Carta Tercera
Amigo y Señor: cuanto mas veo y observo este país poco conocido, tanto mas siento que V. haya defraudado al público de las observaciones que pudo hacer en él cuando le reconoció en 1772. Si el único objeto de sus viajes y escritos fuesen las bellas artes, tuviera alguna disculpa su silencio, porque ciertamente no es Asturias el suelo donde mas han florecido. Pero después que la agricultura, la industria, los montes, los caminos, la población y todos los objetos de que pende la felicidad de una provincia, dan materia a sus observaciones, o yo me engaño mucho, o Asturias tiene mucha razón para quejarse de no haber hallado todavía en sus cartas el lugar que merece. Esta queja sería tanto mas justa cuanto que Asturias puede fundarla, no ya en ser poco conocida, sino en ser siniestramente juzgada. Situada en el extremo septentrional del Reino y confinada entre la mas brava y menos frecuentada de sus costas y una cordillera de montañas inaccesibles, sabe V. que los españoles nacidos de la otra banda, tienen de ella poco mas o menos la misma idea que de la Laconia o la Siberia, y que juzgándola por los miserables que la abundan, y que de ordinario no son otra cosa que la redundancia de su población, la tienen por una región miserable y estéril, o por una cruel madrastra que no pudiendo alimentar sus hijos, los emancipa y hecha de sí para que vayan a servir en los ruines ministerios a los venturosos moradores de otras venturosas provincias. Dejando a parte que Asturias puede mirarse como la cuna de la libertad, de la nobleza y en cierto sentido de la religión de España, y que en ella existen y en ella deben ser buscados los venerables monumentos de nuestra historia, bastarían para recomendarla los grandes objetos que la naturaleza reunió en su suelo. ¿Pudo V. observar sin admiración en su viaje sus frondosos bosques, sus valles amenísimos , sus montes levantados hasta las nubes, sus ríos ya precipitados de lo alto de las cumbres por extrañas y vistosas cascadas, o ya brotando de repente al pie de su falda? ¿Pudo V. dejar de sorprenderse agradablemente a la vista de tantas eminencias, precipicios, alturas, cañadas, grutas, fuentes minerales, lagos, rías, puertos, playas, y en fin cuanto produce de grande y singular naturaleza? Ni debe salvar a V. la disculpa de que deja este cuidado a otros, que por haber nacido en el país tendrán proporción de tratar mas exactamente de sus cosas. Fuera de esta razón es demasiado general y aplicable a todas las provincias, sabe V. que no son los naturales de ellas los mas apropósito para describirlas, porque familiarizados con los objetos que están continuamente a su vista, los observan y juzgan de ordinario con menos atención, o porque no los comparan o los comparan con espíritu parcial y preocupado, siempre expuesto a la inevitable alternativa de ser tenidos por parciales si hablan bien, y por preocupados y desafectos si mal. Fuera de que si es dado a todos ver y observar; es dado a pocos el calificar con juicio y buena crítica, y dado a menos el definir con exactitud y gracia. Para uno y otro se necesita talento, instrucción, gusto, y sobre todo aquel tino que nace del hábito de observar y analizar, y aquella facilidad que solo puede deberse a la de definir y describir, en todo lo cual ninguno tendrá la vanidad de competir con V. Así que fuera melindres, y váyase ciñendo para esta empresa. Y pues quiere que yo ayude a ella dándole razón de lo que observare en mi viaje, lo voy a hacer de mil amores, prometiéndole en mi correspondencia una pepitoria de observaciones naturales, económicas, históricas, artísticas, y si V. quiere políticas y morales, de las cuales podrá tomar y elegir para su descripción lo que mas le pluguiere.
Por ahora contentese V. con la relación del viaje que acabamos de hacer desde León a esta Ciudad, porque no hay tiempo para otra cosa, no habiendo descansado aun de las fatigas del camino, y mucho menos de la causa a un recién llegado la lluvia de abrazos y preguntas de visitas y ceremonias que caen encima antes de sentarse ni quitarse las botas. La mitad de la primera jornada saliendo de León se hace por una vastísima llanura, llamada vulgarmente la hoja acaso por la igualdad con que se tiende a una y otra parte. Colocada en la altura que media entre las vegas del Torio y el Bernesga, se sube a ella por una cuesta larga y tendida y se desciende por otra grande, breve y tan penosa por su pendiente como por los enormes morrillos de que está sembrada. Es la tal hoja un inculto despoblado, donde V. desearía ver a lo menos multiplicados los plantíos para que no faltase alguna especie de vivientes en tan vasto terreno; y a buena fé que es capaz de dar no solo excelentes árboles sino también muchos frutos, una vez poblado y reducido a cultivo. Su terreno aunque flojo y guijos puede todavía producir mucho pasto, aumentar muchos ganados, proporcionar abundantes abonos y criar buenas cosechas de centeno y batatas, y finalmente dar establecimiento a algunos centenares de colonos que convertirían este desierto en un país de vida, de producción, de abundancia y alegría. Hacia la mitad de este páramo edificó la necesidad un ventorrillo que probablemente fue antes barraca, pues conserva este nombre, y apenas merece otro. Es el único abrigo que V. halla entre León y la Robla, distantes cuatro leguas. A este lugar situado en terreno llano y bien regado a orilla del Bernesga, se baja por la áspera y pedragosa cuesta de que hablé a V. y que parece destinada por la naturaleza para dividir unos países tan diferentes en clima, aspecto y producciones. En efecto en el acaba la jurisdicción eclesiástica de León y empieza la de Oviedo, y es la primera población del obispado de Oviedo. Antes de bajar la cuesta y desde lo mas alto, se presenta una escena que empieza a recrear por su gran diferencia de las que dejamos a la espalda. Es inexplicable cuan grata sensación causa su amenidad en el ánimo de los que le ven viniendo desde los áridos y desnudos campos de Castilla Un estrecho y fresco valle que el río Bernesga atraviesa y fertiliza corriendo N. S. un montezuelo que le ciñe y estrecha por el poniente cubierto de altos y frondosos árboles. Los lugares de Llanos y Sorribas situados a la falda a la otra parte del río, varias caserías salpicadas acá y allá muy cuidadosamente cultivadas, y divididas en prados llenos de muchedumbre de ganados, en sembrados de lino de maíz y centeno, en huertos de fruta y hortaliza; algunas fuentes, arroyuelos cuyas cristalinas aguas corren y serpentean por todos los lados hasta perderse en el río; y sobre todo, cierta frescura y fragancia que de todos estos objetos participa el ambiente, hieren de tal manera los sentidos del caminante que excitan en su alma agradables sensaciones, y la llenan sin arbitrio de paz y de alegría. Añada V. a esto la ilusión con que debía recibir semejantes impresiones quien se acercaba a su patria, restituido a ella después de larga ausencia, y hallará que no en vano le recuerdo este instante como uno de los mas dulces de mi vida. Pero cuanto agradan las inmediaciones de la Robla, desagrada y fatiga la mansión que se hace en él. No es fácil expresar a V. cuando mala, cuan sucia y cuan incómoda es la posada. Lejos de ofrecer al pasajero un asilo contra las molestias del camino, hace desear con ansia volver al camino para huir de un albergue tan molesto y desamparado. De la Robla, siguiendo la orilla del río que baja por la izquierda, se va a Puente de Alba, Perediella y a Pola de Gordon, en cuyo trecho unos enormes peñascos estrechan considerablemente el paso; pero sería muy fácil franquearle dando en las peñas algunos barrenos y sin otra diligencia quedaría abierto un camino eterno. En esta villa capital de su concejo, se paga un fuerte portazo al conde de Luna si no me engaño. Este portazo es mas notable por sus excepciones que por su gravámen. Nada paga el ganado lanar, privilegiado por do quiera que vaya; nada el de paso y montura; el ganado mula y el de cuerno para solo en tiempo de ferias; pero las caballerías de carta pagan 12 mrs, con ella y 6 de vacío. Vea V. pues que buenos principios está calculado este impuesto. V. querría , y con razón, ver desterrados todos los portazgos, y principalmente aquellos cuyo producto no se invierten en beneficio de los contribuyentes ni del público. ¿Pero qué diría V. de los que siendo dudosos en su origen, son opresivos por su forma y por el enorme embarazo que presentan al tráfico interior? Pásase luego el puente del Tornero, y se sigue por la orilla izquierda del rio, al cual se juntan algunos riachuelos que vienen por una y otra mano. Aquí ya no se conoce al Bernesga por su nombre, pues los naturales como sucede en otras partes, dan a los ríos el de los pueblos por donde pasa, como río de Gordon, de Buiza, de Pajares. A tres leguas de la Robla se tropieza con Uniza, lugar mayor que la Robla, pero de malísima posada y malísima asistencia. Con esto digo a V. que aquí pasé yo y pasarán otros muchos de los que van y vienen de Asturias malísima noche. Este mal solo tiene un remedio: haga V. que nos den buen camino, y lo verá poblarse de muy buenas posadas. En la media legua de distancia que hay desde Buiza a Villasempiz, está la famosa cuesta conocida por la collada de Buiza, que es de lo peor que hay que esta travesía. Es peligrosa en los inviernos por las nieves; pero no sería difícil abrir en ella un buen camino, porque el terreno es firme, y aunque grande su altura, puede faldearse suavente al favor de dos tornos que están bien indicados a la simple vista. La cuesta de Villamil que se encuentra después, conduce a mayor altura. Antes de subirla se entra a su falda por una estrechísima garganta abierta en peña viva, que forma el célebre paso de Puente Tuero. ¡Si viera V. que sublimes son por su forma y su altura las dos enormes rocas de cuarzo, escarpadas perpendicularmente, camino nunca pasado sin angustia por la gente medrosa e inexperta, pues la altísima cumbre que se ve de una parte y el profundo despeñadero hasta el río que va lo mas hondo de la otra, llenan de horror y susto a las personas poco acostumbradas a verse en tales situaciones! ¡Pero cuan al contrario al curioso contemplador de la naturaleza! Aquellas elevadísimas rocas, monumentos venerables del tiempo que recuerdan las primeras edades del mundo, al paso que ofrecen a la vista un espectáculo grande, raro y en cierto modo magnífico, llenan el espíritu de ideas sublimes y profundas, le ensanchan, le engrandecen y lo arrebatan a la contemplación de las maravillas de la creación. Sin este antemural, decía yo alguna vez dentro de mi mismo ¿Qué sería de la libertad de España? Aunque olvidando los inútiles esfuerzos que costó a Roma reducirlo a su dominio, el solo detuvo el número y la fuerza de un enemigo poderoso a que en nada se había resistido desde Tarifa: él solo sirvió de escudo a la santa religión de nuestros padres; y él solo ofreció un asilo a las reliquias del imperio Godo, refugiadas a lo interior de Asturias: aquellos esforzados varones, que no contentos con negarse al yugo infame del berberisco, combatiendo gloriosamente por la patria, le fueron arredrando hasta arrojarle del todo de sus conquistas. Pasado Villamanin se hallan ya en el mismo camino y a sus lados las poblaciones de Ventosilla, Villanueva, Camponglo, Busdongo, Vegalamos y Arbas.En este último, situado en el monte de Valgrande, vertientes a León y separado del camino real, está la antiquísima colegiata de Santa María de Arbas del Puerto, que otro tiempo fue monasterio de canónigos reglares. Por un privilegio del señor D. Alfonso el IX de León, de que poseo copia fecha en la era 1254, esto es, año 1216, consta que ya existía este monasterio desde el tiempo del Sr. D. Alonso el VII, llamado el emperador, cuyas donaciones confirma; y pues el privilegio no da a este soberano el título de fundador, es visto a la mitad del siglo 12 había ya monjes y monasterio en el mismo sitio en que hoy existe la colegiata. El abad y canónigos, únicos moradores de aquel yermo, viven solos sin mas trato que el de sus amas -Jovellanos. Diarios.
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