El Moru (Piloña)-Aldea auténtica como las de antes.

Textos:
-Dibujo de Alfonso Iglesias.
-El manifiesto del hambre.
-La emigración.
-¡Pobre madre!

Dibujo de Alfonso Iglesias.

MANIFIESTO del HAMBRE



Amante de mi país y amigo de la clase labradora, á cuya vista he crecido, no puedo mirar con indiferencia su suerte y dejar que pasen desapercibidos hechos que considero conveniente y aun necesario publicar. Imposibilitado de hacerlo en los periódicos de esta capital, no obstante haber encontrado inútilmente propicio El Industrial, al cual me dirigí, me veo en la necesidad de estampar en hoja suelta los siguientes renglones, donde me propongo decir la verdad desnuda y patentizar al mundo la horrorosa miseria que aflige a este suelo y al abandono total con que se le mira. La cuestión que voy á tratar es de hambre exclusivamente, y si alguno hubiere que, dando tortura al pensamiento, la quisiere sacar de este terreno, lleva la intención dañada, quiere perjudicarnos. 
Los repetidos años que llevamos de escasa cosecha son el origen del notable atraso en que hace tiempo están los labradores en lo general de la provincia. En la parte de Occidente se perdió por completo la correspondiente al año de 1852, y sus habitantes sufrieron las desgracias que nadie ignora, pasando por los trances más duros de la vida hasta que, en parte, fueron aliviados con algunos socorros de los muchos que se habían proporcionado á una provincia vecina, más 300.000 rs. que se mandaron pagar mensualmente, por espacio de cuatro meses, facilitados por el gobierno de la Nación con aplicación á caminos, cantidad religiosamente invertida durante el año próximo pasado. 
En él, según los datos reunidos para la comparación con otros, solo se ha recogido una cuarta parte de los frutos en recolección ordinaria, insuficientes, con gran déficit, para rescatarse de los empeños y compromisos contraídos por la escasez de los anteriores. 
El porvenir no se ocultó a los ojos de aquellos hombres que, por bien acomodados que se consideren, saben tomar parte en las desgracias de sus semejantes: los propietarios temblaron, no por la pérdida de sus rentas, si al ver el horizonte amenazado infortunios para sus honrados colonos. Sin embargo, todos creíamos deber esperar algún amparo del gobierno de S.M. para una provincia tan leal, tan sumisa, cuna de la gloria é Independencia de España, de la religión y de la libertad, para una provincia que contribuye al sostén y seguridad del Estado con la sangre de 1145 de sus hijos y con 26 millones al Erario, la primera vez que se veía en la necesidad de pedirlo. 
Los males no tardaron en dejarse sentir. En los meses de Noviembre y Diciembre empezó ya la mendicidad á esparcirse por todas partes y entonces algunos Ayuntamientos, y muchos diputados provinciales comisionaron y excitaron á varios señores senadores y diputados a Cortes y provincia residentes á la sazón en Madrid, para que hicieran presente al gobierno de S. M. el mal estado del país y el que consiguientemente se preparaba. Me cupo la honra de pertenecer á esta comisión, como miembro del Senado, y oír de los labios del Presidente del Consejo de Ministros palabras muy lisonjeras, porque al decirnos que ya tenía conocimiento de la aflicción de Asturias, nos ofreció hacer cuanto en su mano estuviese para mejorar nuestra suerte; y después de haber oído expresarse en igual sentido á los señores ministro de Fomento y de Marina, nos apresuramos á participar el éxito de nuestro cometido á las corporaciones que nos lo habían confiado, porque comprendíamos el ansia con que debían esperar el consuelo. 
El hambre de día en día iba creciendo, y los casos que se referían a sus efectos eran de tal naturaleza, que algunos se creyeron exagerados; pero la evidencia llenó de amargura mi corazón. En Marzo del presente año recorrí una porción de concejos, no solo con el objeto de persuadirme de la verdad examinando personalmente la situación de los pueblos, sino con el de cazar, como tengo de costumbre. No es fácil que yo pueda describir aquí las impresiones que recibí en aquella excursión. Al ver á labradores medianamente acomodados, á mis compañeros de caza, en quienes constantemente hallé las mejores pruebas de amistad, cariño y honradez, tristes, abatidos, pidiendo trabajo para poder alimentar a su familia, sin recursos y en un estado aflictivo, sentí helarse mi sangre. Pero cuando llegó al colmo mi desconsuelo, y, sin avergonzarme lo digo, mis ojos se inundaron de lágrimas, fue al encontrarme en un monte del partido judicial de Laviana, parroquia de Villoria, á donde había ido á buscarme un hombre, en cuyo escuálido semblante se veían marcados los mayores sufrimientos, y que con voz desfallecida me dijo: me muero de necesidad, mi mujer y cinco hijos que tengo no comen más que yerbas. ¡A cuantas consideraciones no dan lugar semejantes palabras! Pero no es mi propósito entrar en ellas. Mi contestación fue mandarle bajar inmediatamente á Tolibia á tomar algún alimento mientras yo iba á unirme á él. Pocos instantes después estábamos hablando en una mala taberna. Preguntéle qué había comido, me contestó, y era cierto, dos cuartos de pan. Este era el uso que había hecho de mi ofrecimiento un infeliz á quien le faltaba el alimento estuvo á punto de privar de la vida. Obedeciendo á una insinuación mía marchó desde aquel sitio á ver al señor alcalde para que tomara una determinación, mientras un muchacho llevaba de mi orden algún socorro al resto de la familia. La autoridad, con la solicitud propia del deseo de evitar un mal grande, tomó inmediatamente sus disposiciones mandando un dependiente á cerciorarse del estado de aquellos infelices, el cual no tardó en volver con la respuesta que, de aquellos desventurados seres, acababan de espirar dos, un niño de ocho años y otro de once. Al oír semejante noticia, me horroricé. ¿A quién no estremecería el considerar que aquella realidad justificaba la relación de hechos semejantes y anteriores? Y por desgracia, casos tan ciertos como dolorosos, se repitieron en diversos puntos de la provincia. 
A mi vuelta de aquella expedición, hallé instalada la Junta superior de Caridad en el palacio del excelentísimo é ilustrísimo señor obispo, presidente, de la cual me había cabido la honra de ser nombrado vocal. A nadie se le ha ocurrido siquiera poner en duda nada de cuanto llevo dicho. Convencidos estaban todos, como todo el país, de la verdad, y el señor gobernador civil de la provincia dirigió á la junta palabras consoladoras anunciándonos recursos del gobierno superior, á quien constaba ya la calamidad que sufríamos, por las repetidas comunicaciones que sobre el particular su señoría le había pasado. Le supliqué que mientras se recibían aquellos socorros, se suspendieran al menos los apremios que hubiera contra gente tan desdichada, y S. S. aseguró que ni los había á la sazón ni los habría después. Los pueblos saben muy bien si las palabras del jefe de la provincia fueron una verdad. Se dio nuevamente comisión á los señores senadores y diputados a Cortes residentes en Madrid para que se acercasen otra vez á los ministros de S. M., y al excelentísimo Sr. D. Pedro Salas Omaña fue el encargado de contestar, dándonos las más halagüeñas esperanzas. Todos manifestaron los mejores deseos, y tengo la íntima convicción de que han hecho y hacen los mayores esfuerzos para atenuar mal tan terrible, ya que remediarlo no está en la posibilidad. 
Los ayuntamientos apuraron todos los recursos tomando dinero á interés para comprar granos, á fin de que las tierras no quedaran sin sembrarse; las clases todas de la sociedad medianamente acomodadas están dando una prueba de caridad cristiana ejemplar y los que reciben las limosnas los más raros ejemplos de virtud, dejándose morir de hambre antes que echar mano de cosa alguna que nos les pertenezca; se da de comer á cualquiera de ellos, ya sean tiernos niños, ya personas mayores en cuyos mortales semblantes la necesidad ha impreso una huella desoladora, y á pesar del deseo que les acosa de alimento, al instante que reciben una limosna, que miran con avidez corren a buscar al padre querido, á la moribunda esposa, á los tiernos hijos, al resto de la familia, en fin, para partir con ellos. A la vista de estas escenas, ¿qué corazón puede hacer alarde de su dureza? El hombre más inmoral y corrompido del mundo que las presenciara, y con los ojos del espíritu examinase y estudiara tanta abnegación, tanta virtud, ¿no abandonaría su brutal vida? Pero por desgracia hechos tan dignos de admiración pasan desapercibidos para la mayor parte de la sociedad. 
Contaba la Junta superior de Caridad para salir de situación tan angustiosa con la suma de 424.000 reales, cuya cantidad se invirtió, la mitad próximamente, en granos para hacer la siembra, y el resto efectivo, distribuido á la mayor parte de los concejos de la provincia. 
En medio de tan desconsoladora situación un periódico, por error sin duda, dijo que había 4.000.000 reales como recursos positivos, noticia que El Heraldo inmediatamente reprodujo en sus columnas. En vista de esto, sin duda, las personas caritativas y acaso el Gobierno, considerándonos con una cantidad, si no suficiente, respetable para atenuar el mal, nos abandonaron completamente, y averiguada la exactitud de aquellos anuncios, los recursos quedaron reducidos á la oferta por parte del Gobierno, de 1.200.000 reales, de cuya cantidad solo se han recibido 90.000, y á 444.600 que por diferentes donativos llegó á reunir la Junta de Caridad, que no ha podido distribuir por completo: total 534.600 reales. De los informes tomados por las corporaciones, encargadas de buscar é invertir los fondos, resulta existir entre los 500.000 habitantes de esta provincia, más de 300.000 que carecen del puramente necesario sustento. Ahora bien, ¿Se concibe que los insignificantes recursos que llevo mencionados hayan podido aliviar en lo más mínimo á tantos y á tan desgraciados seres? Para asegurarlo, para presumirlo, fuera preciso carecer de sentido común. 
A la par de los pueblos sufrían tan cruel azote veían acercarse el plazo para el pago del segundo trimestre de la contribución, y todos conocían la imposibilidad absoluta de realizarlo, porque para el de las anteriores ya se habían visto precisados los alcaldes y recaudadores a tomar cantidades á préstamo; los más de estos se dan por satisfechos con perder sus depósitos y conozco varios que han de sentir por espacio de algunos años los perjuicios que hayan sufrido con los repetidos y continuos apremios de que son objeto, en honor de la verdad y de la justicia, no por fondos que tengan recaudados, sino por las cuotas irrealizables correspondientes á un sinnúmero de infelices que absolutamente nada tienen de que echar mano. 
En tal estado apareció en la Gaceta oficial de Madrid el Real decreto de 19 de Mayo último pidiendo a la nación un anticipo de 160 millones de reales. Inútil es decir que reunidos los ayuntamientos de esta provincia, y mayores contribuyentes, en sus respectivos concejos (á excepción de dos o tres de aquellos que, sin contar con sus contribuyentes, después de llorar su miseria ante la Junta de Caridad, y después de haber recibido una limosna, ofrecieron el anticipo), acordaron elevar exposiciones a S. M. suplicando se les relevase el pago ó aplazase al menos el trimestre hasta nuevos frutos, y el anticipo hasta cuando la provincia se repusiese de los golpes de tanta desventura. El de Oviedo, á quien tengo la honra de pertenecer en unión de los mayores contribuyentes, resolvió por unanimidad nombrar una comisión mixta, compuesta de dos de éstos, que lo fueron los señores D. Ramón Casaprín y D. Antonio Méndez de Vigo, y dos individuos de la corporación municipal, el sindico Sr. D. José Landeta y el que suscribe, para llevar la del concejo al señor gobernador de la provincia. Poniendo en sus manos dicho documento, le suplico el primero de aquéllos le presentara su apoyo al elevarla á S. M. La contestación de aquella autoridad fue satisfactoria diciéndonos que así lo haría, convencido de la justicia con que pedíamos el amparo del gobierno, y aún pudiera decir que ha llevado sus promesas hasta el punto de asegurarnos que el pago del anticipo se aplazaría hasta Diciembre, según los pasos que se habían dado y noticias que tenía. 
Nos apresuramos á hacer presente esta respuesta á la ilustre corporación que aguardaba con ansia el bien que iba buscando para sus administrados, y que con los mayores esfuerzos y sacrificios á la vista de todo el mundo. Con esperanzas tan fundadas, muy ajenos debían estar los pueblos que de sus clamores se desoyeran, y el Ayuntamiento de la capital de recibir un oficio del señor gobernador civil de la provincia, transcribiendo otro de la Dirección general de contribuciones, en que después de hacerles la ofensa de dudar de la verdad que consta, y por tantos hechos reconocieron los gobiernos de provincia y superior de la nación, deniega las peticiones, y supone que hay varias provincias en peor situación que la de Asturias. Del resultado de nuestras exposiciones y del escrito de la Dirección, se deduce que aquellas no han llegado á las augustas manos de nuestra Reina, que el señor gobernador no les prestó el apoyo que era de esperar y había ofrecido á una comisión respetable, y por último, que nuestros lamentos son infundados. Apelo al juicio de los que, como yo, han presenciado, escenas cuyo recuerdo solo me estremece, á los sentimientos de hidalguía y honradez que distinguen á los habitantes de esta provincia, y dudo haya uno solo por indiferente que aparezca, que no sienta en el fondo de su alma la voz de la indignación al saber el desprecio con que aquella oficina trata á una provincia por tantos títulos ilustre, y al ver la palpable contradicción en que se pone con el Gobierno de S. M. que por repetidas y varias comisiones y comunicaciones, tiene conocimiento, si no exacto, porque ni los rasgos de la pluma ni las articulaciones de la lengua, son bastantes á bosquejarlo, aproximado, de nuestra triste y dolorosa situación. 
Las vecinas provincias de Galicia, en la desgracia lamentable que el año próximo pasado las afligió, se vieron socorridas con abundantes recursos. A la de Lugo, según leemos en el número 1615 de La Época, se le concede una moratoria para el pago del anticipo, ya que no el perdón. ¿Qué delitos ha cometido la de Oviedo, modelo de lealtad y patriotismo, para verse abandonada de tal suerte y aún escarnecida en mitad de sus angustias? ¿Será tal vez porque se haya comparado la recaudación de los meses transcurridos desde 1854 con la de los mismos del anterior, y se vean recaudados cerca de dos millones más que el pasado y que se hayan remitido á la corte, con exceso escaso, las cantidades pedidas á la provincia? ¡Cuántas lágrimas habrán costado esos caudales! ¡Cuántos sudores! ¡Cuántas penas! En último resultado lo que vendrá á probarse de aquellas comparaciones será la innegable virtud y sumisión de sus honrados habitantes que consideran como la primera atención el contribuir con su sangre y sudor al sostén del Estado, y obedientes siempre á la voz de los gobiernos, cuando han apurado ya todos los recursos, entregan á los recaudadores las cosas más precisas para alimentarse y por último el ajuar de casa y los aperos. A los ayuntamientos apelo y á los venerables párrocos que no obstante su precaria y desatendida situación, llenan de maravilla al hombre pensador y humanitario, con los sacrificios que están haciendo en beneficio de sus feligreses, para que con entera libertad me desmientan. Pero la verdad es innegable, y á todos consta, la exactitud de mí relación. Ellos podrán, decirnos si por esfuerzos que hagan en unión de los pocos vecinos regularmente acomodados en sus feligresías ó concejos, podrán nada más que sostener la cuarta parte de los pobres de su vecindad. Seguro estoy de que repetirán conmigo ¡imposible! 
En semejante caso ¿qué otro recurso queda á la indigencia que busca trabajo y no le encuentra, qué prefiere la muerte al crimen, más que acudir á la capital á implorar la caridad pública? Pues bien; á estos infelices, á estas virtuosas gentes que piden y no roban para comer, se les da la acogida más dura y cruel que los hombres han podido imaginar para sus semejantes. Recogidos por los dependientes de vigilancia civil, se les encierra en un inmundo patio contiguo á la cárcel Fortaleza, donde permanecen hacinados, expuestos á la intemperie y sin alimento alguno todo un día, el que tiene la desgracia de ser encerrado antes de haber llegado á una puerta amiga ó recibido limosna de una mano compasiva. Con asombro de los vecinos de aquel lugar se les ha visto disputarse los desperdicios arrojados de la cocina de la cárcel, moviendo la compasión de aquellos que apercibimos de su necesidad se apresuraron á llevarles algún socorro. Después de permanecer en tal estado, después de este inhumano tratamiento, digno antes de fieras que de hombres, se les despide al caer la noche por los mismos que los han recogido, conduciéndolos á las afueras de la ciudad en dirección á sus respectivos concejos. Esta es una crueldad de que no hay memoria ni ha podido haberla, pero que por desgracia está dejando una huella indestructible en la nuestra para poderla contar á nuestros sucesores, y perpetuar las causas de tan infausto recuerdo. Serían las once de la noche del día 22 del actual, cuando llegó á una casa distante legua y media de esta capital una mujer escuálida con dos tiernas criaturas, de tal manera desfallecidas que, á no haberlas socorrido como la religión manda, hubieran indudablemente perecido las tres. 
Había entrado en el terrible lugar de que llevo hecho mérito á las nueve de la mañana, sin haber tenido la fortuna de encontrar una alma piadosa que la pudiera haber socorrido con cualquiera alimento desde el día anterior en que no había tenido que comer, ni que dar á sus hijos. Hoy que los vecinos tienen conocimiento de estos hechos piden para socorrer á aquellos desgraciados; pero hasta de este socorro se les ha privado mandando tapiar la gatera por donde les daban alimento. Los mayores criminales no podrían ser tratados con mayor crueldad. ¿Y cuál será el resultado de tanto rigor empleado con ellos? Que no los veremos recorrer las calles buscando una mano generosa que los libre de una muerte segura; pero en cambio morirán á centenares en los campos, en los caminos y sus cuerpos más de una vez llegarán á ser presea de las bestias carnívoras, y para colmo desventura, como consecuencia precisa, el país infestado por una epidemia, que vendrá á aumentar nuestra consternación, si en ella cabe aumento. 
Para evitar tamaños males estoy dispuesto á hacer cuanto mis humanitarios sentimientos me sugieran. Me envanezco con el nombre asturiano que llevo, y no perdonaré esfuerzo alguno en ningún sentido que me conduzca á aliviar la suerte de mis paisanos. Por eso y para dar lugar á cualquiera que desee demostrar una situación más halagüeña que la que dejo trazada, he llamado la atención del público. Rectas son las intenciones. ¡Ojalá que el resultado coronara nuestros sacrificios! Pero conociendo las obligaciones que la posición social respectiva impone á los hombres, no quiero dejar de cumplir la mía; aprecio en mucho la benevolencia y me horroriza la idea de ser objeto de execración y aborrecimiento de los mismos con quienes la suerte me ha unido con vínculos tales que lloraría toda mi vida si la inercia; el abandono é indiferencia, que detesto, hubieran llegado ó pudieran llegar á romperlos algún día. 
Oviedo 22 de Junio de 1854
EL MARQUÉS DE CAMPOSAGRADO.-

Pero ¿hay hoy gente más infeliz que los pobres labradores? ¿Qué especie de calamidad hay que aquéllos no padezcan? De las inclemencias del cielo sólo toca a los demás hombres una pequeña parte, pues exceptuando los labradores, todos, por míseros que sean, se defienden de ellas con algún humilde techo, o si algunos las sufren a cielo descubierto no es por mucho tiempo. Mas los labradores todo el año y toda la vida están al ímpetu de los vientos, al golpe de las aguas, a la molestia de los calores, al rigor de los hielos. Ya veo que este trabajo es inseparable del oficio; tolerable, empero, cuando la fatiga del cultivo les rinde frutos con que alimentarse, vestido con que cubrirse, habitación donde se abriguen, lecho en que descansen. Yo, a la verdad, sólo puedo hablar con perfecto conocimiento de lo que pasa en Galicia, Asturias y montañas de León. En estas tierras no hay gente más hambrienta ni más desabrigada que los labradores. Cuatro trapos cubren sus carnes; o mejor, diré que por las muchas roturas que tienen las descubren. La habitación está igualmente rota que el vestido, de modo que el viento y la lluvia se entran por ella como por su casa. Su alimento es un poco de pan negro, acompañado o de algún lacticinio o alguna legumbre vil, pero todo en tan escasa cantidad que hay quienes apenas una vez en la vida se levantan saciados de la mesa. Agregado a estas miserias un continuo rudísimo trabajo corporal, desde que raya el alba hasta que viene la noche, contemple cualquiera si no es vida más penosa la de los míseros labradores que la de los delincuentes, que la justicia pone en las galeras. Lamentaba el gran poeta la infausta suerte de los bueyes, que rompen la tierra con el arado sólo para beneficio ajeno.-
Honra y provecho de la agricultura. Padre Feijóo.-



Torres de Villarroel nos transmite, las horribles condiciones de vida en que se desenvuelve el pueblo campesino: “A cualquier pueblo que vieran, conocerás al punto su miseria. En ellos sudan y trabajan para mantener a los ociosos cortesanos y a los que llaman “políticos”. Al rabo de uno reja anda cosido  todo el día  el desventurado labrador, y el premio de sus congojas es cenar migas de sebo por la noche,  y vestir un sayal monstruoso, que más le martiriza que lo cubre; y el día mayor de holgura como un tarazón de chivo escaldado en agua. Los caudales de las villas, aldeas y ciudades, todos  vienen en recuas a la Corte; aquí todo se consume,  y allá quedan consumidos”.

La emigración
Mas de tres mil españoles, empujados por el hambre, en las peores condiciones para el trabajo,y hacinados en buques que los transportan, huyen cada semana de la madre patria, á buscar en las repúblicas americanas un seguro contra el hambre; y mientras esto sucede, hay en nuestra nación miles de pueblos que no tienen medio alguno de comunicación, existen yacimientos mineros que no pueden ser explotados por la conducción del material extraído cuesta más que el mineral y hay multitud de caminos vecinales abandonados á la acción autonómica de los pueblos, sin organización para mejorarlos y conservarlos.  
En la república Argentina, según datos tomados  en las oficinas de datos tomadas  en las oficinas del 
Hotel de Emigrantes de Buenos Aires en los primeros meses de 1910, entraron 52.931 españoles, que van allí creyendo encontrar el medio de atender a sus necesidades. En la Argentina los obreros en general viven tan mal como se vive en España,y el trato en el campo es peor aún, que el que aquí se les dá. Allí existen  grandes latifundios, leguas y leguas  de terrenos de un mismo propietario y los trabajos se hacen á sueldo.Las faenas de la recolección apenas duran tres meses y la jornada de los obreros es tremenda. Empiezan la labor á las tres de la madrugada  y la terminan á las ocho y media de la noche,  y la alimentación es infame, sin que el salario sea tampoco remunerador.    
Cabranes 6 de Marzo de 1911. El Eco de Cabranes. Nº 90.-


¡Pobre madre!

Currucada en portal n´el santu suelu,

Co´les manes á Dios en el regazu,

Los güeyos ´tristayaos y mirando

Ententes pa ´l aleru del sobrau;

Sueltándosei dalguna que otra llágrima,

Gorda como les perles del rosariu,

Está una probe madre, que da pena, 

Pos d´una Dolorosa ye el retratu:

Dengunu al vella ansina non dixera 

Que noi ´charen los polvos d´un encantu.

Ya dís que,  en allegando la tardina,

Los llabores que fay dexa pa un llau,

Y escalzando los pies, pa non fer ruidu,

Y con tentu y cudiáo ´chando el pasu,

Vien de puntes, igual que si ún dormiera

Y tarreciés la probe despertallu.

Ye pa non  escuerrer una andarina

Que, ente el múriu y ´la aleru, allí apiegau

Tien el ñeru, y paéz que á la so cría 

Reláta el óra, óra con so cánticu,

Apostada ´n ´a güelta d´un gavitu,

Que metanes xunto élli ´stá ´spetáu.

Non sabe lo que ye, si son hechizos,

Lo que y fay dir pa allí casi que al rastru,

Y en sin apistañar y en sin allendu,

Oyer d´aquella páxara el verbariu.

¡Quçe coses se i acuerden á la probe 

D´un  tiempu que se fói como un  relámparu!

¡Qué  llagues non se i abren doloríes 

Col ñeru que ´stá enriba y con el páxaru!

Oyéi lo que i relata á la andarina,

Igual que si falás con un cristianu:

“¡Paxarina! tu que vienes 

Cuando en  campu la flor sal,

Y en llegando la Seronda 

Ella vien y tu te vas;

“Tu non sabes ¡paxarina!

Cuanta ye mió señardá

Al oyite tan alegre, 

Xinta ´l ñeru tó, cantar.

“Tu la culpa non la tienes 

De la pena que me dá,

Porque mal non me fexisti

Nin te fixe yo á tí mal.

“Al revés, en esta casa

Yes como un de los demás,

Y non hay quien non te quiera,

Y no i guste ver to ñal.

“¡Paxarina! tamien tuvi

Yo fiínos que criar;

Díyos sangre de miós venes,

¡Quien pudiera dayos más!

“Tamien yo canté al par d´ellos

Como tu cantando ´stas,

Y salía callandino

Désque, añando, dormín ya.

“Al tu díte ¡paxarina!

Van tos fíos hu tu vas,

Y, á non ser aquési ñeru,

Per iqui non dexes náa.

“Los miós fíos ¡¡jueron solos!!

¿Quién á vellos golverá!

Tu has vinir cuando les flores 

Y los miúyos ¡non viendrán?

“Como queda solu el cielu

N´a Seronda, que vos vais, 

Y enmudéz desque ya i falta 

Vuestru alegre esgargayar,

“Quedó ansina la mió casa

Desque fueron pa acullá

Los mios fíos, ¡andarines 

Que non sé si golverán!

“Si non güelve ¿pa qué sirven

Esta casa, isti fogar!

En to ñeru habrá alegría, 

En el miuyu pena habrá.

“Tu, que das la güelta al mundu

Mas ina que ´l sol la da,

Anda ver si los atopes 

Cuerri aquí, cuerri acullá.

“Ellos han de conocete 

Ansi que oyan to piar,

Y tu á ellos, que los visti

Munches veces nel portal.

“Vaxa, vaxa ¡paxarina!

En miós güeyos á chupar 

De les llágrimes que vierten

Una güena vocaráa.

“Has de dáyosla á miós fíos, 

Si los llegues á topar,

Y cuntayos les que lloro

En mió triste soledá.

“Anda, cuerri, ¡paxarina!

Que, si quiés, güelves y vas 

En un verbu, ¿quien supiera, 

Como sabes, esnalar!

“Cuerri, cuerri, ¡paxarina!,

Ven cuntame como ´stán;

Si, suañando yo con ellos, 

Pensen ellos en so má.

“Ven á tréme ´n el to picu,

´Nel que miós llágrimes van,

Carta d´ellos, que sea el pañu

Pa miós güeyos ensugar.

“Anda, cuerri; aquí t´aspero

´N isti sitiu acurrucáa;

Si, al golver, sin nada güelves 

Muérome de señardá.”

Igual que si entendéis lo que i falaba 

La páxara ´scolgose d´aquel palu;

Dió güeltes pe ´l portal de despedía,

Como si fues facer aquel mandau,

Y, ´chando un esnalon, sal como ´un cuete

Chillando muy llixera per el campu.

16 de Octubre 1878. 

Juan María Acebal.

La Ilustración Gallega y Asturiana. Madrid 28 de Febrero de 1879. Nª 6. Tomo I.-


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