El Valle de Caranga a Teverga
El Hellenthal es el famoso valle del Infierno de la Selva Negra y la principal vía de comunicación entre esta importante y, por mil títulos, curiosísima región y el valle del Rhin. Tiene siete leguas de largo, y la única singularidad que ofrece son dos peñas perpendiculares, y casi juntas, por medio de las cuales pasa el arroyo y el camino, llamadas el Salto del ciervo porque, según una tradición o leyenda, un ciervo perseguido saltó de una á otra peña, y de consiguiente de un lado á otro del valle. Tradición ó leyenda, que no me cuesta trabajo creer, porque he visto saltos de veinte pies, dados por un caballo inglés. ¿Qué no saltaría un ciervo perseguido? Por lo demás, fenómenos como los de las peñas del Salto del ciervo son muy comunes en Asturias; más á mi juicio, que en ninguna otra región del mundo que yo haya visitado. El Hellenthal, por otra parte, despojado del prestigio que le da su nombre, no es mas que una cañada muy regular y muy estrecha, sin mas sitio por el fondo que para un penosísimo camino y para el arroyo de aguas negras, como tinta, por lo cual sin duda ha merecido tan singular denominación que conserva desde los romanos. La vegetación es allí sumamente lozana, y ni una sola pulgada de terreno hay desde el fondo del valle hasta la cima de las altas montañas que lo forman, que no esté cubierta de elevadísimos abetos y hayas, únicos árboles que allí se crían. En los tiempos antiguos, y antes de estar hecha esa carretera, habría sido una empresa pavorosa y temible, tratar de meterse en el valle; por eso cuentan el dicho de Gatinat, general de Luis XIV, cuando las guerras del Palatinado, que oyendo criticar una operación suya que hubiera podido llevar fácilmente á cabo operando por el Hellenthal, contestó: (No era bastante demonio para meterme allí). Posteriormente, y casi en nuestros días, cuando las guerras de la república francesa, adquirió una gloria inmortal por haber dado paso al ejército francés en la famosa retirada desde el Danubio al Rhin en 1747 al mando de Moreau, y que fue comparada con razón en su época á la de los Diez Mil. Hoy ha perdido completamente su prestigio antiguo, hoy queda reducido el Hellenthal al paso de las diligencias entre Friburgo, en Brisgau, célebre por la torre de su catedral, que no tiene rival en el mundo, y por ser la patria de Schwartz (Negro, aquí todo es negro, hasta los hombres se llaman así) el famoso fraile, inventor de la pólvora y Schaf fouse, en Suiza, á donde el Rhin se precipita en una magnífica catarata en Laufen. Casi todos los turistas que en el verano suben ó bajan el valle del Rhin, hacen esta excursión que es una de las mas interesantes que he hecho en mi vida, y aconsejo a todo el que pueda que la haga.
Ya conocen los lectores de Las dos Asturias por esta imperfecta descripción lo que podrá ser el famoso Hellenthal de tanta celebridad. Pues bien; ¿quieren conocer otro que me atrevo á llamar con el mismo nombre, y que desde la creación del mundo estaba ignorado (porque estaba en España y en Asturias), y que se acaba de descubrir hace dos años? Pues bien; hoy que las vías de comunicación van siendo fáciles y cómodas en España, hoy que en treinta horas se sale de Madrid y se llega á Oviedo, diez y ocho en camino de hierro á León y doce á Oviedo, hagan por Dios este viaje en lugar de irse á Suiza ó al Pirineo como van tantos españoles en verano, no tendrán las comodidades que allí, no tendrán ni los hoteles, ni los caminos, ni nada de lo que la civilización moderna tiene dispuesto para la comodidad, recreo y diversión de los viajeros. Es verdad, nada de esto hallarán, en cambio mucha suciedad, mucha porquería y casi tanta miseria y tanto harapo como en Galicia. Pero hallarán un país tan fresco como Suiza ó los Pirineos, tan primitivo casi como en tiempo de los pastores de Arcadia, y costumbres parecidas; tan pintoresco ó mas que Escocia y las famosas orillas del Rhin, y tan fértil en algunas partes como la Lombaría ó el valle del Arno; tan agreste ó más que la Selva Negra, Suiza ó los Pirineos. La vida no es en Asturias tan cómoda y agradable como en estos sitios; pero en cambio es tan barata como en Suiza y se gozan placeres desconocidos á la vida civilizada. Vengan, ó mejor dicho vayan á Asturias; oigan los consejos de un pobre hijo del país; que lo había dejado á los catorce años y vuelve á los cuarenta cumplidos, después de haberse paseado y de conocer á casi toda Europa en las circunstancias tan ventajosas como puede haberlo hecho otro alguno, y dice sin temor de verse desmentido: Asturias es el país más hermoso de la tierra. Vedlo, y os convenceréis.
Vuelvo a la descripción del Hellenthal asturiano, ó sea el valle de Caranga á Teverga, que á mi juicio ofrece la perspectiva mas agreste, mas salvaje, más horriblemente hermosa que hay en el globo, al menos en lo que he visto de Europa. Quizá en los Andes haya habido algo igual, según nos cuentan los historiadores del descubrimiento y conquista del Perú en tiempo de los Incas; hoy de seguro no queda nada parecido á la senda de Teverga. Quisiera tener el talento descriptivo de Marmontel, el historiador de los Incas; el colorido de Claude Lanrraine ó de Salvador Rosa; el pincel de Flaxman y de Gustavo Doré, que ilustraron el Dante, todo reunido para echarlo en la senda de Teverga, porque aun así sería imperfecta la descripción que voy á hacer. Lo hago con el temor mas grande que se puede tener en la vida, con el mismo que tuve cuando hablé por primera vez en las Cortes. Esto lo comprenden los que son o hayan sido diputados y hayan hablado. Lo hago como un reo que llevan al patíbulo, porque tiene que ir; lo hago porque lo considero un deber sagrado que me he impuesto cuando atravesé la senda, y desde niño estoy acostumbrado á cumplir todos mis deberes por desagradables y penosos que sean.
Voy, pues, á entrar en la descripción del famoso valle y senda de Teverga. Para hacerla un poco más soportable, para dar alguna amenidad al relato, intercalaré mis impresiones al pasarle y las extravagancias a que se ha entregado mi imaginación, esta folie du logis, loca de la casa, como con razón la llaman los psicólogos franceses.
Por una tarde entre el 10 y 15 de noviembre de este año, (1866) llegué a Caranga, después de haber recorrido en coche casi todo el concejo de Quirós, uno de los mas montuosos é inaccesibles hasta hace pocos días, gracias al Sr. D. Gabriel Heim, que ha construido como por encanto, tal parece, el camino del primer orden de Trubia á Ventana: al señor Heim le ha pasado lo que pasa á todo hombre que hace un gran sacrificio por sus semejantes. Comprometió su fortuna y la de la sociedad que representa en la construcción del camino; hizo cosas que parecían imposibles con tan poco dinero; construyó un camino hermoso en un terreno infernal; al principio ningún elogio bastaba para el señor Heim: los ayuntamientos daban á porfía su nombre a la calle principal de sus pueblos, y el de Proaza fijó una plancha de hierro, por cierto bien mezquina con su nombre, en la Peña de Caranga.
El franqueo de esta peña será siempre una obra inmortal del señor Heim, y que merece por cierto que se haga un viaje desde Oviedo sin mas objeto que verla, seguro el viajero de ser suficientemente recompensado del trabajo de ir, y del dinero que le cueste. Y á los pocos meses de abierto, porque los ingenieros del gobierno dijeron que le faltaban algunos perfiles, ¿cómo no le habían de faltar si había costado á lo sumo el 10 por 100 de lo que ellos hubieran gastado en el camino? ¿y había de tener los mismos perfiles? Esto bastó para que la provincia no le pagase los intereses del empréstito, que á Heim había hecho; que los ayuntamientos no le pagaran la prestación personal, que por veinte años le habían ofrecido; en una palabra, para que todo el mundo le abandonase hasta el punto de apedrearle por los pueblos, á él, que pocos meses antes habían casi divinizado. Así son todos los pueblos. Yo le escribí sin conocerle, diciéndole que estaba avergonzado de la conducta de mis paisanos con èl, que después de todo había hecho un camino, que ni soñarlo se podía pocos meses antes, y que había transitado cómodamente en coche por sitios, por donde ni las cabras pasaban.
Dejé, como llevo dicho, mi coche en Caranga, y tomando un caballo del país y otro para un amigo de la infancia, que me acompañaba, nos dirigimos hacia la famosa senda. Yo conocía un poco el país; tenía de él la idea mas horrible que se puede tener; había oído muchas historias de la senda; pero confieso que todo es inferior á la realidad. Creo que la imaginación mas calenturienta y fantástica no ha podido inventar nada igual ni siquiera parecido. Principiamos por atravesar el río de Quirós sobre un puente de madera tan rústico, que ni barandilla tiene; entramos en un castañedo de muy bellos árboles, y á poco rato llegamos a un molino que mueve el agua que baja de Teverga, y tan bonito que no he visto nada igual por lo rústico, en ninguna decoración de la Sonámbula. Traía bastante agua el río, de lo cual resultaba que venía al molino mucha mas que la que necesitaba. Entraba en la canal, que era de madera y cerrada; la canal tenía un agujero hacia el medio, y salía el agua con tanta fuerza, que formaba un chorro como el de la Puerta del Sol. Al molino bajaba, sin embargo, bastante para hacerle andar. Pasado el molino se entra realmente ó se sale de la senda, según se tome, y desde aquí se descubre en toda su horrible majestad el valle que se va á pasar. Figúrense mis lectores un valle estrechísimo por cuyo fondo solo hay sitio para el río, que por el eterno y constante murmullo se conoce la impaciencia y la estrechez con que se desliza, y á los dos lados dos murallas naturales de peña llamada cuarcita, muy descompuesta y muy negra, á 100 piés por lo menos de altura del río una sendita abierta en la peña del Morimium, de tres piés de ancho, sin mas vegetación que algún roble, haya, castaño o madroño de trecho en trecho, y entre el detritus de la cuarcita crecía la erica gigántea, brezo gigante, en asturiano llamado uces, que para agregar al horror de la escena padecía de la misma enfermedad que he visto en Valencia y Murcia padecer á los naranjos y olivos, una especie de hollín, sarro o capa negra. Nada hay en la naturaleza que iguale al horrible silencio que allí reina. Antes de abrir la senda era dominio exclusivo de osos, cuyos vestigios se encuentran á cada paso en los madroños desgajados que se ven en sitios inaccesibles á persona humana, y que ellos rompen para comerse la fruta. Siguiendo la senda hecha en muchas partes con estacas clavadas en la peña, subiendo unas veces, bajando otras, pero siempre sobre el abismo, tanto que a cada momento veíamos las piedras que lanzaban nuestros caballos con las patas ir á caer directamente al río, suerte que nos esperaba á nosotros si faltaba el terreno á nuestros caballos ó daban un paso en falso; de esta manera se andan sobre tres kilómetros, y es preciso entonces pasar el río para tomar la senda, á la orilla derecha del valle, pues ya el otro lado desde aquí es completamente inaccesible. Como se va despacio y no hay nada que le distraiga á uno, la loca de la casa, la imaginación se me echó á volar qué sé yo por dónde, por todas partes. Yo no he visto nada igual ni que se le parezca, ni en los Pirineos, ni en los Alpes, y los he visto bien, pues casi los he andado todos á pié. Ni los valles del Pirineo desde Louvie por Eux Chaudés á Gabas, ni á Aguas Buenas, ni de Cauterets al puente de España, ni de Pierrefite a Gavarnie en los Alpes, de Ginebra á Chamounix, ni en el valle del Sion, el famoso arroyo de la Tete Noire, ni por último, el famoso Hellenthal de la Selva Negra, he visto nada que se parezca á este; así es que mi imaginación me lleva á las escenas del Infierno de Dante, ilustradas por Flaxman y Doré, y sin darme cuenta iba repitiendo versos del célebre autor de la Divina comedia, habiendo empezado por estos del canto primero del Infierno.
Seguí recitanto casi todo el canto I, y cuando llegué el encuentro del poeta con las tres fieras, casi me creí en una situación parecida. También á mi se me ha presentado en mi camino la sombra refulgente de un grande hombre, detrás de la sombra, y formando parte de ella, una alimaña, ratón hediondo, y detrás de él, en la penumbra de la sombra, la loba del Dante con su misma significación simbólica de la concupiscencia.
También estas alimañas, protegidas por la sombra del grande hombre, se me atravesaban en mi camino momentáneamente; á la sombra le dirigí las mismas palabras que el Dante dirigía á la de Virgilio:
Miserere di me gridai á lui qualque tu sía ad ombro ad oumo cato.
Y me contestó la sombra: Non, oumo, oumes giá fiú.
Despierto de mi sueño y siguió la triste realidad sombría, como dice uno de nuestros mejores poetas modernos.
No los traduzco porque el italiano es bastante fácil de entender. Síguese con el alma en un hilo hasta la salida del valle, que presenta una escena a mi entender sin rival en la naturaleza. La coarcita se va volviendo mas compacta y se sale por entre dos peñas, que el ánimo se sobrecoge al pasar, porque una, la más alta de la izquierda, tiene por lo menos 200 pies de altura, y está completamente inclinada sobre el río y sobre la senda: se llama Peña negra. ¡Poder omnipotente de Dios! no pude menos de exclamar: “si á esta masa le da la gana de aplastarse, ¿qué fuerza animal se necesitaría para levantarla? La contestación me la di bien pronto: ninguna; solo el que la creó podría volverla a poner como está. Se pasa el río, entre las dos peñas por un puente, que ni ideal se podría hacer como es. Aconsejo á cualquier pintor o fotógrafo que vaya y lo saque en fotografía o dibujo, seguro que no hay nada que se le parezca. En el medio del río hay una peña, por debajo de la cual sale el agua con la fuerza que de una esclusa, que es lo que viene á ser esta peña, pues el agua tiene por lo menos cinco pies mas de altura de la parte de arriba del puente. El punte que es de madera, está fundado sobre esta peña, que le sirve de tramo, y forma con las dos grandes peñas y el río un conjunto tan bello, que no es posible ni imaginarlo. No es mía solo esta opinión; es la misma que ha formado alguno de los ayudantes del general Prim en la cacería de osos á que asistieron con él, el verano en este mismo sitio.
Antes de proseguir con esta descripción, debo hacer mención de una cosa notable en todo el país, y que llamará la de todo viajero; el famoso roble de Olid. Antes de llegar á la Peña Negra se ve salir del fondo del valle un magnífico roble que tendrá por lo menos 100 pies, y descuella entre los demás, como decía Virgilio que descollaba el ciprés entre arbustos, inter viburna eupressi. Unos leñadores le incendiaron por la base, y se vé quemado parte del tronco. Sin embargo, todavía se puede sacar de él una viga de 80 pies de vara en cuadro. Existe hoy, por la imposibilidad material de sacarlo de donde está. Salgo al fin de este valle de sublimes horrores, y salgo como pudo haber salido en Dante del infierno, después de haber presenciado las horribles escenas que nos describe, recitando los dos últimos versos del canto V, y en la misma situación que él, solo que él era de lástima por los infortunios de Francesca de Rimini, que siempre que los leo me hacen derramar lágrimas de ternura, y hoy el miedo de los peligros que acabo de pasar me hace oírlos repitiendo al atravesar el puente:
Io venni meno come s´io morisse. El caddi come corpo morto cade.
Al fin, he salido sano y salvo de este maldito valle, que así puede llamarse sin hipérbole; pero aun me queda, antes de llegar á Teverga que atravesar la capa caliza. Aquí “está lo bueno”, como se suele decir. Todo lo que he referido es nada, comparado con lo que queda Esta senda es la realización del sueño del inmortal poeta italiano. En sueños debe haber tenido origen la Divina Comedia. El plan es el mismo; no hay mas diferencia que este es realidad; allí se empieza describiendo horrores, y desde el Canto III que describe lo que se sufre en las antesalas del infierno, y luego el paso de las almas del Acheronte, y que dio lugar al famoso fresco de Miguel Angel en la capilla Sixtina en Roma, reputado la primera pintura del mundo, cree el lector que la naturaleza humana no puede sufrir más, y va leyendo 33 cantos y cada vez nuevos y formidables horrores, tanto desde el año 1399 acá no ha habido nadie que haya imaginado nada igual. Pues esto es lo que pasa en la senda de Teverga; se principia en un valle horrible, va encrescendo todo el tiempo, y se acaba como nadie puede imaginar siquiera. Pero ya que estoy en terreno mas apacible, voy a describir la capa intermedia entre la cuarzita y la caliza. Aquí se acaban los precipicios; entra la senda de un pie de ancho, á lo sumo, en unos prados tan pendientes que creí oportuno apearme del caballo que me acababa de pasar por sitios tan malos, é hice bien, como he visto después porque al pobre animal le costó trabajo pasar la senda y de seguro hubiéramos ido juntos al río; luego se baja á un castañedo, en el que vi con sorpresa había dos tinglados ó barracas como para construir casas. Mi primera impresión fue decir al compañero: ¿Quién será el desgraciado que se venga á vivir aquí?
Desde allí percibimos del otro lado del río y á una altura incomensurable, unas casitas arrimadas a un peñasco, como para poderse sostener en pie. Es el pueblo de Bandujo del que es oriundo el señor Tames Hevia, senador del reino y consejero de Estado. Por aquí ya se veía algún vestigio de la raza humana. Hay un puente de madera para el servicio del pueblo y de un molino harinero que está situado á la cabeza del puente y al lado de un peñasco formidable de caliza. Aquí principia una enorme capa de caliza compacta, que tantas maravillas nos va á ofrecer. Al pasar por delante del peñasco vi una hermosa flor azul celeste de un color muy vivo y muy común en Asturias, que siempre me ha llamado la atención, mucho mas después de unas que cogí hace cuatro años en lo alto de Elgoibar, yendo a San Ignacio con una familia amiga mía de Madrid, y las conservo, así como también otras cogidas hace un año en lo mas alto de Pajares, y quería conservar esta como recuerdo de un viaje por la senda. Seguimos andando por una calleja entre prados, y era tal el barro que había que me atasqué, y con dificultad pude sacar los zapatos, á pesar de las trabillas de las polainas. En los esfuerzos para salir de tan infernal calleja, perdí mi flor. Fue tal el acceso de rabia que esto me causó, que prorrumpi en un sarcasmo horrible á lo que puede haber de mas sagrado en el mundo para el hombre y para mi: llega hasta la idolatría, la patria. No quiero poner en mis labios lo que dije: lo dejo al que me han dicho, fue el verdadero autor. Cuentan que un francés que vivía hace muchos años en Lisboa le cogió en la calle uno de los pronunciamientos tan frecuentes allí y en España hace algunos años, y una oleada de gente le arrojó á un foso de aguas sucias, que entonces también parece eran comunes en Lisboa. El foso era grande, y el pobre francés no podía salir de el sin ayuda; imploraba á todo el que pasaba que le ayudase, pero los portugueses estaban ocupados de la patria, y al pasar le gritaban en vez de ayudarle ¡viva á patria! El pobre hombre iba ya perdiendo la esperanza de salir de aquel sitio á donde debía estar, como dice el Dante en su Canto VIII que están los orgullosos en el infierno ¡Come porci in brago Di se lasciando, orribili dispregi! y habiéndole contestado un grupo que pasaba lo mismo que los que habían pasado antes solo, exclamó el pobre francés.
(Grandes cerdos, á esto llamáis una patria) Esto mismo dije, Dios me perdone, en un acceso de furia. A todo esto iba, llegando a la parte sublime y horrorosa de la senda. Figúrese al lector una peña cuatro ó seis veces mas alta que la torre de Santa Cruz o de otra torre que conozcan, partida por el medio, a la distancia de lo ancho de la calle del Príncipe y aun menos uno de otro pedazo de peña, un río por el medio, siempre mugiendo por lo estrecho y apretado que va entre las dos peñas, tanto que algunas veces se esconde enteramente debajo de lo que se camina, y á una distancia de 200 metros clavadas en la peña y sin petril ninguno, todo lo mas en los sitios mas pavorosos una pequeña barandilla y gente que se cree racional, pasando por esa cornisa. Pues esta es la senda al llegar á Teverga.
Yo, metido ya en este terrible paso, fanático por las grandes y fuertes impresiones, admirador entusiasta del Dante y de su infierno, a lo que tanto se parece, no podía quedar indiferente a tanto horror, a tanta maravilla como se desplegaba en tan corto espacio. Mi primer movimiento fue pararme recostado sobre la peña y exclamar: “Dios omnipotente que á un soplo de tu voluntad creaste tanta maravilla, haz que podamos ver pronto esta desde un carruaje;” aquí, como se ve, me fui intelectualmente al fondo del abismo. Pero mi situación especial de candidato á diputado así lo exigía. Además, esos eran realmente mis sentimientos, como creo serán los de todos los que por allí pasen. Ahí! seguí mi exclamación; mis amigos Candau y Balmaseda y todos los diputados que creíais que en Asturias se gastaba demasiado, aquí, os quisiera ver yo, si después de pasar este espantoso desfiladero seguíais creyendo lo mismo!” Absorto ante la imponente majestad y grandeza de aquellas moles calizas, y aterrado por el abismo que tenia a mis pies, oigo la voz de mi compañero que me decía riéndose: “Mira como boga mi tapa-bocas.” En efecto, un golpe de viento se lo había quitado y había ido á parar al fondo, es decir, al río, y flotaba majestuosamente. Esto me sirvió de aviso, y abotonándome el gabán para que el viento no hiciese fuerza y me echara á mi a bogar, me agarré a la peña y agarrado seguí mas de un kilómetro que dura el abismo, no mirando fijamente sino al suelo y poniendo en práctica el precepto del Dante de no mover un pie hasta que el otro está seguro. Pero de cuando en cuando me recostaba sobre la peña y la fuerza de la curiosidad se sobreponía al miedo, y como hebeté (bestializado, traducicón libre) yo estaba largo rato, contemplando las maravillas de la peña de enfrente y del abismo, hasta que sentía que mi compañero me agarraba por el gabán y me sacaba de mi éxtasis, diciéndome: “Anda, hombre, anda, que la noche se echa encima y el camino es largo y peligroso como esto”. Volvía a andar unos cuantos pasos y á repetirse en todas sus partes la escena anterior. Durante este tiempo, la loca de mi casa había tomado otro giro, y la reacción del sarcasmo a la patria había traído a mi mente el recuerdo de un buen elector mío, que había visto 24 horas antes, soltero, con instrucción, con 25.000 duros de renta, que vivía, sin disputa, en el peor pueblo de Quirós y de Asturias, pudiendo vivir en París. Madrid ó Londres, ó donde le diera la gana, y a quien yo había dicho: “Cuando vuelva a encontrar algún cosmopolita, aquí lo mando para que con este ejemplo se convenza de lo que es el amor á la patria”. Estas reflexiones me habían llevado á invocar todo cuanto mas tierno había oído y leído sobre el amor a la patria, y en primer término á recitar los sublimes versos del Canto II de la Eneida, el poema mas bello de la humanidad, y el que mejor expresa todos los sentimientos mas delicados del corazón humano.
Almanaque de 1866, de Oviedo y Santander.
J. G. Miranda.
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