Candamo -Grullos

Textos:
-Pan y toros. Jovellanos.
-A un supersticioso. Jovellanos.

Candamo: Tiene una población de 2.108 habitantes, su capital es la villa de Grullos, y las localidades mas pobladas del concejo son: San Roman, Cuero, Ventosa y su capital Grullos. Limita al este con Las Reguera,s al sur con Grado, al norte co Illas, Castrillón y Soto del Barco, y al oeste con Pravia y Salas. Este concejo destaca tanto por su caverna de la Peña como por su huerta.  Candado y en especial las márgenes de río Nalón, son una gran riqueza de yacimientos del Paleolítico. Un yacimiento excepcional es la cueva de la Peña de Candado, descubierta en 1913, es él más importante conjunto de arte rupestre del Paleolítico y el que está más al occidente. Del Neolítico también hay restos tubulares en la zona de Ventosa o de Valedora.  De la época castreña, destacan tres emplazamientos : El Castillo en Prahúa, La Pica en Murias y el Castiello en San Tirso. El principal curso fluvial es el Nalón, ya en su curso bajo y sus afluentes : El Dele, el Reguirón, y el Valle.Su paisaje montañés, está marcado por especies foráneas: .eucaliptos, pinos, y otras especies que fueron con las que se repobló el concejo. En el fondo de los valles, su vegetación mantiene una rica variedad: fresnos, olmos, chopo, sauces. 

Pan y Toros
Todas las naciones del mundo, siguiendo los pasos de la naturaleza, han sido en su niñez débiles, en su pubertad ignorantes, en su juventud guerreras, en su virilidad filosóficas, en su vejez legistas, y en su decrepitud supersticiosas y tiranas. Ninguna en sus principios ha evitado el ser presa de otra mas fuerte: ninguna ha dejado de aprender de los mismos bárbaros que la han invadido: ninguna se ha descuidado de tomar las armas en defensa de su libertad, cuando ha llegado a poderla conocer: ninguna ha omitido el cultivo de las ciencias, apenas se ha visto libre: ninguna ha escapado de la manía legisladora universal si se ha considerado científica: y ninguna ha evitado la superstición luego que ha tenido muchas leyes. Estas verdades, comprobadas por la historia de todos los siglos, y algunos libros que habían llegado a mis manos escritos sin duda por los enemigos de nuestras glorias, me habían hecho creer que nuestra España estaba ya muy próxima a los horrores del sepulcro: pero mi venida a Madrid, sacándome felizmente de la equivocación en que vivía, me ha hecho ver en ella el espectáculo mas asombroso que se ha presentado en el universo, a saber: todos los períodos de la vida racional á un mismo tiempo en el mas alto grado de perfección. Han ofrecido á mi vista una España niña y débil, sin población, sin industria, sin riqueza, sin espíritu patriótico, y aun sin gobierno conocido; unos campos yermos sin cultivo: unos hombres sucios y desaplicados: unos pueblos miserables, y sumergidos en sus ruinas: unos ciudadanos meros inquilinos de su ciudad, y una Constitución, que mas bien puede llamarse  un batiborrillo confuso de toda las constituciones. Me ha presentado una España muchacha, sin instrucción y sin conocimientos: un vulgo bestial: una nobleza que hace gala de la ignorancia : unas escuelas sin principios: unas universidades fieles depositarias de las preocupaciones de los siglos bárbaros: unos doctores del siglo X; y unos premios destinados á los súbditos del emperador Justiniano y del papa Gregorio IX. Me ha ofrecido una España joven, y al parecer llena de un espíritu marcial de fuego y fortaleza: un cuerpo de oficiales generales para mandar todos los ejércitos del mundo, y que si a proporción tuviera soldados, pudiera conquistar todas las regiones del universo:  una multitud de regimientos, que aunque faltos de gentes, están aguerridos a las fatigas militares de rizarse el cabello, blanquear con harina el uniforme, arreglar los pasos al compas de las contradanzas, gastar pólvora  en salvas en las praderas, y servir á  la opresión de sus mismos conciudadanos: una marina pertrechada de costosos navíos, que si no pueden salir del puerto por falta de marineros, á lo menos pueden surtir al Oriente de grandes y finísimas pieles de ratas de que abundan; unas fortificaciones, que hasta en los jardines de recreo horrorizan a los mismos patricios que las consideran como mausoleos de la libertad civil; u unas orquestas básicas capaces de afeminar a los más rígidos espartanos. Me ha mostrado una España viril, sábia, religiosa, y profesora de todas las ciencias.  La ciudad metrópoli tiene mas templos que casas, mas sacerdotes que seglares, y mas aras que cocinas. Hasta en los sucios portales, hasta en las infames tabernas, se ven retablillos de papel, pepitorias de cera, piletas de agua bendita, y lámparas religiosas. No se da paso que no se encuentre una cofradía, una procesión ó un rosario cantado; por todas partes resuenan los chillidos de los capones, los rebuznos de los sochantes, y la algarabía sagrada de los músicos, entreteniendo las almas devotas con villancicos, gozos y aprietas de una composición tan seria, y unos conceptos tan elevados, que sin nadie entenderlos hacen reír a todos. Hasta los más recónditos y venerables misterios de la religión se cantan por los ciegos a las puertas de los bodegones al agradable y majestuoso compás de la guitarra. No hay un esquinazo que no se empapele con noticias de novenarios, ni en que dejan de venderse  relaciones de milagros tan creíbles como las transformaciones de Ovidio. Las ciencias sagradas, aquellas divinas ciencias, cuyo cultivo hizo sudar a los padres de la Iglesia, se han hecho tan familiares, que apenas hay ordenadillo desbaratado que no se encarame a enseñarlas desde la cátedra del Espíritu Santo. El delicadísimo ministerio de la predicación, que por particular privilegio se permitió á un Pantero, á un Clemente Alejandrino, á un Orígenes, hoy es permitido á un invicto epíscopo, á cualquiera frailezuelo  que lo toma por oficio mercenario.  Las escrituras santas, los incorruptibles cimientos de la religión, son manoseados por simples gramáticos, que cada día nos las dan en castellano de una manera tan nueva que no las conoce la madre que las parió.  Las lenguas extranjeras se aprenden cuando se ignora la lengua patria, y por los libros franceses se traducen los escritos de los hebreos. La filosofía se ha simplificado con las artificiosas abstracciones de Aristóteles, y descargándola de la pesada observación de la naturaleza, se le ha hecho esclava del ergo y del sofisma. La mora, que fué la formación de los Platones, los Sócrates, los Demóstenes, los Cicerones, los Plutarcos y los Sénecas, solo sirve entre nosotros á tinturar levemente á los que dejando de ser filósofos , se han de meter a procesistas, y llegan a legisladores. El derecho natural se reputa por inútil y aun nocivo. El derecho patrio  se estudia por la legislación de una nación que ya no existe.  La poesía es despreciada como una expresión de locura, y la oratoria como pasatiempo de la ociosidad. Nuestros predicadores y nuestros abogados  han descubierto 

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el inestimable tesoro de ser letrados sin cultivar las letras, y vender caras las mas insulsas arengas y pajosos informes. Las obras con que cada día nos enriquecen los sabios, sin duda nos harán notables en los siglos venideros. Sus sermonarios y sus papeles en derecho servirán de envoltorio de pimienta y especias, y no dejarán de ser útiles á los cartoncistas y boticarios. El venerable nombre de teólogo apenas se conocía en la antigüedad,  hasta que las largas vigilias, continuadas tareas y profundas meditaciones  habían blanqueado  el cabello y arrugado el rostro; pero en el dia se logra aun sin apuntar la barba, y aun sin mas trabajo que arrastrar  bayetas seis o siete años  en su universidad, y haber ejercitado el pulmón en disputas pueriles sobre bagatelas despreciables.  Un jurisperito creía Atenas que no se formaba sin el socorro de todas las ciencias, sin el perfecto conocimiento del corazón humano, y sin la observación infatigable de la ley eterna; y un jurisperito lo ve España formado en unos miserables principios de lógica, con un superficial estudio del Binio, y con unos cuantos años  de instrucción en los errores forenses, y en las iniquidades de los pleitos.  En la medicina no tenemos que envidiar a ninguno; tenemos quien nos sangre, nos purgue y nos mate tan perfectamente como los mejores verdugos del universo. La riqueza de nuestros boticarios es una prueba de la sabiduría de nuestros médicos, y  de su propensión al arte jaropístico, y á la ciencia recetaria y curandera.  Las matemáticas las estudiamos poco, porque sirven para poco, y reduciendo  á demostración todas sus proposiciones, no dejan campo al entendimiento sublime para hacer lo blanco negro y lo negro blanco con la admirable fuerza de un argumento.  El comercio,  que los extranjeros ponderan, con razón, como cual de las riquezas de un estado, tiene sus principios; pero nosotros no necesitamos quebrarnos la cabeza en aprenderlos, pues les basta á nuestros mercaderes saber que lo que vale cuatro deben venderlo por seis, y prestar dinero sobre prenda pretoria al seis por ciento cada mes, y esto aun los mas religiosos y justificados en el concepto de sus antagonista.  La física es la ciencia que siempre ha traído vicios de hechicería y diablura; y aun que se han establecido algunos laboratorios, todos los hombres de carrera dicen que su estudio es niñería y pasatiempo; y que nunca saldrá de entre los crisoles un tratado , ó cosa semejante para la felicidad del mundo.  Me ha mostrado una España vieja y regañona, brotando leyes por todas las coyunturas.  El cuerpo de un maldito derecho, engendrado en el tiempo mas corrompido del imperio romano, para servir a la monarquía más despótica y llena de confusión que han conocido los siglos.  El código de Justiniano concluido de retales y caprichos de los jurisconsultos, y la compilación de Gracián llena de decretales falsas y cánones apócrifos, sacaron á la luz nuestras partidas y abrieron las puertas á las mas ridículas cavilaciones de los leguleyos. Nuestra recopilación, nuestros autos acordados, nuestros modos de enjuiciar, todos toman de aquí su origen. La legislación castellana  reconoce por cuna el siglo mas ignorante y turbulento: siglo  en que la espada y la lanza eran la suprema ley: y en que el hombre que no tenía pujanza  para embarra tres ó cuatro de una estocada, era tenido por infame, villano y casi bestia: siglo en que los obispos mandaban ejércitos, y en vez de ovejas educaban lobos y leopardos; siglo en que los silbidos del pastor estaban convertidos en bramidos de tigre, y en que el chispazo  de una excomunión encendía la voraz hoguera de  una guerra civil y sanguinaria: siglo  en que la moda del derecho feudal traía los vasallos de mano en mano como pelota, é iba introduciendo  entre los hombres la variedad de castas que entre los caballos y perros: siglo 

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en fin, que no se conocía mas derecho que la fuerza, ni mas autoridad que el poder. En esta infeliz cuna se adormeció, y en los reinados mas calamitosos y violentos  anduvo vacilando,  hasta que el gran Felipe II el Escurialense  la sacó de entre pañales, y la puso andaderas, de que jamás saldrá.  Al Gran Felipe debe nuestra legislación la gala despótica de que se halla revestida. Me ha mostrado una España decrépita y supersticiosa, que pretende encadenar hasta las almas y los entendimientos. La ignorancia ha engendrado siempre la superstición, así como la soberbia la incredulidad. Entre nosotros ha estado por muchos siglos en un miserable abandono el estudio de las Santas Escrituras, que son las fuentes y el cimiento de nuestra creencia. Las antigüedades  eclesiásticas han yacido bajo la lápida de los decretase y de los abusos furtivamente introducidos; las decisiones de la Curia y las opiniones particulares han corrido parejas con las verdades dogmáticas e incontrovertibles.  La sencillez de la palabra de Dios se ha oscurecido con los artificiosos comentarios de los hombres. Aquello que el Señor dijo para que todos lo entendiesen, se ha creído que apenas uno u otro doctor lo puede entender; y dando tormento a las expresiones mas claras, se las ha hecho servir hasta erigir sobre ellas el ídolo de la tiranía; millones de santurrones apócrifos han llenado el mundo de patrañas ridículas, milagros increíbles, y de visiones que contradicen la severa majestad de nuestro Dios. En ellas vemos a Cristo alumbrando con un candil para que eche una monja el pan al horno, tirando naranjitos á otra desde el Sagrario; probando las ollas de una cocina; y jugando con un fraile  hasta serle importuno.  En ellas vemos un leguito reuniendo milagrosamente una botella quebrada y un cuartillo de vino derramado sin mas fin que consolar a un muchacho a quien se le cayó al salir de la taberna; a otro convirtiendo unas cubas de agua en vino para beber la comunidad, y a otro resucitando un pollino que había nacido muerto, porque no lo sintiese una hermana de la Orden.  ¿Por qué es esto? Como mi oficio de panegirista lo he convertido en censor rígido; y cuando me he propuesto defender a mi patria, la culpo de unos defectos tan abominables? No, pueblo mío, no es mi fin el ponerte colorado, sino el demostrar que  nuestra España es á un mismo tiempo niña, muchacha, joven, vieja y decrépita, teniendo las propiedades de cada uno de estos períodos se la vida civil. Conozco tu mérito, y en este augusto anfiteatro, donde solo celebra sus asambleas el pueblo español, estoy viendo tu buen gusto y delicadeza. Las fiestas de los toros son los eslabones de nuestra sociedad, el pábulo de nuestro amor patrio, y los talleres de nuestras costumbres políticas.  Estas fiestas que nos caracterizan y nos hacen singulares entre todas las naciones de la tierra, abrazan cuantos objetos agradables é instructivos se pueden desear; templan nuestra codicia fogosa, ilustran nuestros entendimientos delicados, dulcifican nuestra inclinación a la humanidad, divierten nuestra aplicación laboriosa, y nos preparan a las acciones generosas y magníficas. Todas las ciencia,s todas las artes concurren a porfía a perfeccionarlas, y ellas a porfía perfeccionan las artes y las ciencias. Ellas proporcionan hasta al bajo pueblo la diversión y holganza que es un bien; y le impiden el trabajo y la tarea, que es un mal. Ellas fomentan los hospitales surtiéndolos, no solo de caudales para curar los enfermos,  

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sino también de enfermos para emplear los caudales son los dos medios indispensables de su subsistencia. Ellas mortifican los cuerpos con la fatiga y sufrimiento de la incomodidad y endurecen los ánimos con las escenas más trágicas y terribles. Son los cultos griegos inventaron la tragedia para purgar el ánimo  de las abatidas pasiones del terror y miedo, acostumbrando a los ciudadanos a ver y oír cosas espantosas; los cultos españoles han inventado las fiestas de  toros, en que se ven de hecho aun mas terribles que allí se representaban en fingido. ¿ Quién, acostumbrado á sangre fría a ver a un hombre volando entre las astas de un toro, abierto en canal de una cornada, derramando las tripas, y regando la plaza con su sangre; un caballo, que herido precipita al jinete de la monta, echa el mondongo, y lucha con las ansias de la muerte; una cuadrilla de toreros despavoridos huyendo  de una fiera agarrotada; una tumultuosa gritería de innumerable  gente, mezclada con los roncos silbidos, y sonidos de instrumentos bélicos, que aumentan la confusión y el espanto; quién (digo), se conmovería después de esto a presenciar un desafío o una batalla? Quién admirando la subordinación de un pueblo inmenso, á quien ( en la ocasión que se le concede mas libertad) se le presenta el verdugo  que le amenaza  con los azotes de la esclavitud, podrá extrañar después la  opresión del ciudadano? Quién podrá dudar de la sabiduría del Gobierno, que para apagar en la plebe todo espíritu de sedición, le reúne en el lugar mas apto para todo desorden? Quién dejará  de concebir ideas sublimes de nuestros nobles, afanados en presenciar  estos bárbaros espectáculos, honrar á los toreros, premiar la desesperación y la locura, y proteger a porfía a los hombres mas soeces de la república? Quién no se inflamara al presenciar el valor atolondrado de un Romero, un Costillares o un Pepe-Hillo, con otros héroes  del matadero sevillano, que entrando en lid con un toro, lo pasan de una estocada desde  los cuernos á la cola? ¿ Quién no se deleitara con la concurrencia de un gentío innumerable, mezclados los dos sexos con ningún recato, la tabernera con el grande, el barbero con el duque, la ramera con la matrona, y el seglar con el sacerdote; donde se presenta el lujo, la estupidez, la truhanería, y en fin todos los vicios que oprobian la humanidad y la racionalidad, como el sólo de su poder? Donde el lascivo petrimetre hace fuego a la incauta doncella con gestos indecentes y expresiones mal sonantes, donde el vil casado permite a su esposa el deshonroso lado del cortejo; donde el crudo majo hace alarde de la insolencia; donde el sucio chispero profiere palabras mas indecentes que el mismo; donde la desgarrada manola hace gala de la impudencia, donde la continua gritería aturde la cabeza mas bien organizada; donde la apretura, los empujones, el calor, el polvo y el asiento incomodan hasta sofocar; y donde se esparcen  por el infestado viento los suaves aromas del tabaco, 


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el fin, y los orines? ¿Quién no conocerá los innumerables beneficios de estas fiestas? Sin ellas, el sastre, el herrero y el zapatero pasarían los lunes sujetos al ímprobo trabajo de sus talleres, las madres no tendrían el desahogo de abandonar sus casas y sus hijas al descuido de cualquier mozuelo cortejan, y carecieran del mas bárbaro mercado de la honestidad; los médicos, del semillero mas fértil de las enfermedades; los casados, del manantial de los disgustos y el deshonor;  las señoras,  de la proporción de lucir su prodigalidad y estupidez; los eclesiásticos, de incentivo  para gastar en favor de los pecadores el precio de los pecados; los contemplativos del comprendo mas perfecto de las flaquezas humanas; los magistrados, de medios de embotar y adormecer toda idea de libertad civil; los labradores, del consejo de ver muertas unas bestias, que vivas las traerían en continuo trabajo y servidumbre; y el Reino entero, de las ventajas que le proporciona el estar las mas pingües  dehesas ocupadas en la cría de un ganado  que solo debe servir a la diversión y pasatiempo. En estas fiestas todos se instruyen:  canta el teólogo las inagotables misericordias de nuestro Dios, y su insondable providencia  en ver a cada paso un milagro, y a cada suerte un rayo de su clemencia en no dejar perecer en el peligro á quien ama el peligro; admira el político la insensibilidad de un pueblo, que aquí mismo, tratado como esclavo, jamás ha pensado en sacudir  el yugo  de su esclavitud, aun cuando la inadvertencia del Gobierno parece lo pone en estado de sacudirle:  ve el legista la escuela  de la corrupción de las costumbres, madre de los pleitos y de las rencillas  que acaban las familias miserablemente:  estudia el médico  la progresiva irritación de los humores, y el germen animado de las pulmonías y tabardillos: presencia el cirujano  repetidas disecciones  de hombres vivos, terribles heridas, dolorosas fracciones y universales magullamientos: observa el filósofo los mas raros fenómenos de la electricidad de las pasiones: ve el físico  los efectos de la refracción de la luz en la variedad de colores de los vestidos, y el undulario movimiento  de los pañuelos: se instruye el músico  en el tono y ditono  de 

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voces que llegan hasta el cielo con las aclamaciones festivas y los ayes lastimeros; hasta la supersticiosa beata ceba su paciencia de requiam  al oír el santo nombre con que el religiosísimo pueblo ayuda a bien morir al torero que se ve entre las astas del toro. ¡Oh fiestas magníficas! ¡oh fiestas útiles! ¡oh fiestas deleitables! ¡oh fiestas piadosas! ¡oh  fiestas que sois  el timbre mas completo de nuestra sabiduría! Los extranjeros os abominan, por que no os conocen; mas los españoles os aprecian, porque solo ellos pueden conoceros.  Si el circo de Roma produjo tanta delicadeza en el pueblo, que notaba si un gladiador  herido caía con decoro y exhalaba su espíritu con gestos agradables, el circo de Madrid hace se note si vuela decoroso sobre las astas,  y si arroja con decoro las tripas: Si Roma vivir contenta con pan y armas, Madrid vive contento con pan y toros. Los tétricos ingleses,  los franceses voltarios, pasan los días y las noches entre el estudio ímprobo  y las peligrosas disputas de la política, y apenas después de muchos meses de contrariedades acuerdan una ley:  los festivos españoles las pasan entre el agradable ocio y las deliciosas funciones, y en un instante se hallan con mil leyes acordadas sin contrariedad de ninguno; aquellos han llegado a contraer un paladar tan melindroso, que se les hacen duras las natillas; estos se han acostumbrado  a tragar sin sentir los abrojos: aquellos son como las abejas, que se alborotan y pican cuando les quieren quitar la miel; estos son como ovejas, que sufridas aguantan que las trasquilen y maten; aquellos, insaciables  de riquezas y prosperidad, viven esclavos del comercio y de las artes; estos, satisfechos con su pobreza y escasez,  se entregan libremente á la holganza y á la inacción;  aquéllos, idolatras de su libertad, tienen por pesado un solo eslabón de la servidumbre; estos, arrastrando las cadenas de la esclavitud, no conocen siquiera el ídolo de la libertad; aquellos escasean los premiso hasta a la virtud; estos prodigan  la recompensa hasta el vicio: entre aquellos , un noble héroe, era rara producción de la naturaleza: entre nosotros se crían como las cebollas y los puerros la nobleza y la heroicidad. ¡Feliz España! feliz patria mía, que así consigues distinguirte  de todas las naciones del mundo! felice tú, que contenta con tu estado, no envidias el ajeno, y acostumbrada a´no gobernar a nadie, obedeces á todos! felice tú,  que sabes conocer la preciosidad de una corroída ejecutoria prefiriéndola al mérito y á la virtud; felice tú, que has sabido descubrir  que la virtud y el mérito  estaba encolado á los hidalgos, y que es imposible  de encontrar en quien no haya  tenido  una abuela con Don! Sigue, sigue esta ilustración, y prosperidad, para ser, como eres el non plus ultra del fanatismo de los siglos. Desprecia como hasta aquí las hablillas de los extranjeros envidiosos; abomina sus máximas turbulentas; condena sus opiniones libres; prohibe libros que no han pasado por la tabla santa; y duerme descansando al agradable arrullo de los silbidos con que se mofan de tí. Jovellanos. 
A UN SUPERSTICIOSO

¿Por qué consultas, dime,   
  Aquel es de tu vida
Con las estrellas, Fabio, 
      El dueño soberano,
Y vas en sus mansiones       
     Y él solo en sí contiene
Tu horóscopo buscando?  
     la suma de tus años
¿Son ellas por ventura    
     Implórale, y no fies
A quienes fué encargado   
     Tu dicha á los arcanos
Dar principio á tus días          
     Del tiempo, ni al incierto
O término á tus años?       
       Compás del astrolabio.
Las vidas de los hombres  
   Implórale, y no alces
No penden de los astros;  
   tus ojos al zodiaco;
Que en el Olimpo tienen     
       Que á sus constelaciones
Moderador mas alto.         
     Del hombre no ligaron
Aquel gran Ser, que supo    
     las dichas ni el contento
Con poderosa mano          
        Con ciega ley los hados.
Los orbes cristalinos    
      Implórale, y ahora 
Sacar del hondo cáos;       
     Escrito esté el amargo
Que enciende el sol, y  guía  
 Momento de tu muerte
Su luminoso carro;           
        Sobre el fogoso Tauro; 
Que mueve entre las nubes,  
   Ora, por las pleyadas 
De estruendo y furia armado, 
 No visto, de Acuario
Su coche, y forma el trueno;     
     Guardado esté en la urna, 
Que vibra el fuerte rayo,   
    Respeta de su brazo
Refrena el viento indócil       
      La fuerza omnipotente, 
Y aplaca el mar turbado;   
    Y adórala postrado; 
Que no dé los planetas       
        Pendiente está tu vida, 
Ni los volubles astros           
    Mas solo de su brazo. 
Jovellanos. Obras escogidas.  -











































































































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