Del Pontón del Retortoriu a La Bagúa

Texto:
-El milagro de Cristo.


El milagro de Cristo
Amparo y Josefa  eran dos buenas  amigas que llevaban   bastante tiempo sin verse, y un buen día se encontraron  en una calle de Avilés.
Amparo: ¡Josefa! buenos ojos te vean, muyer. Cuánto tiempo hay que no nos vimos.
Josefa: Tienes razón, nina. Desde que fui a vivir a Llaranes  vengo muy  poco por la villa. ¡Pero mialma me alegra mucho el vete. ¿Qué tal tá el neñu que tuviste tan malín?
-Pues  gracias a Dios, ya tá casi  del todo bien. Pero dionos mucho que facer.
-¿Qué enfernedá tenía?
-¿Pues según  el médico, tenía mal del Pot. - dijo Amparo.
-¿Mal del pote  un fíu tuyo? Pa que veas  lo que saben muchos médicos. Mal de fame  cuando no hay una casa  en Avilés que se coma mejor.
-Non, muyer; ese mal non  ye de pote ni de fame. El médico  sabía bien lo que el neño tenía y mialma  acertó de todes todes. Al parecer ye una enfermedá que los vá dejando muy mal de los güesos o algo así, y va consumiéndolos, pero dígote otra vez que el médico  fue como mano de santo.
Además, llevelo al Cristo de les Cadenes  que dicen que ye muy  milagroso. Y pa mí que ya sabes que no soy una comesantos pero tengo buena fe de cristiana,  llevelo con toda mi fe, y  el caso ye  que entre el médico y el Santo, pa mi modo de ver, el neño tá como un sol. Pero cuéntame algo de ti. ¿Que tal los neños y el tu home? porque a tí da gusto vete.
-Pos  no ye por lo feliz que soy. Arturo sigue lo mismo y cada vez a peor. Cada día bebe más,  y no sé donde vamos dir a parar.
-Vaya por Dios, muyer,  porque mira que si hay hombres buenos  en el mundo,  el tuyo lleva la palma.
-Bueno, sí;  ¿pero de qué me val la bondá? Si supieras lo que yo sufro.
-No me lo digas  que ya me lo figuro. Merecéis los dos más suerte. Y eso no ye cosa de médico.
-Oye, muyer ¿Y si lo llevara el mi home al Cristo? Porque yo soi como tú  en estes coses. Voy a misa  una vez a la semana, porque con buena  fe, basta una misa a la semana. Y bien que pido a Dios que me ayude, pero parézme que toy  dejada de la mano de Dios.
-Non digas esu muyer. Ya sabe que hay un refrán que diz que Dios aprieta pero no afuega. Y eso de dir llevalo al Cristo, yo pá enfermedades parezme bien, pero pa borracheres, y perdóname  que hable asina, que te juro por Dios, que si el tu home cambiara, no tendrías una amiga,  ni una hermana  que se alegrare más que yo. Pero mira, nina, por llevalo  nada pierdes, y a lo mejor  resulta bien. 
Pasaron casi dos meses cuando las dos amigas  volvieron a verse. Y lo normal  era que Josefa preguntase a Amparo por su marido, y así fue.
-¿Llevaste a Arturo al Cristo? ¿Y qué tal? ¿El Cristo fizo el milagro?
-Pues sí. Desde que fuimos  no volvió a probar la bebida- dijo Amparo contentísima. Pero hube moríme…. Y cuando  no me morí, ye que el Cristo fizo dos milagros.
-Entoncers, ¿qué te pasó  pa llevar un disgusto tan grande? Vaya por Dios, muyer,  no sales de una pa metete en otra.
-Pues verás, voy contátelo cé por bé. El disgusto  que cogí allí,  fue todavía peor que aquello que te conté de cuando un día lo encontré tiráu  e na escalera, y tuve que metelo arrastrando pa casa, pa que no lo viera la fuina de la mi vecina que no la trago perque ye la peor muyer del mundo.  Ya sabes que te conté que cuando  lo metí en casa y cerré la puerta, fartárame  de dai puñetazos n´a cara, que lo mordiere y hasta le esgarduñé.  Pero en Oviedo fue diferente.
Después que salimos de misa, compramos  una buena empanada, una docena de dulces y una botella de vino. Pero yo tenía que dir a … bueno; a un recao. Pero había tanta gente que tardé bastante en volver. Y cuando volví y vi a Arturo, non caí muerta, non sé por qué. Mientras yo no tuve co n´ el, bebió la botella de vino, y taba acabando otra que fuera  buscar callando de mí.
-Y  si vieras muyer; tábamos  en un sitio tan guapo, a la sombra de un árbol   y con poca  gente al llau.  Sólo taban  un señor muy bien portau, y la muyer  del mismo. Tenían pinta  de gente de rangu. Y una muyer  con dos o tres rapacinos.
-Yo, que me sentía la muyer más feliz del mundo, al velo así, entamé a llorar, sentéme al lau d´el  y él miraba pá mí  sin pestañar pero no me decía nada. Y en estu, tenía que ser así, pasaben cuatro gamberrucus por allí,  y uno d´ellos riéndose y  faroliando, sentose  al mi lau y metiénduse por mí díjome  que diba consolar él.
Apenas dijo esto, Arturo levantó la botella  que tenía e na mano,  y soltoi un botellazu, que i abrió la cabeza. Sangraba como un cabritu degollau.
Los amigos d´él, al ver a Arturo dir frente ellos con la mitá de la botella en la mano, agacharon les oreyes, y cogieron al amigo pa dir curalo. Y claro, con aquel xareu, vino un guardia, enteróse de lo que pasara, y cogió  a Arturo y llevolo preso pa Oviedo.
-No me digas lo que pude sufrir, con Arturo pa la cárcel, y yo allí sin conocer a nadie.
-¡Vaya por Dios, vaya por Dios! -dijo Josefa con lágrimas en los ojos. Tienes razón, nina.Ye pa morise  cualquiera. ¿Y  cómo te arreglaste, muyer? Allí sola….
-Pues porque aquello de que Dios aprieta y no afuega, pasóme a mí. Aquel señor   que te dije,  vino él y la  muyer, y él díjome: No se disguste, señora, que ahora mismo  bajo yo a Oviedo y vuelvo con su marido. Mientras tanto, mi mujer lo acompañará.
-Yo vi el cielo abierto. Además aquella señora era tan suavina y tan amable que me emocionaba. Y díjome sonriendo: Tranquila, que mi marido  traerá al suyo, y muy pronto. El es Juez, y lleva muchos años en Oviedo, pues no somos asturianos, aunque nos encanta Asturias.
-Pasara muy poco tiempo, ya taba  aquel señor de güelta con Arturo, que no levantaba la cabeza, y traía una cara de arrepentíu que mialma daben ganes d´abrazalu allí.
-Aquellos señores querían bajarnos en el auto de ellos hasta Oviedo, pero como fuéramos en autocar, que tenía que venir buscanos a junto El Cristo, dímosios les gracies con todo el corazón.
-El señor, sonriendo, díjonos: Dentro de cosa de un mes, su marido tendrá  que venir a Oviedo, y pagará una multa, pero haremos que no sea grande, porque la acción contra el gamberro, lo hace o debe de hacer como él lo hizo, cualquier hombre que se respete a sí mismo y a los demás. Así que su marido está enterado del todo, y usted, tranquila.
-Les bendiciones que i os eché a los dos, fueron muchas. Y así acabó todo.
-¿Y Arturo no volvió a beber nada?
-Ni una  gota. Salimos de casa, vamos a todos  los laus, y,  o tónica o mosto. Nada de nada más.
-¡Cuánto me alegro! Y dígotelo  con todo el corazón,- le dijo su amiga- Pa tí fue como resucitar.
¡Y que lo digas. El Cristo hizo dos milagros. Que Arturo dejara de beber, y que no mató al gamberro aquel, del botellazo. 




























































































































































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