Brañas (Leitariegos)


Textos:
-Leyenda de Fabio Orduño.
-Visita a Asturias.


Raposu- Cámara nocturna. 


Leitariegos brañas.
Por el claro abierto entre dos lomas desmesuradas, leonesas todavía, penetran las primeras nieblas de Asturias. El viento y el sol las rechazan, deshilachándolas. Tardan mucho en fundirlas. A veces estas neblinas bajas se desploman Castilla adentro. Sin embargo, suelen quedarse en su hoya, remansadas, y hoy es uno de estos días felices en que se duermen en el umbral y se pegan al monte como si incubaran la primavera. Entro, pues, en Asturias por el puerto de Leitariegos, libre de nieve y con buen sol. Otros años, en marzo y abril, la campa -grande, y desolada, de hierba pobre, sin árboles, como toda meseta de las cumbres-está cubierta por muchos palmos de nieve y apenas sobresalen las columnas-catalejos de piedra-que sirven para delatar el camino.

Entrar en Asturias por Leitariegos es asomarse a uno de los grandes y magníficos espectáculos que puede ofrecer al hombre la montaña. Deberíamos detenernos en Leitariegos para ver la escuela, pero sería perder el tiempo, porque en Leitariegos no hay escuela. No hay médico tampoco. Solamente unas cuantas casas de camino real. Y, sobre todo, el camino, el puerto, que ya basta, pues sólo con adelantar un kilómetro, empezamos el descenso por la vertiente de las Brañas, y éste es el lugar más hermoso que he visto y pienso ver en mi vida. Será porque la niebla suaviza un poco el tono sombrío de los montes que le sirven de fondo. Será porque todo el primer término está iluminado con una luz intensa, cálida; y en este inmenso derrumbadero, que la carretera baja en zig-zag, pueblos, bosques, prados y ganados que en ellos pastan, aparecen como en tangente, sostenidos por arte mágico…..Luis Bello. (1872-1935) Asturias vista por viajeros. Volumen segundo.-
Leyenda de Fabio Orduño
Una de las numerosas coplas que circulan por la región, y que el primer niño que encuentren les cantará al son de la zampoña o de la gaita:

Fabio Orduño era brioso, 
e valiente capataz;
osos et zorros cazaba 
jabalíes e ainda más.
Pero facer devotiones 
eso non fizo jamás,
nin rezar as litanías,
nin los santos adorar.
..
Nin reliquias nin medalla
nunca as quiso allevar.
Antaño vivió en Galicia
e en Asturias ainda más.
..
Galán era, et rozagante, 
ben fornido, assaz capaz.
Queríanle as marusas 
mas él, mentido e falaz,
a todas prometió amor
por más bien as engañar!
..
Nunca fincó en Cova Donga
os inojos al altar
nin quiso á la virgen santa 
sus cazas encomendar.
..
A la muy santa medalla,
que pudiera le librar 
faz á faz  contra as garras 
del oso que ha de cazar,
non quiso dalla credenzia 
nin sabió non la burlar!
..
Ma, por fin allegó  o día 
en que,  por o castigar,
fízose o diablo oso pardo
e metióse á montañear 
en tanto que  Fabio Orduño
metíase á le buscar!
..
Ambos vienen en os brazos!
Fabio Orduño, o fier rapaz,
acométele atrevido;
ma o diablo,  con grand disfraz, 
fínjese cuasi enb a morte,
por le mas bien engañar.
..
Pobre Fabio! Pobre Orduño! 
¿Por qué non sabes rezar?
¿Por què sin a santa imágen 
aventúraste á luchar
contra o demonio fecho oso
que te quier descabezar?
..
Ya se ruedau en a terra!
Ya se facen rebolcar!
Ay! Que Orduño é corpo morto,
sin cabeza e calcañar!
..
Comióse entrambos o diablo
que ningun pudo matar!
E quando aquesto ovo fecho
Desapareció do logar!…
..
E bajóse á os infernos
para volver á bramar
quando cazadores de osos 
sin medalle osen cazar.
..
Que quier Dios que á sua madre 
de Cova Donga á pregar 
vagan os buenos cristianos 
antes de andarse á folgar.

Visita a Asturias
 Desde 1815, asturianos y gallegos volvieron a  ser lo que habían sido desde la época de Felipe II, Volvieron a Madrid a ocupar sus respectivas plazas;  los gallegos,  con una cuerda a la espalda o con un cántaro al hombro,  ocupan todas las esquinas de las calles y las orillas de las fuentes públicas. Los asturianos disfrazados con una librea,  ocupan las antecámaras de los grandes señores y las del palacio real. Los asturianos  tienen desde tiempos  inmemoriales el monopolio  de todas las plazas de mayordomo, de administrador general y de servidor del Palacio. Pregúntenles al primer asturiano que encontremos por la carretera de Castilla a dónde va y lo que va a hacer, y les responderá,  sin vacilar, que va a Madrid a buscar conveniencia, es decir,  una posición conveniente.  El no sabe leer ni escribir, apenas  habla español,  es  ignorante y no sabe hacer casi nada. Pero es muchacho guapo, joven, despierto, ágil, obediente, leal, fiel como un perro para con la persona que quiera darle comida, ropa y cobijo  y sin ocasionarle la menor preocupación. Todo  eso es  más  de lo que necesita para encontrar en Madrid una plaza de lacayo,   porque allí,  como en París,  las damas tienen un gusto muy pronunciado por los lacayos guapos…. Luego pasará a ujier de antecámara, y cuando empiece a envejecer, la señora lo sustituirá. Los asturianos, así como los cántabros, aunque sean lacayos  y su padre y su abuelo hayan llevado librea, todos pretenden ser tan nobles como el mismo rey Pelayo. Por eso nunca dejan de ponerse un don, grande como una casa,  en cuanto dejan de abrir las portezuales del coche y pasan a  la  alta posición de ujier de antecámara.
Pueden ser vagos, sensuales,  vanidosos, golosos y mezquinos, en tanto que pertenecen a un amo rico, pero trabajarán sin descanso,  se privarán de todo, harán  todos los oficios y soportarán toda clase de humillaciones, si aquel que pierde toda su fortuna.  Lo que  el asturiano hace por su amo, cuando es criado,  lo hace por su patria cuando es soldado: ni el cansancio, ni las privaciones,  ni la falta de alimentos o de ropa  le hacen desertar de su bandera… No ha  recibido su ración de pan, sus pies están magullados, despedazados por las piedras del camino o por las asperezas de la montaña;  ni siquiera tiene tabaco, pasó  cuatro noches sin dormir y tampoco dormirá esta noche… No importa:  ustedes no le oirán una queja contra sus  jefes, ni una murmuración contra  su rey. ¡Qué venga el enemigo! Entonces ustedes verán al asturiano  convertirse en lo que fue antaño, cuando, sin armas, sin refugio, sin otra fuerza que la de su corazón y de su fe en Dios, se atrevió a desafiar, en Covadonga, a los soldados del califa de Córdoba,  siempre victorioso hasta entonces. 
Las montañas de Asturias, en Asturias,  en otro tiempo habitadas por héroes,  están  ahora pobladas de osos de un tamaño  casi colosal y que, a pesar de su carácter bastante bonachón no son excesivamente educados…. Decimos educados porque, aparte de su fea costumbre de no desviarse ni un palmo del camino que siguen cuando se encuentran cara a cara con un viajero,  los osos asturianos  son unos infelices en general, se muestran más interesados en rucar  avellanas y bellotas dulces que en devorar a un hombre,   ni siquiera a un pájaro…. 
Ya estamos en la montaña. Miren  a lo lejos  todos esos caseríos bajo un cielo nublado. ¡Si supieran  ustedes cuánta miseria se esconde tras esas paredes ennegrecidas por el humo!. Los  habitantes de Asturias no poseen, nada o muy poco. No se sabe de qué viven. En las montañas, la caza,  las avellanas, las bellotas dulces, las castañas y las nueces constituyen  todos sus bienes, con un poco de maíz que cosechan a duras penas; en la llanura, el maíz recogido en los campos mal cultivados y con frecuencia poco productivos,  es el único medio de vida de los habitantes. De ahí esas emigraciones anuales que caen sobre las Castillas, y principalmente sobre Madrid. Ustedes ya saben lo  que los asturianos van a hacer a Madrid.
Manuel  de Cuendias   de Féréal. (s. XIX) -Asturias vista por viajeros. Volumen segundo. -
Visita a Asturias
Ahora que ya hemos atravesado la montaña y que ya no debemos temer el encuentro con oso descortés, podemos caminar  en paz hacia la costa, sin miedo a la escopeta de un bandolero, ni al robo más temido  (porque la ley no lo castiga en ningún país)del posadero de la carretera general. Es verdad que hay pocas posadas  en las carreteras de Asturias: incluso las villas sólo cuentan  con algunos malos mesones (hospedajes para muleros) donde el viajero pueda detenerse.  Y, ¿Qué puede encontrar allí? Todo lo que uno quiera, a condición de que lo lleve consigo; y si ustedes  quieren  una prueba de lo que acabamos de decir, escuchen  este diálogo que tuvo lugar  entre un mesonero asturiano y los autores de este relato:
-¡Dios le guarde, patrón! ¿Puede usted alojarnos?
-Naturalmente, señores, y espero que estén  en mi casa como en un palacio.
-¿Tiene algo para darnos de cenar?
-Todo lo que vuesas mercedes puedan desear
-Entonces, lleve nuestras mulas a la cuadra, y cuídelas bien.
-Estén tranquilos, mis señores, que sus animales estarán  tan bien tratados como sus señorías.
Y,  tranquilizados con estas palabras, entramos en el mesón con la dulce esperanza de dormir bien después de haber hecho  los honores a una buena cena. Pero, ¡ay!, en cuanto estuvimos  instalados en la cocina, sentados en los escaños, largos bancos de madera de roble que se encuentran adosados a lo largo de la pared, bajo la amplia  campana de la chimenea, la conversación, que se había interrumpido durante unos instantes, continuó. Esta vez fue la mesonera (la mujer del ventero) quien empezó.
-Cuando sus señorías quieran cenar, les serviremos con mucho gusto. ¡Marica! ¡Dominga! Chicas,  ¡acá!
Y, al momento,  tres gruesas  sirvientas, verdaderas mozas de la montaña, fuertes como para buscar ruidos al diablo hecho oso y abatido; limpias, lo justo para no quitar las ganas de cenar a personas que no habían comido nada  desde la víspera; pero dóciles como corderos,  sonrientes como los corifeos de la Ópera; tres mozas vestidas con las ropas de la región: gruesa falda de estameña, atada con dos cintas de hilo, sobre una camisa de tela de invierno que les servía de ajustador; la melena enredada, los pies descalzos, las piernas desnudas,  las manos gruesas  y callosas  como las de un mozo de cuerda marsellés; tres buenas mozas capaces de tumbar  a un buey de un puñetazo, vinieron  a colocarse  ante nosotros con la actitud  de los servidores mudos de un serrallo que vienen a ofrecer  sus servicios al pachá…
-Señores-dijo la mesonera-,  den  sus órdenes a estas niñas, para que ellas les sirvan como ustedes merecen.
-Póngannos  la mesa cerca del fuego, sírvannos  una sopa, un pollo, pan y vino-exclamamos los dos a coro, mi compañero y yo. Él parecía que ya tenía el pollo entre los dientes.
Se puso la mesa  donde habíamos dicho, solamente  que sobre esta mesa no había ni mantel,  ni servilletas, ni cubiertos,  ni velas, ni vasos, ¡nada! En su lugar,  enormes manchas de grasa, caprichoso mosaico en el que cada uno de los numerosos  viajeros que nos habían  precedido había hecho una parte. La  primera mancha era tan antigua, y la mesa había servido   a tanta gente,  que estaba brillante como el mármol, y hacía un efecto bastante agradable en su rareza,  si el olor que desprendía no hubiera herido cruelmente nuestro olfato. Un jarro  de barro y una taza  de cristal verde fueron colocados ante nosotros. El jarro estaba lleno de un vino que era digno de ser bebido en mejor lugar. En cuanto a la taza, la habían ciertamente lavado el domingo anterior: todavía no estaba demasiado asquerosa,  teniendo en cuenta que sólo era miércoles.
En vano esperamos  el resto de la cena. Nada que pudiera ser comestible aparecía por el horizonte de esa cocina desierta.
-Sírvanos la sopa, por favor- dice mi compañero, ya impaciente.
-Estamos en ello, señor caballero. Estamos en ello; el tocino se está derritiendo y los ajos todavía no están fritos- respondió con una graciosa sonrisa la mesonera,  ocupada en aquel momento de sostener  una sartén enorme donde  cocinaba la sopa destinada a nuestras señorías.
-¡Marica!-gritó la mesonera-, tráeme el pimentón-, Y luego, volviéndose hacia nosotros:
-¿Lo quieren picante o dulce?-preguntó con tono amable.
Dulce, dulce-exclamé, asustado por mi paladar  castellano, poco acostumbrado al pimentón picante, que tanto  gusta a los valencianos.
-¡Cómo dulce!-dijo mi compañero-.¿Es que a usted  le gusta la sopa azucarada?
Mi compañero no había probado nunca el pimentón. Cuando yo iba a elogiarlo, la mesonera,  después de haber  llenado la sartén de agua, de pimentón dulce, de trozos de tocino ahumado, de dientes de ajo y de cortezas de pan duro, se volvió hacia  nosotros por segunda vez y nos dijo:
-¡Den a estas niñas las aves y los otros alimentos, que tendremos  el honor de servirles! Conociendo la región, yo esperaba esta pregunta, pero mi compañero  quedó atónito,  -¡Cómo! ¡Cómo! ¡Nuestras aves y las otras  cosas que queremos comer!-exclamó-, A mi me parece que es usted quien nos lo tiene que dar.
-¿Yo, señor cabellero?- respondió la mesonera,  con un candor imposible de describir.
Sabe Dios cómo habría acabado aquello si yo no hubiera intervenido. Después de un largo discurso  y de interminables razonamientos logré  que mi amable  colaborador comprendiera  que las posadas del reino de Asturias, aunque  llevadas por buenas personas,  no se parecen nada a los hoteles franceses, donde se paga caro, es verdad,  pero al bajar de la diligencia se encuentran las mesas  cubiertas de exquisitos manjares,  que luego apenas si uno tiene tiempo de tocar.
Cuando uno viaja en  ferrocarril, no come nada de nada.
De nuevo me vi obligado a explicar que en España se acostumbra a llevar en las alforjas lo necesario para comer bien, y una bota llena de vino… Y hay que atribuir a esta costumbre enraizada en la región la falta de provisiones  que se hace sentir en las posadas de Asturias. De todos modos,  a pesar de la elocuencia  de mi discurso, y de la exactitud de mis razonamientos,  mi compañero no se decidió a renunciar al pollo tan deseado, más que después  de haberme arrancado la promesa  de una suculenta  cena para el día siguiente en Oviedo.  Satisfecho con esta perspectiva, se conformó con la sopa de ajo, en la que, digámoslo en alabanza de la mesonera, la sal y el pimentón no faltaban. Tanto él como yo nos resignamos a dormir sobre un saco de paja extendido sobre el banco que nos servía de asiento.



Visita a Asturias 
Antiguamente,  los asturianos que tenían  una fortuna o un alto rango o una posición distinguida  en la sociedad, mandaban a sus hijos a Salamanca para que allí aprendieran el Latín, un poco de Lógica  y todo lo que un hombre ilustrado debe saber. De Salamanca, los jóvenes se dirigían a Madrid, acompañados  de un preceptor que vigilaba para que su corazón  no se materializara  demasiado… Hoy día,  la gente rica de Asturias  envía a sus hijos a París y a Londres, sin ningún preceptor    que les acompañe. ¡Qué diferencia!  En vez  de pasar siete años aburriéndose en la Universidad  y  uno o dos más formándose en los salones de Madrid como antaño, para volver  luego a su tierra a casarse  y a vivir largo  tiempo rodeado de ternura y amor, el joven asturiano se divierte dos o tres años en Londres  o en París y con frecuencia  viaja luego un mes por Italia. Al cabo de este tiempo ha aprendido a chapurrear tres lenguas,  que mezclará con la suya durante toda su vida.  Aprenderá a conocer los secretos del hipódromo….. y a domar un jamelgo de picadero. Sabe hacerse adorar por todas las mujeres y arruinarse  con las damas del barrio de Breda……. Los jóvenes de Gijón, los más fatuos del reino de Asturias,  no se casan más que en dos casos: cuando desgastados de cuerpo y alma ya no tienen  fuerza para saciar sus pasiones  y sienten  la imperiosa necesidad de tener una gobernanta legítima; o bien cuando,  después de haber malgastado su fortuna  y comprometido la de sus padres, encuentran una dote o una  posición  a cambio de su apellido. Y, así,  gracias al progreso de nuestro siglo civilizador, los asturianos, estos hombres bondadosos y caballerescos por excelencia, cuyos padres fundaron España, son hoy día gente muy vulgar, como la que se puede encontrar por cualquier calle de París. 
Sin embargo, hay todavía en las villas de España una parte del pueblo que aun no ha degenerado. Es el pueblo trabajador, el obrero, que nunca ha sido bastante rico para costearse la degradación de su corazón y el envilecimiento de su alma. Sigue siendo lo que fue antiguamente, comedido, paciente, bueno, ordenado, aferrado a sus deberes de hombre, de cristiano y de español.  Respeta  los domingos y come la vigilia los viernes; se casa por amor y tiene numerosos hijos. Trabaja nueve horas al día, duerme la siesta en verano y, desde el 4 de octubre, fiesta de San Francisco,  hasta el Sábado Santo, va todos los días a su tertulia, a la salida del trabajo, hasta las nueve de la noche.  -
Visita a Asturias
Los asturianos no dejan su región más que para ir a Madrid y a las grandes ciudades del reino a ponerse la librea que no se quitan, hasta que se convierten  en altos funcionarios del palacio real o llegan  a intendentes de grandes casas, mientras que los gallegos abandonan sus lares para convertirse en las bestias de carga del sitio a donde vayan a establecerse.  De ahí viene  esta especie de desprecio que separa a gallegos y asturianos cuando se encuentran en otra provincia. Los gallegos piensan que los asturianos son unos holgazanes y que deshonran su origen al dedicarse a servir, mientras que los asturianos miran por encima del hombro  a los gallegos a los que llaman  los burros de carga de la nación.  Pronto vamos a presenciar  estas rivalidades cara a cara en la Fuente de la Teja, cerca de Madrid,  donde cada domingo varios centenares de gallegos y de asturianos van a comer  callos con pimientos, a bailar la zanganada y a molerse a palos. 

Ya estamos en la desembocadura del Navia, pequeño río que da su nombre a una villa de dos mil almas, famosa en Galicia por la belleza de sus mujeres y por los numerosos aguadores que envía cada año a Madrid. Más allá, como centinela a las orillas del mar,  está Castropol, que sirve de límite a la costa de Asturias, y donde se come un exquisito bonito en escabeche y unas hermosas y sabrosas sardinas.  
M. de Cuendias y V. de Féréal. (s. XIX)
Asturias vista por viajeros. Volumen segundo.-























































































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