Pan y Toros
Todas las naciones del mundo, siguiendo los pasos de la naturaleza, han sido en su niñez débiles, en su pubertad ignorantes, en su juventud guerreras, en su virilidad filosóficas, en su vejez legistas, y en su decrepitud supersticiosas y tiranas. Ninguna en sus principios ha evitado el ser presa de otra mas fuerte: ninguna ha dejado de aprender de los mismos bárbaros que la han invadido: ninguna se ha descuidado de tomar las armas en defensa de su libertad, cuando ha llegado a poderla conocer: ninguna ha omitido el cultivo de las ciencias, apenas se ha visto libre: ninguna ha escapado de la manía legisladora universal si se ha considerado científica: y ninguna ha evitado la superstición luego que ha tenido muchas leyes. Estas verdades, comprobadas por la historia de todos los siglos, y algunos libros que habían llegado a mis manos escritos sin duda por los enemigos de nuestras glorias, me habían hecho creer que nuestra España estaba ya muy próxima a los horrores del sepulcro: pero mi venida a Madrid, sacándome felizmente de la equivocación en que vivía, me ha hecho ver en ella el espectáculo mas asombroso que se ha presentado en el universo, a saber: todos los períodos de la vida racional á un mismo tiempo en el mas alto grado de perfección. Han ofrecido á mi vista una España niña y débil, sin población, sin industria, sin riqueza, sin espíritu patriótico, y aun sin gobierno conocido; unos campos yermos sin cultivo: unos hombres sucios y desaplicados: unos pueblos miserables, y sumergidos en sus ruinas: unos ciudadanos meros inquilinos de su ciudad, y una Constitución, que mas bien puede llamarse un batiborrillo confuso de toda las constituciones. Me ha presentado una España muchacha, sin instrucción y sin conocimientos: un vulgo bestial: una nobleza que hace gala de la ignorancia : unas escuelas sin principios: unas universidades fieles depositarias de las preocupaciones de los siglos bárbaros: unos doctores del siglo X; y unos premios destinados á los súbditos del emperador Justiniano y del papa Gregorio IX. Me ha ofrecido una España joven, y al parecer llena de un espíritu marcial de fuego y fortaleza: un cuerpo de oficiales generales para mandar todos los ejércitos del mundo, y que si a proporción tuviera soldados, pudiera conquistar todas las regiones del universo: una multitud de regimientos, que aunque faltos de gentes, están aguerridos a las fatigas militares de rizarse el cabello, blanquear con harina el uniforme, arreglar los pasos al compas de las contradanzas, gastar pólvora en salvas en las praderas, y servir á la opresión de sus mismos conciudadanos: una marina pertrechada de costosos navíos, que si no pueden salir del puerto por falta de marineros, á lo menos pueden surtir al Oriente de grandes y finísimas pieles de ratas de que abundan; unas fortificaciones, que hasta en los jardines de recreo horrorizan a los mismos patricios que las consideran como mausoleos de la libertad civil; u unas orquestas básicas capaces de afeminar a los más rígidos espartanos. Me ha mostrado una España viril, sábia, religiosa, y profesora de todas las ciencias. La ciudad metrópoli tiene mas templos que casas, mas sacerdotes que seglares, y mas aras que cocinas. Hasta en los sucios portales, hasta en las infames tabernas, se ven retablillos de papel, pepitorias de cera, piletas de agua bendita, y lámparas religiosas. No se da paso que no se encuentre una cofradía, una procesión ó un rosario cantado; por todas partes resuenan los chillidos de los capones, los rebuznos de los sochantes, y la algarabía sagrada de los músicos, entreteniendo las almas devotas con villancicos, gozos y aprietas de una composición tan seria, y unos conceptos tan elevados, que sin nadie entenderlos hacen reír a todos. Hasta los más recónditos y venerables misterios de la religión se cantan por los ciegos a las puertas de los bodegones al agradable y majestuoso compás de la guitarra. No hay un esquinazo que no se empapele con noticias de novenarios, ni en que dejan de venderse relaciones de milagros tan creíbles como las transformaciones de Ovidio. Las ciencias sagradas, aquellas divinas ciencias, cuyo cultivo hizo sudar a los padres de la Iglesia, se han hecho tan familiares, que apenas hay ordenadillo desbaratado que no se encarame a enseñarlas desde la cátedra del Espíritu Santo. El delicadísimo ministerio de la predicación, que por particular privilegio se permitió á un Pantero, á un Clemente Alejandrino, á un Orígenes, hoy es permitido á un invicto epíscopo, á cualquiera frailezuelo que lo toma por oficio mercenario. Las escrituras santas, los incorruptibles cimientos de la religión, son manoseados por simples gramáticos, que cada día nos las dan en castellano de una manera tan nueva que no las conoce la madre que las parió. Las lenguas extranjeras se aprenden cuando se ignora la lengua patria, y por los libros franceses se traducen los escritos de los hebreos. La filosofía se ha simplificado con las artificiosas abstracciones de Aristóteles, y descargándola de la pesada observación de la naturaleza, se le ha hecho esclava del ergo y del sofisma. La mora, que fué la formación de los Platones, los Sócrates, los Demóstenes, los Cicerones, los Plutarcos y los Sénecas, solo sirve entre nosotros á tinturar levemente á los que dejando de ser filósofos , se han de meter a procesistas, y llegan a legisladores. El derecho natural se reputa por inútil y aun nocivo. El derecho patrio se estudia por la legislación de una nación que ya no existe. La poesía es despreciada como una expresión de locura, y la oratoria como pasatiempo de la ociosidad. Nuestros predicadores y nuestros abogados han descubierto
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