Domingo 12
En pie a las cuatro y media. No hubo fuerzas humanas para sacar al otro coche de su atascadero y ya contamos con separarnos. A misa , que dijo el padre Galan en una capilla vieja y renovada con una imagen que decían de Santa María Magdalena y podía ser cualquiera cosa, y otra Santa gótica sin manos y sin figura humana. A la vuelta a casa hallamos el otro coche, que trataba de comprar dos ruedas de un carromato, para seguir su viaje; pero el nuestro instaba; nos despedimos y con tiempo claro y Norte frío, nos santiguamos y tomamos el nuestro. Por la cuenta, teníamos que bajar cuando habíamos subido ayer desde Hostales, y desde luego empezamos a hacerlo con gran trabajo, dejando por nuestra derecha abajo unas barrancas en lo alto y laderas un excelente monte de pinabetes, que ocupaban todo el terreno que no se pudo robar al cultivo, con algunos robles cortos entre ellos y tal cual enebro. El camino empeoraba siempre y en verdad que nada le faltaba para ser el peor de la carrera y aun del Reino. Las ruedas se hundían en las hondas carrilludas abiertas por los carromatos, grandes piedras atravesadas y todo cuanto pueda aumentar el riesgo y la fatiga del camino se presentaba sucesivamente en el nuestro. Por fin, a pesar del sumo cuidado del mayoral, que era superior a toda comparación, de los aullidos del zagal y del auxilio de la tropa, en la cual se distinguió particularmente el gracioso andaluz José González, dimos con nosotros en tierra, y vaya de primer vuelco. Por fortuna fué sin desgracia, y como sucede en tal caso se convirtió en risa. Pasamos así por el lugar de Porquerizas y llegamos con los mismos afanes a Santa María del Camino, donde se paró a tomar un bocado yj herrar una mula. Después de caminar otro rato, ya más recelosos, y bajando el camino al río Copona para seguir por su orilla, echamos pie a tierra y atravesándole tres o cuatro veces por pasaras de piedra, dejando muy atrás el coche y a la izquierda el lugar de Jorba, volvimos a bajar al río, nos reunimos con nuestro coche y le seguimos en él. Aquí es preciso volver a ponderar el cultivo de Cataluña, cuya actividad y esmero resplandecen tanto más en esta parte, cuanto es más ingrato el terreno. Cumbres, laderas, faldas, barrancas, hondanadas y pequeñas llanuras, en fin, doquiera que se ponga la vista todo está roto y perfectamente cultivado; todo cortado en bancales, sostenidos con paredones sembrados de centeno, guisa o habas, guarnecido de vides y olivos, que aquí se salvaron del hielo; y sólo las ásperas cumbres y pendientes inaccesibles están sin cultivo, aunque enteramente cubiertas de arbolado. Al fin dejamos el río ( desde el cual habíamos descubierto en lo alto el lugar de Jorba con su castillo en la eminencia) Y emprendimos la subida a Igualada por un terreno de marga bastante pendiente. Es lugar grande, de mucha población y con muchas señales de riqueza. Aquí hicimos mediodía, nos dieron un cuarto limpio; la gente es notablemente servicial y nos asistieron con mucho celo y bastante limpieza. La comida, como hecha de pronto y para quien había llegado a las dos y media. Fueron notables en ella una sopa de aceite con huevos batidos, bien polvoreada de canela; una polla y un conejo rellenos con pasas de uva y ciruela, piñones y no sé qué mas, y otros guisotes y con su no sé que de trasnochados. Instaba el tiempo, asustaba el camino, dímonos prisa y nos pusimos en él a las cuatro.. Por fortuna no había llovido ayer por aquí o muy poco y el N. frío de hoy, que aún duraba, había endurecido el terreno. Fuera de esto el camino pésimo y debemos confesar que tan repetidos sustos y afanes, si primero disgustan y después impacientan, al cabo llenan de indignación a viajantes y carruajeros. Gracias a la moderación de nuestro mayoral y al miedo que el renegado del zagal le tiene, que no se oyeron las blasfemias acostumbradas, que si pudieran disculparse, alguna vez, aquí lo serían; y gracias también al saladísimo andaluz, que sazonaba con sus chistes las amarguras del viaje; y vaya un ejemplo. Cuando ayer se volvió el coche que llevábamos por la proa, después de haber acudido al socorro y trabajado cual ninguno, volvió a tomar su caballo y dijo: Bendita sea la misericordia de Dio que me ha jecho zoldado de a caballo zin merecello, y que me ha dado un coche que nunca za atumba. Hoy decía: ¡Vaya, que zi Dios, no lo remedia, hoy tenemos que jasé penitencia, llevando el coche a cueztaz al lugar, en pedazitoz” Y casi adivinaba, por lo que verá el curioso lector. Volvimos a bajar al río; ya esta mañana habíamos advertido en él algunas presas para dar agua a unos molinos de papel y a una fábrica de lienzos de algodón. Esta tarde vimos otras varias y toda su orilla llena de fábrica de lienzos de algodón. Esta tarde vimos otras varias y toda su orilla llena de fábricas y poblaciones con mucho y buen cultivo en torno de unas y otras. Villanueva del Camino, Puebla de Claramunt, Capellanes, en lo alto, a la derecha, y Puebla de Reina, tiene mucho de esta industria y según el aire de los edificios la más preferida es la de la papel. En las laderas del río, habíamos notado tongadas de marga, de 60 a 80 pies de altura. Pasado el último pueblo citado vemos na montaña toda de toba. Por fin, al pasar por última vez el industrioso río Capons, descubrimos por primera vez en nuestro largo viaje la piedra berroqueña, para nosotros aciaga, pues subiendo la cuesta que va al lugar de Valbuena que es toda de esta piedra, aunque deleznable y tierna, entró el coche por el estrecho carril abierto en ella; la clavija del juego delantero se había doblado un poco con los esfuerzos del día; al vencer un repecho se salió de su encaje y nuestro coche, ya desnivelado, dió otra vez consigo y con nosotros en tierra. No hubo tampoco desgracia, aunque el pobre mayoral, cayendo del pescante, dió un buen porrazo. Acudió gente, reparo el daño, chiste el andaluz, reímos un poco y, haciendo ánimo de continuar la jornada a pie, nos reunimos a dos vecinos de Piera, anduvimos sin fatiga una buena legua y llegamos a la posada después de las ocho, que es decir muy de noche, aunque noche clarísima , cuanto puede ser sin luna. Poco después, el coche sin desgracia. La posada promete parece limpia y se sirve con celo. Pero estas catalanas de mis pecados, siempre zafias, siempre pequeñas y rechonchudas, siempre llanas de ayas y con la ropa a la rodilla, siempre remendadas y no limpias y con un guirigay que el diablo que las entienda, agradan siempre muy poco; por más que hacia aquí, el interés y el trato las haga serviciales. De los hombre nada diremos ¡Qué figuras las de los labradores con su capa parda y el gorro colorado! Este es aquí el cubierto varonil; hasta clérigos hemos visto llevarle dentro de la casa . La posada es una gran sala, con mesa de tiento para los que quieran comer en común. Cuartos a una y otra banda; camas medianas y con poca cena y buen sueño nos fuimos a la cama. Biblioteca de Autores Españoles. Don Gaspar Melchor de Jovellanos. Diarios.
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