Marcenado- Palacio de Aramil-Iglesia de San Esteban de los Caballeros (Aramil).

Textos:
-Dibujo de la Ilustración Gallega y Asturiana.
-El carro.
-Sirvientes asturianos en la corte.
-Aguador asturiano.
-Los serenos.


D. Antonio de Navia Osorio, Vizconde del Puerto, Tercer Marqués de Santa Cruz de Marcenado. La Ilustración Gallega y Asturiana- Tomo I.-



Álvaro Navia Osorio y Vigil de Quiñones, 
Marcenado fue coto señorial perteneciente en el siglo XVIII al Marqués de Santa Cruz de Marcenado.5Vizconde  de Puerto y marqués de Santa Cruz de Marcenado, nació el día 19 de diciembre del año 1684  en Santa Marina de Puerto de Veiga, del Concejo de Navia. 
Pertenecía D. Álvaro a una familia de noble abolengo.  Por parte de su padre, llevaba los apellidos Navia Osorio y Argüelles de Celles.  Los apellidos de Navia Osorio vinieron a  unirse en 1520, por el matrimonio del capitán don Álvaro Pérez de Navia, señor de la casa de Navia y del coto de Anleo, con doña Elvira de Osorio, que provenía del marquesado, con grandeza, de Astorga.
Realizó sus estudios en el Convento de Santo Domingo, cuyo patronato  ejercía la familia Navia Osorio.  Aquí, terminó las primeras enseñanzas, y una vez terminadas pasó a la Universidad de Oviedo, en la que en 1702 estudiaba Gramática latina y Retórica.
Al estallar la guerra de Sucesión, Álvaro Navia Osorio, cuando sólo tenía dieciocho años, hubo de abandonar sus estudios, por lo que no pudo alcanzar la meta de la Filosofía, que en aquella época estaba reservada a jóvenes de mayor edad.  

Oración fúnebre de D. Álvaro de Navia-Osorio y Vigil de Quiñones (Marqués de Santa Cruz de Marcenado). Pronunciada en la Basílica de Atocha de Madrid en 19 de Diciembre de 1884. Con motivo de la solemnidad del centenario de su nacimiento. Ilmo. Sr. D. Fr. Tomás Cámara y  Castro.
Señor
¡Cuánto va del mundo ilusorio de los sentidos á la región clarísima de la inteligencia!
Yo me acerqué al sepulcro reciente de un Prelado inolvidable, y al hallar la tierra removida, limpia la losa del oscuro tinte de los años, el pavor oprimía mi pecho, y aguzaba la vista para ver al través del mármol el desfigurado rostro de mi amigo.  ¡Qué angustia! ¡Qué dolor! Y con el pensamiento absorto en la muerte, acerté a entrar en inmediato, espacioso claustro de antigua catedral gótica, cuajado también de ennegrecidos sepulcros de Obispos y caballeros fundadores. Nada más hallarme entre los haces de columnas  y bellas ojivas, respiré con desahogo; mis ojos se fijaron  en el sueño apacible  esculpido  en las estatuas yacentes, leí  por alto las inscripciones, recordé nombres y hechos gloriosos…… y sin encontrar rastro alguno de duelo, allí donde era todo tumbas y epitafios, me sentí transportado á la morada de la vida y la alegría.  La triste memoria de mi amigo se me había borrado. 
¡Ah! El recuerdo de una persona de mérito  recientemente perdida, no puede asaltar a nuestra imaginación sin acongojar el espíritu y regar nuestras mejillas siquiera de alguna mal reprimida lágrima, tanto más cuanto los vínculos de la sangre o la amistad nos unan al malogrado personaje. La fantasía y los sentidos se hallan entonces vivamente impresionados por la desgracia, y el ojo compara la antigua hermosura con la presente palidez, y el oído recuerda dulces palabras apagadas en el vacío del silencio y la mano palpa…… pero la frialdad de la muerte.
Nos entristecemos muchas veces, ¿por qué? Porque ya no nos deleita su presencia corporal de nuestro amado: lloramos al hombre  exterior que ha desaparecido  de la escena de la vida.
Pero pasa el tiempo, carcoma de todo lo deleznable, y la figura exterior del héroe se reduce a polvo; permanece solo la grandeza  de su espíritu inmortal, el renombre de su inmarcesible gloria: y ¡cuán diferente es el lenguaje que entonces nos habla, las impresiones que nos comunica! Es como primorosa talla que divino cincel labró, cuando se el despoja  de superfluas y afeadoras vestiduras, que la ignorancia y el mal gusto le habían añadido.  Oímos los nombres inmortales de nuestra historia y en vez de afligir el ánimo, se dilata el peco; en vez de lágrimas, el baño  de la alegría embellece nuestro rostro.
¿Qué sensación, católicos,os ha producido la memoria resucitada del héroe que aclamamos?
No me lo digáis, que harto lo veo dibujado en vuestro complacido semblante, harto lo adivino en los saltos de mi corazón, todo emocionado  por el esplendor  de esta solemnidad, todo enorgullecido por ver esmaltada una gloria más de la religión y la patria.
Comprendo vuestro regocijo; pero ¿qué os habéis propuesto al llamar á la puerta de esta Basílica, y pedir nuestra ayuda  y cooperación en la fiesta del centenario  de quien si en verdad ciñe laureles, mas todavía no la aureola de la santidad? ¿Y no habéis vacilado en vuestros propios deseos, en el encargo que habíais de confiarme? La oración del Marqués de Santa Cruz de Marcenado………
D. Alvaro José de Navia-Osorio y Vigil,  hoy hace dos siglos vio la luz primera en la aldea de Veiga, que, por lo pintoresca  y deliciosa, le brindaba a dedicarle los últimos suspiros del cariño, como le ofreció los inocentes anhelos de su infancia. Mas, aunque hermosa y encantadora era reducida para el espíritu generoso de D. Alvaro. Brillaron el juicio y la reflexión, precozmente sin duda, en la conciencia del noble joven; quien se halló acariciado por la fortuna, servido cariñosamente de leales, heredero del Señorío de Navia, la Vizcondía de Puerto y el Marquesado de su nombre; y cuando, de ser mezquino  su pensamiento,  estuviera bien pagado de ventura tanta, vislumbró el esplendor de otra nobleza más brillante, y no se dio punto de reposo  hasta hermosear con ella su ánimo.  Comprendió que podría heredar  la nobleza de la estirpe,  y no era sino prestado merecimiento; pero que el esmalte de la ciencia lo había de alcanzar por sí mismo, y en ello se encerraba el gran mérito del laudo. Alguien pensará ya que, prometiendo fidelidad a la ciencia D. Alvaro, se aprovechara de su fortuna, para en sosegado puerto solazarse  con lecturas amenas….. Su ilustre cuna, las vicisitudes de su patria  le llamaron a abandonar la dulce calma de las aulas de filosofía  que frecuentaba en Oviedo, y  respondió el Marqués con la generosidad y ardimiento propios de su bella índole. 
“Al Marqués de Santa Cruz de Marcenado, escribe Pasarón y Lastra, se le puede considerar, por sus Reflexiones Militares, como á Principe entre los escritores militares de España, y a ninguno segundo de las demás naciones.” Y  cuadro más acabado forma de su figura Menéndez Valdés, diciendo: “Fue honra de Asturias, y gloria de esta corona: su política, su prudencia, valor y talentos le colocaron  entre los mayores héroes de su tiempo;  y  sus Reflexiones militares eternizaron su memoria: sujeto, en fin, adornado de todas virtudes, querido de la tropa, alabado de los extranjeros, y nunca bastante llorado de los españoles.” Madariaga , llegó a afirmar  en su momento que “Jamás como entonces, ha habido en la Oficialidad española un  movimiento intelectual tan grande”. El P. Feijóo, nos ha dejado  también significativas referencias sobre nuestro personaje:
“El célebre Marqués de Santa Cruz (de Marcenado), entre muchas ilustres virtudes, de que era adornado este nobilísimo caballero, poseía  en grado superior la de la modestia; de modo, que no sólo se le oyó jamás  una palabra que exprimiese algún concepto de su mérito, mas ni oyó con agrado  alabanza alguna que le tributasen  en su presencia; antes discretamente repelía el elogio, procurando persuadir eficazmente que era muy propasado”.- 


El carro
El carro de Libardón, carro del país entre los habitantes, para diferenciarle del carro de radios o rayos, que comienza a generalizarse, es el carro chirrión,  o caro con eje giratorio conjuntamente con las ruedas. Es el testimonio de una vetusta cultura. A pesar de las leves, y casi  necesarias, diferencias  en la estructura de la rueda, el carro de Libardón es análogo al registrado  en tantas partes  de Portugal y Galicia, en las montañas leonesas y en las santanderinas. Todos los escritores y curiosos  que se han detenido  sobre el carro de este tipo han captado naturalmente su típico chirriar, elemento consustancial l con el paisaje  donde el carro vive.  Es ya tradicional comenzar recordando los versos de Virgilio, donde el plaustrum romano resuena  con el chirriar del carro  de eje giratorio.
La lírica popular abunda en canciones  donde el chirrido del carro es elemento principal de comparación, de vida, de poesía. El campesino asturiano llena la soledad del paisaje  con el grito de su carro.  En el siglo XVIII, un curioso europeo Joseph Townsend, hizo un viaje por España, en el que incluye una breve estancia en el centro de Asturias. De este viaje, es el carro lo que describe  con precisión. Su ruido le causa verdadero placer.
El carro asturiano es inseparable, imprescindible colaborador del campesino.  Con el acarrea el heno, las yerbas sucesivas (pación), y, sobre todo, el cuchu o estru.
Alonso Zamora Vicente. (n. 1916). Asturias vista por viajeros. Tomo III.-

Sirvientes asturianos en la Corte
Las criadas ocupan la cocina y el comedor; el asturiano, la antesala; los huéspedes, la  sala principal  y los dormitorios interiores; el ama de casa, o sea abeja reina de aquella colmena, en todas partes está, y ora discute el gasto con los huéspedes, ora limpia los muebles o riñe a voces con el aguador, ya acude risueña a coser un botón, a repasar una  averiada corbata, ya da una vuelta a la plaza  o asiste a espumar el puchero………
Los asturianos, en general  abastecen a Madrid de criados de servicio:los más finos y aseados sirven de lacayos; otros mas toscos hacen de compradores y mozos de servicio,  y todos por lo regular no desmienten la antigua  y conocida honradez  de su provincia. Son trabajadores, sufridos, y sólo torpes en los principios  de su llegada a Madrid, aunque muy luego se enteran de sus calles, usos y costumbres. Sus salarios varían según el convenio y trabajo que se les dé, pero puede fijarse  por término medio, el de dos reales diarios y la comida, que pagan la mayor parte de las casas de Madrid….
También los asturianos y gallegos desempeñan en Madrid  estos oficios. Los aguadores suelen también servir de mozos de compra, y el precio de su trabajo suele ser de veinte reales al mes, con lo cual nutren de agua  que toman en las fuentes principales. Los mozos de cordel que se hallan en las esquinas de las calles, aunque toscos sobre manera, sirven para conducir los efectos y hacer toda especie de mandados, lo cual ejecutan con bastante exactitud y notable probidad pagándoles dos a cuatro reales por cada mandato.
Ramón de Mesonero Ramos.  (1803-1882)- Asturias vista por viajeros. Tomo I.-

Aguador asturiano

Perico Covadonga, natural de las montañas de ídem, tenía quince años cuando el compañía de un hermano de su padre, aguador  de una de las fuentes de Madrid, salió de su tierra con un par de zapatos nuevos, un pantalón y  chaqueta de paño pardo, y dieciséis cuartos en ochavos  en una bolsa de cuero.  Hizo el viaje a pie,  y llegó a la Corte después de quince días, con cuatro pesetas  en  monedas de plata, y  el mismo par de zapatos nuevos con que había salido de su país. Esto último no tiene nada de particular; en vez de poner los pies dentro de los zapatos, trajo éstos  a hombros; y  en cuanto al aumento de su capital, consistía en que en vez de venir dando limosna  había venido pidiendo. Su tío empezó por presentarle  a los paisanos y compañeros, y cargándole una cuba de tres arrobas, le llevaba en su compañía  para surtir de agua a sus parroquianos.  A los dos años de su estancia en Madrid,  ya sabía perfectamente el oficio, y pretendió emanciparse de su tío. Pero ¿cómo hacerlo? Para tener derecho a llenar veinte o treinta cubas diarias en una de las fuentes de la Corte, se necesitaba haber obtenido una plaza de aguador de número, y éstas,  entonces como las plazas se venden, bien por el Ayuntamiento, su propietario, o por el individuo que las sirve. La sola que a la sazón había de venta costaba quince onzas de oro, y  Perico tuvo  que valerse de crédito de su tío para comprarla.  Esto le dio la suspirada independencia, y a los cuatro años hizo un viaje a la tierra, después de haber  reintegrado a su tío, y llevando sobre sí,  cosidas en el forro de la chaqueta, tres onzas de oro, producto de sus economías.
Perico sólo se detuvo en su pueblo el tiempo necesario para comprar seis vacas, casarse y  despedirse de su mujer, dejándola recomendada al Sr. cura. Volvió a servir la plaza, que en su ausencia había desempeñado un amigo, y aumentó considerablemente el número de sus parroquianos, siéndole preciso tomar un ayudante. Surtía de agua cuarenta casas,  cobrando por su trabajo diez reales mensuales donde llevaba  dos cubas cada día, y nueve donde sólo llevaba una.  Sin aumento ninguno de precio se encargaba de las compras en la mitad de las casas, y admitía  por vía de remuneración el sobrante de la comida de los señores, con el que se alimentaba sin tomarse el trabajo de calentar las viandas, y vendía el resto a otros paisanos y aun en los bodegones de la Corte. Por una habitación para dormir, pagaban el y quince compañeros más, un real diario,  y chapeando zapatos cada tres meses con medio real de clavos, conseguía tener siempre nuevos los que trajo de su tierra. Viviendo de esta manera conseguía ahorrar el producto íntegro de su trabajo, que ascendía a seiscientos reales; sin que ésta fuese su única ganancia, sino que encargado de las provisiones diarias de quince casas, se hallaba al fin de cada mes, sin que él supiese él nunca como se hacía el milagro, con 300 ó 400 reales de sobresueldo.
Semejante maravilla, conocida con el nombre de sisa y que se reduce a comprar barato  y vender caro, es una cualidad instintiva de los asturianos, que no les ha privado nunca de la nota de honrados, de que son dignos por otras circunstancias  muy recomendables.  Cuando a las primeras horas del día duermen la mayor parte de los habitantes de Madrid, las llaves de la mitad de las casas están en poder de los aguadores, y jamás ha ocurrido un robo, ni ejecutado, ni consentido por ellos. La industria de la sisa, por la que no pagan contribución alguna, es, como hemos dicho,  el sello de originalidad de los asturianos.
Abenámar (Antonio Flores) (1820-1866). Asturias vista por viajeros. Tomo I.-




Los serenos 
Estos  extraños vigilantes son una especie de símbolo de respetabilidad para la ciudad. No hay  ciudad en España, sea cual sea su tamaño, que piense deshacerse de sus serenos. De hecho, en algunos momentos los serenos han sobrevivido en ciudades que no son ya más que un nombre. Son personajes pintorescos ataviados con capas  y sombreros anchos y armados con faroles de mano -aunque  las ciudades  ya están todas iluminadas con electricidad,  pero eso parece que n o cuenta- que por la noche aportan un  delicioso aspecto rústico a las calles desiertas.  Aunque no se puede negar  su incomparable valor pictórico, cabría preguntarse  si servirían  para algo en caso  de que  hubiese alguna reyerta  porque suelen ser personas  bastante mayores y débiles. Sí  son de gran ayuda  para los trasnochadores porque llevan las llaves de todos los portales de la calle, con lo que el vecino  errante  siempre puede introducirse  tranquilamente en su casa tras haber despertado a media parroquia  al grito de ¡se-re-no!.
Edgar T. A. Wigram (s. XIX). Asturias vista por viajeros. Tomo III.- 




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Nave de planta rectangular de pequeñas dimensiones; ábside semicircular precedido de tramo recto; cubierta con madera a dos aguas Portada oeste: arco de medio punto doblado, guarnecido por guardapolvo ajedrezado; arquivolta externa con zig-zag; apeado en las impostas decoradas y con dos columnas a cada lado; con basas molduradas; capiteles de motivos vegetales al sur y entrelazo y antropomórfico al norte; sobre ella una calavera de piedra colocada en la restauración de los años sesenta Portada sur: decoración relacionada con corrientes cultas peninsulares; guardapolvo con círculos y rosetas (palmetas dentro de círculos), cobijando dos arquivoltas de medio punto: la exterior incorpora cabezas rostradas (picudas) o beak-heads, de inspiración nórdica; la interior presenta dobles rollos; impostas decoradas con entrelazos y motivos vegetales; sostenido por cuatro impostas que coronan dobles manchones en los que se tallaron dos medias cañas Ábside: 24 canecillos en altorrelieve labrados con motivos vegetales, geométricos y antropomórficos, destacando un monje y representaciones juglarescas; se alternan con 24 metopas y dos medias labradas en bajorrelieve con motivos florales geometrizados. Ventana del ábside: arco de medio punto con guardapolvo de hojas de acanto y zig-zag en la rosca; apoya sobre dos columnillas cos capiteles decorados con motivos vegetales; cornisa decorada con cuadrifolios geometrizados como la imposta interior del lado derecho de la puerta oeste. Recorre al exterior, perimetralmente, el ábside, una banda de taqueado jaqués. Espléndida factura; aislada del caserío actual; emparentada con el grupo de iglesias románicas de Villaviciosa. Gobierno del Principado de Asturias. Ministerio de Cultura.-






























































































































































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