Buslaz (Villaviciosa)
Señor Conde Campumanes,
I
Cuyu ñome tantu estruendu
fai en toes les ñaciones
de unu y utru hemisferiu
(que les que moren al cabu
del mundu ´l sabiu européu
vos apelliden, y otres
el Salomón d´isti tiempu),
de la cámara fiscal
con votu y con tratamientu
d´obispu pa ordenar
al eclesiásticu y legu
aseñalando los finsos
al sacerdociu y imperiu
…………………………..
Yo, ya se ve, só asturianu
y asturianu fasta ´l güesu,
que me fuelgo cuando oyo
cualquier ñovedá o sucesu
que cuenten de un paisanu
que llogró dalgún aumentu.
Mas ñueves de Madrí a Asturies
vienen mui a pasu llentu,
son comu peres seroñes
que se cueyen pel avientu.
El camín ye abondu llargu
y a partes ñon pocu estrechu:
hai munchu ríu sin ponte,
hai puertu dempués de puertu,
hai collaes emprunaes,
|
Las Foces del río Aller
Me interné en el concejo de Aller, que se halla poblado de alegres caseríos y de severas casas solariegas donde aún se conservan con pureza las costumbres patriarcales, y después de atravesar valles de variada floresta y cumbres de atrevida crestería, llegué el pueblo de Casomera con dirección á Río-Aller.
La lozanía y la frescura, la grandeza y la severidad, la tierra asturiana, en fin, muéstrase allí viril y soberana; pero yo no sé qué tienen estos sitios fronterizos a otra provincia, que en su modo de ser no revelan la clásica vida del interior; bajo el mismo cielo, á la tenue y limpia luz del horizonte de la tierruca, en el santo suelo de nuestros mayores, vense edificios, destácanse trajes, y asoman costumbres, como los del más allá de los bosques y de los puertos que nos separan de Castilla.
Después de Casomera la naturaleza adquiere un aspecto salvaje, imponente, dantesco.
Se estrecha el valle, disminuye el cielo, acobarda la vegetación; sólo es grande el peñascal y atrevido el horizonte.
Llegamos á Las Foces.
No es tan triste el sitio como parece á primera vista.
A la entrada del pétreo desfiladero que sólo da paso al camino angosto y al impaciente riachuelo, presta solaz al ánimo una cristalina fuente que invita al descanso.
Son Las Foces dos moles de piedra soberbias, colosales, algo así como las osamentas de dos mundos desconocidos arrastrados allí por las aguas del Diluvio y puestas al descubierto por el incesante trabajo de aquel diablillo de arroyuelo, que como tortuoso hilo de diamantina sierra, viene tal vez desde los primeros siglos, escarbando sus concavidades y escondrijos.
Dos mundos rígidos y fríos que se retuercen sin tocarse, y a trechos dejan ver un pedazo de cielo allá en la inmensidad, y a trechos parece que se confunden y encierran al espectador en un círculo de roca cenicienta, escarpada, amenazadora……
El riachuelo es el único que alienta; es el guía de la vida de aquel encuentro con la muerte.
Cuando á la salida del desfiladero, por esa mágica variedad de los panoramas de Asturias, se ensancha el horizonte en una selva de árboles centenarios, y desde aquellos pedazos de granito desprendidos de la careada osamenta y bordeados de musgo y ramaje, se contemplan con asombro aquellas alturas, que bañadas de luz proyectan extraños reflejos al fondo del riachuelo, y vénse, en fantástica perspectiva, las crestas careadas que parecen filigranas, los arcos deformes que dan paso á torrentes de luz, las concavidades que guarecen amontonadas sombras, las costras de la tierra que alimentan tilos y castaños y las ruinas olvidadas por la historia, todo hace pensar al hombre el titán de la leyenda que pudo abrir aquella grieta en un planeta tan hermoso.
Me lo decían mis acompañantes, los ilustrados médicos de aquel concejo: aquí hallará algo el filósofo, pero muy poco el historiador y menos el poeta.
Tal vez tuvieran razón; pero es lo cierto, que si mucho antes de internarnos en el valle, trepamos las enhiestas montañas y dominamos aquellas inconmensurables alturas cubiertas de nieve todo el año, a excepción de los días del estío, y vislumbramos aquellas arboledas sin fin que pueblan todos los collados, y de las que llega lejano rumor como remembranza de la melancólica oración del druida de los bosques celtas, y percibimos de más cerca, entre la placidez de aquella soledad, el rodar del arroyo sobre las brusquedades del suelo y el batir del aire en los vecinos picos, produciendo a nuestro alrededor notas de una sinfonía a un tiempo tierna y salvaje con frescos efluvios de violetas y tomillo, entonces viene a nuestra mente la idea de lo grande y de lo sublime con destellos de poesía, de una poesía épica.
Y avanzando un poco más, sobre lo escarpado y atrevido, en la alta peña, es donde se comprende la imponente grandeza del paisaje.
Parece que sobre nuestras cabezas pesan las nubes, el mundo desaparece bajo nuestros pies, horizonte y firmamento todo está impasible, todo tiene un tinte marmóreo, todo es roca, sólo se columbra la negrura de lo insondable, el abismo abierto entre Las Foces que produce escalofríos del vértigo.
Todo allí es símbolo de fuerza, desde el águila audaz que salva lo inmenso, hasta el hercúleo allerano, que, con la hoz al hombro, cruza el fondo del abismo cantando La Soberana y trepa con valentía las breñas en que sestean sus robustos ganados.
Eladio García Jove.
Almanaque asturiano. El carbayón 1896.-
|
Comentarios
Publicar un comentario