Ruta: Caces-Pintoria-Perlín-San Andrés.

Textos:
-Romance.





Salimos  de Caces por la carretera que entra a la derecha del restaurante Casa Eleuterio y que pasa por entre las casas para luego cruzar sobre la vía de FEVE. La carretera, de uso compartido, pues sirve como plataforma a la Senda Verde  Fuso de la Reina – Tuñón, acompaña al río Nalón durante varios kilómetros en su camino hacia Trubia, aunque nosotros no llegaremos tan lejos.
Pasada la Veiga´l Riu, ya muy cerca del cruce con la carretera de Pintoria podemos tomar una amplia pista que entra a la izquierda y que tras pasar sobre la vía del tren alcanza un cruce en el que tomamos a la derecha para pasar frente a la casa de El Palacio. Un poco más allá, ya en la carretera tomamos a la izquierda, hasta el centro social de Pintoria.
Frente a él hay un cruce en el que tomamos el ramal de la derecha que asciende hasta una amplia collada que abre las vistas sobre los valles del Nalón y del Trubia. En ella dejamos el ramal que de la izquierda que se dirige a Picayo para seguir por el la derecha, que inicia el descenso hacia Perlín.
Cruzamos Perlín de parte a parte, buscando la salida del cerrado valle en el que se asienta por el lado contrario, al oeste, por donde inicia el descenso hacia Trubia, que ya vemos al frente, sobresaliendo las chimeneas de la coquería. Alcanzamos el fondo del valle del Trubia, casi frente a la iglesia de Santa María. Tras ella continúa una estrecha carretera, que vuleve a ser parte de la Senda Verde Fuso de la Reina – Tuñón, donde enlazará con la conocida Senda del Oso y por la que seguimos.
La carretera asciende valle arriba, pasando frente a diferentes barrios hasta alcanzar el pueblo de Pedregal y poco después entrar en el de San Andrés. Aquí dejamos la senda del Oso para salir a la carretera general junto al bar El Tablón y donde daremos por finalizada la ruta.


Romance 

“Hace ya más de tres siglos, 
reinando Carlos pirmero,
que tuvo lugar en Luarca
un horrendo suceso, 
del cual,  en libros e historias
todavía anda el recuerdo
amedrentando a los niños 
y dando espanto a los viejos.
Corría tranquilamente
el siglo decimosexto
siendo la villa de Luarca 
en la fecha que refiero
una población mas bella 
que León y que Toledo,
con plazas, calles, jardines, 
teatros, circos, paseos, 
palacios, grandes calzadas, 
obeliscos monumentos
pues era del Mar Cantábrico
el mas conocido puerto,
por donde Aldín Y Fontoria,
Barcia, Almuña y Concillero, 
exportaban los productos 
que iban para el Extranjero.
Tranquilamente corría 
como os iba diciendo ,
el siglo de Carlos de Austria,
cuando se observó en el pueblo
que de un día  para otro, 
había gente de menos
y uno a uno y cuatro a cuatro 
iban desapareciendo, 
sin que nadie adivinase 
en dónde se iban metiendo.
Un día faltaba un cura,
otro día un zapatero,
otro día un estudiante,
un sastre, un picapedrero,
un médico, un boticario, 
un abogado, un tendero.
En fin, que en cosa de un año,
aquello quedó  un desierto,
quedando Luarca más triste 
que una noche de Febrero.
¿Qué desgracia está pasando¿
¿Pero, Dios mío,  qué es esto?
decían las pobres viudas
y los desgraciados huérfanos
y los padres sin sus hijos,
y, en fin, el contorno entero.
¿Adónde estará mi padre?
¿Qué habrá sido de mi abuelo?
¿Qué  de mis pobres hermanos, 
de mi tía, y de mi yerno?
Lo extraordinario del caso 
era que nadie había muerto,
al menos que se supiese,
ni en la playa ni en el puerto,
aparecían cadáveres
y sí sólo algún chaleco,
algún par de calzoncillos,
tal cual zapato o sombrero,
pero si una sola vez 
apareció un esqueleto.
Los que quedaban en Luarca, 
que cada día eran menos, 
en averiguar la causa
se devanaban los sesos, 
hasta que la Virgen pura,
Madre del Dios del Carmelo, 
tuvo piedad de la villa 
y les explicó el misterio
hablando desde el altar 
un día en misa del pueblo:
“Devota Luarca, dijo,
basta ya de sufrimientos;  
quien roba la gente toda 
que fué desapareciendo,
es esa guaxa maldita 
arrojada del infierno
que en la Cueva de la Blanca
se cobija hace ya tiempo.
Si queréis que marche pronto
de su infernal agujero
y quedaros libres de ella,
y para siempre contentos
llevadme a mí  en procesión 
por detrás de So-Riveiro
hasta el Pico la Atalaya 
por el Penedín subiendo.
Bajad después el camino 
ó más bien  despeñadero
que hacia las Reas conduce;
vosotros, con fe en el pecho, 
con capa de coro, el cura
y con hisopos el clero, 
entremos sin vacilar
al espantoso agujero
cantando la letanía
y rezando el Padre Nuestro
y diciendo: ¡marcha guaxa, 
deja ya en paz a este pueblo!
Así se verificó 
con su esplendor inmenso,
pues acudieron  en masa 
las parroquias y su clero,
con cruces y ciriales, 
con los pendones más nuevos
y engalanada la gente 
cual lo pedía el suceso.
Salió al fin la procesión
siguiendo el mismo trayecto
que la Virgen indicara,
y al llegar todo el cortejo 
a la boca de la cueva,
mujeres, niños y viejos
entonan la letanía
y se dirigen  adentro.
La cueva que estaba obscura,
cual boca de lobo hambriento,
de pronto se iluminó 
con celestiales  reflejos,  
y un silbido penetrante
con relámpagos y truenos 
y un estrépito horroroso 
oyóse hacia el otro extremo. 
Era que la la indina guaxa 
sorprendida en su aposento, 
para siempre abandonaba 
su palacio de  misterios, 
pero sin poder  llevarse 
por no haber tenido tiempo,
nada de lo que allí había,
que era curioso en extremo,
y que sólo al recordarlo,
siento espanto, tengo miedo:
Las paredes de la cueva,
y creedme, pues no miento,
estaban empapeladas 
con pedazos del pellejo
de las gentes que matase
y que faltaban  del pueblo.
Como lámparas colgaban 
de aquel fantástico techo,
oscilando en el espacio,
veintisiete cráneos hueccos.
Las sillas y los sofases 
tenían como pies, huesos, 
y en todas partes había 
piernas,  manos, ojos, dedos, 
costillas y calaveras,
y, en fin, otros muchos restos
de las infelices víctimas
que sirviera de alimento 
a  la maldecida guaxa
durante muy largo tiempo.
Horror causa el recordar 
aquel arsenal inmenso
de desolación y muerte,
de descoyuntados miembros, 
de pantorrillas roídas,
de brazos, muslos y pechos.
Por mandato de la Virgen
se desalojó al momento
la horripilante caverna
sitio del atroz suceso:
se repartieron reliquias
entre la gente del pueblo: 
uno lleva una costilla,
otro un mechón de cabellos,
algunos unas narices,
otros lenguas y otros dedos 
que se conservan aún, 
a pesar del mucho tiempo, 
en casi todas las casas
de Barcia y Concillero, 
de Otur, de Riva de Cima,
de Santiago y Portezuelo,
que, en virtud de su poder
de milagro y de  misterio,
sirven para el mal de ojo,
para el flato y el histérico,
para dolores de muelas, 
para aberturas del pecho, 
para destetar los niños, 
y reanimar a los viejos,
para que el ganado medre,
para ahuyentar el mal tiempo,
para librar de pedriscos  
los trigos y los centenos
y  para otras muchas cosas 
que ni astrólogos ni médicos 
saben curar a las gentes 
llevándolas el dinero.
La  villa  y alrededores, 
sin duda gracias a esto,
disfrutan buena salud, 
tienen el ganado bueno 
y cogen pingües cosechas 
y las protegen los cielos.
Hoy, ya cerrada la cueva 
y conocido el misterio
y despeñada la guaxa 
en los profundos infiernos
¡todavía óyense a veces 
salir ayes lastimeros
de las entrañas del monte, 
dando al más valiente miedo!

El Tesoro de los Lagos de Somiedo
Mario Roso de Luna. -
Y al verme n´a más alta cuguruta,
abaixo el mundu, el cielo n´a cabeza,
qué nonada  tan grande parecía 
lo que facen los homes..... ¡Qué miseria!
J. María Aceval y  Gutiérrez. 




































































































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