Senda costera Puente de los Santos -Penarronda -Tapia de Casariego



El Freru.-(Composición y dibujo de D. José Cuevas). La Ilustracción Gallega y Asturiana. 

El Freru


Dibujo de Luis Luarca Navia 

Textos:
-El Freru.


La caminata se inicia frente al Puente los Santos, en el límite asturgallego, concretamente en la playa de Arnao. Allí tomamos el ramal que va al Este (el otro va a Vegadeo). A los pocos minutos de comenzar la caminata sale un camino a la izquierda hacia el faro de Punta La Cruz. En esa zona se encontró una estela de origen celta, de Nicer, Príncipe de los Albiones, que allí tenía su dominio. Tras recorrer un par de kilómetros pasamos junto a un área recreativa y un campo de tiro, así como un aeroclub; tomando una caleya asfaltada que va a Villadún, por donde caminamos un kilómetro y, sin entrar en este pueblo, giramos otra vez por pista, a la izquierda, para ir por la costa y visitar el castro del Corno (Cuerno), a veinte minutos de Villadún. Ese castro tenía fortificaciones y fosos de época romana (o celta), pero ahora no queda casi nada, a diferencia del de Cabo Blanco, cerca de Tapia.
Tras caminar por pista una hora (4 kilómetros), se llega a la playa de Penarronda, límite de los concejos de Castropol y Tapia de Casariego. Esta playa se recorre en un cuarto de hora a través de una pasarela de madera. En el centro de ella, en el mar, hay una gran peña con una cueva o túnel horadado en su centro, siendo conocida como el Castelo (Castillo, o Castro); que se cree da nombre a la playa.
Este lugar está declarado monumento natural, por su sistema dunar y especies vegetales protegidas, como el narciso marino. Tras pasar el arenal y la pasarela se accede por camino asfaltado a la capilla de San Lorenzo, o Santa Gadea, que da nombre al pueblo que se encuentra en su proximidad. Cerca de él está la playa de Ribeiria y el afamado pueblo de Villamil, cuna de marinos ilustres.
Toda la zona está plagada de ganaderías, grandes plantaciones o huertos y los ancestrales hórreos asturgalaícos (cabazos).
Después de recorrer otro par de kilómetros entre Villamil, La Penela y las playas de Serantes (y el castro del Esteiro), se toma una carretera de media docena de kilómetros que los lleva a la localidad de Tapia de Casariego y a su playa de La Paloma, donde finalizará la marcha a pie.-



El Freru
Recuerdos de Asturias. Bosquejos de tipos y costumbres. 
El artista sorprende al buen santero asturiano, en el momento en que llegando a una de las aldeas de aquellas montañas que recorre en todas direcciones, recoge la modesta limosna que hermosa moza le entrega en prueba de su devoción, mientras los muchachos que juegan en la quintana,  acuden presurosos a contemplar con infantil embeleso la tosca escultura que, guardaba en pintada caja, intenta representar el santo para cuyo culto se solicita la devoción de los fieles. 
Los que lo habéis visto a la puerta de las iglesias en las ciudades, ó cruzando los caminos en el campo, lo habréis reconocido. Yo de mí puedo deciros que al mirar por vez primera la bella composición que lo retrata, exclamé como las enamoradas de melodrama: “¡él es!” y vivo acudió a mi mente el recuerdo de la ocasión en que lo conocí.
Fué una hermosa mañana de primavera. Había resuelto visitar una notable iglesia románica del s. XII, que como recuerdo para la civilización de nuestros abuelos se conserva en la cima de una montaña del concejo de Mieres. Al efecto, alquilé en este pueblo un macho de bastante mala catadura,  con su correspondiente mozo, que aunque no la tenía mejor, se mostraba bastante más deferente, por lo cual decidí no tomarle á secas, lo cual, por otra parte, vendría á ser lo mismo, pues por experiencia sabía que los mozos de alquilador nunca son mozos de alquilador á secas. 
“La del alba sería” cuando caballero en mi rocinante de nuevo cuño y precedido por el escudero alquilon, emprendí la caminata, si no soñándome caballero desfacedor de entuertos, forjándome touriste redomado que va en busca de nuevas emociones. No dejó de comenzar a proporcionármelas mi maldita cabalgadura, que tenía la gracia de pararse frente á todas las tabernas y ventas que encontrábamos por el camino, como para darme a entender que le eran perfectamente conocidas, cosa natural, sin duda,  en un individuo de su especie y profesión, pero á la que yo no le encontraba maldito chiste, por cuanto me descoyuntaba las piernas con los talonazos que tenía que propinarle  para andar de nuevo. Pero cuando llegó mi indignación  á más alto grado fue frente á una venta que hallamos como á dos horas del punto de partida, donde mis esfuerzos fueron inútiles para vencer su terquedad de hacer allí estación, y  tuve que acudir al mozo, que sonriendo estúpidamente se volvió a coger con toda parsimonia el ronzal, mientras me decía: -No le extrañe V. Este animal tiene tanta inteligencia como una persona, fuera el alma que Dios nos dio y no despreciando a V.  y sabe que ahí dan excelente vino. 
Esta última indicación  movióme a hacer caso omiso de sus demás necedades, y contemplando lo pintoresco del sitio, lo desfallecido del estómago, y últimamente una joven  y no mal parecida ventera que apareció a la puerta de su domicilio dando los buenos días, decidíme á echar pie a tierra y tomar allí el desayuno, reflexionando sobre  la clase de relaciones complots que entre sí  tendrían el macho, el mozo y el dueño de la venta. 
Escogí al efecto un cobertizo que descansaba en la fachada del Este, sentándome en el timón  ó lanza de un característico carro del país, de esos cuyo chirrido se oye de tan lejos en las noches apacibles, y al mismo tiempo que mi espolista ataba á una rueda la caballería para servirle el pienso, la ventera extendía a mi lado una servilleta que quizá fuera algún día blanca, y así nos preparamos á convertir aquél vehículo  de labranza en mesa redonda, cuyos  comensales habían de ser el macho, el mozo y mi humilde persona.
Fuése el segundo con la moza de la venta, sin duda á ayudarle á preparar el almuerzo, y yo me quedé esperando su regreso y la salida del sol  cuyos primeros rayos empezaban á teñir de dorado matiz los alcores de las colinas por entre los que se perdía el camino  que habíamos traído.
Pero antes que el astro Rey, por el alto del camino una figura humana, cuya silueta se destacó agigantándose en el horizonte luminoso que constituía su fondo. Desde luego llamó mi atención aquel extraño personaje que se dirigía hacia la venta con tardo paso y encorvado bajo el peso de un saco que, repartido en dos, traía sobre sus hombros á manera de alforja. Cubría su cabeza la clásica montera del país, y sus piernas se movían dentro de unos calzones ó bragas de pardomonte abiertos por los costados casi hasta la cadera y abrochados con enmohecidos botones de metal, ciñendo la huesosa pantorrilla, mugrienta media de lana que confinaba por el Norte con un sucio calzoncillo á guisa de pregüescos y por el Sur con unos enormes zapatones terriblemente claveteados. 
Embebido estaba en su contemplación,  cuando apareció el mozo con el almuerzo, y siguiendo la dirección que marcaban mis ojos, exclamó: 
-¡El Freru!
Al oír tal nombre quise buscar su equivalencia en una palabra semejante en castellano; pero sólo la había análoga en el francés y aún en el latín, por más que esto ya sea demasiada erudición.
-A la paz de Dios-dijo aquel llegando; -La Virgen de los Remedios  es con vosotros! y abriendo una caja,  especie de  camarín con cepillo de ánimas, que llevaba colgada del cuello, me la presentó. Comprendí la indicación después de aquel  saludo particular, y sacando  unas calderillas del bolsillo las deposité en la batea.
-La Virgen os lo pagará- dijo cerrando sus pequeñas compuertas, -noble y devoto caballero.  En cinco días que estuve de esta vez en Oviedo no encontré  un alma  tan piadosa como la vuestra.
Desde luego comprendí la manera que tenía de graduar el bueno del ferru  la nobleza,  la devoción y la piedad!
-¡Ah! -continuó- en esas grandes ciudades todo lo absorbe el lujo, tentación del demonio, la devoción se pierde y ellos no  consideran que el día  del fin del mundo no está lejano.
Tal andanada dicha con tono semi-bíblico, semi-profeciaco, en un bable deplorablemente castellanizado, excitó mi hilaridad, que procuré contener para no hacerme sospechoso á  sus ojos.  Necesitaba captarme sus simpatías  é inspirarle confianza. Invitéle, pues, á participar de mi frugal  almuerzo, y aceptando con mil amores, sentóse en un poyo cercano, dando curso á sus lamentaciones sobre la escasez de la limosna de los fieles.
-A no ser por un caballero de Oviedo al cual sirvo de molde, no hubiera visto una moneda de plata.
Al pronto no comprendí qué servicio  era aquel que le proporcionaba tales rendimientos; pero luego vine en conocimiento de que el santero servía de modelo, cuando iba á la capital, á algunos aficionados al arte de Apéles, y esta nueva ocupación, en la cual había encontrado un recurso inesperado, le venía como de molde haciendo el ídem, como él decía.  Pero cuando lo hallé  más en carácter  fue en el relato de numerosos cuentos y anécdotas de que poseía una mina inagotable y de la que no se mostraba avaro.  Porque el freru  es el depositario de todas las tradiciones religiosas y leyendas fantásticas del país, el fomentador de todas sus preocupaciones y  supercherías. El os referirá, bajo su honrada palabra, como ha visto al ñuberu conjurando la tormenta desde el alto monte, como se interpuso en su camino un alma en pena demandándole misas en su sufragio, como encontró la güestia al pasar próximo a un cementerio; los amaños de las brujas, las travesuras de los trasgos, todo os será narrado con lenguaje y estilo primitivos, que es tanto de admirar como el catálogo inmenso de milagros que posee, si bien de poca variedad, pues todos los hace redundar en beneficio de aquellas personas más generosas en contribuir al sostenimiento del culto. Yo lo escuché en aquella ocasión como a un oráculo, cosa que él debió  agradecerme grandemente, pues al separarnos para proseguir cada uno su camino, me tendió la mano como a un antiguo amigo y me ofreció galantemente su casa -que la tiene propia, aunque pareciese lo contrario. 
En sus excursiones que suelen durar dos y tres meses, se ve muchas veces obligado á soportar las inclemencias del cielo, y ya trepando entumecido por los nevados riscos, ya calado por la lluvia torrencial que le sorprende en despoblado, ya fatigado por el calor y asfixiado por el polvo del camino, su fe no decae y todo lo sufre con abnegación digna de los primeros siglos de la Iglesia; ¡y todo porque la modesta y solitaria ermita tenga una luz de aceite constantemente y su festividad anual se celebre con un poco de decoro!
C. Placer Bouzo. La Ilustracción Gallega y Asturiana. -


























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