El Hórreo
Edificio que no conozco sino en Asturias. Su nombre es, sin duda, de origen latino, y de la raíz horrerum, y lo son también los de muchas de sus partes. Pegollos se llaman las columnas ó pies derechos sobre que se levanta este edificio. ¿No vendrá este nombre de Pegulus ó Pediculus? Las grandes vigas que se apoyan sobre estos pies se llaman trabes, como en latín, y las viguetas que cubren sus paredes de tabla, liños, de lignum. Lo mismo se puede decir de los gatos, aguileñas y otros nombres del mismo origen. No me atrevo á referir á el de las colodras, ó tablas, que forman sus paredes, aunque sin gran violencia se podría derivar de la raíz columna, y leyenda menos, del nombre de tenovia, que es la tabla que sirve de meseta para llegar a su puerta.
Pero veamos si todo esto basta para atribuirle a origen romano. La duda que siempre he tenido acerca de ello nace de una singularidad de este edificio, y es que no entra el hierro en su construcción. ¿Querrá esto decir que sus inventores no hacían aún uso del hierro? ¿A qué antigüedad no llegaría entonces su origen, pues de todos los pueblos que, según la Historia, vinieron a España, se sabe que le conocían y usaban? Lo más singular es, que la forma de este edificio, supone grandes progresos en las artes, ya sea en los que le inventaron, ó en los que le perfeccionaron. Diremos algo acerca de él, para que se conozca que no adivinamos. Los pegollos son de forma piramidal, esto es, cada uno es una pirámide de cuatro frentes, cortada en su cúspide, de gran diámetro en su base, que disminuye rápidamente, formando por lo común, un ángulo de …. grados. Estas pirámides son por lo común de piedra labrada a picón y escuadra, de una sola pieza, y alguna vez de madera, pero su forma siempre la misma, y es precisamente la que puede dar mas solidez al edificio; pues que supuesto su buen nivel, lejos de ceder a peso que las aguas que caigan encima, deben verter rápidamente á las orillas. Sobre cada una de estas presas se colocan unos trozos cuadrados de piedra, ó de madera, de tres á cuatro pulgadas de grueso, y un … (á que creo llaman toca), cuyo uso es recibir las trabes, puesto que acabando aquéllas en punta, no podrían descansar bien en ellas. Sirven también para preservar los trabes de cualesquiera humedad que pudiera conservar la piedra de las presas, y hacen ver hasta que extremo se llevó la perfección de este punto. Sobre estas tocas se colocan los cuatro trabes, cuyas cabezas se empalman una con otra por medio de dos grandes muescas abiertas hasta la mitad, de forma que quedan todas á un mismo nivel. A lo largo de estos cuatro trabes se levantan perpendicularmente las colodras. Llamase así unas fuertes tablas de castaño, bien labradas, las cuales tienen arriba y abajo su grande espigón para introducirse en las trabes y en los liños, y al lado, alternativamente, su canal ó muesca, y su espiga corrida para ensamblarse una en otra y formar las paredes del hórreo. Recibidas y cubiertas estas colodras por los liños ó viguetas superiores, se enlazan éstas y asegura todo el edificio por medio de otras cuatro, que , siendo curvas, sirven también para formar el umbral, y hacen que todo el peso superior descanse y cargue sobre los pegollos. Creo que a estas viguetas llaman gatos, nombre también latino. A éstos se asegura la techumbre, bien defendida con gruesas tablas en lo interior, y prolongada por medio de las que, si no me engaño, llaman aguileñas, no sólo para cubrir el edificio, sino también sus partes más prominentes, cuales son las presas ó cubiertas de los pegollos, la tenovia, o talanquera, y la escalera por do se sube á ella. De forma que, divididas las vertientes de esta techumbre a todos cuatro vientos, no sólo defienden de todo de las aguas, sino que las arrojan a alguna distancia y preservan de la humedad todo el suelo adyacente.
Los gatos se traban y enlazan entre sí empalmándose sus cabezas en la cumbre, y sus colas, en los ángulos exteriores de los liños, y las aguileñas que aseguran por medio de pinas ó tornos de palo, sin que entre nada de hierro en toda la obra, si ya no es en la llave y cerradura, que yo creo de reciente introducción.
La razón que para ello tengo, es que hay todavía muchas casas de nuestros labradores sin llave alguna en sus puertas, y sin otra cerradura que una tortuga (ó tarabilla), ó bien un pasador de madera, y aún me acuerdo de haber visto en poblado algunas casas humildes sin otra defensa. Pero la malicia humana creciendo, ha hecho necesarias, no digo ya las llaves, sino los gruesos cerrojos y misteriosos candados. A este edificio aislado, y en el aire, se sube por medio de una escalera también aislada, colocada bajo la techumbre hasta la altura suficiente para tomar con algún trabajó á la talanquera, y también para que ninguna especie animal pueda subir á ella. No hay en todo él ventana alguna, ni otra abertura que la puerta y tres ó cuatro respiraderos en una de las colodras que miran al Norte, abiertos perpendicularmente a una y media pulgada uno de otro, y cada uno de los cuales tendrá otro tanto de luz, sobre un pié de altura. El suelo inferior es de gruesos tablones, y su piso ó huello, de tablas bien unidas, aunque ya es común hacerle de buenas losas, porque a serlo los hurtos de grano, hechos taladrándole por debajo.
Otra de las singularidades de este edificio es su movilidad. Los hórreos no sólo se venden y cambian y mudan de dueño, sino que se transportan de una parte á otra, y mudan también de lugar. El que hoy se vio aquí, se ve mañana a tres, cuatro y más leguas de distancia. Como en ellos no entra el hierro, mortero ni otra especie alguna de ligazón, se desarman con la mayor presteza y facilidad, y con las mismas se arman, sin que en esta operación pierden cosa alguna sus piezas, ni tampoco el edifico. Hé aquí , pues, uno que sería difícil á un jurisconsulto atinar si pertenece á los muebles o inmuebles, y si es parte del feudo o de sus instrumentos. Otra es la muchedumbre de sus usos, pues el hórreo no sólo sirve al labrador de granero para conservar sus frutos y semillas, sino también de despensa para sus comestibles, de guapa-ropa para sus vestidos de fiesta, y aún de dormitorio, que reúne las dos excelentes calidades de seco y abrigado. Sirve además el hórreo de colmenar, colocándose los caxellos, ó cubos de las colmenas, á lo largo de la tenovia, donde están perfectamente defendidos del frío, de la humedad y de toda especie de animales. E muchas ocasiones he visto también en los hórreos muy buenos palomares, a cuyo uso pudo dar lugar otro objeto muy diferente. Dígame V ahora, si conoce sobre la tierra un edificio tan sencillo, tan barato y tan bien ideado; un edificio que sirva a un mismo tiempo de granero, despensa, dormitorio, colmenar y palomar sin embargo de ser tan pequeño ; un edificio que reúne las mejores cualidades que pueden apetecerse para cada uno de estos usos, y, en fin, un edificio en que la forma, la materia, la composición, y descomposición, la firmeza, la movilidad, sean tan admirable como sus usos; y entonces me disculpará de que haya empleado en un objeto tan sencillo, tantas reflexiones. Y no crea V. que este edificio sea tan poco durable, como al parecer promete la liviandad de la materia. No, señor; antes se puede decir de él que dura por las piedras. Hórreo hay que, a juzgar por su apariencia exterior, se pudiera atribuir a siglos muy remotos. Por documentos escritos se pudiera determinar la duración de algunos, y acaso entonces, pudiéramos ofrecer un resultado no menos admirable que las demás circunstancia de este edificio. A falta de este recurso, solo citaré a V. un ejemplar, que no dejará de serlo, y puede bastar el ejemplo.
En un vínculo fundado en 1548, se trata de una panera, y esta panera, aunque indicando en su exterior su antigüedad, está en lo interior tan entera y firme como el primer día. Jamás en ella se han hecho otras reparaciones que las del retejo. Los edificios de piedra de su tiempo han perecido todos; y éste, después de dos centurias y media, no sólo promete durar por las piedras, sino también por los siglos. Ahora, bien, ya se considere por sí sola la forma de este edificio, ya se compare con su destino, se hallará que supone la reunión de muchos conocimientos.
Supóngase primero que su primer objeto es la preservación de los granos, frutos y comestibles, y que su mayor enemigo es un país donde lleve todos los meses del año, es la humedad. Era imposible preservarlos mejor que un edificio colgado, por decirlo así, en el aire, que no toca á la tierra sino por medio de sus cuatro pies, de tal manera dispuestos, que ni tengan comunicación alguna con el interior, ni tampoco puedan recibir la humedad ni del cielo ni de la tierra, ni del aire. Además, estando ventilado en todos los sentidos, esto es, en lo alto, en lo bajo y a todos cuatro vientos, es claro que jamás puede entrar en ellos corrupción alguna derivada de aquel principio. Otro enemigo grande de los frutos, son, ya los ratones, ya los insectos. A los primeros es inaccesible, porque la mesa de la subidoria dista bastante tenovia, para que no puedan saltar á ella, y la protectora horizontal de las presas que cubren los pegollos hace insuperable lo alto del edificio. En cuanto a los insectos, ya se ve que, libre del grado de humedad y calor que son necesarios para su generación, no pueden nacer en ellos.
Así se ve que jamás se pierden por corrupción los frutos conservados en el hórreo, ni tampoco los entra el gorgojo, a no ser que haya el descuido de introducir los granos húmedos o infestados. ¿Atribuiremos el origen de nuestros hórreos á los romanos? No sé que diga; pero me inclino á que sean más antiguos. La necesidad, madre de todas las artes, debió mover estos pueblos a buscar algún modo de preservar la materia de su subsistencia, cualquiera que ella fuese; y la experiencia les haría conocer que sólo lo podrían conservar en un edificio suspenso en el aire. Los primeros hórreos pudieron reducirse á cuatro pequeños troncos levantados perpendicularmente; otros cuatro mas largos colocados horizontalmente sobre ellos. ¿Qué importa que hoy los hallemos tan perfeccionados y pulidos? La primera ruda cabaña, ¿no contiene ya los tipos primitivos de la maravilla del Escorial? - Manuscritos - Jovellanos.
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Medicina doméstica
Las circunstancias sobrenaturales que concurren en el nacimiento del Saludador, los signos exteriores de su predestinación, y el hondo convencimiento en el vulgo de que ella existe, prepara evidentemente los ánimos de los pacientes que han de ser después curados de dolores agudos con remedios tan naturales como la leche de mujer, calmante de excelencia reconocida, y la orina del recién nacido, astringente muy recomendable. Bajo este punto de vista, ¿qué sois vosotros más que saludadores, con superiores conocimientos á los del vulgo, por supuesto? También os rodeáis de todo el aparato y culto externo que pueda presentaros con mayor prestigio para ejercer cierta sugestión sobre el que busca ansioso la salud en vuestro saber. El abusivo empleo del lenguaje técnico, que resulta jerigonza para los profanos, y el simulado mirar grave y reflexivo mientras tomáis el pulso, como si penetrarais hasta lo más íntimo de nuestro ser y estuvieseis ya en posesión de la causa cierta de la falta de normalidad en nuestra vida, cuando realmente un mar de dudas os ciega la inteligencia, y acaso solo veis con los ojos de la carne los síntomas externos del mal, de igual modo que cualquier mortal pudiera verlos. ¡Cuánto no influye en la confianza que nos inspiráis a veces el tradicional anillo con que adornáis vuestra bienhechora mano los Doctores por autónomanía! Los vívidos reflejos que irradia el brillante engastado en el aro del anillo, son como las titilaciones de la estrella de nuestra esperanza en la oscura noche del padecer; son algo así como el quid divinum del Saludador. No te ofenda, amigo mío, este escepticismo mío en cuanto se refiere á la ciencia que practicas con tanta fortuna; yo sé que vosotros mismos, los médicos, como los augures, os sonreís maliciosamente cuando os encontráis uno con otro. Termino, amigo Eladio, felicitándote muy de veras por tu obra, mas literaria que científica, aún a pesar tuyo. Cuando leí los hermosos idilios El Alicornio y El niño en la playa, no pude menos de recordar en tí a aquél estudiante de medicina de la universidad vallisoletana, compañero mío de correrías y aventuras, que mostraba las primicias de su exuberante imaginación en la prensa local. Desde entonces hasta ahora, tus aficiones al periodismo fueron constantes, y tu alma de poeta ha visto siempre lo ideal aún a través de la triste realidad de la anatomía y de la clínica. Seguiste la carrera con aprovechamiento, envidiado por tus compañeros de estudios; pero el corazón para tí siempre ha sido más que una víscera, aquella avecilla ideal de los poetas, y de la cual cantó Augusto Ferran:
Tener preso el corazón
como un pájaro en su cárcel,
porque si a escaparse llega
volará hasta que se canse:
cuando de volar se canse,
traerá caídas las alas……
¡El corazón vuela siempre
en alas de la esperanza!
Juan Menéndez Pidal. 31 de Agosto de 1891.-
Errores Populares. Eladio G. Jove.
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