Malatería (Valle de Ardisana)

Textos:
-Malatos.
-Coscoritos.
-Cuentos del mio llugar.
-El hórreo. Jovellanos.
-Medicina doméstica.



Malatería. Lugar y parroquia del mismo nombre (Llanes). Puesta bajo la advocación de Santa María Magdalena, se localiza en la zona interior del concejo, tiene una extensión de 1,32 km cuadrados y comprende únicamente el lugar de La Malatería. Este se ubica  al pie de un pequeño cerro o cueto, en su cara sur, a una altitud de 180 m y delimitado al oriente por el río Las Cabras. Al sur la flanquea la sierra de Hibeo. Una carretera la enlaza con Puentenuevo. Su población es de 61 habitantes. Su nombre se debe a la existencia  en siglos pasados  de una malatería u hospital para el cuidado de leprosos o malatos, en torno a la cual nacería el pueblo.  Hay todavía una fuente llamada de los Malatos, que era utilizada con fines terapeúticos

Malatos
En el siglo XII, se estableció en el Cañamal, a 4 kms, de Llanes en dirección Oeste, en términos de la actual parroquia de San Roque del Acebal, una Malatería, u Hospital de leprosos.  Esta del Cañamal, figura con el número cuatro de los establecimientos en Asturias. Todavía queda hoy algún paredón medio derruido del hospital de San Lázaro del Cañamal. Cuando venían apestados de otros lugares, no acudían por el camino real, sino por el “sendero de los malatos” También usaban una fuente, “la de los malatos”, de la que se servían para beber y hacer sus curas. Los siglos XIII y XVIII había en Asturias treinta malatearías distribuídas por toda su geografía. Veinticuatro de esos hospitales aparecen ya documentados  en el siglo XIII. Curiosas y muy rígidas debieron de ser las Ordenanzas por las que se regían estas malaterías, probablemente las mismas ordenanzas que regían en Europa para las mismas circunstancias. Los internados seguían un régimen de vida conventual, y las disposiciones relativas al aislamiento para evitar la propagación del mal fueron muy estrictas. Las Ordenanzas municipales de Oviedo del año 1274 son un claro testimonio  de severidad en este sentido. Llega a castigarse con la muerte a los malatos que reincidiesen  en la infracción de las prevenciones sanitarias establecidas. El fantasma desea terrible enfermedad, incurable entonces, la lepra, estimula a las gentes sanas para coadyuvar a mantener  a los malatos aislados, y comienzan las donaciones de los poderosos  a los enfermos. Las maltearías tuvieron, pues, sus posesiones y bienes propios. A finales del s. XVIII, coincidiendo con un notable descenso de la enfermedad, los bienes de las malaterías son incautados en favor del Real Hospicio de Oviedo. La “Malatería del Cañamal”, una de las más antiguas de Asturias, deja de existir a principios del s.  XVI coincidiendo  este tiempo con la fundación de la “Malatería de Santa Magdalena” en Ardisana, que llegó hasta finales del siglo XVIII. Es de notar que los acogidos a las malaterías llancas , eran enfermos  de la lepra contagiosa, y no de esta otra lepra no contagiosa que se llamó “lepra asturiense” y también el “mal de la rosa”, que era pelagra, es decir, un tipo de avitaminosis.  Otra Malatería muy importante fue la de Vallobal, llamada “Real Hospital de San Lázaro de Vallobal” En ella se recogían los enfermos de Piloña y también algunos de Parres y de Colunga. Tiene tal hospital acreditados más de 500 años de servicios: desde 1226 hasta 1776. Existe mucha documentación de los siglos XIII y XIV, así como de los siglos XVII y XVIII, referente a esta malquería, que consiste en documentos de donación de las gentes en favor del Hospital, especialmente  de la que hacían “ para entrar por malato”, La renta mínima  pedida para el ingreso  era de un copín  de pan anual, que, aunque se hacía “a perpetuidad”, en la práctica sólo quedaba  para siempre en la malatería en el caso  de que el enfermo  falleciese en ella. Algunos enfermos curaban y volvían a sus casas; y otros fallecían en el Hospital. Los malatos de Vallobal no salían  corrientemente a mendigar. Sólo en los casos en que los alimentos  escaseasen salían a pedir con su lámpara y su campanilla. En tales casos  de escasez, los vecinos de Vallobal  los socorrían  en lo que podían, y también, cuando no tenían habitaciones bastantes, los recogían en sus propias casas. Quedan como reliquias de aquel Real Hospital de San Lázaro las noticias siguientes:  Después de desaparecer la Malatería, seguían colgadas de las ramas de los árboles de los alrededores , en los cruces de los caminos, ya de a pie o de carro, unas capillitas u hornacinas, puestas allí no sé si para que los malatos se detuvieran a rezar, o para que rezasen los caminantes que pasasen por allí. Estas capillas se perdieron  cuando aquellos caminos de carro pasaron a ser carreteras. Cerca de Vallobal existe un pueblo llamado El Mortuorio. Este pueblo nació en lo que era tan sólo una casa adonde los enfermos de la Malatería que estaban en muy  mal estado, y los traían a morir en ella, y que se llamaba así.  A poca distancias de la iglesia de Vallobal, hay  una pequeña finca que se llama “ El huerto de los malatos” y también hay cerca un “Prado de San Lázaro”. Existe asimismo una huerta que se llama “Las Casillas” porque en ella aparecieron  los cimientos de una especie de celdas o corripas en que,  según cuenta la leyenda, vivían algunos de los enfermos a los que era necesario encerrar  por alguna deficiencia mental, o porque  querían huir del Hospital. Junto a la donación de bienes por parte de los poderosos  en favor de los malatos,  hay  que destacar  la ayuda de los reyes, que siempre tuvieron. Véase por ejemplo, un Privilegio  que en el año 1376 concedió Enrique II en favor de los malatos de Cabruñana. El Privilegio existe en el Archivo General de Simancas, y también existe la confirmación del mismo por los Reyes Católicos, por Juan I y por Juan II.  Mª Josefa Canellada.  Folklore de Asturias.
Coscoritos
Cuando vien la primavera Con sos lladralaos de flores Todo recude primores De la mió casa á la vera.
Sin mancase ´n ´os  espitos Parlló lo que hay que parlar El regatu al sobarriar  Jaciendo mil gorgoritos.
Volan entre los vergeles  Las enjarinadas capas
Lixegas, listas y guspas Agoliendo los claveles. Y más dichosos que nos, Pintadinos de colores,
Depicuan en so las flores Lor corderinos de Dios.

Coscoritos
N´ el chopu qu´en la corrada Espurre sos llargos gaxos, S´esmengan los cocaraxos  Apegaos a la ramada. Si las gallinas ruidoras Escabazan las moñicas Destápanse las borricas De las negras batallaron. Al pié de los catasoles Toman el sol las llimiazas Y pe las verdiosas jazas Pásianse los caracoles.  Entre los pingos parlleros De los frondios manzanales Anéanse los niales De los guapinos xilgueros.

Coscoritos 
Trabayan las arandinas  En las ripias so nial O se posan n´el varal  A cuntase sos cosinas. Si á cuchar va d´algún mozu Y topa la so cortexa Apreta l´untada exa  Y el carru ganta de gozu. Nada, en fin, aquí asosiega, Todo tien maju cantar Igual cuando hay que cuchar Que cuando l´ herba se siega. Por eso cuando me diz D´algún sos goces del mundiu, 
Pensando ´n esti rebundiu Digo pa mí : ¡qué infeliz!
A teya vana.- Angel de la Moría. 

Cuentos del mió llugar
Era la tia Tacaña Metida en so llagaña.  La muyer más ensucha y espurría Que p´el Conceyu había; 
Y diz d´ella además la tía Pamplina, Qu´era la probetina,  Llarga como meruca, Y más enriadora y paliquera  Que mozu que va dir á la costera. Sos güeyos  eran chicos, Y paecían peleyos  de jollicos; Narices descarniadas y salientes,  Orejas que ´n xamás vieron pendientes; La boca con un diente como un puñu
Cuentos del mió llugar 
Mas llargu que la punta del Goruñu; Los papos amixaos y la barbina  Talmente como ´l rabu la sardina, Y tan arrugadín tenía el peleyu Que más qu´una muyer paecía un celpeyu.  Cuentan d´ella las xentes, Que tienen más de lluenga que de dientes  Y en parlar lo excusa nunca están jartas, Qu´ era un prodixu  par´echar las cartas. Y cuntan además, del bien en mengua, Sin mordese la llengua, Que ´n la noche del sábadu, á la hora  En que ´l cárabu llora; Cuando canta la güeste: “Andar de día Porque la noche e
Cuentos del mió llugar 
mía”,  Y la nuetova sube al campanariu  Mientras durme y descansa el vecindariu:  A media noche en fin, en faldereta Dexaba la Tacaña la porreta,
Baxaba calladín á la cocina, Sacaba de una arquina Dos ó tres ajumaos pucherinos, Que paecían de amorar los rapacinos, Llenos de un untu negru milagrosu Capaz d´hacer volar á cualquier osu:  Untabas con elli los sos ripios,  Guardando de seguida los cacipios:  Y depués que se daba guena soba  Montabase ´n la escoba. Rezaba no sé qué muy al escuhu, Y, espurriéndose muchu,
Cuentos del mió llugar 
Emputaba pa ´l llau la clamillera Y volaba a los campos de Cubera. Cachano era un mocín de veni y picu Que nunca había teníu  el sarapicu,  Y por no dar la talla Llibróse de ser carne de metralla:  Pero, aunque  era ruin, no era mal bichu, Que, como diz el dichu,  Lo que no to de llargu Tráyolo al rededior, más sin embargu,  Débese de dicir, aunque d´oficiu, Que no se i conocíó nunca otru viciu Mas que ´l gustai de sobra las rapazas, Y, anqu´estaba empachau de calabazas,  Tratándose de mozas, sin cautelas, Era un cortexador de siete suelas.
Cuentos del mió llugar
No se como demongrios ni en qué maña Consiguó un pocu tiempu la Tacaña Dase á querer del mozu Qu´estaba reventando d´alborozu;  Porque Cachano por razones ovias, No se paraba en pintas con las novias. Elli era un probetón, un mamabeya  Y, anque l´otra era bruxa y á más vieya, Sin otru paecer que más la abone, Era muyer y al fin….¡Dios me
perdone! Como diz la copla, El diañu  ¡pa él mal añu! vien y sopla. Viólu tan güeyador  y tan asina La pícara bruxina, Que, barruntando en él guen embelesu. Entamói á parllar  del so Congresu, Y en cuatro pallabrines bixorderas Prometiói el llevalu á sos costeras, Quedándose el mocín en unas ascuas

Cuentos del mió llugar
Más gozosu y contentu que unas pascuas. La noche que dejaren convenida Espuraba Cachano la partida En ca´de la Tacaña mas contentu Que gatu miagador después d´ advientu.  Vaxó  aquel á las doce, muy ensucha;  Sacó con desimulu de la jucha Los pucheros del untu mazacote:  Untárense los dos hasta el cogote, Amóntanse ´n  l´escoba de rabea, ¡Sus! dicen al cruciar la chimenea, Y cantando á la una:  Dios delantre  Y san Cristobal xigantre. Sin pisar e camín, arre que arre, Llegaren en un credo al aquelarre Que ya estaba runiu en la pradeira De los famosos campos de Cubera. Era pocu después de media noche, Cuando  sintieren que llegaba un coche,  Y en el venía asentau  Un demoñu  más grande qu´un pecau, 
Cuentos del mió llugar
A quien reciben con amor las brujas,  Que todas eran guxas Menos el bruxu lleu, Qu´al velu se quedo muertu de mieu, Y el habese metiu alli i pesaba Por más que la Tacaña lu animaba.  Todas van á adorar aquel retablo Del grandísimu diablu,  Y á Cachano no i val estar remisu Que ya tien afianzau el compromisu.  Ve que todas el rabu i allevantan, Y un besu ¡puff! n´aquel llugar estampa;  Pero elli al ver aquel para de jollicos, No queriendo emporcase los jocicos, Y como el yo quiero allí no i valga,  Clavoi un anfiler en una ñalga.  ¡Huy!, dixo  ´l diañu  al sentí ´l  celiciu, Que duras tien las barbas el noviciu,
Cuentos del mió llugar
Pero no i  descubrió  la maturranga  Que si no i mete ´l brazu pe la manga.   Depués d´esto siguió l´Ayuntamientu En cosas que par´ él no hacían al cuentu,  Y cansau y aburriu de tanta soba  Jó á buscar la so escoba. Mas, por coxer la suya de la villa, Coxó la d´una bruxa de Sevilla. Y, en mientras discutaban sos vecinas, Sentóse á depicuar so unas peñinas Qu´ estaban n´un coteru, Y quedóse durmíu  com´un maderu, Dexando co´el palique á un par de vieyas Que á Cahano llamaban econ dos teyas.
Cuando ¡sus! dixo ´l rey, toda la xente Corrió á coger so escoba delixente, Y, amontándose al par n´abarrendera, Dexaren los desiertos de cubera.  Mas Cachano, qu´estaba sin dar güelta, Durmiendo a pierna suelta,  leyenda
Cuentos del mió llugar
Sin saber como jué ni en que manera, Salió de la pradeira, Y, durmiu  como un cantu, Amaneció en Sevilla por encantu. A co casa golvió después de muchu Mas flaca qu´un serruchu El que por creer en bruxas casquivanas Pasó d´algunas noches toleradas.
Y, doliéndoy n´el alma sos excesos, De Sevilla una palma traxo en seña Qu´a tou el mundiu enseña Triste y desconsolau  Por creer que hizo patu co ´l  pecau. Y, pa volver al seno de l´ Iglesia, Dolor que no se cura con manesia, Jezo más penitencias y más velas  Qu´un par de perceguías tien trachuelas, Pudiendo, al fin, vivir en santa calma Con paz n´el corazón  y fe n´el alma.  Esto e del sucedíu la retahíla Según me lo cantaren n´una jila.  Mas yo, qu´esto de bruxas  se qu´ e trola,  Quise saber l´origen de la bola, Y vini al fin del cuentu averiguando  Que tou lo que pasó, pasó soñando.  Á Teya Vana.-  Vesos en bable llanisco. Angel de la Moría. 


El Hórreo
Edificio que no conozco sino en Asturias. Su nombre es, sin duda, de origen latino, y de la raíz horrerum, y lo son también los de muchas de sus partes. Pegollos se llaman las columnas ó pies derechos sobre que se levanta este edificio. ¿No vendrá este nombre de Pegulus ó Pediculus? Las grandes vigas que se apoyan sobre estos pies se llaman trabes, como en latín, y las viguetas que cubren sus paredes de tabla, liños, de lignum. Lo mismo se puede decir de los gatos, aguileñas y otros nombres del mismo origen. No me atrevo á referir á el de las colodras, ó tablas, que forman sus paredes, aunque sin gran violencia  se podría derivar de la raíz columna, y leyenda menos, del nombre de tenovia, que es la tabla que sirve de meseta para llegar a su puerta. 
Pero veamos si todo esto basta para atribuirle a origen romano. La duda que siempre he tenido acerca de ello nace de una singularidad de este  edificio, y es que no entra el hierro en su construcción. ¿Querrá  esto decir que sus inventores no hacían aún uso del hierro? ¿A qué antigüedad no llegaría entonces su origen, pues de todos los pueblos que, según la Historia, vinieron a España, se sabe que le conocían y usaban? Lo más singular es, que la forma de este edificio, supone grandes progresos en las artes, ya sea en los que le inventaron, ó en los que le perfeccionaron. Diremos algo acerca de él, para que se conozca que no adivinamos. Los pegollos son de forma piramidal, esto es, cada uno es una pirámide de cuatro frentes, cortada en su cúspide, de gran diámetro en su base, que disminuye rápidamente, formando por lo común, un ángulo de …. grados. Estas pirámides son por lo común  de piedra labrada a picón y escuadra, de una sola pieza, y alguna vez de madera, pero su forma  siempre la misma, y es precisamente la que puede dar mas solidez al edificio; pues que supuesto su buen nivel, lejos de ceder a peso que las aguas que caigan encima, deben verter rápidamente á las orillas.  Sobre cada una de estas presas se colocan unos trozos cuadrados de piedra, ó de madera,  de tres á cuatro pulgadas de grueso, y un … (á que creo llaman toca), cuyo  uso es recibir  las trabes, puesto que acabando aquéllas en punta, no podrían descansar bien en ellas. Sirven también para preservar los trabes de cualesquiera humedad que pudiera conservar la piedra de las presas, y hacen ver  hasta que extremo  se llevó la perfección de este punto.  Sobre estas tocas se colocan los cuatro trabes, cuyas cabezas se empalman una con otra por medio de dos grandes muescas abiertas  hasta la mitad, de forma que quedan todas á un mismo nivel.  A lo largo de estos cuatro trabes se levantan perpendicularmente las colodras. Llamase así unas fuertes tablas de castaño, bien labradas, las cuales tienen arriba y abajo su grande espigón  para introducirse en las trabes y en los  liños, y al lado, alternativamente, su canal ó muesca, y su espiga corrida  para ensamblarse  una en otra y formar las paredes del hórreo.  Recibidas y cubiertas estas colodras por los liños ó viguetas  superiores, se enlazan éstas y asegura  todo el edificio  por medio de otras cuatro, que , siendo curvas, sirven también para formar el umbral, y hacen que todo el peso superior  descanse y cargue sobre los pegollos. Creo  que a estas viguetas llaman gatos, nombre también latino. A éstos se asegura la techumbre, bien defendida con gruesas tablas en lo interior, y prolongada por medio de las que, si no me engaño, llaman aguileñas, no sólo para cubrir el edificio, sino también sus partes más prominentes, cuales son las presas ó cubiertas de los pegollos, la tenovia, o talanquera,  y la escalera por do se sube á ella.  De forma que, divididas las vertientes de esta techumbre a todos cuatro vientos, no sólo defienden de todo de las aguas, sino que las arrojan a alguna distancia y preservan de la humedad todo el suelo adyacente.
Los gatos se traban y enlazan entre sí empalmándose sus cabezas en la cumbre, y sus colas, en los ángulos exteriores de los liños, y las aguileñas que aseguran por medio de pinas ó tornos  de palo, sin que entre nada de hierro en toda la obra, si ya no es en la llave y cerradura, que yo creo de reciente  introducción. 
La razón que para ello tengo, es que hay todavía muchas casas de nuestros labradores sin llave alguna en sus puertas, y sin otra cerradura que una tortuga (ó tarabilla), ó bien un pasador de madera, y aún me acuerdo  de haber visto  en poblado algunas casas humildes  sin otra defensa. Pero la malicia humana  creciendo, ha hecho  necesarias, no digo ya las llaves, sino los gruesos cerrojos y misteriosos candados. A este edificio aislado, y en el aire, se sube por medio de una escalera también aislada, colocada bajo la techumbre hasta la altura suficiente para tomar con algún trabajó á la talanquera, y también para que ninguna especie animal pueda subir á ella. No hay en todo él ventana alguna, ni otra abertura que la puerta y tres ó cuatro respiraderos en una de las colodras que miran al Norte, abiertos perpendicularmente a una y media pulgada uno de otro, y cada uno de los cuales tendrá otro tanto de luz, sobre un pié de altura. El suelo inferior es de gruesos tablones, y su piso ó huello, de tablas bien unidas, aunque ya es común hacerle de buenas losas, porque a serlo los hurtos de grano, hechos taladrándole por debajo. 
Otra de las singularidades de este edificio es su movilidad. Los hórreos no sólo se venden y cambian y  mudan de dueño, sino que se transportan de una parte á otra, y  mudan también de lugar. El que hoy se vio aquí, se ve mañana  a tres, cuatro y más leguas de distancia.  Como en ellos no entra el hierro, mortero ni otra especie alguna de ligazón, se desarman con la mayor presteza y facilidad, y con las mismas se arman, sin que en esta operación pierden cosa alguna sus piezas, ni tampoco  el edifico.  Hé aquí , pues, uno que sería difícil á un jurisconsulto  atinar si pertenece á los muebles o inmuebles, y si es parte del feudo o de sus instrumentos. Otra es la muchedumbre de sus usos, pues el hórreo no  sólo sirve al labrador de granero para conservar sus frutos y semillas, sino también de despensa para sus comestibles, de guapa-ropa para sus vestidos de fiesta, y aún de dormitorio, que reúne  las dos excelentes calidades de seco y abrigado. Sirve además el hórreo de colmenar, colocándose los caxellos,  ó cubos de las colmenas, á lo largo de la tenovia, donde están perfectamente defendidos  del frío, de la humedad y de toda especie de animales. E muchas ocasiones he visto también en los hórreos muy buenos palomares, a cuyo  uso pudo dar lugar otro objeto muy diferente. Dígame V ahora, si conoce sobre la tierra un edificio tan sencillo, tan barato y tan bien ideado; un edificio que sirva a un mismo tiempo de granero, despensa, dormitorio, colmenar y palomar sin  embargo de ser tan pequeño ; un edificio que reúne las mejores cualidades que pueden apetecerse para cada uno de estos usos, y, en fin,  un edificio en que la forma, la materia, la composición, y descomposición, la firmeza, la movilidad, sean tan admirable como sus usos; y entonces me disculpará de que haya empleado  en un objeto tan sencillo,  tantas reflexiones. Y no crea V. que este edificio sea tan poco durable, como al parecer promete la liviandad de la materia. No, señor; antes  se puede decir de él que dura por las piedras. Hórreo hay que, a juzgar por su apariencia exterior, se pudiera atribuir a siglos muy remotos. Por documentos escritos se pudiera determinar la duración de algunos, y acaso entonces, pudiéramos ofrecer un resultado  no menos admirable que las demás circunstancia de este edificio. A falta de este recurso, solo citaré a V. un ejemplar, que no dejará de serlo, y puede bastar el ejemplo. 
En un vínculo fundado en 1548, se trata de una panera, y esta panera, aunque indicando en su exterior su antigüedad, está en lo interior tan entera y firme como el primer día. Jamás en ella se han hecho otras reparaciones que las del retejo. Los edificios de piedra de su tiempo han  perecido todos; y éste, después de dos centurias y media, no sólo promete durar por las piedras, sino también  por los siglos. Ahora, bien, ya se considere por sí sola la forma de este edificio, ya se compare con su destino, se hallará que supone la reunión de muchos conocimientos. 
Supóngase primero que su primer objeto es la preservación de los granos, frutos y comestibles, y que su mayor enemigo  es un país donde lleve todos los meses del año, es la humedad. Era imposible preservarlos mejor  que un edificio colgado, por decirlo así, en el aire, que no toca á la tierra sino por medio de sus cuatro pies,  de tal manera dispuestos, que ni tengan comunicación alguna con el interior, ni tampoco puedan recibir la humedad ni del cielo  ni de la tierra, ni del aire. Además, estando ventilado en todos los sentidos, esto es, en lo alto, en lo bajo y a todos cuatro vientos, es claro que jamás puede entrar en ellos corrupción alguna derivada de aquel principio.  Otro enemigo grande de los frutos, son, ya los ratones, ya los insectos. A los primeros es inaccesible, porque la mesa de la subidoria dista bastante tenovia, para que no puedan saltar á ella, y la protectora horizontal de las presas que cubren los pegollos  hace insuperable  lo alto del edificio. En cuanto a los insectos,  ya se ve que, libre del grado de humedad y calor que son necesarios para su generación, no pueden nacer  en ellos. 
 Así se ve que jamás se pierden por corrupción los frutos conservados en el hórreo, ni tampoco los entra el gorgojo, a no ser que haya el descuido de introducir los granos húmedos o infestados. ¿Atribuiremos el origen de nuestros hórreos á los romanos? No sé que diga; pero me inclino á que sean más antiguos.  La necesidad, madre de todas las artes, debió mover estos pueblos a buscar algún modo de preservar la materia de su subsistencia, cualquiera que ella fuese; y la experiencia les haría conocer que sólo lo podrían conservar en un edificio suspenso en el aire.  Los primeros hórreos pudieron reducirse á cuatro pequeños troncos levantados perpendicularmente; otros cuatro mas largos colocados horizontalmente sobre ellos.  ¿Qué importa que hoy los hallemos tan  perfeccionados y pulidos? La primera ruda cabaña, ¿no contiene ya los tipos primitivos de la maravilla del  Escorial? - Manuscritos - Jovellanos. 

Medicina doméstica 
Las circunstancias sobrenaturales que concurren en el nacimiento del Saludador, los signos exteriores  de su predestinación, y el hondo convencimiento en el vulgo de que ella existe, prepara evidentemente los ánimos de los pacientes que han de ser después curados de dolores agudos con remedios tan naturales como la leche de mujer, calmante de excelencia reconocida, y la orina del recién nacido, astringente muy recomendable. Bajo este punto de vista,  ¿qué sois vosotros más que saludadores, con superiores conocimientos á los del vulgo, por supuesto?  También os rodeáis  de todo el aparato y culto externo que pueda presentaros con mayor prestigio  para ejercer cierta sugestión sobre el que busca ansioso la salud en vuestro saber.  El abusivo empleo del lenguaje técnico, que resulta jerigonza  para los profanos, y el simulado mirar grave y reflexivo  mientras tomáis el pulso, como si penetrarais  hasta lo más íntimo de nuestro ser  y estuvieseis  ya en posesión de la causa cierta de la falta de normalidad en nuestra vida,  cuando realmente  un mar de dudas  os ciega la inteligencia, y acaso solo  veis con los ojos de la carne los síntomas externos del mal, de igual modo  que cualquier mortal pudiera verlos.  ¡Cuánto  no influye en la confianza  que nos inspiráis a veces el tradicional anillo con que adornáis vuestra bienhechora mano los Doctores por autónomanía! Los vívidos reflejos que irradia el brillante engastado en el aro del anillo, son  como las titilaciones de la estrella de nuestra esperanza en la oscura noche del padecer; son algo así como el quid divinum del Saludador.  No te ofenda, amigo mío,  este escepticismo mío en cuanto se refiere á la ciencia que practicas con tanta fortuna; yo sé que  vosotros mismos, los médicos, como los augures, os sonreís maliciosamente cuando os encontráis uno con otro. Termino, amigo Eladio, felicitándote muy de veras por tu obra, mas literaria que científica, aún a pesar tuyo. Cuando leí los hermosos idilios  El Alicornio y El niño en la playa, no pude menos de recordar en tí a aquél estudiante de medicina de la universidad vallisoletana,  compañero mío  de correrías  y aventuras, que  mostraba las primicias de su exuberante imaginación en la prensa local. Desde entonces hasta ahora, tus aficiones al periodismo  fueron constantes, y tu alma de poeta ha visto siempre lo ideal aún a través de la triste realidad de la anatomía y de la clínica.  Seguiste la carrera con aprovechamiento, envidiado por tus compañeros de estudios; pero el corazón para tí siempre ha sido más que una víscera, aquella avecilla ideal de los poetas, y de la cual cantó Augusto Ferran: 
 Tener preso el corazón 
como un pájaro en su cárcel, 
porque si a escaparse llega
volará hasta que se canse:
cuando de volar se canse, 
traerá caídas las alas……
¡El corazón vuela siempre 
en alas de la esperanza!
Juan Menéndez Pidal. 31 de Agosto de 1891.-
Errores Populares. Eladio G. Jove. 















       











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