de frío el cuerpo. 
La levanté de la mano, 
me puse a mirarla atento, 
vi la imagen de la muerte, 
un clavel pálido y yerto,
vi una luna eclisada 
y romperse vi un espejo.
Entre estas razones y otras
se allegan los caballeros; 
de los brazos me la quitan 
y a la carroza volvieron.
Con la prisa y desaliño,
de mi no se despidieron
ni fueron para decirme:
¡Dios te lo pague, mancebo!
Dieron la vuelta a Sevilla
con cuatro mulas corriendo.
A otro día de mañana, 
pasé por su casa a tiempo 
que estaba su mayordomo 
refiriendo este suceso.
Entrometí una palabra
y le dije: -Caballero, 
¿qué tal  está esa señora?
pues me pesa, vive el cielo,  
su desgracia, pues de verla
no pude llegar más presto.
Y el bárbaro me responde 
estas palabras diciendo:
-¡Mira el payo que pregunta!
¿Qué le va al pastor  en eso?
Tan enfadado me puse 
y falto de sufrimiento 
que le dí seis puñaladas 
y le hubiera dado ciento
de no acudir  tanta gente 
y la justicia entre ello.
Me llevaron a la cárcel
donde allí ví muchos presos;
y les dije Caballeros, 
soy un pobre desvalido,  
no tengo ningún remedio.
Mas viendo que no tenía 
nada con que socorrerlos
al instante se agarraron 
entre cuatro o cinco de ellos 
y allí en una pila de agua 
de cabeza me  metieron,
donde hice mil gorgolitos,
¡amigos, la verdad cuento!
Compadecido de verme
un alentado mancebo
de un oscuro calabozo
salió cargado de hierro
a quien todos le temían 
y le guardaban respeto.
Me llevó a su calabozo
consolándome y diciendo:
-Amigo, tener paciencia 
que aquí todos  la tenemos:
¿Qué causas  o qué delitos
te han traído a estos extremos?
-Por dar vida a una dama
ahora vivo muriendo;
no porque su amante sea 
ni menos pretenda serlo.
Yo ayer tarde la libré 
en el infeliz paseo,
de un toro y no conoció 
quien la libró de este riesgo.
Pasé por su casa hoy mismo 
y a un paje o un escudero
pregunté por su salud,
más el bárbaro insolente 
me maltrató  de palabras; 
y yo de cólera lleno 
le dí las seis puñaladas
y le hubiera dado ciento
de no acudir tanta gente 
y la justicia entre ello.
Y el presidiario  le dice, 
-Contásteme la tu vida,
contarte la mía quiero.
Siete años fui capitán 
de famosos bandoleros,
quité vidas, robé hacienda,
quité joyas y dinero,
donde por estos delitos 
en esta cárcel me veo
con tres sentencias de muerte 
sin tener ningún remedio,
pero vos, amigo mío, 
enseguida yo lo arreglo.
Una carta le escribió 
al asistente el mancebo
y en su nombre la envió 
diciendo:”gran caballero,
de sangre noble e hidalga
y de Sevilla gobierno;
duélete de un delincuente 
que en la cárcel tienes preso.
Yo soy aquel que libré 
en el infeliz paseo
de los brazos de la parca 
aquel que llamáis espejo
de vuestra casa, y por él
yo maltraté al escudero.
Perdone usía, Señor,
por un yerro y otro yerro
que si ultrajé al mayordomo,
yo la levanté hasta el cielo.”
Leyendo estaba la carta
el Conde en el su aposento,
y la hija de su cuarto
todo se lo estaba oyendo.
Respondió desde la cama
estas palabras diciendo:
-No es esa paga de nobles; 
por afrentada me tengo,
quien a mi me dió la vida 
que ahora viva muriendo….
El Conde  escribió una carta,
a un criado mandó luego
a la cárcel que pregunte 
por ese noble mancebo.
Se fue el criado a la cárcel
haciendo el recado luego.
-Di a tu señor y  mi dueño
que estimo de su merced 
los favores que me ha hecho,
más  que no puedo salir, 
que tengo en la cárcel preso
un deudo mío y quisiera 
que hiciera con él lo mesmo.
Se volvió  el criado a casa 
dándole el  recado luego:
-Corre, ve y dile que salga 
aunque  no quede ni un preso.
Salen los dos a la calle; 
Romero y el bandolero
tiernamente se despiden 
estas palabras diciendo:
-Amigo, quédate a Dios,
que por ti la vida llevo.
Romero se fue ala casa
dándole las gracias luego
y quedó con este encargo
el buen Alonso Romero.
Boletin del Instituto de Estudios Asturianos. Oviedo 1951. Nº XIV.-





































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