Romance
“Hace ya más de tres siglos,
reinando Carlos pirmero,
que tuvo lugar en Luarca
un horrendo suceso,
del cual, en libros e historias
todavía anda el recuerdo
amedrentando a los niños
y dando espanto a los viejos.
Corría tranquilamente
el siglo decimosexto
siendo la villa de Luarca
en la fecha que refiero
una población mas bella
que León y que Toledo,
con plazas, calles, jardines,
teatros, circos, paseos,
palacios, grandes calzadas,
obeliscos monumentos
pues era del Mar Cantábrico
el mas conocido puerto,
por donde Aldín Y Fontoria,
Barcia, Almuña y Concillero,
exportaban los productos
que iban para el Extranjero.
Tranquilamente corría
como os iba diciendo ,
el siglo de Carlos de Austria,
cuando se observó en el pueblo
que de un día para otro,
había gente de menos
y uno a uno y cuatro a cuatro
iban desapareciendo,
sin que nadie adivinase
en dónde se iban metiendo.
Un día faltaba un cura,
otro día un zapatero,
otro día un estudiante,
un sastre, un picapedrero,
un médico, un boticario,
un abogado, un tendero.
En fin, que en cosa de un año,
aquello quedó un desierto,
quedando Luarca más triste
que una noche de Febrero.
¿Qué desgracia está pasando¿
¿Pero, Dios mío, qué es esto?
decían las pobres viudas
y los desgraciados huérfanos
y los padres sin sus hijos,
y, en fin, el contorno entero.
¿Adónde estará mi padre?
¿Qué habrá sido de mi abuelo?
¿Qué de mis pobres hermanos,
de mi tía, y de mi yerno?
Lo extraordinario del caso
era que nadie había muerto,
al menos que se supiese,
ni en la playa ni en el puerto,
aparecían cadáveres
y sí sólo algún chaleco,
algún par de calzoncillos,
tal cual zapato o sombrero,
pero si una sola vez
apareció un esqueleto.
Los que quedaban en Luarca,
que cada día eran menos,
en averiguar la causa
se devanaban los sesos,
hasta que la Virgen pura,
Madre del Dios del Carmelo,
tuvo piedad de la villa
y les explicó el misterio
hablando desde el altar
un día en misa del pueblo:
“Devota Luarca, dijo,
basta ya de sufrimientos;
quien roba la gente toda
que fué desapareciendo,
es esa guaxa maldita
arrojada del infierno
que en la Cueva de la Blanca
se cobija hace ya tiempo.
Si queréis que marche pronto
de su infernal agujero
y quedaros libres de ella,
y para siempre contentos
llevadme a mí en procesión
por detrás de So-Riveiro
hasta el Pico la Atalaya
por el Penedín subiendo.
Bajad después el camino
ó más bien despeñadero
que hacia las Reas conduce;
vosotros, con fe en el pecho,
con capa de coro, el cura
y con hisopos el clero,
entremos sin vacilar
al espantoso agujero
cantando la letanía
y rezando el Padre Nuestro
y diciendo: ¡marcha guaxa,
deja ya en paz a este pueblo!
Así se verificó
con su esplendor inmenso,
pues acudieron en masa
las parroquias y su clero,
con cruces y ciriales,
con los pendones más nuevos
y engalanada la gente
cual lo pedía el suceso.
Salió al fin la procesión
siguiendo el mismo trayecto
que la Virgen indicara,
y al llegar todo el cortejo
a la boca de la cueva,
mujeres, niños y viejos
entonan la letanía
y se dirigen adentro.
La cueva que estaba obscura,
cual boca de lobo hambriento,
de pronto se iluminó
con celestiales reflejos,
y un silbido penetrante
con relámpagos y truenos
y un estrépito horroroso
oyóse hacia el otro extremo.
Era que la la indina guaxa
sorprendida en su aposento,
para siempre abandonaba
su palacio de misterios,
pero sin poder llevarse
por no haber tenido tiempo,
nada de lo que allí había,
que era curioso en extremo,
y que sólo al recordarlo,
siento espanto, tengo miedo:
Las paredes de la cueva,
y creedme, pues no miento,
estaban empapeladas
con pedazos del pellejo
de las gentes que matase
y que faltaban del pueblo.
Como lámparas colgaban
de aquel fantástico techo,
oscilando en el espacio,
veintisiete cráneos hueccos.
Las sillas y los sofases
tenían como pies, huesos,
y en todas partes había
piernas, manos, ojos, dedos,
costillas y calaveras,
y, en fin, otros muchos restos
de las infelices víctimas
que sirviera de alimento
a la maldecida guaxa
durante muy largo tiempo.
Horror causa el recordar
aquel arsenal inmenso
de desolación y muerte,
de descoyuntados miembros,
de pantorrillas roídas,
de brazos, muslos y pechos.
Por mandato de la Virgen
se desalojó al momento
la horripilante caverna
sitio del atroz suceso:
se repartieron reliquias
entre la gente del pueblo:
uno lleva una costilla,
otro un mechón de cabellos,
algunos unas narices,
otros lenguas y otros dedos
que se conservan aún,
a pesar del mucho tiempo,
en casi todas las casas
de Barcia y Concillero,
de Otur, de Riva de Cima,
de Santiago y Portezuelo,
que, en virtud de su poder
de milagro y de misterio,
sirven para el mal de ojo,
para el flato y el histérico,
para dolores de muelas,
para aberturas del pecho,
para destetar los niños,
y reanimar a los viejos,
para que el ganado medre,
para ahuyentar el mal tiempo,
para librar de pedriscos
los trigos y los centenos
y para otras muchas cosas
que ni astrólogos ni médicos
saben curar a las gentes
llevándolas el dinero.
La villa y alrededores,
sin duda gracias a esto,
disfrutan buena salud,
tienen el ganado bueno
y cogen pingües cosechas
y las protegen los cielos.
Hoy, ya cerrada la cueva
y conocido el misterio
y despeñada la guaxa
en los profundos infiernos
¡todavía óyense a veces
salir ayes lastimeros
de las entrañas del monte,
dando al más valiente miedo!
El Tesoro de los Lagos de Somiedo
Mario Roso de Luna. -
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