la boroña de la cosecha por las riquezas de los bailes y las que quedaban por allá. Rita, como había temido su hermano, era otra. El cariño de la niñez había muerto; quedaba una matrona de aldea, fiel á su esposo, hasta seguirle en sus pecados; y era ya como él avarienta, por vicio y por amor de los cinco retoños. Los sobrinos veían en el tío la riqueza fabulosa, desconocida, que tardaba en pasar á sus manos, porque el tío no estaba tan á los últimos como se había esperado. Atenciones, solicitud, cuidados, protestas de cariño no faltaban. Pero Pepe comprendía que, en rigor, estaba solo en el hogar de sus padres. Llantero hasta disimulaba mal la impaciencia de la codicia y eso que era un reposo de los más solapados del concejo. Cuando pudo, Pepe abandonó el lecho, para conseguir, agarrándose á los muebles y á las paredes, bajar al corral, oler los perfumes, para él exquisitos, del establo, llenos de recuerdos de niñez primera; le olía el lecho de las vacas al regazo de Pepa Francisca, su madre.
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Mientras él, casi arrastrando, rebuscaba los rincones queridos de la casa para olfatear memorias dulcísimas, reliquias invisibles de la infancia junto á la madre, su cuñado y los sobrinos iban y venían al rededor de los bailes, insinuando á cada instante el deseo de entrar á saco en la presa. Pepe, al fin, entregó las llaves; la codicia metió las manos hasta el codo; se llenó la casa de objetos preciosos y raros cuyo uso no conocían con toda precisión aquellos salvajes avarientos; y en tanto el indiano, sentenciado á muerte, procuraba asomar el rostro á la huerta, con esfuerzos inútiles, y arrancar migajas de cariño del corazón de su hermana de aquella Rita que tanto le había querido. La fiebre última le cogió en pié, y con ella unió el delirio suave, melancólico, con la idea y el ansia fijas de aquel capricho de su corazón…. comer un poco de boroña. La pedía entre dientes, quería probarla; llevaba hasta
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los labios y el gusto del enfermo la repelía, pesara á sus entrañas. Hasta nauseas le producía aquella pasta grosera, aquella masa viscosa, amarillenta y pesada, que simbolizaba para él la salud aldeana la vida alegre en su tierra, en su hogar querido. Llanero, que ya tocaba el fondo de los bailes y se preparaba a recoger la pingüe herencia, agasajaba al moribundo, seguía el humor á la manía; y, todas las mañanas, le ponía delante de los ojos la mejor torta de maíz, humeante, bien tostada como el quería. ….. Y un día, el último, al amanecer, “Pepe Francisca” delirando, creía saborear el pan amarillo, la boroña de los aldeanos que viven años y años respirando el aire natal al amor de los suyos: sus dedos, al recoger ansiosos la tela del embozo, señal de muerte, tropezaban con pedazos de boroña y los deshacían, los
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desmigajaban…. y…… ¡Madre, torta! ¡Leche, y boroña, madre; dame boroña! suspiraba el agonizante, sin que nadie le entendiera. Rita sollozaba á ratos, al pié del lecho; pero Llantero y los hijos revolvían en la malucha contigua el fondo de los bailes,y se disputaban los últimos despojos, injuriándose en voz baja para no resucitar al muerto. Leopoldo Alas (Clarín).-
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