Romerías de Asturias
Dejemos, pues, a los pueblos frugales y laboriosos sus costumbres, por rudas que nos parezcan, y creamos que la nobleza del carácter en que tienen su origen merece por lo menos esta justa condescendencia. Pero las danzas de las asturianas ofrecen ciertamente un objeto , si no más raro, a lo menos más agradable y menos fiero que las que acabamos de describir. Su poesía se reduce a un solo cuarteto o copla de ocho sílabas, alternado con un largo estrambote, o sea estribillo, en el mismo género de verso, que se repite a ciertas y determinadas pausas. Del primer verso de este estrambote que empieza Hay un galán de esta villa, vino el nombre con que se distinguen estas danzas. El objeto de esta poesía es ordinariamente el amor, o cosa que diga relación a él.Tal vez se mezclan algunas sátiras o invectivas, pero casi siempre alusivas a la misma pasión, pues ya la presunción de alguna doncella, ya el lujo de unos, ya la nimia confianza de otros, y cosas semejantes. En una de estas romerías a que concurrió cierto amigo mío, se había presentado una fea que, entre otros adornos, llevaba una redecilla muy galana y de color muy sobresaliente. Al instante fue notada por las mozas, que le pegaron esta banderilla:
Quítate la rede negra
y ponte la colorada,
para que llucia la rede
lo que non llú la to cara.
En otra romería corrían muchos rumores acerca del susto que deba a un recién casado el galeno que con su mujer traía cierto caballerete de la quintana. El novio, que por la cuenta era espantadizo, andaba un poco cabizbajo con esta sospecha. Se hizo público su cuidado, y al punto mis trovadoras soltaron su vena, y le consolaron con esta copla:
El que tien la muyer guapa
cabo cas de los señores,
mas trabayo tien con ella
que en cabar y fer borrones.
Era yo bien niño cuando el ilustrísimo señor don Julio Manrique de Lara, obispo entonces de Oviedo, se hallaba en su deliciosa quinta de Contrueces, inmediata a Gijón, el día de San Miguel. Celebrase allí aquel día una famosa romería, y las mozas, como para festejar a su ilustrísima, formaron una danza debajo de los mismos balcones de palacio. El buen prelado, que estaba en conversación con sus amigos, cansado del guirigay y la bulla de las cantiñas, dio orden para que hicieran retirar de allí las danzas: sus capellanes fueron ejecutores del decreto, que se obedeció al punto; pero las mozas, mudando de sitio, bien que no tanto que no pudiesen ser oídas, armaron de nuevo su danza, cantando y decantando esta nueva letra, que su ilustrísima celebró y oyó con gusto desde su balcón gran parte de la tarde:
El señor obispo manda
que s´acaben los cantares;
primero s´an d´acabar
obispos y capellanes.
Antología de Jovellanos. Edición Teresa Caso.-
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