Y a dos kilómetros de donde nací abrázase la tierra con el mar, y con la ligereza de mis pocos años me encaramaba en el alto cantil con la idea de escuchar el canto de la Sirena, ver las olas romper su furia contra las rocas o deshacerse mimosas sobre la playa.
He saboreado las veladas patriarcales escuchando -después de rezar el rosario- los romances, cuentos mitológicos, de princesas encantadas y otros, que recitaban mis abuelos sentados en el escaño, a la vera del llar, al mismo tiempo que las señoras hilaban su copo.
¡Noches aquellas que van desapareciendo de los llares astures, alrededor de los cuales se formó la interesante literatura popular asturiana……..!
Oí los pájaros cantar amores en las ramas floridas mientras fabricaban sus nidos. Y me entusiasmaba viendo la calandria elevarse en vuelo vertical y posarse en un rayín de sol, para romper en una fuente de trinos y verterlos en cascada sonora sobre el lecho de sus hijos, construído entre una mata de tomillo.
Y a la hora en que las vacas miriaban en los mosquiles y las aves se resguardaban del sol bajo la sombra de las cúpulas formadas por las ramas del robledo, sentado junto a un chortal, en compañía de otros rapaces, para regocijo nuestro, construíamos chiflas de salguera, para lo cual empleábamos esta especie de conjuro:
Salivera, salivar,
sáli chifla de salgar
con salú y sin quebrantar;
nunca volverás entrar.
Disfruté de la alegría que proporciona la fiesta patronal del pueblo con el repique de las campanas, el estampido de los cohetes, el rezar a la Virgen cuando pasaba en la procesión seguida de los fieles y de los ramos cargados de roscas de pan, las alegres notas de la gaita y el sonido de las castañuelas que acompañaban al baile formado por la noche al pie de la lumbrada, las giraldilas y la danza prima.
Y en época vernal, apenas riscaba el alba, a la hora en que el gallo abandona el gallinero cantando, me impresionaba gratamente viendo como cómo se doraban las cumbres al recibir los rayinos del sol naciente y la Naturaleza manifestaba su alegría: El sonido de los esquilones y rústicos cencerros de las vacas que pacían en los prados extendiéndose sobre el aire fresco y perfumado que flotaba sobre los campos. El mugir de los becerros y el balido de las ovejas que subían por la falda del monte. Las voces de los rapaces. El canto del cuco en el bosque vecino. El chirriar de los carros. El aroma de las plantas y de las flores y las intencionadas canciones que la juventud entonaba al mismo tiempo que removía la tierra:
Coloradina y guapina
arrímate a la fesoria,
que tu padre ya non puede
mantenete de señora.
¡Años felices los que pasé en la tranquilidad de mi aldea….!
Del Folklore Asturiano. Aurelio de Llano Roza de Ampudia.-
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